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Conferencia en la Universidad de Costa Rica. Marzo 200

Humanidades hoy en América Latina

Fuentes:

Para mí es un honor dictar esta conferencia en el contexto de la apertura de los cursos de Estudios Generales de esta Universidad. Conozco muchas universidades en el mundo, sea en Oriente, sea en Occidente, pero en ninguna de ellas he sentido tanta consistencia y coherencia como con los Estudios Generales de esta Universidad. En […]

Para mí es un honor dictar esta conferencia en el contexto de la apertura de los cursos de Estudios Generales de esta Universidad.

Conozco muchas universidades en el mundo, sea en Oriente, sea en Occidente, pero en ninguna de ellas he sentido tanta consistencia y coherencia como con los Estudios Generales de esta Universidad.

En abril empezaré un semestre como profesor visitante en Estudios Generales de la Universidad de Munich donde estudié, pero son clases puntuales por un semestre.

Aquí es algo permanente y continuo que tiene como consecuencia crear una visión humanista del mundo, una perspectiva muy importante de la realidad porque va a significar un nivel más alto de la población en su condición ciudadana, su cuota de la historia que aquí se hace, los retos que vienen de la realidad.

Quiero reconocer este esfuerzo que hace la Universidad de Costa Rica.

El tema es «Las humanidades hoy en América Latina». Voy a tratar de alargar el tema, porque hoy América Latina es una pequeña provincia del gran complejo sistema de La Tierra.

Y como todos sabemos, hoy la sociedad mundial está en el ojo de una inmensa crisis de civilización, una crisis de sentido y de falta de rumbo histórico. No sabemos hacia dónde vamos y somos entregados a un sistema económico que absorbió lo político y que hace de todo mercancía: desde el sexo hasta la Santísima Trinidad, con todo se puede ganar dinero.

Y todo eso se rige por la competencia y no por la cooperación. Por eso hay tantos millones y millones de marginados y de excluidos.

Yo veo dos pensadores trascendentales que nos ayudan a entender este momento histórico que son Max Weber y Frederick Nietzsche, que han intuido la raíz de la crisis que sufrimos, pero que empezó mucho antes.

Max Weber mostró que la sociedad moderna se construye sobre el pensamiento funcionalista, sobre la burocracia, sobre la secularización que ha producido el desencantamiento del mundo.

Vivimos desencantados: desencantados con el mundo, desencantados con la política, desencantados con nuestras personalidades políticas, desencantados con Bush, desencantados incluso con Lula y no en último lugar, desencantados con Ronaldinho y Ronaldo, que nos han avergonzado en el último Campeonato Mundial. Vivimos en la era del desencanto y ¿cómo reencantar a la humanidad?

Nietzsche nos trae otro elemento que es la muerte de Dios. No es que Dios murió, porque un Dios que muere no es Dios. Es que nosotros hemos matado a Dios, nos dice Nietzsche. ¿Qué significa esto? Que Dios no tiene relevancia social, no se construye cohesión alrededor de la idea de trascendencia de Dios. Y por eso vivimos en el desamparo existencial.

Ese anuncio de Nietzsche que Dios murió tiene consecuencias graves porque ha creado una desaparición del horizonte utópico de la humanidad. Por millares de años, la humanidad encontraba en las religiones una referencia trascendente, la razón para estar juntos, para crear una comunidad y la cohesión social. Ahora eso ya no funciona. Eso no significa que impera el ateísmo, porque lo que se opone a la religión no es el ateísmo. Lo que se opone a la religión es la ruptura, la falta de un lazo que ligue y religue todas las cosas. Y hoy vivimos colectivamente rotos desde dentro y desamparados.

Es en ese contexto hay que entender la gravedad de la crisis actual, que tiene un agravante muy importante, porque hasta hoy se decía, vamos al encuentro de una gran crisis civilizacional, crisis del sistema de la vida, crisis del sistema de La Tierra.

Un hecho importantísimo que para mí significa una ruptura en la conciencia colectiva de la humanidad. En los primeros días de febrero de este año en París, cuando el Panel Intergubernamental de los Cambios Climáticos que involucra a más de 2000 científicos de la ONU, nos ha dado los datos reales de la situación de La Tierra. Que estamos ya dentro de un cambio irrefrenable de La Tierra, que La Tierra va a calentarse entre 1,8 hasta 4 y en algunos sitios 6,4 grados Celsius y que eso va a significar en los próximos 30 o 40 años inmensas devastaciones en el sistema de la vida. Millones de personas pueden desaparecer.

Según James Lovelock, el formulador de la Teoría Gaia de La Tierra como súper organismo vivo que acaba de lanzar el libro La venganza de Gaia, hasta el año 2050 o 2060 -tal vez sea exagerado, pero tiene autoridad para decirlo- puede desaparecer cerca del 80% de la humanidad. Y cuando ha estado en Brasil en octubre dijo: Brasil que ha tenido el privilegio de tener tanto sol, será su desgracia, prácticamente contará con dos tercios del país inhabitables por exceso de calor y habrá una sabanización acelerada porque la Amazonia no aguanta esos niveles de calentamiento.

Esta realidad nos hace pensar. No basta solamente, como sugiere el documento de esos científicos, adaptarse a la nueva realidad, ni es suficiente aminorar los efectos dañinos del calentamiento global, sino que hay que ir a algo más profundo: hay que refundar el sentido de la vida, hay que recrear una nueva espiritualidad, es decir, un nuevo sentido más amplio de nuestro pasar por este mundo, de nuestra coexistencia como seres humanos, para hacer que la Tierra, la humanidad, puedan, sigan teniendo futuro.

A la desesperación y al desencantamiento yo creo que hay que contrarrestarlos con motivos que nos hagan descubrir razones para seguir viviendo, con cambios, con adaptaciones, pero desde un nuevo paradigma de civilización.

La cuestión de fondo es, ¿cómo salir de esta crisis?

Si la crisis es global, la solución también tiene que ser global. Y para eso hay que mirar lejos hacia atrás, mirar lejos hacia delante y mirar lejos hacia arriba, porque cuando entramos en crisis nos planteamos las cuestiones más fundamentales: quiénes somos nosotros, de dónde venimos, hacia dónde vamos, cuál es nuestro lugar en el conjunto de los seres de la naturaleza, cuál es nuestra misión en este mundo.

En momentos de crisis esas son las cuestiones básicas que hay que contestar, personalmente cada uno y colectivamente las comunidades humanas, la humanidad que se encuentra globalizada.

Tenemos que crear una especie de viático mínimo para poder caminar y dar sentido a nuestra existencia, bajo estas amenazas que pesan sobre nosotros.

Yo quiero hablar acerca de mirar lejos hacia atrás, ¿de dónde venimos? Yo veo que el ser humano tiene por lo menos cuatro enraizamientos: cósmico, biológico, histórico-cultural y personal.

Todos nosotros venimos de una inmensa deflagración que ocurrió hace 13,7 mil millones de años. Venimos del Big-Bang. En un primer momento estábamos todos juntos, en aquel punto mínimo cargado de energía y materia condensada que explotó, y ahí empezó el proceso de evolución.

Ese proceso se va expandiendo, creando las grandes estrellas rojas, dentro de las cuales se formaron todos los elementos físico-químicos que constituyen nuestra realidad, que es la realidad de todo el universo.

Nosotros somos seres cósmicos por eso, porque tras el famoso isomorfismo del universo, tenemos los mismos elementos constituyentes. Somos hijos de ese inmenso proceso, cargamos en nuestra piel y en nuestro cuerpo todos esos elementos. También cargamos las cuatro energías fundamentales que sustentan el universo y a cada uno de nosotros, que son la energía gravitacional, la electromagnética, la nuclear débil y la nuclear fuerte. Somos seres cósmicos y tenemos una dimensión cósmica que no hay que negar. No tenemos que sentir vergüenza de pertenecer a una realidad que nos desborda por todas partes.

Pero somos también seres vivos. Hace 3,8 mil millones de años irrumpió la vida desde una complejidad enorme del proceso de evolución. La vida es un capítulo de la evolución cósmica y la vida humana es un subcapítulo del capítulo de la evolución cósmica. Cuando se realizó una complejidad más alta, irrumpió la vida humana.

Cuando hace 5 o 6 millones de años, nuestros ancestros antropoides salían a recolectar alimentos y a cazar para comer, no comían como hacían los animales para sí, sino que lo traían todo para el grupo y lo repartían fraternalmente y cooperativamente entre ellos. Ese gesto de cooperación es fundador de la humanidad. Permitió el salto de la animalidad a la humanidad. Por eso es que la cooperación, la solidaridad, la interdependencia de unos y otros no es una ley entre otras; es la ley fundamental del universo y de la vida humana.

Por eso es tan perverso el capitalismo que pone todo el acento en el individuo, en la competencia y no en la cooperación. Somos seres vivos, mejor dicho somos mamíferos vivos, mamíferos conscientes. ¿Por qué mamíferos? Porque hace 125 millones de años, cuando emergieron los mamíferos, emergió algo único que no había antes en la historia: nació el afecto, el cuidado, el cariño, el amor que cada mamífero tiene por sus crías.

Nosotros venimos de esta tradición, somos seres de cuidado, seres de sensibilidad, sensibilidad que hace falta en el mundo de hoy.

Cuando en 1952 James D. Watson y Francis H. C. Crick, han decodificado el código genético, han hecho un hallazgo que es único en la historia de la ciencia: se han dado cuenta que todos los seres vivos, desde la bacteria más originaria hasta los animales más grandes como los dinosaurios, pasando por los colibríes y llegando a nosotros, todos los seres vivos tienen fundamentalmente el mismo código genético, tienen los mismos 20 aminoácidos y las mismas cuatro bases fosfatales. Eso significa que todos los seres vivos son parientes, son hermanos y hermanas, son primos entre ellos, constituyen la gran comunidad de vida y nosotros somos una parte de esa comunidad de vida. Lo que Francisco de Asís no intuía en su mística cósmica cuando llamaba al hermano sol y hermana luna, y hermanos y hermanas al pájaro, al gusano que intenta cruzar el camino. A todos ellos los llamaba con la dulce palabra de hermanos y hermanas. Él intuía algo que para nosotros es una experiencia empírica-científica, somos de hecho hermanos y hermanas.

Entonces el ser humano tiene esa ancestralidad junto a otros seres vivos.

Somos seres cósmicos, somos seres vivos, pero también somos seres culturales-históricos.

Todos los vivientes tienen órganos especializados que les garantizan la supervivencia y la vida, el ser humano no; biológicamente es un ser defraudado, no tenemos ningún órgano especializado.

Tenemos que intervenir la naturaleza. Tenemos que crear nuestro hábitat, nuestro hogar. Y estamos obligados a hacer cultura, a hacer historia, a intervenir la realidad, crear el ámbito que protege nuestras vidas y defiende nuestra existencia. La acumulación de esas intervenciones significa la cultura y la historia. Nosotros somos seres culturales.

La evolución posiblemente jamás iba a producir este micrófono o esas luces eléctricas, pero a través del ser humano ha producido una cultura, la tecnología, sin las cuales nosotros no tendríamos condiciones de supervivencia. Lo ha hecho de mil formas diferentes, por eso hay tantas culturas, tanta diversidad de expresiones humanas. Podemos ser humanos de mil formas diferentes: podemos serlo como latinoamericanos, como guaraníes, como yanomamis, como chinos, como hindúes. Mil formas de estar presentes y de organizar el mundo, y mostrar la capacidad inagotable del capital del ser humano.

Somos seres cósmicos, seres biológicos, seres culturales, pero también somos seres con la última irreductibilidad, que es la historia personal de cada uno. Cada uno es irrepetible en el universo, cada uno es uno y único. Por eso en cada persona humana, hombre o mujer, de alguna manera culmina el proceso de evolución, porque tenemos capacidad de decidir, de plasmar nuestro futuro. Por más condicionantes que tengamos, y más presiones que suframos de todas partes, hay un punto de decisión: cada persona tiene su singularidad, que el gran filósofo franciscano medieval Juan Dun’s Escoto llamaba la «exeitas», la «extidad». Este ser humano aquí es irrepetible, es único en la historia pasada, será único en la historia futura. Pero él tiene algo de sagrado, de único, porque es un proyecto infinito, que por su libertad puede dar un destino a su vida, feliz o infeliz, realizada o frustrada, desde el momento único de constitución de nuestra individualidad, de nuestra personalidad. Y eso hay que reconocerlo como un dato filosófico, ontológico, es decir irreductible del ser humano. Cada uno es único y tiene su destino y es responsable por ese destino, cada uno tiene la capacidad de ejercer su libertad como decisión, es decir, algo que pone una realidad nueva en la historia.

Si queremos salir de la crisis hay que mirar lejos hacia atrás. Hemos pasado tantos millones de años y hemos llegado aquí. ¿Cómo va el camino hacia delante? Hay que mirar lejos hacia delante.

Yo creo que tenemos cuatro retos fundamentales para el futuro que nos toca vivir.

PRIMERO. De cara a la crisis y al clamor ecológico, hay que garantizar el futuro de La Tierra, y ese futuro no está garantizado. Ese gran cosmólogo y científico, Carl Sagan, dijo en su testamento: las fuerzas directivas del universo ya no pueden garantizar el futuro de La Tierra, porque la hemos agredido y explotado a tal punto que ha sobrepasado el 25 por ciento de su capacidad de regeneración. Si queremos garantizar el futuro de La Tierra tenemos que poner un alto político, tenemos que querer que la tierra tenga futuro. Y es lo que nos piden los últimos datos que nos vienen de la ciencia de La Tierra de la ecología: tenemos que actuar porque si no actuamos en un espacio limitado de tiempo, vamos hacia la devastación.

Incorporar la visión que los astronautas nos hay transmitido de La Tierra, que desde sus naves espaciales, mirando desde sus ventanas decían, La Tierra es pequeña, cabe en la palma de mi mano, puedo esconderla por detrás de mi pulgar. Ahí en esa Tierra está todo lo que sagrado, venerado, amado: mi familia, mis hijos, mi patria. Tenemos que incorporar esa visión, que es un planeta pequeño, el tercero del sistema solar. Un sol vagabundo de quinta categoría, que está a 27 mil kilómetros del centro de nuestra galaxia, al interior de la espiral de Orión. Galaxia nuestra que es mediana, pequeña, entre cien mil millones de otras galaxias. Ahí está nuestra Tierra, pequeñísima, un pálido punto azul, pero ahí estamos nosotros. El universo entero caminó para que llegáramos a este punto y hablar de esas cosas todos. Si hubiera otros cambios y otras relaciones, no estaríamos aquí para hablar de todo esto.

Esta cosa pequeña, que los astronautas dicen muchas veces que desde las naves no hay diferencia entre tierra y humanidad. Es la misma gran unidad: tierra y humanidad. Por eso entendemos a ese gran cantante argentino indígena, Atahualpa Yupanqui, decía que la tierra y el ser humano son una misma realidad, una misma cosa. El ser humano es la tierra que camina, la tierra que siente, que piensa, que ama, que cuida y hoy la tierra que entra en alarma. Nosotros somos tierra. Por eso es que hombre viene de «homo»-«humus»; la tierra fecunda, la tierra fértil. Por eso es que Adán significa Hijo de Adamá, la tierra madre, la tierra buena.

Somos seres terrenales. Somos la misma tierra que en el momento de su evolución empezó a sentir, amar, pensar. Por eso no podemos negar nuestras raíces terrenales. Y esta tierra puede sucumbir debido a la irresponsabilidad sistemática de los seres humanos.

Nuestra civilización hace ya trescientos años que se ha propuesto a esta insania; explotar en forma sistemática, continuada, todos los recursos de la tierra. El suelo, subsuelo, el aire. Esa tierra ya no aguanta, está bajo un «estrés» terrible y nosotros tenemos que garantizar el futuro de La Tierra.

Como decía el profesor Ángel Ocampo: «debemos cuidar de La Tierra, porque ella pertenece a nuestros hijos e hijas, pertenece a nuestros nietos y nietas». Nosotros somos huéspedes de La Tierra y por amor a aquellos que todavía no han nacido, debemos aprender a amar lo invisible, respetar y cuidar de La Tierra. Porque ellos tienen derecho de habitarla, para que ella sea habitable, que tenga suficiente para todos, que tenga un aire respirable, que puedan pisar los suelos sin contaminarse.

El gran reto que tenemos es cómo garantizar el futuro del sistema de La Tierra. Porque no es solamente el futuro de Costa Rica, de América Latina. No. De la totalidad, porque somos provincias y Costa Rica es una provincia bella, radiante, de este gran planeta Tierra.

SEGUNDO PUNTO. Mirando hacia delante y mirando lejos, es garantizar la supervivencia de la humanidad. Y eso no es poco, porque de nuevo en nuestra insania hemos construido una máquina de muerte, con armas biológicas, químicas y nucleares que pueden destruir de 25 formas diferentes toda la humanidad, sin dejar ningún superviviente; eso ha creado el ser humano. Y hace poco en Le Monde Diplomatique, se daban estos datos: el 70 por ciento de la inteligencia mundial está metida en proyectos militares, en proyectos de guerra. Solamente una humanidad insana, solamente universidades que no tienen estudios generales, humanistas, como tiene esta Universidad, puede llegar a esta expresión de la demencia; alimentar la máquina de muerte.

En uno de los encuentros en que participé sobre derechos humanos con Gorbachov, él decía que hoy por hoy se venden y se construyen más armas de muerte que en los tiempos de la Guerra Fría. Porque la construcción de armas exige inmensas inversiones de capital, investigación científica de punta; es el más grande mercado mundial junto con el mercado de las drogas.

Hay que garantizar la supervivencia de la humanidad que no está garantizada. La cultura de la guerra hay que contrarrestarla con la cultura de la paz. A los héroes militares hay que contraponer los héroes de la paz, del amor a la humanidad, los que han servido a las causas buenas de la humanidad.

TERCER RETO. Garantizar la unidad de la familia humana, porque el gran riesgo hoy es hacer la bifurcación de la familia humana. Por una parte aquellos que tienen acceso a todos los medios de vida, que pueden eventualmente vivir hasta 130 años, porque es la edad de nuestras células, y eso es solamente para 1,6 mil millones de personas. Pero ocurre que nosotros somos 6,5 mil millones de personas. La otra parte de la humanidad vive como en la tradición, muriendo con 50 o 60 años; no es como aquí en Costa Rica donde las personas superan los 70 años. En Brasil yo estaría ya muerto, porque tengo 68 años, y la edad media es de 64 años. Yo estaría vencido por la usura del tiempo.

Entonces, ¿como mantener la unidad, la no bifurcación de la vida humana? Porque los ideales de igualdad, de unión, son muy débiles en la historia de la humanidad; es una historia de enfrentamientos y guerras.

El gran riesgo es que ya no nos consideremos como semejantes, sino como desiguales, como diferentes, de otra especie que no sea la especie humana. Por eso es que los serbios castraban a los musulmanes de Yugoslavia. Por eso podemos torturarlos, matarlos, sin ofender la carta de los derechos humanos, porque ellos «no son humanos». Tantos piensan así ahora.

Y ese filósofo Richard Rorty, de los Estados Unidos, que escribió un bellísimo artículo sobre cómo la degradación de la cultura hace que nosotros no seamos solamente diferentes, sino que seamos tratados como desiguales, de otra especie que no sea la especie humano. Cómo mantener la familia humana sentada alrededor de la mesa, disfrutando de la generosidad de la naturaleza, en casa como hermanos y hermanas.

CUARTO RETO. Cómo garantizar la singularidad, la identidad de América Latina, de Costa Rica, porque el proceso de globalización a nivel cultural es una especie «hamburguerización» del mundo, de uniformación de hábitos, de música, de visiones del mundo. Sería una desgracia que en la naturaleza hubiera solamente cucarachas para desesperación de las mujeres, o solamente escorpiones para desesperación de los hombres. Lo importante es la biodiversidad. Cuántos más árboles, pájaros, peces mejor; porque la interdependencia de todos con todos hace que tengan futuro, que puedan sobrevivir. Entonces tenemos que defender la biodiversidad. Una parte de la globalización como la etapa nueva, la etapa planetaria de la humanidad.

Que los pueblos que estaban perdidos por ahí en sus regiones, se encuentran todos juntos, se encuentran en un único lugar que es el planeta Tierra como casa común. Pero traen la riqueza de sus experiencias históricas, de sus identidades nacionales, de sus experiencias espirituales, de su cultura, de su música; todo eso revela la riqueza. Cómo hacer el capital más grande. Inagotable es el capital humano que todavía no fue desarrollado plenamente, porque somos un proyecto infinito. Yo veo ahí que hay que preservar y ofrecer a la humanidad este inmenso ensayo civilizatorio de magnitud histórica que hemos hecho aquí en América Latina.

Solamente a mi país vinieron representantes de 60 etnias, naciones y pueblos diferentes. De cada país de América Latina se puede decir lo mismo. De todas las partes del mundo vinieron inmigrantes que han constituido nuestros pueblos. Cómo guardar ese ensayo civilizatorio exitoso, porque con algunas excepciones, tenemos la convivencia en las diversidades, la aceptación de unos y otros.

Segundo, en este continente esta la más grande biodiversidad de planeta. «La Pacha Mama», la madre tierra, fue muy generosa en nuestro continente. Somos el continente más desigual de la tierra; más que África. África es más pobre, pero tiene más igualdad. Y a pesar de eso tenemos una riqueza de biodiversidad fantástica, porque aquí está la mayor superabundancia de agua dulce, que será dentro de poco el bien más escaso de la naturaleza. Aquí en América Latina tenemos más del 24% de toda el agua dulce del mundo, asequible al consumo humano. Aquí tenemos la más grande biodiversidad del planeta. Solamente en un espacio similar a un campo de fútbol, la flora y la fauna amazónica tiene más animales y especies vegetales que toda Europa junta. Esta es una propulsión fantástica del misterio de la vida.

Aquí en América Latina está el regulador del clima de todo el planeta. Los países amazónicos con las forestas húmedas que regulan todo el clima del planeta. El futuro de la humanidad en términos ecológicos, pasa por América Latina. Tenemos una responsabilidad inmensa de cuidar esas forestas de las partes verdes.

Tenemos que rescatar nuestro pasado, las grandes sabidurías de los pueblos originarios, aztecas, incas, mayas quechuas, misquitos, y tantas culturas que aquí tenemos, de mucha sabiduría, con saber ecológico que debe ser preservado y continuamente revisado. Tenemos que superar el presente con tantas desigualdades y preparar el futuro para que América Latina pueda ofrecer lo que tiene no solo para su beneficio sino para la humanidad.

VOY LLEGANDO AL FINAL. Necesitamos mirar lejos hacia arriba. Miramos lejos hacia atrás y hacia delante, pero ahora hay que mirar hacia arriba que es la otra dimensión del ser humano.

Yo creo que hay que desarrollar una visión espiritual del mundo, como la manera más corta, más inmediata de encontrar una solución. Cuando yo hablo de encontrar una visión espiritual del mundo, no estoy hablando de una visión religiosa del mundo. Las religiones no tienen el monopolio de la espiritualidad. La espiritualidad es la dimensión de lo humano. Tenemos el cuerpo y somos parte del cosmos. Tenemos una psique que es parte de toda la vida interior de todos los seres vivos. Pero tenemos también el espíritu, que es aquel momento de la conciencia por el cual nos sentimos parte de un todo, que nos desborda por todas partes. Por el espíritu captamos que las cosas no están puestas una al lado de la otra, sino que todo forma un inmenso sistema. Forma un cosmos ordenado. Que hay un velo que liga y re-liga todas las cosas, que el universo tiene un mensaje que decirnos la majestad de las estrellas, la grandeza de la complejidad, que todas las cosas tienen su otro lado, su dimensión que nos habla que el ser humano es aquel que puede escuchar, descifrar los mensajes que vienen de la realidad, que puede escuchar su propio corazón y los llamados a la generosidad a la compasión, al amor, al cuidado por todo lo que vive y existe, porque lo que existe merece existir, y todo lo que vive merece vivir.

Esa dimensión de la espiritualidad subyace en todas las iniciativas y alternativas posibles, en términos de paradigma, de esa civilización que nos ha llevado a esa crisis mundial. Porque mirar hacia arriba nos hace mirar una percepción nueva del ser, de la última realidad, y del ser humano portador de esa realidad. Necesitamos una espiritualidad.

Como decía el gran teólogo del siglo pasado, Karl Rahner, el siglo XXI será un siglo de espiritualidad, o no será. Espiritualidad en ese sentido profundo del ser humano, que es capaz de vivir, aceptar, elaborar valores que no sean esos materiales del consumo, del utilitarismo, sino valores de la gratuidad, del amor, la amistad, y de la compasión de cara a los que sufren, de cuidado de la tierra y de nuestra vida y nuestro futuro.

Quiero terminar con el texto de las escrituras judaico-cristianas. En un momento habla Dios así: «Hoy tomo el cielo y la tierra como testigo, yo les pongo la vida y la muerte, la bendición o la maldición. Elijan la vida para que tú y tus descendientes puedan vivir. Elijan la vida».

Nosotros hemos elegido la vida y estoy seguro que todos ustedes también han elegido la vida.