Cuando el Papa Benedicto XVI afirmó que «La violencia de la Jihad en el Islam contrasta con la naturaleza de Dios y del alma«, muy probablemente había caído en los tópicos sin saber que Jihad, ese concepto fundamental del Islam, no significa ni Guerra, ni Santa, sino el esfuerzo o combate, y su sentido es […]
Cuando el Papa Benedicto XVI afirmó que «La violencia de la Jihad en el Islam contrasta con la naturaleza de Dios y del alma«, muy probablemente había caído en los tópicos sin saber que Jihad, ese concepto fundamental del Islam, no significa ni Guerra, ni Santa, sino el esfuerzo o combate, y su sentido es «esfuerzo en la senda de Dios». El término que la religión mahometana utiliza para la guerra es Harb. Fiel la idea de la «religión» que proviene de religare – «atar dos veces» al creyente, individual y socialmente-, el Islam determina dos tipos de Jihad: el «gran Jihad» que hace referencia a la lucha espiritual diaria de los fieles, al entrenar el alma para controlar los instintos básicos y el perfeccionamiento interno, y el «Jihad menor» que no es otro que la defensa de los territorios del Islam, de sus habitantes y del propio Islam ante los peligros externos. En este sentido, Jihad legitima todo tipo de acciones y contiendas. Hay otras acepciones de Jihad más mundana como en la que se emprendió en el Irán de la era de Jomeini, al formarse varias brigadas llamadas Jihad sazandegui «la batalla por la reconstrucción», cuya misión era llevar agua, luz y los servicios básicos a miles de aldeas desatendidas, o Jihad contra el analfabetismo.
Más allá de la necesidad de cuidar la precisión en el uso del lenguaje sobre todo a estos niveles altos como el del líder de la Iglesia católica, además de cuidar el tacto, hay que ser justo en el momento de valorar los hechos históricos. Pues, no hay que olvidar que si bien es cierto que la religión mahometana es utilizada por parte de algunos para emprender acciones violentas, no es menos cierto que la religión cristiana ha sido utilizada por parte de, por ejemplo, George Bush para emprender las dos ultimas guerras -la de Afganistán e Irak-, que han dejado decenas de miles de muertos inocentes por el camino. Si no fuera por el hecho de que el presidente norteamericano identificara la «guerra contra el terrorismo» como una «cruzada», y un choque entre el cristianismo y el Islam, no había podido contar con el voto y apoyo de millones de cristianos evangélicos, montar campos de concentración y exterminio como Guantánamo.
Pocas veces como en las últimas tres décadas los dioses han sido invocados para justificar intereses político-económicos. «Tierra prometida», «Pueblo elegido» «destino Manifiesto» o «El Bien contra el mal» han servido para manipular las convicciones más íntimas de los creyentes.
A todas luces parece que mientras allí se necesita un Erasmus de Rótterdam para que separe la religión del poder político, aquí estamos siendo testigos de cómo su herencia se está echando a perder de forma sutil y progresiva.
Cui bono? «A quién beneficia», pregunta del derecho romano, que se presenta como la herramienta imprescindible para comprender cómo la nueva Cruzada o Guerra Santa sólo han hecho felices a las multinacionales de armas.
¡Que los líderes religiosos de allí y de aquí en vez de entretenerse y entretenernos en guerras religiosas, se preocupen por graves problemas de la humanidad, como una pobreza «terrorista» y obscena que inunde a miles de millones de personas cristianas, musulmanas o budistas!.
¡Y que de una vez por todas dejen en paz a los dioses!