La compleja situación de Asia central y el interés de las grandes potencias en Kirguistán, por su ubicación estratégica, parecen obligar al gobierno interino a prestar la misma atención a los problemas internos que a los externos. Una clara señal de que la región mira con recelo el poder de la movilización popular es que, […]
La compleja situación de Asia central y el interés de las grandes potencias en Kirguistán, por su ubicación estratégica, parecen obligar al gobierno interino a prestar la misma atención a los problemas internos que a los externos.
Una clara señal de que la región mira con recelo el poder de la movilización popular es que, tras el levantamiento que derrocó al presidente kirguiso, Kurmanbek Bakiyev, el 7 de abril, Kazajstán cerró su frontera común.
El presidente kazajo, Nursultan Nazarbayev, no autorizó la reapertura de la frontera hasta el 20 de mayo, pese a los reclamos de Bishkek de que con esa medida no haría más que empeorar una situación económica ya mala.
La mayoría de las importaciones y exportaciones de Kirguistán pasan por esa frontera.
«Hay una sola razón que justifica las acciones» del gobierno de Kazajstán, dijo a IPS el fundador del partido Movimiento Democrático de Kirguistán, Jypar Jeksheev.
«Nuestros vecinos autoritarios organizaron un bloqueo económico para demostrar a sus ciudadanos que es inaceptable un cambio de régimen en Kirguistán y que sólo puede llevar a la desestabilización», añadió.
Cuando Nazarbayev no cumplió su promesa de abrir la frontera el 11 de mayo, la presidenta kirguisa interina, Roza Otunbayeva, se mostró profundamente desilusionada y respaldó sus críticas con acciones.
Bishkek cortó el suministro de agua, procedente del río Talas, al sur de Kazajstán el 19 de mayo. Cuando 50.000 hectáreas de tierras se quedaron dos días sin el vital recurso, el mensaje llegó al gobierno de ese país y la frontera se abrió.
«Kirguistán puede influir en ciertos actores externos. Kazajstán abrió sus fronteras cuando mostramos nuestra carta de triunfo», señaló Almazbek Atambayev, primer suplente del presidente y ex primer ministro.
«Es un hecho que las grandes y medianas potencias siempre estuvieron interesadas en Kirguistán y sus recursos», dijo a IPS el analista Toktogul Kakchekeev. Uzbekistán y Kazajstán querrían poder controlar los recursos hídricos de la región y promueven la creación del Consorcio de Energía y Agua de Asia Central», añadió.
Desde los disturbios, la frontera con Uzbekistán permanece cerrada o muy restringida la circulación. Las autoridades uzbekas temen, con razón, que los enfrentamientos entre kirguisos y uzbekos, que estallaron en la ciudad de Jalal-Abad, en el sur de Kirguistán, se propaguen a su país.
La economía del sur de Kirguistán depende del comercio con el valle de Fergana, en Uzbekistán. En situaciones normales, miles de comerciantes uzbekos van a vender y a comprar a las ciudades kirguisas de Osh y Karasu.
Los gobernantes kirguisos temen que países lejanos aprovechen el conflicto interno y que los cercanos traten de controlar su territorio.
«A los rusos les gustaría mantener cierto control mediante la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva», indicó Kakchekeev.
«Tayikistán y Kirguistán no tienen futuro como estados independientes», declaró a una radio rusa el presidente del Partido Liberal Democrático, Vladimir Jirinovsky, el 17 mayo. «Hagamos que se convierta en el noveno distrito» de la Federación Rusa, añadió.
«No hay que desechar la versión que dice que los rusos están detrás del conflicto interno para justificar el despacho de efectivos de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva», dijo a IPS un analista que no quiso revelar su nombre. «Sería bueno para Rusia en términos geopolíticos», añadió.
Kirguistán tiene 5,4 millones de habitantes, incluidos los 756.000 uzbekos concentrados en el sur del país. Apenas estalló el conflicto en Jalal-Abad el 19 de mayo, el gobierno interino envió soldados.
Las autoridades kirguisas son conscientes de que China, Estados Unidos y Rusia tienen intereses en este país. Es el único en el mundo con bases militares rusas y estadounidenses.
El principal interés de Estados Unidos es contrarrestar la influencia de China, aunque en la actualidad le sirve como base para enviar efectivos a Afganistán, indicó Kakchekeev.
Hay «especialistas que suelen señalar la necesidad de que Kirguistán tenga un control externo», indicó Atambayev. «Creo que podemos solos», apuntó.
Peor que Rusia es el Fondo Monetario Internacional, según Kakchekeev. «Le debemos 2.600 millones de dólares y Estados Unidos puede aprovecharse de eso para ejercer su control, o hasta vender nuestra deuda a China», explicó.
«Las potencias no quieren que haya disturbios en Kirguistán porque puede convertirse rápido en un gran problema regional y, sólo por su proximidad, afectar la situación de Afganistán, Pakistán y la provincia china de Xinjiang», señaló Kakchekeev.
«Dependerá de la iniciativa del gobierno interino, que es frágil y no tiene verdadera legitimidad», señaló I. Abdurazakov, integrante del independiente Instituto de Políticas Públicas, con sede en Bishkek. «Si no, las partes interesadas aprovecharán la situación en su beneficio», apuntó.
«Es una prueba difícil, pero no podemos, ni debemos, permitir que nos controlen otros ni ser parte de Rusia. Debemos preservar nuestra independencia», concluyó Jeksheev.