No conocía el Norte de México. Estuve en algunas de sus ciudades en el inicio de marzo a invitación del Partido de los Comunistas de aquel país. Fue un viaje por lo inesperado. Me hace pensar en la jornada de Leopold Bloom en el Ulises de Joyce. Con una diferencia: casi todo era desconocido para […]
No conocía el Norte de México. Estuve en algunas de sus ciudades en el inicio de marzo a invitación del Partido de los Comunistas de aquel país. Fue un viaje por lo inesperado. Me hace pensar en la jornada de Leopold Bloom en el Ulises de Joyce. Con una diferencia: casi todo era desconocido para mí.
Monterrey me surgió como una ciudad no imaginada. La capital del Estado de Nuevo León es el polo de la gran industria mexicana. El primer choque aconteció en el aeropuerto, ultramoderno, funcional. Caminando entre mármoles ofuscantes, en una atmósfera de lujo, me sentía fuera de América Latina.
Monterrey, con casi 6 millones de habitantes, es una extraña vitrina del México desarrollado, una isla de riqueza en un país donde decenas de millones viven abajo del nivel de pobreza no obstante el país poseer enormes recursos naturales.
Una burguesía arrogante vive, actúa y habla ahí como si fuera estadounidense. No lo confiesa, más desarrolla una mentalidad anexionista. Le gustaría que Monterrey fuese parte del gran país vecino.
El urbanismo refleja ese sentimiento.
La modernidad no genera por si sola armonía y belleza. La Macroplaza impresiona por la vastedad. Es una de las más gigantescas plazas del continente. Más, deshumanizada, carece de personalidad. Las estatuas de los padres de la Independencia, Hidalgo y Morelos, de Juárez y del general que fusilo al emperador Maximiliano, discrepan de un proyecto anti-popular. Los héroes tutelares están allí para engañar. El centro administrativo-financiero enmarcado por edificios imponentes más feos, fue concebido como núcleo aislado. Amplias avenidas de acceso lo aíslan del cuerpo vivo de la ciudad. Alguien me informo que facilitan la represión policial en caso de necesidad.
Monterrey es el gran paraíso mexicano de las trasnacionales. Los grandes señores de Nuevo León -algunos descendientes de inmigrantes europeos, sobre todo franceses, que llegaron al país en el final del siglo XIX- proclaman obviamente que la adhesión de México al Tratado de Libre Comercio de América del Norte beneficio al país. Mienten. El TLCAN arruino a la agricultura y a la industria nacionales, liquido prácticamente el sector empresarial del Estado y abrió las puertas a la absorción casi total de la banca nacional por la extranjera. La tierra donde nació el maíz importa hoy casi seis millones de toneladas de aquel cereal.
Las políticas neoliberales desnacionalizadoras, aplicadas por sucesivos gobiernos en el cuadro del TLCAN, permitieron el enriquecimiento galopante de una minoría, empobreciendo a la mayoría. Economistas como Arturo Huerta, profesor de la UNAM, iluminaron bien la profundidad del desastre.
En México el neoliberalismo supuestamente modernizador esta en el origen de situaciones de contornos surrealistas. La desaparición de los ferrocarriles, por ejemplo. Los trenes de pasajeros acabaron en un país donde una extensa red ferroviaria desempeño un papel fundamental en su desarrollo. El presidente Zedillo, presionado por las trasnacionales del automóvil, decidió extinguir esa red y venderla a la Union Pacific de los EEUU. Este mantiene solo el tráfico de mercancías. Semanas después de terminar su mandato, Zedillo fue nombrado para un alto cargo de dirección de la Union Pacific…
En Monterrey no es evidente la miseria que tanto impresiona a los extranjeros en la Ciudad de México, la mayor ciudad del mundo con casi 20 millones de habitantes. Más la pobreza se exhibe en el caserío de los cerros de la periferia. La sociedad de clases intenta cubrir con una capa de barniz las llagas del sistema, pero no consigue ocultarlas.
La atmósfera en Saltillo, la capital del Estado de Coahuila, a una centena de kilómetros, cambia. La ciudad, que ronda los 800 000 habitantes, es también un centro industrial, más allí la burguesía ostenta menos su riqueza.
La región, como gran parte del Noreste, es semiárida, lo que vuelve a la pobre agricultura local dependiente de la escasa agua disponible. Menos del 15% del territorio mexicano es cultivable, pero como el país tiene el cuádruplo de la superficie de España, podría ser un gran exportador de alimentos si otra fuese la política de la clase dominante. La conquista del gobierno central por la derecha acentuó, mucho más, la subordinación servil de los intereses nacionales a los de los EEUU. El presidente Fox, ex presidente de la Coca Cola mexicana, administra el país como dócil instrumento de la potencia imperial. En este final de mandato su gran objetivo es la apertura – con la complicidad del Partido Revolucionario Institucional, el viejo PRI – del sector energético, o sea la privatización del petróleo y de la electricidad, lo que resta prácticamente del otrora más importante conjunto de empresas públicas de América Latina.
La proximidad de los grandes desiertos del Norte habrá sido motivo de la creación en Saltillo del Museo del Desierto. No imaginaba la existencia de algo semejante. En un país que hace de la museología un arte (el Museo del Antropología de la Capital es uno de los más bellos del mundo), la institución del Estado de Coahuila abre a los visitantes los portones para un viaje científico fascinante por el universo desconocido de los desiertos desde la prehistoria hasta la actualidad. Las secas duran en ciertas épocas hasta diez años. Más la capacidad de adaptación de las plantas y de la fauna es tal que la vida animal y vegetal nunca muere en aquellas soledades donde cactos gigantescos brotan de suelos lunares.
Saltillo es mucho más mexicana de lo que es Monterrey. La influencia – material y cultural – se muestra en la organización de la vida, en la furia consumista, en los comportamientos individuales. Símbolos del poder imperial aparecen hasta en el vestuario. Pero el humor criollo responde con imaginación. En almacenes de ropas de marca vi en los aparadores playeras con los emblemas del FBI y de la CIA. Con una peculiaridad. En el círculo envolvente de las tres letras del primero estaba estampada una definición: Fanáticos Borrachos Incurables. Algo parecido para la CIA.
En el centro histórico de Saltillo sobreviven bellos edificios de la época colonial. Fue en uno de esos antiguos palacios que tuve la oportunidad, en encuentro promovido por el Partido de los Comunistas, de México, de hablar sobre la crisis global del mundo contemporáneo, desarrollando el tema «socialismo o barbarie». Tal como en la víspera en Monterrey – ahí en la sede de un Sindicato – el debate duro más de dos horas. Fue gratificante el contacto con compañeros de lucha que, en condiciones muy desfavorables, no solamente mantienen una combatividad ejemplar sino revelan un conocimiento claro de los clásicos del marxismo y un interés absorbente por la marcha de las ideas en Europa y en la totalidad de América Latina.
En México los programas de los visitantes desconocen las distancias. Al día siguiente por la mañana estaba en la vertiente del Pacifico. En la tarde, después de una jornada de 250 Km a través de dos estados – Jalisco y Nayarit- fui recibido por los camaradas del Partido de los Comunistas en la ciudad de Tepic.
Un encuentro con la juventud fue el prologo de una palestra en la Biblioteca Marx-Lenin en sesión presidida por su directora, una joven, hija de Alejandro Gascón, un cuadro histórico del Partido, fallecido semanas antes.
Podría concluirse que el Partido de los Comunistas tiene una fuerte implantación nacional y una bancada en el Congreso. Seria entretanto una conclusión errada. No obstante contar con 10 000 afiliados, no ha conseguido hasta hoy obtener siquiera registro como organización partidaria, sin el cual no puede disputar ninguna elección. El engranaje perverso del sistema político mexicanos permite absurdos como este.
En Tepic, durante casi tres horas el debate incidió prioritariamente sobre las guerras asiáticas del sistema de dominación imperial y las luchas en curso en el Continente Americano destacadamente en Venezuela Bolivariana y en Colombia, bien como el combate al proyecto anexionista del ALCA. La cantidad y calidad de las intervenciones reforzó mi convicción de que la América Latina en este inicio de siglo es un laboratorio social donde fermenta la voluntad de resistencia de pueblos impacientes por asumir el papel de sujeto transformador de la historia. Sentí esto también días antes al hablar sobre Bolívar en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a invitación del Núcleo de apoyo a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia- Ejercito del Pueblo.
En Tepic fui espontáneo al expresar al final mi admiración por el pueblo de México, hijo de dolorosas fusiones cuya síntesis inacabada hizo posible la más bella y profunda cultura de las Américas.
La Juventud Comunista me acompaño hasta el aeropuerto de Tepic, en una despedida que me emociono. La mañana siguiente, rumbo a Lisboa, volando sobre el Atlántico, repasando imágenes y palabras de las jornadas mexicanas, surgió en mi un sentimiento de confianza en la humanidad. Acredito que ella va a sobrevivir al desafío del sistema del poder exterminista de un capitalismo condenado a desaparecer.
Traducción: Pável Blanco Cabrera