La reconfiguración de las relaciones económicas y políticas internacionales no siempre se dirime por los senderos de la paz, sino que precisa del conflicto y de las pugnas, incluso bélicas en mayor o menor medida, y más cuando el sistema mundial experimenta crisis y transiciones hegemónicas.
Es el caso experimentado a lo largo de las últimas décadas con el declive de la hegemonía estadounidense y su propensión al expediente de la economía de guerra en aras de mantenerse a flote en lo que se perfila como una transición a una hegemonía tripolar compartida –una especie de triunvirato protagonizado por China, Estados Unidos y Rusia. De ahí que el actual conflicto que tiene como epicentro a Ucrania no es un evento residual sino uno enmarcado en procesos históricos de largo aliento, vinculados con esas disputas en torno a la hegemonía en el sistema mundial y a la misma conducción del capitalismo como modo de producción y proceso civilizatorio.
Sin embargo, el inmediatismo opaca el debate en torno a las causas profundas y se instala una versión maniquea sobre los acontecimientos (“Putin como criminal de guerra”). Entonces, resulta urgente ir más allá de ese pensamiento reduccionista. Estas mismas transiciones hegemónicas tienen como trasfondo la modalidad de capitalismo que se configurará a lo largo del siglo XXI, así como el tipo de civilización que lo encabezará en aras de controlar mercados y territorios. Si desde la década de los setenta y ochenta comenzó la traslación del poder económico global del océano atlántico al pacífico, lo que tenemos hacia las primeras dos décadas del siglo XXI es la expansión y consolidación del protagonismo de China como la segunda potencia económica.
Según estimaciones para el año 2021 del Fondo Monetario Internacional (FMI), Estados Unidos alcanzó un PIB nominal de 24,7 billones de dólares; en tanto que China contó con 18,4 billones de dólares y la Unión Europea (27 países) tuvo 18,3 billones de dólares. Sin embargo, si el Producto Interno Bruto (PIB) se calcula a valores de paridad de poder adquisitivo para el año 2021 –según el mismo FMI–, China aparece en primer lugar con 29,3 billones de dólares; Estados Unidos con 24,7 billones de dólares; y la Unión Europea con 22,2 billones de dólares. Estos datos básicos trazan una nueva geometría en la economía mundial, cuyas tendencias muestran a una China que en pocos lustros será la principal potencia económica.
No solo son encubiertas estas otras pugnas que caminan por el sendero de los procesos de acumulación de riqueza, sino que la misma guerra cognitiva (https://bit.ly/3tAHZNP) que aborda de manera aislada el conflicto cuyo epicentro es Ucrania, crea un nuevo expediente mediático para dejar atrás a la pandemia del Covid-19 (https://bit.ly/3l9rJfX) y su gripalización en varios países, por ejemplo de la Unión Europea. De la construcción mediática del coronavirus se transita –desde febrero de 2022– a una construcción mediática de la victimización de Ucrania. En ese sentido se encamina el lastimoso y bochornoso papel del Presidente ucraniano Volodímir Zelenski al deambular con su uniforme caqui por las salas de videoconferencias de los parlamentos del mundo occidental solicitando apoyo militar para las milicias neonazis de su país; y a quienes con atención se les suministran armas, misiles y drones con los impuestos europeos y estadounidenses. Todo esto evidencia que las guerras del siglo XXI no son sólo militares, sino que adoptan múltiples aristas comenzando por los dispositivos de control mediático, la desinformación, los ciberataques y la domesticación de la metaconciencia desde el régimen cibercrático global (https://bit.ly/38tELk9 y https://bit.ly/3BRiPLE).
El gran problema de esa hegemonía decadente de los Estados Unidos es que no acepta límites ni retadores a su poder en un escenario de creciente multipolaridad y reconfiguración geopolítica. Acostumbrado a erigirse en “policía del mundo”, azuza el brazo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) para colocar sus misiles y la cohetería balística intercontinental cerca de la frontera rusa y con ello cercar a China y el despliegue territorial que esta potencia viene haciendo en los últimos lustros con la llamada Nueva Ruta de la Seda; el proceso de integración económica condensado en el bloque del Regional Comprehensive Economic Partnership (RCEP) inaugurado el pasado primero de enero; y los esfuerzos de cooperación internacional emprendidos por el dragón asiático en el contexto de la pandemia.
En este escenario, el objetivo geoestratégico que se juega en Ucrania –en tanto teatro de operaciones de los Estados Unidos y de la sojuzgada Unión Europea– consiste en alejar a Rusia de China, y con ello debilitar el cinturón militar/nuclear de ésta (https://bit.ly/3Lup11B). De ahí que los líderes chinos no retiren su apoyo a la alianza estratégica que sostienen con Rusia y que se reforzó el pasado 4 de febrero con el encuentro entre Vladimir Putin y Xi Jinping (https://bbc.in/3INJtbQ; https://bit.ly/36SLOEY).
El conflicto entre Ucrania (Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN) y Rusia (China) se libra sobre todo como una guerra cognitiva, pero con profundas aristas económico/financieras, cuyas consecuencias serán profundas y devastadoras para los pueblos y familias del mundo entero. En el contexto de la esclerosis del sistema financiero internacional regido por el dólar estadounidense, las espirales inflacionarias acarreadas desde el 2021 como consecuencia del ineficaz manejo de la gran reclusión ligada a la pandemia del Covid-19, se acompañan de la especulación piloteada por las grandes corporaciones. Por ejemplo, el alza de los precios de la canasta básica y las posibilidades de hambrunas en los siguientes meses, pese a que Rusia y Ucrania son importantes productores de granos básicos como el trigo, se relaciona más con la especulación desatada por las corporaciones del sistema agroalimentaria industrial, que propiamente con la carestía de estos productos al comercializarse aún las cosechas almacenadas en el ciclo agrario pasado.
A su vez, el mismo incremento de los precios del petróleo y el gas natural en las últimas semanas conduce a una reivindicación del poder de los países exportadores de petróleo y a un fortalecimiento de las corporaciones petroleras que fueron puestas en entredicho por el llamado Green New Deal y la acumulación por supuesta desfosilización. En lo que sería un proceso de reconfiguración del patrón energético mundial, y que tiene como principal víctima al pueblo europeo dependiente del gas –que aumentó 50% durante los primeros días del conflicto– y petróleo rusos.
Aquí cabe reparar en algunos datos: Rusia y Ucrania son de los principales exportadores de trigo en el mundo, al tiempo que concentran el 80% del comercio mundial de aceite de girasol. A su vez, Rusia es el primer exportador de gas, cobre, níquel, platino, titanio y paladio –un mineral estratégico para la industria automotriz y que en Rusia se produce entre el 40 y 50% (https://bit.ly/3tRQnbG)–; y un importante comercializador internacional de petróleo, carbón y fertilizantes –fundamentales en la industria agroalimentaria global. Por su parte, Ucrania es el séptimo país más importante en materia nuclear, con 15 reactores, y su territorio es un destacado concentrador de gasoductos que conducen energéticos hacia la Unión Europea. No es casual, entonces, que Europa del Este sea epicentro de un nuevo conflicto mundial donde se disputa el control de territorios y recursos naturales; ello a pesar de que Rusia –una economía del tamaño de España o Italia– solo concentra un 1,7 % del PIB mundial. Cabría preguntarnos si en esta nueva trama internacional –con las respectivas sanciones económicas que recaen sobre Rusia– subyace una guerra agroalimentaria contra la misma China, al mostrar esta economía una dependencia en productos como la soja y oleaginosas y al tener sus élites una alta preocupación por su seguridad alimentaria, la debilidad de sus cadenas de abasto, y la autosuficiencia en granos básicos.
La coordenada ruso/ucraniana puede retardar el crecimiento de la economía mundial y no acercarse a las estimaciones del 4% para el año 2022 y del 3,5% para el 2023. Se estima que los costos que recaerán sobre la economía mundial rondarán los 400 mil millones de dólares (https://bit.ly/36v7s2k) –un equivalente al PIB de economías como Noruega o Portugal. El incremento de los precios de la materias primas (el barril de petróleo podría alcanzar hasta 150 dólares; el precio de los granos básicos, de los fertilizantes y de los metales también escalará) y una nueva ruptura de las cadenas globales de suministro –que arrastran aun cuellos de botella desde los dos años previos–, explicarían la caída de las estimaciones y una posible recesión en múltiples economías nacionales. Una explicación al respecto se centraría en las consecuencias de las sanciones económico/financieras y en la destrucción de infraestructura básica en Ucrania.
Las sanciones económicas que Estados Unidos y la Unión Europea aplicaron a Rusia tras la invasión a Ucrania, pretenden marginarla del sistema financiero y comercial internacional y desconectarla en buena medida del conjunto de la economía mundial y, particularmente, de la Unión Europea. Entre esas medidas destacan el congelamiento de un importante porcentaje de las reservas internacionales del banco central ruso y demás activos privados depositados en bancos comerciales europeos y estadounidenses; la confiscación de yates y algunas otras propiedades de oligarcas rusos; la interrupción de flujos tecnológicos provenientes del exterior; la exclusión de eventos deportivos, musicales y artísticos; el cierre de espacios aéreos para el tránsito de aerolíneas rusas; la suspensión de coberturas de seguros; la expulsión de títulos rusos de los mercados de valores; el cierre de sucursales o la suspensión de actividades de importantes marcas y el retiro de inversiones extranjeras de corporaciones globales como Ikea, Apple, Goldman and Sachs, Mac Donald’s, Starbucks, Coca-Cola, Nike, Adidas, Procter & Gamble, Shell, y otras más. Además de desconectar a algunos bancos rusos del sistema de pagos interbancario y transferencias internacionales SWIFT (Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication).
Sin embargo, como reza la sabiduría popular, “nadie sabe para quién trabaja”, pues estas medidas anunciadas con estridencia mediática condujeron al fortalecimiento de la alianza estratégica entre China y Rusia y a ampliar las posibilidades del país báltico para diversificar sus mercados teniendo como objetivo a la India. Rusia cuenta con 630 mil millones de dólares en reservas internacionales (cuarto lugar a escala mundial –tras aumentar 70% desde el año 2015– y solo el 11% de esas reservas radican en bancos británicos y estadounidenses) y éstas se encuentran altamente diversificadas (https://bit.ly/36ynqJ9). De tal manera que la medida puede conducir a la desdolarización total de esas reservas, y a ampliar su diversificación con el oro y alguna moneda digital de propiedad rusa. La misma desconexión del SWIFT puede llevar a que Rusia adopte el sistema de pagos interbancarios CIPS (Cross-Border Interbank Payment System) controlado por los chinos, y hacer que el gigante asiático se aleje del dólar como referente monetario internacional y adopte monedas digitales en sus bancos centrales (https://bloom.bg/3qHfoVj). Es de destacar que en China, a nivel local, opera desde el año 2017 una especie de yuan digital llamado e-CNY.
En una especie de efecto bumerán, estas sanciones económicas sobre Rusia afectarán principalmente a la Unión Europea, en especial por la dependencia energética de esta región respecto a Rusia, que le provee el 40% del gas natural requerido año tras año (https://fam.ag/3IQeR9S). Más en un contexto de escalada de precios de la energía eléctrica en Europa (en los últimos tres años, en España, las tarifas de luz aumentaron un 500 %, https://bit.ly/3wH9DuG). A su vez, la exclusión de SWITF traerá consigo que acreedores europeos no logren recuperar las deudas contraídas por entidades o empresas rusas.
Lo que subyace en todo ello es el comienzo del fin del dólar como referente monetario internacional y las pugnas en torno a ello que escalarán entre China y Los Estados Unidos. Pero tampoco es conveniente obviar la concentración de metales de tierras raras (berilio, litio, zirconio, niobio, tantalio, entre otros) radicados en Ucrania y el voraz apetito de las empresas tecnológicas dedicadas a la producción de autos eléctricos, turbinas eólicas, ordenadores, pantallas, teléfonos móviles, discos duros, aerogeneradores, fibra óptica, etc. En torno a esas materias primas también se suscitan las pugnas y la guerra comercial entre China y los Estados Unidos; país ese último que importa del primero más del 80% de esos minerales de tierras raras. 100 tipos diferentes de minerales se concentran en Ucrania, en algo así como 20 mil depósitos que ascienden a 7,5 billones de dólares (https://bit.ly/35lJTsi y https://bit.ly/3IKQuu0). De ese tamaño el gran negocio concentrado en Ucrania en el contexto de la transición a un nuevo patrón energético.
Estará por verse si la inflación, la devaluación del Rublo y otras consecuencias económicas sobre Rusia generan revueltas populares, desestabilizan y defenestran al régimen nacionalista/conservador encabezado por Vladimir Putin. Lo que en última instancia se pretende desde la alianza de la OTAN es desmembrar, fragmentar y sojuzgar a Rusia para cercar militar y nuclearmente a China, y con ello disputarse los mercados; principalmente aquellos que trazan la llamada Nueva Ruta de la Seda o Iniciativa de la Franja y la Ruta (Belt and Road Initiative o Eurasian Land Bridge) y que atraviesa por la misma Rusia, Kazajistán y Bielorrusia. Por supuesto que una alianza entre China, Irán y Rusia pondría en fuertes predicamentos la decadente hegemonía estadounidense en el contexto de este silencioso expansionismo económico chino fundamentado en la construcción de infraestructura ferroviaria, marítima, carretera y energética, para lo cual se calculaba en el año 2018 una inversión de un billón de dólares en cinco continentes y en más de cien países (https://bit.ly/3NpFkhT; https://bit.ly/3wGsrdb; https://bit.ly/3DmZJ2r). Desde comercio electrónico, plataformas exportadoras, finanzas, normas aduanales, tribunales, hasta proyectos de seguridad internacional y eventos culturales están considerados en esta Nueva Ruta de la Seda
El problema de fondo de la coordenada ruso/ucraniana también se remite al colapso financiero del 2008/2009 originado en el sector inmobiliario, y que a la fecha no fue resuelto, sino que se despliega como una crisis de larga duración del capitalismo. Agotadas las posibilidades del modelo del crecimiento económico ilimitado y la última expansión territorial de los mercados con la absorción, en 1991, de la antigua área de influencia de la Unión Soviética, las luchas por el control capitalismo se dirimen en el ámbito de la tensión ante las amenazas de un posible uso de las armas termonucleares, químicas y bacteriológicas, de lo cual es muestra la denuncia de alrededor de 46 biolaboratorios financiados por el Pentágono en territorio ucraniano (https://bit.ly/36SkzdJ), y ante los cuales el gobierno chino ya demandó explicaciones (https://bit.ly/3qBFith).
Si bien China pretende construir su hegemonía al margen de conflictos militares, la voracidad del complejo militar/industrial/digital de los Estados Unidos no está dispuesto a perder su influencia sin echar a andar su economía de guerra. De ahí que el tablero geopolítico global que se define en Europa del Este marcha a la par de la emergencia de un nuevo mapa geoeconómico que es necesario estudiar desde una mirada que enfatice en el carácter complejo de los nuevos escenarios que se abren al inicio de esta tercera década del siglo XXI. Solo el pensamiento complejo y el pensamiento crítico ayudarán a comprender el entramado de la correlación de fuerzas en torno a esas luchas hegemónicas.
Isaac Enríquez Pérez. Académico en la Universidad Nacional Autónoma de México, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.
Twitter: @isaacepunam
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