Hace diez años, la batalla de Seattle fue el epicentro de un terremoto político global. Varias decenas de miles de manifestantes lograron bloquear la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Las distintas marchas, teatros callejeros, sentadas y acciones de desobediencia civil no violenta contra la reunión ministerial de la OMC se enfrentaron a […]
Hace diez años, la batalla de Seattle fue el epicentro de un terremoto político global. Varias decenas de miles de manifestantes lograron bloquear la cumbre de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Las distintas marchas, teatros callejeros, sentadas y acciones de desobediencia civil no violenta contra la reunión ministerial de la OMC se enfrentaron a gases lacrimógenos, balas de goma, cargas policiales y arrestos masivos. Sin embargo, los grupos ecologistas y anarquistas, las fuerzas sindicales, redes feministas, trabajadores y activistas de toda clase reunidos en Seattle optaron por resistir. Y en ese valioso acto de resistencia demostraron a las y los explotados y oprimidos del mundo que también se puede ganar.
Antes de los bloqueos nadie esperaba que aquellas protestas pudieran dar lugar a un movimiento de resistencia al capitalismo de escala global, pero así fue. El éxito de las protestas ante una de las instituciones insignia del capitalismo global extendió el espíritu de Seattle por todo el planeta. Una nueva generación de activistas se lanzaría a organizar protestas en cualquier ciudad donde se reunieran las instituciones económicas globales como el Banco Mundial (BM), el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el G8. La luna de miel del neoliberalismo estaba llegando a su fin.
El desarrollo del movimiento anticapitalista durante estos diez años merece una especial atención. Durante los próximos seis meses ciudades como Sevilla, Barcelona o Madrid acogerán las cumbres ministeriales de la Unión Europea (UE) y ya se preparan sus respectivas contracumbres para bloquear las reuniones de la Europa del capital y la guerra. Recordar la batalla de Seattle diez años después puede ser también una fuente de inspiración para hoy.
Las lecciones de Seattle
Ante la atenta mirada de medio mundo, el éxito de las protestas contra la OMC entre el 30 de noviembre y el 3 de diciembre de 1999 permitió unificar las luchas y visibilizar su origen común. En las calles de Seattle confluyeron activistas de muy distintas trayectorias políticas y con muy distintas reivindicaciones. Aquello que inicialmente se conoció como el «movimiento de movimientos» rápidamente pasó a convertirse en un movimiento anticapitalista de ámbito global.
Taxistas, estibadores, LGTB, ecologistas, intelectuales, granjeros, organizaciones de derechos humanos, de justicia social, humanitarias, estudiantes, personas inmigradas, grupos de acción directa, redes feministas, trabajadores de la construcción y muchos más se unieron a las protestas. Todas y todos coincidían en que la causa común de sus problemas eran las políticas globales dictaminadas por la OMC.
La diversidad del movimiento fue ampliamente celebrada, pero también su unidad. Todos tenían un objetivo común: bloquear la entrada del Teatro Paramount para impedir que los 3.000 delegados de la OMC inauguraran la nueva Ronda del Milenio. 35.000 personas venidas de todos los rincones de EEUU, Canadá y en menor medida de América Latina, Asia y África acudieron al bloqueo. Los grandes medios de comunicación mostraron al mundo el asombro de los delegados al verse rodeados por una multitud de manifestantes. Muchos de los delegados de los 135 países miembros de la OMC ni siquiera pudieron acceder al Teatro Paramount.
La inauguración programada para el 30 de noviembre fue suspendida por las protestas. Un manifestante dijo a la prensa: «llevo 30 años protestando aquí y allá, gritando como hoy ‘Shut’em down! Shut’em down!’ [que las cierren], pero es la primera vez que lo estamos logrando».
Aquel emergente movimiento había tomado por sorpresa a sus adversarios, quienes no esperaban protestas tan importantes en una ciudad industrial como Seattle, en el extremo noroeste de EEUU y en la frontera con Canadá. Esa misma noche las autoridades locales decretaron el estado civil de emergencia y levantaron un toque de queda hasta las 6 am. Hubo más de 500 arrestos y se fortificó un área de 50 manzanas alrededor del centro de convenciones. Esta práctica se convirtió en habitual en todas las cumbres posteriores a Seattle.
La prensa escrita, las radios y televisiones cubrieron gran parte de las manifestaciones. Muchos de los 3.000 reporteros y periodistas acabaron uniéndose a las protestas. El sindicato de estibadores paralizó la actividad en todos los puertos desde San Diego hasta Vancouver en Canadá en apoyo a las movilizaciones mientras miles de manifestantes gritaban en las calles «we are winning, don’t forget [estamos ganando, no lo olvideis]».
La diversidad del movimiento, su unidad de acción y una clara estrategia de movilización fueron las claves del éxito. Muy pronto los efectos de aquel terremoto político iniciado en Seattle se dejarían ver por todo el planeta.
La batalla continúa
Con la batalla de Seattle las instituciones económicas globales quedaron señaladas como las responsables del aumento de la desigualdad social, la extensión de la precariedad y la pérdida de derechos sociales. La aparente legitimidad inquebrantable de la globalización económica durante la década de los ’90 cayó de repente al mismo ritmo que se organizaban más y más movilizaciones anticapitalistas.
En Washington DC, 30.000 personas se manifestaron en abril de 2000 y otras 25.000 en septiembre en la ciudad de Praga contra el BM y el FMI. Más de 100.000 activistas bloquearon una cumbre de la Unión Europea (UE) en Niza en diciembre de 2000. Poco después, la propia presión del movimiento forzó al BM a suspender con antelación una importante reunión en Barcelona en junio de 2001. Un mes más tarde, hasta 300.000 personas se manifestaron en Génova contra el G8 tras el asesinato del activista italiano Carlo Giuliani por los carabinieri mientras participaba en un bloqueo.
El espíritu del movimiento anticapitalista arraigó con fuerza por todo el planeta. Sin embargo, las manifestaciones contra las grandes instituciones económicas sólo eran la punta del iceberg del profundo descontento social existente. Ya en 1999 más de un millón de personas habían votado en Francia por la candidatura trotskista a las elecciones europeas. La red ATTAC por la tasación de los flujos financieros tuvo un crecimiento espectacular en casi toda Europa. Huelgas y protestas masivas estallaron por toda América Latina contra el neoliberalismo y las privatizaciones. Al mismo tiempo se reforzaron los comités de apoyo zapatista por todo el planeta y en Sudáfrica los más oprimidos vencían a las grandes empresas farmacéuticas en su lucha contra las patentes de los medicamentos para paliar el SIDA.
El Estado español no fue ajeno a las dinámicas del movimiento anticapitalista. El impacto de la batalla de Seattle se hizo evidente en un gran espectro de la izquierda social y política. El 12 de marzo de 2000, coincidiendo con las elecciones generales, más de 20.000 activistas organizaron en Catalunya una consulta social sobre la deuda externa. A pesar de la prohibición de la consulta por parte de la Junta Electoral Central, se recogieron más de 1.087.000 votos a favor de la cancelación de la deuda, un 98% del total de votos emitidos. Al mismo tiempo, en varias ciudades surgieron nodos del Movimiento de Resistencia Global (MRG) que, inspirados por los bloqueos de la OMC, movilizarían a miles de jóvenes hacia las protestas de Praga del 26 al 28 de septiembre de 2000 contra la cumbre del BM y el FMI.
En la primavera de 2001, la campaña contra la visita del BM a Barcelona reunía a un abanico muy amplio de organizaciones sociales, sindicales y políticas. El BM canceló su reunión pocos días antes por temor a las protestas en el centro de la ciudad. 35.000 personas celebraron aquella victoria en una manifestación por la globalización de las resistencias. Tal y como había sucedido en Seattle, la diversidad del movimiento, su unidad de acción y una clara estrategia de movilización fueron claves para entender los éxitos del momento. Éxitos que se repitieron durante el primer semestre de 2002, cuando el gobierno de Aznar ostentaba la presidencia de la UE. Decenas de miles de personas se manifestaron contra las cumbres de la UE en València, Zaragoza, Madrid y Santiago de Compostela. El 16 de marzo, medio millón de personas marcharon en Barcelona tras una pancarta con el lema «contra la Europa del Capital y la Guerra».
Las grandes luchas parecían estar presentes en todas partes, excepto en los centros de trabajo. Sin embargo, dos días antes de la cumbre de la UE en Sevilla (la última de la presidencia española), el gobierno de Aznar fue duramente sacudido por la huelga general del 20-J de 2002, la primera huelga general en ocho años.
El ciclo de movilizaciones abierto tras la batalla de Seattle dio pie a decenas de movilizaciones globales. Pero a nivel local las protestas también avanzaron de forma muy importante. El impulso inicial había permitido desarrollar el propio movimiento a escala global, pero también abrió importantes debates sobre tácticas y estrategias. ¿Bastaba con bloquear las cumbres?
En el corazón del movimiento
Después de Seattle es posible identificar dentro del movimiento anticapitalista tres corrientes diferenciadas entre sí por sus distintas actitudes hacia el Estado y, por lo tanto, con distintas estrategias para cambiar el mundo.
Primera: El sector más moderado y reformista del movimiento, encabezado por la red ATTAC, que basa su estrategia en la presión política a los gobiernos de los Estados para conquistar reformas como la regulación del mercado financiero o demandas como el comercio justo.
Segunda: Los sectores autonomistas han desarrollado nuevas formas de intervención política e inspirados muchas veces por el zapatismo han construido espacios liberados, en oposición a las lógicas de Estado pero también esquivándolo en cierta medida
Tercera: La izquierda revolucionaria, que de una forma nada sectaria plantea la unidad y la movilización desde abajo en una lucha por derribar al Estado y construir otro mundo.
Los debates generados entre las tres corrientes han sido constantes: reforma o revolución, imperio o imperialismo, nueva clase trabajadora o precariado, etc. A pesar de que existe en el imaginario colectivo una idea que asocia movimiento anticapitalista con los disturbios y el black block, cabe señalar que todas las contracumbres organizadas hasta el día de hoy han estado acompañadas de grandes talleres y jornadas de discusión política. Los Foros Sociales continentales y mundiales celebrados entre 2001 hasta 2006 son un claro ejemplo. Intelectuales y activistas de todas las corrientes como Toni Negri, Michael Hardt, Susan George, Naomi Klein, George Monbiot, Alex Callinicos, Daniel Bensaïd, Luca Casarini o Vandana Shiva no dudaron en participar en ellos. Incluso los sectores más autónomos, pese a distanciarse de los foros en sí, organizaron paralelamente sus grandes espacios de discusión. El debate ideológico ha sido central durante estos últimos diez años después de Seattle.
Lo más importante, sin embargo, es que los debates del movimiento han logrado conectar con un amplio espectro social. Lo fue por ejemplo cuando, en el Foro Social Europeo de 2002 celebrado en Florencia y el Foro Social Mundial de Porto Alegre en 2003, los y las anticapitalistas decidieron lanzarse a construir el mayor movimiento antiguerra jamás visto.
¿Hacia dónde vamos?
La batalla de Seattle abrió nuevos caminos para cambiar el mundo de base, coincidiendo con la entrada al nuevo milenio. Ha pasado ya una década y sin embargo el espíritu de Seattle sigue muy presente. Sólo hay que recordar las últimas manifestaciones contra el G20 en Washington y Londres en 2008 y 2009. Pero también hay que decir que los movimientos sociales y políticos jamás se han desarrollado de forma lineal. Se construyen, avanzan y retroceden en condiciones que no eligen. De la misma forma que el capitalismo está sujeto a un desarrollo desigual y combinado, también lo están los movimientos de resistencia.
A pesar de seguir un rumbo compartido, las peculiaridades de la situación política en cada Estado modelan el desarrollo de cualquier movimiento de escala global. En el ámbito local, el movimiento anticapitalista ha tenido que afrontar cambios de gobierno, cada uno con su particular orientación hacia las dinámicas globales del capital. No obstante, para un movimiento internacional e internacionalista, cada pequeña victoria local ha sido también un pequeño avance para el conjunto del movimiento.
Procesos muy distintos han acompañado al movimiento anticapitalista durante estos diez años: las revueltas en América Latina y los nuevos gobiernos contrahegemónicos; la resistencia en Palestina, Líbano, Irak o Afganistán; y las luchas sociales en Europa, como el movimiento antiguerra, la derrota de la Constitución Europea, la revuelta en las banlieues de París en 2005 o la más reciente revuelta griega. Todos ellos han sido una fuente de inspiración para millones de personas en todo el planeta.
Igualmente, los y las anticapitalistas en el Estado español tuvieron que relacionarse con el gran movimiento estudiantil de otoño de 2001 contra la LOU, la huelga general en 2002, el movimiento antiguerra en 2003-04, el movimiento por la vivienda digna en 2007, y de nuevo con el movimiento estudiantil contra el proceso de Bolonia los cursos pasados. Ahora, sumergidos en la crisis económica más importante desde el crack de Wall Street en 1929, los y las anticapitalistas continúan el combate por cambiar el mundo; un combate del que sólo se han librado algunas batallas.
Durante los próximos seis meses, el gobierno español presidirá la UE. Varias cumbres ministeriales se organizarán en distintas ciudades y, como no podía ser de otra forma, el movimiento anticapitalista ya prepara su bienvenida. Previamente, a finales de enero, se celebrarán el tercer FSM descentralizado en Madrid y el segundo Fòrum Social Català en Barcelona; dos espacios idóneos para impulsar las futuras protestas.
El debate ideológico sigue vivo en el corazón del movimiento. Cómo respondemos a la crisis global y cómo articulamos una fuerza política para la izquierda anticapitalista son preguntas que necesitan respuestas urgentes.
Para los y las anticapitalistas, la batalla de Seattle sentó las bases de una estrategia común. La diversidad del movimiento, su unidad de acción y una clara estrategia de movilización continúan siendo hoy pilares fundamentales, si queremos ganar las batallas del presente y del futuro.