El reciente Encuentro Internacional del Anarquismo, celebrado en la localidad suiza de Saint Imier del 8 al 12 de agosto, ha significado un jalón importante en el proceso de recomposición y resurgimiento que están viviendo las ideas libertarias en los últimos tiempos. Al calor de una crisis social y económica de una intensidad nunca vista […]
El reciente Encuentro Internacional del Anarquismo, celebrado en la localidad suiza de Saint Imier del 8 al 12 de agosto, ha significado un jalón importante en el proceso de recomposición y resurgimiento que están viviendo las ideas libertarias en los últimos tiempos.
Al calor de una crisis social y económica de una intensidad nunca vista por las personas que hoy pueblan el continente europeo, la iniciativa emprendida por diversas redes del anarquismo social y organizado (desde la Internacional de Federaciones Anarquistas, hasta las organizaciones vinculadas a la web www.anarkismo.net), de rememorar el Congreso que dio nacimiento, en 1872, a la Internacional Antiautoritaria, ha resultado un éxito indiscutible.
Miles de personas, en representación de cientos de organizaciones o a título individual, provenientes de los cinco continentes, se han dado cita este verano en una localidad que ha visto sucederse una increíble marea de creatividad e innovación política. Charlas, conferencias, debates, conciertos, exposiciones, reuniones formales e informales, han permitido acercar redes inconexas y proyectos rigurosos, interrelacionar organismos de una vitalidad que resultaría sorprendente, si no fuera el resultado del trabajo consciente y, en muchos casos, organizado, de miles de personas de todos los rincones del Globo.
La presencia de la juventud ha sido apabullante y, pese a las dificultades al operar las traducciones en una auténtica Babel cosmopolita, la altura de los debates no ha dejado nada que desear.
Lo libertario encara la crisis en sus múltiples manifestaciones (con una perspectiva central expresada desde la misma rueda de prensa que dio inicio al Encuentro: el repudio de la deuda); propone mecanismos organizativos concretos, novedosos o tradicionales (como los de la llamada vertiente «especifista» del movimiento, que apuesta por una organización política revolucionaria estructurada y dotada de un programa solvente); interviene en las luchas sociales del presente (es de destacar la generosa presencia de activistas provenientes de las múltiples experiencias del universo Occupy); prefigura en el día a día la arquitectura de un mundo futuro que puede irse construyendo en el ahora (las iniciativas autogestionarias también tuvieron su espacio en el debate).
Pese a las enormes dificultades de poner en marcha una iniciativa de esta envergadura, y a las disfunciones y problemas que, sin duda, no pudieron evitarse, lo cierto es que los organizadores han de ser calurosamente felicitados por haber abierto un espacio que ha permitido hacer algo que, a día de ayer, parecía imposible: poner en relación y hacer compartir análisis y debates a la práctica totalidad de las corrientes del anarquismo social y organizado, demasiadas veces alejadas y enfrentadas por cuestiones secundarias y sin sentido.
Hemos vivido la experiencia de compartir y estrechar lazos, de cooperar y de estar amistosamente en desacuerdo, de construir y de saber que, a veces, hay que esperar y variar los ritmos para profundizar las posibilidades de una confluencia.
Hemos vuelto a ser un movimiento, un proyecto colectivo construido cooperativamente para la defensa de los intereses de la clase trabajadora, un espacio donde los desencuentros son naturales y no constituyen la excusa para la agresión, donde las contaminaciones mutuas permiten iluminar la abundancia inherente a lo vivo, donde las miradas abren la posibilidad de construir universos novedosos en ruptura con lo existente.
Así pues, no puede dudarse de que, pese a los agoreros de todos los pelajes, después de ciento cuarenta años, el anarquismo ha vuelto a vibrar en Saint Imier con la potencia que otorga la pluralidad y la rebeldía ingobernable.
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