Por si hubiera necesidad de remarcar la brecha creciente entre el sentir de los ciudadanos y la clase política gobernante, la última encuesta anual sobre opinión pública que realiza el instituto German Marshall Fund de Estados Unidos, es contundente. Este año, la encuesta estaba dirigida sobre todo a Siria y otros acontecimientos del Medio Oriente. […]
Por si hubiera necesidad de remarcar la brecha creciente entre el sentir de los ciudadanos y la clase política gobernante, la última encuesta anual sobre opinión pública que realiza el instituto German Marshall Fund de Estados Unidos, es contundente.
Este año, la encuesta estaba dirigida sobre todo a Siria y otros acontecimientos del Medio Oriente. Está claro que, en Europa, los ciudadanos son profundamente escépticos sobre cualquier intervención militar en Siria. Como promedio, el 70% de los entrevistados en diez países europeos y Turquía, se declararon contrarios.
La patética derrota del Premier inglés Cameron al intentar llevar su país a la guerra, por la negativa que le infligió su propio parlamento, representa un distanciamiento sin precedente entre Washington y Londres, unidos desde siempre por «una relación especial». El otro aliado europeo para la intervención en Siria, el presidente francés Hollande, encontró que el 65% de los franceses estaban en contra de cualquier tipo de intervención. La líder alemana Merkel (no está interesada en ser una líder europea), tuvo mucho cuidado en distanciarse de la cuestión siria.
Pero la encuesta del German Marshall Fund señala que también, en el otro lado del Atlántico, el 62 % de los americanos se opone a intervenciones militares, en comparación con el 55% de hace un año. El giro de Putin, al buscar una salida política y no militar, lo ha vuelto a colocar entre los líderes mundiales, a pesar de sus dudosas cualificaciones.
Estamos claramente en un mundo esquizofrénico, donde la inmensa mayoría dice una cosa y una ínfima minoría hace otra, a nombre de la primera. Holanda, símbolo de civismo y tolerancia, acaba de decidir la compra de 37 unidades del Jet F35 por 6.000 millones de dólares, que comportan un costo de mantenimiento anual de 300 millones de dólares. Esto sucede mientras Holanda atraviesa una crisis económica que –siguiendo el dogma actual– se piensa solucionar recortando el sistema social. El rey Guillermo, en su discurso de apertura del año parlamentario, declaró que el Estado de bienestar social ya «no es sostenible» y que «cada holandés debe adaptarse a los cambios que se avecinan».
Resulta curiosa la idea que la seguridad pase, en Europa, por la vía de las armas. Como también es difícil imaginar contra quién piensa utilizar Holanda sus F35. No existe un ejército europeo, sino una colección disparatada de ejércitos nacionales, descoordinados entre sí, que dependen totalmente de Estados Unidos para cualquier acción real. Hoy es difícil mirar a Rusia, cuyo ejército está en una profunda crisis, como un posible agresor. Los conflictos internos en el Medio Oriente creados con el fin de las dictaduras no son amenaza para Europa. El escenario de próximos conflictos, que es Asia, tampoco afecta la paz interna de Europa.
Más bien cabría interrogarse hoy sobre qué significa el concepto «seguridad» para un ciudadano. Es obvio que su idea de seguridad es la humana, no la militar. Para los ciudadanos holandeses –a los cuales se les prepara para probar la misma amarga medicina que la ortodoxia neoliberal en el poder ha administrado hasta ahora al Sur de Europa–, la seguridad probablemente consiste en mantener una vida digna, con un puesto de trabajo decente, contar con una red de servicios escolares y médicos eficientes y alcanzar –tras una vida de trabajo y pago de impuestos-que el estado le asegure una vejez serena y tranquila. Esto significa para ellos seguridad, no los F35.
Miremos las cifras y reflexionemos. Propongamos que de cada 100 dólares que van a parar a la seguridad militar, diez se dediquen a la seguridad humana. Parecería una propuesta fácil, obvia, y que no encontraría ninguna oposición, a simple vista. Pues bien, analicen cada presupuesto nacional y notarán que, de realizarse esto, la suma que se liberaría sería superior al gasto de cultura e investigación nacional; o al de la cooperación internacional, que asegura la paz mucho más que las armas: No olvidemos que Costa Rica, eliminó su ejército y con él, el analfabetismo y la ignorancia. O que cuando Centroamérica se vio arrastrada por Reagan a su guerra en contra del peligro marxista nicaragüense, el Presidente tico Oscar Arias solucionó el conflicto con un plan de paz que le valió el Premio Nobel de la Paz en 1987. La triste herencia de este período de guerra son las bandas criminales -maras–, que convierten a El Salvador y Honduras en los países con más violencia del mundo.
El problema no está en los ciudadanos, sino en la clase gobernante. Los cinco miembros permanentes de Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, garante de la paz mundial, producen el 82% de las armas. Si ellos dedicaran a la paz este gigantesco presupuesto, seguramente cumplirían su tarea de defensores de la seguridad con resultados más concretos. Sin embargo, no se están solucionando ninguna de las dos amenazas existenciales sobre nuestro planeta: el cambio climático y el arsenal nuclear. La supeditación de la política actual a las finanzas está creando el mayor sentimiento de inseguridad en los ciudadanos de la época actual. Según las proyecciones estadísticas de la London School of Economics, en 2030 estaremos volviendo al nivel de desigualdad de la Reina Victoria. Los F35 son una respuesta claramente sin sentido para esta situación.
Roberto Savio, fundador y presidente emérito de la agencia de noticias IPS (Inter Press Service) y Publisher de Other News
Fuente: http://alainet.org/active/67832