El diario israelí Haaretz publicó el 3 de junio pasado que vendedores de armas y compañías de seguridad israelíes se encuentran negociando un acuerdo para adiestrar a la guardia presidencial de Guinea Ecuatorial. Esos mismos agentes están organizando una visita del presidente de este país, Teodoro Obiang, a Israel para entrevistarse con su presidente, Moshe […]
El diario israelí Haaretz publicó el 3 de junio pasado que vendedores de armas y compañías de seguridad israelíes se encuentran negociando un acuerdo para adiestrar a la guardia presidencial de Guinea Ecuatorial. Esos mismos agentes están organizando una visita del presidente de este país, Teodoro Obiang, a Israel para entrevistarse con su presidente, Moshe Katsav, y su primer ministro, Ariel Sharon.
Según este diario la empresa Israel Military Industries es la que negocia ese contrato y la que vendió el año pasado lanchas patrulleras rápidas al gobierno de Obiang por un valor de 10 millones de dólares. Otra empresa israelí que fabrica aviones sin piloto, Sistemas de Defensa Aeronáutica de Yavne, también se encuentra activa en Guinea Ecuatorial.
El origen de estas relaciones en el ámbito militar está, según el diario, en el propio presidente de Guinea Ecuatorial, quien a partir del fallido golpe de estado de marzo de 2004 se dirigió a las empresas citadas con el fin de obtener ayuda para aumentar su seguridad.
Se completa la información con la advertencia realizada por varias organizaciones de derechos humanos internacionales de que Obiang puede usar la nueva guardia presidencial bien pertrechada y mejor formada para lanzar una campaña mortífera contra sus oponentes. Haaretz no menciona qué organizaciones son las que realizan la advertencia, aunque no debería ser difícil citarlas pues no es costumbre de las mismas ocultar su identidad a la hora de hacer declaraciones, más bien al contrario.
Tanto si es cierto que las organizaciones han hecho declaraciones como si no, los que temen un aumento de la represión tienen razón, pero no porque Israel provea de armas y formación militar a los sicarios de Obiang. Resulta llamativo que el autor del reportaje no se refiera al uso que puede dar Obiang a un avión sin piloto. Estos aparatos, que emplea el ejército de Estados Unidos y el de Israel, que no han servido en absoluto para doblegar la resistencia de los iraquíes ni de los palestinos, no parecen muy útiles para su empleo en la selva tropical y resultan innecesarios para reprimir aún más a una población a la que se trata desde hace muchos años a base de bastonazos, cárcel y torturas crueles.
En Haarezt se deja bien sentado que es Obiang y no agentes israelíes el que ha iniciado los contactos. Esto es tan difícil de creer como que van a aparecer las armas de destrucción masiva de Irak. La historia muestra que Israel ha llevado a cabo esos contactos en todo el mundo por su propio interés en multitud de ocasiones y antes de que Obiang se convirtiese en el segundo dictador de su país tras dar un golpe de estado contra el primero, tío suyo, en 1979. También enseña que los gobernantes que han firmado este tipo de contratos con Israel no sólo son acusados por parte de esas organizaciones de violar gravemente los derechos humanos de sus compatriotas, sino que a pesar de esa colaboración han acabado mal, muertos o expulsados del poder de forma violenta.
Que empresas israelíes, con la colaboración del gobierno israelí, convenzan -léase engañen- a Obiang para que éste ponga en sus manos su seguridad personal, no es sino una muestra de la pericia de aquellos en el comercio internacional de las armas -léase de la muerte y la violación de derechos humanos- y del desconocimiento de la historia -léase necedad- de éste, que no le permite prever el destino que le aguarda.
Israel vende armas y entrena militarmente a todo el que pague por ello, bien sea en especie, por ejemplo diamantes (africanos), que Israel no produce pero exporta, bien con dinero contante y sonante, e incluso con judíos, como cuando vendió armas a Irán durante la guerra de éste contra Irak en 1980 a cambio de que Irán permitiese emigrar a ciudadanos judíos a Israel.
Aquellos sí que eran buenos tiempos: se alimentaba una guerra en la que los dos contendientes eran a la vez enemigos de Israel y rivales importantes en Medio Oriente y a la vez se aumentaba la población judía de Israel. Además de actuar por iniciativa propia, cuando el congreso de Estados Unidos prohíbe al presidente de este país que facilite «ayuda» militar -material y técnica- a algún país o grupo político, Israel realiza más o menos discretamente el trabajo de aquél sin que ni el congreso estadounidense ni el propio, o sea, la Knesset, diga una palabra. Si la discreción es escasa o la cosa se tuerce por alguna razón y algún intermediario es pillado in fraganti, el gobierno israelí se desentiende del asunto y listo.
El gobierno de Israel no se pronuncia sobre este asunto, al parecer ni siquiera el ministro de defensa, responsable junto con el primer ministro del comercio de armas y la formación militar, informa al de exteriores al respecto, mientras que la Knesset aparenta no estar interesada y el poder judicial menos aún. Por su parte los estadounidenses hacen como que se enfadan cuando los israelíes mejoran los misiles que aquellos les han entregado y los revenden a China, como ocurrió en los años 90 con los misiles Patriot, supuestamente destinados a defender Israel de los Scud iraquíes. El negocio, como siempre, es redondo: Israel recibe de Estados Unidos las baterías de misiles como ayuda a fondo perdido, sus técnicos especialistas aumentan sus conocimientos gracias a la nueva tecnología que aportan y la reventa les proporciona una ganancia además de información importante sobre otro país.
En todo caso no ha de extrañar la negativa oficial a tratar de la cuestión ni a reconocer su responsabilidad, ya que es algo habitual en un país donde millones de palestinos son tratados como seres humanos inferiores y que cuando se rebelan son masacrados, con ayuda militar estadounidense, sin que apenas se comente la cuestión como no sea para acusar a las víctimas de terroristas y fanáticos islamistas. Es el caso de los 24 helicópteros artillados Halcón Negro, valorados en más de 200 millones de dólares, fabricados por Sikorsky Aircraft en Connecticut a comienzos de la década del 2000, desde los que se lanzan misiles contra viviendas y habitantes de las ciudades palestinas. El silencio y la ocultación forman parte de la esencia del Estado de Israel a pesar de que se define a sí mismo como «la luz para otras naciones».
Por mucho que Israel niegue su participación en el comercio internacional de armas, los traficantes no aparecen de repente de la nada. Antes de serlo han pasado por el Ejército Israelí, donde han hecho largas y brillantes carreras. De vez en cuando se lee en la prensa que tal o cual ex coronel o ex general israelí ha sido detenido en Rumanía (por ejemplo, Shimon Naor en 1999) o en Jordania, o incluso en Estados Unidos. Después se publica que han sido expulsados de esos países, o juzgados en ausencia, y vuelta a empezar.
A finales de 2004 el gobierno francés protestó ante el israelí porque su venta de armas en Costa de Marfil pone en peligro las tropas francesas estacionadas aquí. Si hay algo en lo que los israelíes sobresalen, además de en la venta de armas, es en no prestar ninguna atención a lo que dice el resto de países del mundo entero, ya sea en conjunto, o sea, mediante las resoluciones de Naciones Unidas, o de forma individual. Es preciso recordar aquí una de las máximas sionistas: «los judíos hacen lo que quieren, no lo que dicen los gentiles».
Es difícil saber el volumen de negocios de Israel en el sector armamentístico. Para no ser tildado de «antisemita» se puede citar la cifra que da Haaretz para el año 2003: tres mil millones de dólares y cuatro mil estimados para 2004 (edición de 23 de diciembre de 2004), el diez por ciento de la venta mundial de armas, lo cual no está nada mal para un país tan pequeño y con tan pocos habitantes. Las cifras que se conocen, no obstante, ni son las verdaderas, ni muestran el cuadro completo en cuanto a los efectos internacionales que ocasiona. Conviene echar mano de Haaretz una vez más para evitar ser calificado de anti-israelí, ya que el diario reflexiona sobre «la desatada política de exportación de armas del Ministerio de Defensa, basada en la ambición de vender todo lo posible, a cualquier precio, a cualquier comprador interesado. Esto sin tener en cuenta el serio daño que el negocio causa a la imagen de Israel al asociarse con regímenes siniestros que violan con brutalidad los derechos humanos».
Haaretz termina afirmando que miles de integrantes retirados del ejército, los servicios de seguridad y el Mossad se han reconvertido en traficantes de armas. Si esas tres instituciones son bien conocidas por su brutal violación de los derechos humanos de los palestinos y por sus transgresiones constantes de la ley internacional, cuesta entender por qué el diario se lamenta y preocupa de que Israel adquiera una mala imagen. En primer lugar la que tiene por su ocupación durante décadas de los territorios palestinos y otras tierras árabes apenas puede ser peor. En segundo lugar, lo que hacen los traficantes israelíes en diversos países no es ni más ni menos que lo que cabe esperar de los que antes se ganaron la vida violando los derechos humanos de los palestinos. Si les importa un comino la vida de sus vecinos ¿por qué habría de importarles la de africanos e hispanoamericanos? Esto sin contar con que hablar de imagen no es sino ocultar algo mucho más grave: que Israel obtiene beneficios por apoyar militarmente a dictadores y opresores sanguinarios, por lo que su responsabilidad en la violación de derechos humanos en diversos países es evidente y ha de responder por su colaboración en crímenes contra la humanidad, actos de genocidio y otras barbaridades en que ha participado.
Tampoco le importa a Obiang la vida y la suerte de los ecuato-guineanos. A diferencia de Israel, sin embargo, lo más probable es que haga muy mal negocio si firma acuerdos militares con este país a tenor de lo que enseña la historia. Basta con recordar el caso de Nicaragua. Cuando la Guardia Nacional de Somoza mató a varios periodistas en 1978, el presidente Carter cortó la ayuda estadounidense a Nicaragua. Israel tomó el relevo y suministró a Somoza armas hasta el dos de julio de 1979, justo dos semanas antes de que los sandinistas ganaran la última batalla. Israel ha jugado un papel importante en la guerra de Reagan contra el comunismo en Centroamérica: Nicaragua, El Salvador, Honduras, Guatemala. Ahora lo juega en la guerra de Bush contra el terrorismo en Irak y Oriente Medio. Son los mismos perros con distintos collares.
En 1977 el presidente Carter suspendió la colaboración directa de Estados Unidos con el régimen represivo de Guatemala, con lo que Israel tomó el relevo inmediatamente. Después siguió la etapa más negra de la historia de Guatemala, en la que la represión salvaje de la población y el asesinato de sus líderes eran la norma de actuación política. El general Rios Monnt, que hacía política como cristiano y anticomunista, responsable máximo de las atrocidades, fue derrocado en un golpe de estado y se le ha intentado procesar por crímenes contra la humanidad tanto en su país como en España. Su trayectoria es similar a la de Pinochet. Israel también colaboró militarmente con El Salvador, de nuevo cuando en 1977 Carter suspendió su colaboración militar con ese país a causa de sus violaciones de los derechos humanos.
Durante los años setenta y ochenta del siglo XX los países americanos del centro y del sur se convirtieron en el principal mercado para las empresas militares israelíes, ya que a los anteriores hay que añadir Chile y Argentina. Cuando este mercado se agotó, China pasó a ser su principal cliente. Además, Israel tiene desde 1996 un acuerdo de cooperación militar con Turquía, que incluye formación y tecnología. Es la misma Turquía que la Unión Europea no quiere admitir en su seno con la excusa de que desprecia los derechos humanos, pero que concede a Israel un estatuto privilegiado único de asociación económica, científica, cultural y militar con la Unión. Además de dinero, Israel obtiene el uso del enorme espacio aéreo turco para los entrenamientos de sus aviones de combate fabricados en Estados Unidos F-16. Estos aparatos, capaces de transportar armamento nuclear, superan las 200 unidades, lo que hace de Israel el país que más F-16 tiene tras el propio fabricante.
El historial de las empresas militares de Israel denota una especial predilección por los regímenes más criminales de la tierra. Esas empresas llegaron a la Sudáfrica del apartheid cuando las sanciones internacionales en los años 70 y 80 del siglo pasado hacían algo más difícil las transferencias internacionales de armas y equipos militares. En 1983 Sudáfrica recibe el primero de los misiles nucleares israelíes Jericó I, es el comienzo de una larga amistad. No es hasta diciembre de 1989 cuando la Asamblea General de Naciones Unidas, en su resolución 44/113, manifiesta su «gran preocupación por la colaboración entre Israel y Sudáfrica, que ha llevado a ésta a desarrollar un misil nuclear». También alimentaron las guerras en parte del continente africano, donde las armas se pagan con materias primas, diamantes y otros recursos naturales.
Obiang está demasiado ocupado con su dinero para leer libros de historia, pero si lo hiciera quizás no estaría tan entusiasmado con sus nuevos juguetes bélicos y sus nuevas amistades. Cree estar asegurando su poder sobre la población, que vive en la miseria y atemorizada por sus matones, sean los marroquíes que formaban hasta hace poco la guardia presidencial, sean los militares fang, la etnia a la que pertenece Obiang, sean los nuevos consejeros militares israelíes. Lo que éstos saben perfectamente es que ningún poder dictatorial se mantiene fácilmente. En Palestina ellos han tenido que matar a miles, encarcelar a miles, ocupar y apropiarse de miles de kilómetros cuadrados de tierra, dinamitar miles de casas y subyugar a cientos de miles de personas durante más de cincuenta años y a pesar de ello los palestinos resisten y aumentan su población, lo cual es ya una victoria importante.
Los israelíes saben también que aunque el destino de todos los dictadores no sea como el de Somoza, no tienen dinero suficiente para comprar la protección contra la violencia legítima de sus víctimas mientras están en el poder o contra la persecución de los jueces cuando lo han dejado, como le ocurre a Pinochet. Qué listos son los israelíes: hacen negocio con lo que no tienen. No tienen seguridad en su país y la venden a diestro y siniestro. Ninguno de los regímenes ni grupos armados que ha colaborado con Israel ha permanecido en el poder gracias a esa colaboración. Antes o después se han hundido. Esto ha causado miles y miles de muertos y enorme destrucción, pero ¿a qué israelí le importa si su libro sagrado dice que la vida de un gentil no vale lo que la uña de un judío y además cobra bien?
Hace unos pocos años militares de la armada estadounidenses se encontraban en Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, formando a las fuerzas armadas ecuato-guineanas. Estados Unidos no está tan interesado en seguir con esa formación en estos momentos, así que es hora de un relevo, es hora de que Israel entre en juego una vez más. Comienza un nuevo capítulo de «el timo de los israelíes». Bien es cierto que para que se produzca hace falta un tonto útil. Obiang no sabe en qué gastarse los millones y millones de dólares que obtiene del petróleo y que guarda en bancos estadounidenses. Ya tiene mansiones, terrenos, aviones, coches, así que pagará gustoso la factura que le presenten los israelíes sin pedir referencias de sus «éxitos» anteriores.
Lo único bueno de esta relación es que su comienzo anuncia el fin de Obiang y de su régimen. Que este final se parezca al de su tío Macías, ejecutado, o al de Pinochet, perseguido por la justicia hasta la tumba, depende en gran parte de lo bien que entrenen los israelíes a la guardia presidencial. Cuanto mejor lo hagan peor para Obiang, aunque él crea lo contrario, perderá mucho más que el dinero que les paga.