¿Le están haciendo la cama a Hu Jintao? Con el comienzo del nuevo año, se aceleran los preparativos del XVII Congreso del PCCh, a celebrar en el segundo semestre, y también la rumorología acerca de la pretendida fortaleza o debilidad del liderazgo de Hu Jintao. Muy recientemente, en algunos medios internacionales se ha formulado la […]
¿Le están haciendo la cama a Hu Jintao? Con el comienzo del nuevo año, se aceleran los preparativos del XVII Congreso del PCCh, a celebrar en el segundo semestre, y también la rumorología acerca de la pretendida fortaleza o debilidad del liderazgo de Hu Jintao. Muy recientemente, en algunos medios internacionales se ha formulado la hipótesis de un serio desencuentro en el seno de la dirigencia china, que enfrentaría a Hu con el vicepresidente del Estado, Zeng Qinghong, quinto en la jerarquía y principal testaferro de Jiang Zemin. Otra hipótesis, esta vez local, sugiere, no obstante, que este último ha cambiado de bando a lo largo de 2006, para reconvertirse en la certera brújula de Hu a la hora de dirigir la actual política de acoso y derribo del clan de Shanghai con el principal e incontestable argumento de la corrupción.
Los pasos de Hu en los últimos meses han sido muy decididos y en la política china ello quiere decir que, con anterioridad, se ha asegurado los apoyos precisos para no darlos en falso, en especial de los aparatos de defensa y seguridad. No parece un temerario. También el programa político de Hu ha ganado en nitidez: nuevo modelo de desarrollo que ponga fin al todo vale, más atención al campo y a la cuestión social, revitalización ideológica del Partido, lucha activa contra la corrupción, fortalecimiento de la soberanía nacional a todos los niveles incluyendo el tecnológico, pluralización y diversificación de sus prioridades internacionales, etc.
La política de Hu, más popular y con más respaldo social que la aplicada por su antecesor, tiene, no obstante, sus detractores, internos y externos: los poderes emergentes que a nivel local gangrenan el Partido, las elites locales y regionales que cómodamente desoían las exigencias del poder central, los actores económicos internacionales que rechazan las nuevas exigencias para los inversores o la normativización de más derechos sociales para la hiperexplotada colectividad laboral china y, en fin, quienes desconfían de una China poderosa que devenga autónoma en el sistema internacional. No es de extrañar, pues, que algún medio llegue incluso a afirmar con rotundidad que el relevo de Hu por Zheng sería hasta conveniente y tranquilizador para el mundo.
Ciertos o falsos estos rumores, la hipótesis de una defenestración de Hu parece poco probable. Es imaginable que Jiang Zemin, partidario de otra política (no me imagino a este exigiendo a Wal-Mart que admita la formación de células comunistas en sus establecimientos de China, a Hu Jintao si), intente hacer valer sus intereses. En los últimos meses, se ha visto participar a Jiang, junto a los máximos dirigentes actuales, en algunas ceremonias importantes. No es un hecho corriente. Se ha dicho que el gesto obedecía a la necesidad de evidenciar la unidad del Partido, preocupación comprensiblemente primerísima, pese a los ataques a los integrantes de su clan. El rodillo de Hu debe decidir ahora quien permanece o no en el próximo Comité Permanente del Buró Político. La permanencia o no de Zeng Qinghong dará la medida de su control del aparato. Y los actuales movimientos de los que se hace eco alguna prensa internacional pueden querer forzar un acuerdo que garantice esa presencia, alargando el plazo de tiempo en que debe dirimirse el futuro de la reforma china no solo en función de sus ritmos sino, sobre todo, de su objetivo final, que no está del todo claro.
El balance de la gestión de Hu en el lustro, casi, que lleva al frente de los destinos de China, es globalmente positivo. Con ese balance, para escenificar una crisis en vísperas de los Juegos Olímpicos, cuando todo el mundo estará pendiente de China, la situación tendría que ser muy grave. Y no parece que sea así. No obstante, llegado el caso, tampoco la hipótesis de un colapso, que otros barajan, es verosímil.
Todos son reformistas, aunque unos más nacionalistas que otros. Pero lo que está en juego no es poco. Los próximos años serán cruciales para la reforma china, no solo por las crisis naturales que le acechan y que son bien conocidas de todos sino, sobre todo, por la definición de su orientación respecto a la fidelidad al proyecto original. Si Hu se garantiza el poder sin ataduras, el continuismo se verá acentuado. Quizás por ello, otros, dentro y fuera, apuesten ya por atarle en corto desde entro, como siempre quiso Jiang Zemin, o, mejor aún, por el relevo, quizás arriesgado a corto plazo, pero con recompensa a futuro si se logra evitar no una China fuerte sino una China autónoma.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China (Casa Asia-Igadi)