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La ciudad como problema sociopolítico y ecológico

Fuentes: Alai

La Ciudad no sólo es una categoría histórica En si misma, la ciudad es el sitio de la división y De la lucha de clases. La historia de la ciudad Es la historia del materialismo dialéctico, es decir, De la historia por excelencia Henri Lefebvre Las sociedades latinoamericanas surgieron como consecuencia de la violenta colonización […]

La Ciudad no sólo es una categoría histórica En si misma, la ciudad es el sitio de la división y De la lucha de clases. La historia de la ciudad Es la historia del materialismo dialéctico, es decir, De la historia por excelencia Henri Lefebvre

Las sociedades latinoamericanas surgieron como consecuencia de la violenta colonización de los pueblos autóctonos por parte de representantes del expansionismo europeo. El sistema económico que se impuso a nuestras sociedades tuvo, desde el principio, como única finalidad, la apropiación y el traslado de las riquezas saqueadas en América hacia las metrópolis europeas. Para lograr ese cometido se fracturaron y dislocaron los sistemas y organizaciones sociales existentes y las ciudades que nacieron tuvieron como fin asentar el poder colonial y estructurar el dominio económico, político, militar y cultural de las potencias invasoras y de sus representantes.

Las modernas ciudades latinoamericanas nacieron como instrumentos de segregación y control antes que de integración y desarrollo.

Cuatro grandes rasgos característicos las identifican:

Su ordenamiento urbanístico reproduce la estratificación y división en clases de sus habitantes (este y oeste en Caracas, norte y sur en Maracaibo).

Su función de enlace integrador fue, no con sus habitantes y con el territorio donde está asentada, sino con la metrópoli colonial en un principio y con los centros del poder capitalista posteriormente (Buenos Aires, Río de Janeiro, Cartagena, Maracaibo).

Su papel fue el de núcleo centralizador del poder y de los recursos de un territorio o país (Bogotá, Ciudad de México, Lima, Santiago de Chile, Caracas).

Su creación artificial, es decir, mientras la mayoría de las ciudades europeas tienen como característica haber fungido como cunas del capitalismo y propulsoras de su posterior desarrollo, las ciudades latinoamericanas nacieron y se desarrollaron como elementos reflejos y accesorios de dicho sistema de organización económico social (Ciudad Guayana, Ciudad Ojeda, Ciudad de Panamá, Sao Paulo, Potosí).

Esta última característica determinó y moldeó los principales rasgos urbanísticos y sociodemográficos de las ciudades latinoamericanas en los últimos 100 años. El modelo de organización capitalista dependiente imperante en nuestras sociedades hizo que en las últimas décadas quienes ejercieron el poder político en nuestras naciones y por ende, actuaron como planificadores, sólo prestaran atención a lo urbanístico, es decir, a la parte física, material del crecimiento de nuestras ciudades, desarrollando las infraestructuras necesarias para los requerimientos de importación, exportación y consumo (autopistas, puertos, y cierto número de viviendas y servicios para la masa trabajadora), dejando a un lado la «civitas», esto es, los elementos sociales, religiosos, políticos, ambientales y etnoculturales de quienes habitan las mismas.

Desde mediados del siglo XIX los sistemas productivos de América Latina se adaptaron a las exigencias del gran capital mundial anglosajón (Inglaterra primero y los EEUU posteriormente). Ingleses y usamericanos promovieron en la mayoría de nuestros países la construcción de vías de comunicación hacia y desde ciudades costeras, e infraestructuras portuarias en las mismas, que facilitaran la salida de materias primas y el ingreso y rápida distribución de sus manufacturas en nuestros países. Esta circulación de bienes y riqueza en estas ciudades actuó (y lo sigue haciendo) como gigantescos imanes para la población rural, población que estaba siendo sometida a la presión del desarrollo de nuevos medios de producción mas tecnificados (uso intensivo del capital) y la ausencia casi absoluta de políticas de distribución de tierras, lo que significaban un enorme aumento de la desocupación entre sus miembros; aunado a esto hay que considerar el impacto que significó en estas poblaciones campesinas la aparición de los medios de transmisión masiva de información y la utilización de la publicidad desde un principio como instrumento para potenciar el consumo como modo de vida, consumo que nació aparejado a la noción de vida citadina. Todas estas variables promovieron el éxodo de masas campesinas hacia nuestros centros urbanos.

La población de nuestras ciudades ha crecido en forma exponencial en los últimos años. Entre 1.850 y 1.980 la población mundial se cuadriplicó, pero la población que vive en ciudades se multiplicó por 40!!

A principios de 1.950 sólo existían 6 ciudades de más de cinco millones de habitantes en el mundo. A principios de este siglo ya existen más de 60!! (48 en países del sur del mundo). En Latinoamérica son paradigmáticas Ciudad de México con 30 millones de habitantes y Sao Paulo con 27 millones. Nuestra Gran Caracas hace rato ya que superó los 6 millones y la Gran Maracaibo supera los 3.

Estas megaconcentraciones humanas actúan como agujeros negros que devoran enormes cantidades de energía, agua, alimentos y toda clase de recursos de sus regiones aledañas y en muchos casos de lugares muy lejanos a ellas, a la vez que generan colosales cantidades de desechos y detritos hacia sus regiones circundantes.

En el futuro inmediato no se vislumbran cambios significativos de las causas estructurales que han actuado como fuerzas centrípetas atrayendo población desde el campo hacia las ciudades. Los últimos estudios realizados en varios países latinoamericanos indican que ni la puesta en práctica de políticas de inversión y promoción de actividades primarias localizadas en el campo produciría un fenómeno de desplazamiento demográfico hacia el mismo.

Como es de prever, nuestras ciudades no han podido recibir y asentar con un mínimo de condiciones de habitabilidad a la marea humana que sobre ellas se ha abatido en los últimos 50 años; la mayor parte de sus habitantes sobreviven arracimados en barrios, favelas, villas miserias o como se les quiera llamar, en condiciones que oscilan entre la precariedad y la miseria más espantosa, siendo las misiones sociales del proceso bolivariano las primeras oportunidades que estas personas han tenido de acceder a las ventajas culturales y sociales de la «civitas, ventajas de las que hablaban Marx, Spengler y Toymbee.

Sin embargo, nuestras ciudades se han convertido en lugares cada día más ajenos, en donde el individualismo y la falta de solidaridad han venido a ocupar los espacios nunca llenados por redes comunitarias de apoyo y convivencia social que personas y familias desarraigadas y empujadas a aglomerarse en macrourbanizaciones, o simplemente en terrenos ocupados a través de invasiones, jamás pudieron construir. En nuestras ciudades las personas que en ella viven, si tienen la oportunidad, se refugian tras muros de concreto, concertinas, alambradas electrificadas y una floreciente industria de protección privada.

El consumismo con sus montañas de estúpidos e inservibles objetos que se nos ha compulsado a adquirir y la televisión con su nihilismo embrutecedor vienen a llenar las necesidades afectivas de quienes así viven, promoviendo en ellas el individualismo y aislamiento de sus vecinos y comunidad.

Los centros comerciales son el templo de esta nueva religión citadina en donde se profesa un culto a la soledad espiritual y a la esquizofrenia postmoderna. En estos lugares donde jugamos a ser lo que no somos y nos sentimos ajenos a nuestra vida y cotidianidad, se produce lo más parecido que en nuestras ciudades se puede entender como procesos socializadores; allí caminamos entre desconocidos, almorzamos en compañía de mil o dos mil personas que no nos miran y ni siquiera notan que existimos y compartimos el gusto por mirar tiendas en las que no compramos.

La Misión Hábitat del proceso Bolivariano, enmarcada en el proceso de impulsar un modelo de socialismo a partir del ser humano, no puede agotarse en la simple construcción de viviendas. La lucha por la transformación de los espacios citadinos se antoja crucial para la construcción de un nuevo modelo de organización económico, político, ecológico y cultural. La lucha por la ciudad es parte de la lucha de clases. Construir una nueva idea de ciudad de carácter verdaderamente democrática, comunitaria, integradora y digna será una de las grandes tareas del socialismo del siglo XXI.

– Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael Maria Baralt (UNERMB), Venezuela.