Las inminentes elecciones nacionales en Uruguay, han provocado entre otras cosas el adelanto del carnaval. Como toda fiesta que se respete, también ésta tenía que ir acompañada por un suculento feriado.Y así fue. Por primera vez en su breve historia, el país pintó de rojo el 10 de setiembre en cada almanaque uruguayo. Se conmemoraba […]
Las inminentes elecciones nacionales en Uruguay, han provocado entre otras cosas el adelanto del carnaval. Como toda fiesta que se respete, también ésta tenía que ir acompañada por un suculento feriado.
Y así fue. Por primera vez en su breve historia, el país pintó de rojo el 10 de setiembre en cada almanaque uruguayo. Se conmemoraba el centenario de la muerte del General Aparicio Saravia. Sobre su figura, no tengo inconveniente en confesar mi ignorancia enciclopédica. Me ha quedado, un poco descascarado, el barniz que nos daban en las clases de historia del «Eugenio Capdevielle» de Fray Bentos, allá por el año 70.
Es obvio que se trata de una figura anónima fuera de nuestras fronteras. Así como no tengo derecho a exigirle a ninguno de mis compatriotas un certificado de erudición sobre Abel Carlevaro, Johann Sebastian Bach, Julio Cortázar, Luis Pasteur o Ernesto Guevara – todos ellos mucho más relevantes internacionalmente – me asiste legítimamente el derecho de no sentirme en culpa por mis lagunas con respecto al General de poncho blanco.
Una cosa es clara: o no era un personaje ejemplar como dice la mayoría de sus apólogos, o estos falsean su legado fecundo. Sólo de esta forma se puede explicar que quienes levantan su estandarte, pertenezcan a uno de los partidos políticos uruguayos al que le cabe gran parte de la responsabilidad en la entrega y el derrumbe del país: el Partido Nacional o Partido Blanco.
La historia del mismo está indisolublemente ligada al gran latifundio, a la oligarquía vernácula y a los privilegios de un puñado de familias. De todas formas, esto es harina de otro costal.
El acto de conmemoración sirvió para que el Partido Nacional, en medio de una festichola Kitsch hiciera subir al tablado a su candidato a Presidente de la República.
Así, entre humildes jinetes que la coqueta zona del Prado miraba como intrusos, humeantes choripanes, himnos y marchas varias, avionetas, cantautores que entonaban canciones extrañadas de lo que son las urgencias de un país fundido y agonizante y jóvenes que en una ridícula ceremonia se apersonaban con una bandera al micrófono para descerrajar un «presente mi General», la plana mayor del Partido Nacional hizo la presentación en sociedad de la receta mágica con la que se propone sacar al país del fondo del tacho.
Si en el largo y perseverante camino de la destrucción, fueron dejando las miguitas de pan como Hansel y Gretel, nadie mejor que ellos puede encontrar el sendero que conduce al añorado borde del tacho.
«No precisamos barbudos de afuera para evocar»
Parecía una pesadilla abandonada definitivamente con dos vueltas de llave, en el ropero del fascismo que asoló al Uruguay durante los largos años de la dictadura cívico-militar.
Si no conociéramos el odre del que proviene este vino, podríamos atribuir la frase a un esquizofrénico, a un analfabeto o – tibio, tibio.- a un Pedro Picapiedra del escenario preelectoral uruguayo.
A menos de dos meses de las elecciones nacionales, la barba retorna triunfal como fetiche preferido por la derecha más rancia y troglodita de la «tacita de (p)lata».
Jorge Larrañaga, candidato a la Presidencia de la República por el Partido Nacional, finalmente, dejando de lado su ridículo «aggiornamento» progresista que » ni a un gurí de teta le hace gracia», muestra en esta ocasión su verdadera hilacha intolerante.
Lo hace agitando uno de los blancos preferidos por los militares uruguayos: los barbudos.
Y, ¿cuáles barbudos? Los de afuera y – agregaría yo – muchos de los de adentro.
Gente de campo, humilde, trabajadora y honesta. El arquetipo al que el candidato nacionalista dice defender y por el cual está dispuesto a «sacrificarse» durante su eventual mandato presidencial. Así eran los «peludos».
Cañeros de los ingenios azucareros del norte uruguayo. Explotados desde siempre como bestias por latifundistas que en su gran mayoría votaban por el partido del Dr. Larrañaga. Es en éste fundamentalmente, que se anida esa especie nefasta y parásita de la sociedad uruguaya.
De todos modos, el sentido exacerbado del orgullo nacional, le impide al Dr. Larrañaga recordar que fue un hombre de su partido – el entonces Ministro de Hacienda Juan Eduardo Azzini – en el lejano 1959, quien dio el puntapié inicial al derrumbe del país, firmando la primera carta-intención con el Fondo Monetario Internacional.
Este es un simple detallecito que Larrañaga pasa por alto. Ya en picada y abriéndose paso a bolazo limpio, el hombre nos descerraja sin inmutarse, que «él tendrá muchos defectos, pero no el defecto de la soberbia ni el defecto de la arrogancia».
De la responsabilidad histórica de su partido en la bancarrota del país, ni una palabra. ¿Cómo se puede ser tan impunemente irresponsable?
En aquel año de inundaciones,1959, mientras el Partido Nacional a través de Juan Eduardo Azzini iniciaba el largo y bochornoso camino de la renuncia a la dignidad y a la soberanía nacional, otro pueblo heroico la recuperaba gracias a esos barbudos que tanta urticaria le provocan al «líder» nacionalista.
Su líder máximo, el Dr. Fidel Castro Ruz, supo ganarse el prestigio y la estima de millones de jóvenes de todo el continente, barbudos o no, gracias a su olfato de estadista y a la prédica con su ejemplo desde la trinchera, mecanismos absolutamente exóticos en la democracia formal y vacía de los partidos tradicionales uruguayos, en las que el modo de abrirse paso es a codazo limpio y con la sistemática demostración de incapacidad.
Siempre gana el más burro
Y cuando entran, son peor que una garrapata. Como esas visitas inoportunas, no se sabe cuándo llegan pero sí se sabe que no se irán. Hay que echarlos o – si no queremos ser groseros – pedirles que cuando salgan, no se olviden de arrimar la puerta. Lacalle, Sanguinetti y Bordaberry, son solo algunas perlas de un collar infinito. Larrañaga nos propone más de lo mismo.
En la chatura gris de su horizonte, tendrán cabida sólo el aumento de la pobreza, de la desocupación, de la coyunda fondomonetarista, de la emigración, de la ignorancia y de la impunidad, de la cual el último caudillo de su partido, Wilson Ferreyra Aldunate, fue uno de sus artífices.
Podrá llenarse la boca con la libertad abstracta que nada significa para quienes sienten el aliento de la miseria en la nuca y la tenaza implacable del hambre estrujándoles el estómago.
Podrá embestir contra los barbudos, cuando usa la cabeza.
Lo que en cambio no podrá negar, es que Cuba, gracias a esos vituperados barbudos, compite actualmente a nivel internacional con los países industrializados en campos como los de la investigación científica, la educación, la cultura, las artes y la asistencia sanitaria.
Allá abajo, en su-nuestro país, el modelo continuista y devastador de Larrañaga y su partido, continúa incrementando la delincuencia de quienes no tienen otra alternativa que la de robar para sobrevivir, aumentando vertiginosamente las muertes por desnutrición y empujando a los niños a comer pasto hervido con sal, en el país de las vacas.
Los problemas son múltiples y sumamente complejos. A pesar de ello, no cabe ninguna duda de que mientras esta clase política continúe en el ruedo, el pueblo uruguayo encontrará en ella el odioso muro que separa las pesadillas de los sueños.