Traducido para Rebelión por Caty R
Este artículo está dedicado a Georges Habbache, líder del Movimiento Nacionalista Árabe y después del Frente de Liberación de Palestina (FPLP), a Abdel Kawi Makkawi, su lugarteniente a la cabeza del FLOSY (Frente de Liberación del Sur del Yemen Ocupado), y a Salem Robaye Ali, presidente de la efímera República del Sur del Yemen, quienes derrocaron el protectorado británico de Adén.
En fase de erupción en el Sahel y en proceso de reorganización en Iraq, Osama bin Laden acaba de reaparecer en el escenario desde la tierra de sus antepasados, Yemen, lanzando una magistral cuchufleta a sus antiguos patrocinadores nueve años después del apocalíptico ataque que dirigió contra los símbolos de la superpotencia estadounidense, al implantarse en el flanco sur del reino saudí en un combate de vuelta contra la dinastía wahabí dirigido en primer lugar a recuperar su legitimidad y su prestigio en el mundo árabe.
Abroncado por su furtiva desaparición tras la invasión estadounidense de Afganistán en noviembre de 2001, a bordo de una moto conducida por su siniestro compadre líder de los talibanes, el mulá Omar, el subcontratista emérito de la connivencia entre Arabia Saudí y Estados Unidos en la guerra antisoviética de Afganistán (1980-1989), se ha acordado de sus antiguos proveedores de fondos y ha efectuado un sonado retorno a Yemen, o al menos sus adeptos, reubicándose en Arabia meridional, en el epicentro de las conexiones de la telaraña del dispositivo militar y energético estadounidense, en el borde de la yugular del sistema energético mundial, en la intersección de las rutas de las comunicaciones marítimas internacionales.
«La guerra olvidada de Yemen» no está tan olvidada, en todo caso no por todo el mundo, a juzgar por sus múltiples protagonistas y el imponente dispositivo militar desplegado en su periferia. Y en la perspectiva del fin de la misión de combate estadounidense en Iraq, a finales de agosto de 2010, Yemen, que fue el campo de batalla del enfrentamiento entre Egipto y Arabia Saudí en la década de 1960, podría volver a convertirse, por tribus interpuestas, en el campo de batalla de las nuevas potencias regionales, Irán por una parte y Arabia Saudí, apoyada por Estados Unidos, por la otra.
«Cualquiera que consiga la supremacía marítima en el océano Índico será un actor importante en la escena internacional», sostenía ya en el siglo pasado el contraalmirante Alfred Thayus Mahan (1840-1914), geoestratega de la marina estadounidense, señalando así el verdadero objetivo estratégico de la nueva guerra de Yemen. El reposicionamiento del jefe de al-Qaida se ha operado en esta óptica. Situado en el extremo suroeste de la Península Arábiga, fronterizo de Arabia Saudí al norte y del Sultanato de Omán al este, Yemen posee 1.906 kilómetros de costa marítima que unen el Mediterráneo y el océano Índico a través del canal de Suez y el Golfo Pérsico. Jamás colonizado, este país situado, según su etimología, a la derecha en el camino del peregrinaje de La Meca, cubre una superficie de 527.970 kilómetros cuadrados, casi tanta como Francia. Por medio de sus tres islas -Kamran, Perrin y Socotra- domina el acceso al mar Rojo por el estrecho de Bab el-Mandeb y la isla de Socotra (la mayor de las tres) el océano Índico. Señal de la importancia estratégica de la zona, en la época del protectorado británico sobre el sur de Arabia, el Reino Unido convirtió el puerto de Adén en la principal ciudad del sur de Yemen, el cuartel general de la presencia británica al este de Suez, para asegurar la ruta de las Indias.
I. Una zona totalmente sin ley, la piratería marítima en el Cuerno de África.
Por otra parte, la militarización de las rutas marítimas figura entre los objetivos de Washington en esa zona sin ley que une el Mediterráneo con el sudeste de Asia y el Extremo Oriente por el canal de Suez, el mar Rojo y el golfo de Adén. Estados Unidos podría establecer una base aeronaval en Socotra destinada a supervisar el movimiento de los navíos en el golfo de Adén, entre ellos los barcos de guerra, y para contribuir a la lucha contra la piratería marítima, corrosiva para la imagen de Occidente en el Tercer Mundo. Por sí mismo, el golfo de Adén representa 660.000 kilómetros cuadrados, pero la zona de cobertura de los piratas ya se extiende hasta las islas Seychelles, es decir, dos millones de kilómetros cuadrados. Las costas somalíes se extienden 3.700 kilómetros por tres Estados, pero casi siempre fuera de cualquier jurisdicción. Veinte mil barcos toman esta ruta marítima cada año y transportan un tercio del suministro energético de Europa. Etiopía, país africano no musulmán, fue designado por Estados unidos para oficiar como «gendarme regional» en el Cuerno de África, a la manera de Israel en Oriente Próximo. Pero el fracaso de Etiopía en la represión de la rebelión del régimen de los Tribunales Islámicos ha llevado a la alianza occidental a establecer un dispositivo de lucha contra la piratería marítima que se articula sobre tres sectores, Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN.
En 2009 se contabilizaron 168 actos de piratería, entre ellos doce navíos y doscientos cincuenta rehenes detenidos en la costa somalí a 1 de diciembre pasado. El dispositivo internacional está desplegado desde Yibuti (golfo de Adén) y las islas Seychelles (sur del océano Índico), que constituyen las principales bases de apoyo de las operaciones marítimas y aéreas contra la piratería (1). Una veintena de barcos de guerra cruzan permanentemente por el golfo de Adén y patrullan a lo largo de las costas somalíes en nombre de las operaciones siguientes:
– EUNAVFOR (Atalanta), lanzada por la Unión Europea en diciembre de 2008, por iniciativa de Francia y España.
– TF150, originalmente una «task force» multinacional de predominio estadounidense con tareas antiterroristas (Enduring freedom, Antiterror)
– Ocean Field, una fuerza naval provisional de la OTAN que destaca sobre los grupos que maniobran en el océano Índico.
Ese dispositivo no incluye las unidades separadas de las marinas nacionales de Estados Unidos, Rusia, India, Francia, China, Egipto, Australia y Malasia para misiones limitadas. Principal corredor marítimo que une Oriente Medio, el este de Asia y África con Europa y el continente americano, el océano Índico posee cuatro vías de acceso cruciales para facilitar el comercio marítimo internacional que constituyen otros tantos «cuellos de botella» del comercio mundial del petróleo, a saber: el canal de Suez en Egipto, Bab el-Mandeb (a lo largo de Yibuti y Yemen), el estrecho de Ormuz (a lo largo de Irán y el Sultanato de Omán) y el estrecho de Malacca (a lo largo de Indonesia y Malasia).
En ese perímetro altamente estratégico, Estados Unidos procedió al mayor despliegue militar fuera del territorio nacional en tiempos de paz. En efecto, la zona alberga en Doha (Qatar) el puesto de mando operativo del CENTCOM (el mando central estadounidense), cuyas competencias se extienden sobre el eje de crisis que va desde Afganistán a Marruecos y a Manama (Bahrein); el cuartel general de anclaje de la V flota estadounidense cuya zona operacional cubre el Golfo Pérsico y el océano Índico. En complemento Arabia Saudí alberga una escuadrilla de AWACS (Air borne warning and control system), un sistema de detección y de mando aerotransportado en la región de Riad. En efecto, el reino es el único país del mundo que alberga radares volantes estadounidenses fuera de Estados Unidos, señal que pone de manifiesto la importancia que Estados Unidos concede a la supervivencia de la dinastía wahabí. Kuwait, muy devoto de su liberador, actúa como zona de pre-estacionamiento y avituallamiento de la gigantesca infraestructura militar estadounidense en Iraq, el nuevo campo de ensayo de la guerra moderna estadounidense en el Tercer Mundo. Por último, pero no menos importantes, se añaden los elementos dispositivos de Israel, el socio estratégico de Estados Unidos en la zona, la base aérea británica de Massirah (en el Sultanato de Omán), y desde enero de 2008 la plataforma naval francesa en Abu Dhabi, frente a Irán.
Casi cuarenta años después de la independencia de la Costa de los Piratas y el repliegue británico al este de Suez, en 1970, los principados del Golfo viven de nuevo bajo un protectorado de hecho de sus antiguos tutores, en una especie de «servidumbre voluntaria». Se superponen en la competición interregional entre Irán y Arabia Saudí sobre el fondo de rivalidad religiosa entre las dos ramas del Islam, el sunismo y el chiísmo, y la nueva guerra de Yemen se injerta en la piratería marítima a lo largo de Somalia así como en los conflictos tribales endémicos de Yemen y en el tráfico de armas, carburante y drogas, particularmente lucrativo en el Cuerno de África.
II. El fenómeno corrosivo del «qat»
Especialidad corrosiva, el qat u «oro verde» explica una parte del comportamiento de la población de la zona. El hecho de que el 96% de los hombres y el 70% de las mujeres yemeníes sean consumidores conlleva dramáticas consecuencias sobre la sociedad de Yemen con su acompañamiento de dependencia, desaparición de la diversidad agrícola (café, arroz, trigo, verduras). Sus efectos nocivos sobre la salud, cardíacos y dentales, la falta de apetito y las carencias alimentarias que se derivan son tan peligrosos como el consumo precoz, que comienza a los once años. Diecinueve países cultivan el qat, consumido actualmente por más de cien millones de personas, principalmente en Yemen, Yibuti, Somalia y Etiopía. A las consecuencias humanas, ecológicas y económicas, se añaden las consecuencias políticas: la corrupción y la mendicidad. El consumo medio de un yemení en qat supone entre 500 y 800 rials diarios para un salario medio de 15.000 rials mensuales. Así, están establecidas las bases para el desarrollo de la corrupción, que ha llegado a un grado tal que el Estado no dispone de medios de acción. El 80% del presupuesto estatal procede de las rentas del qat. A pesar de un anclaje oficial del campo occidental y una cooperación para controlar las costas, el país continúa siendo un foco de inestabilidad. Los países occidentales y los saudíes temen que al-Qaeda extienda su influencia aprovechando la insurrección que se desarrolla en el norte de Yemen, de lejos el país más pobre de la península Arábiga.
III. Yemen, campo de ensayo de la nueva doctrina militar estadounidense de la guerra secreta, «La Doctrina Obama»
El atentado fallido de un nigeriano en un avión con destino a Detroit (EE.UU.) en diciembre de 2009, cuatro meses después del atentado fallido contra un príncipe saudí responsable de la lucha antiterrorista en Arabia Saudí, el príncipe Mohamad Ben Nayef Ben Abdel Aziz, ha reavivado los miedos de los estadounidenses y ha relanzado el interés hacia Yemen por el temor de que este país sirva de guarida a los hombres de al-Qaida en la península Arábiga. Por otra parte el atentado antisaudí del 27 de agosto de 2009 fue reivindicado por el responsable regional de al-Qaida, Al Nasser Whayshi, alias Abu Bassir, lo mismo que el atentado contra el destructor «US Cole» en el puerto de Adén en el año 2000. Señalado desde entonces como objetivo prioritario por los estadounidenses, Abu Bassir fue eliminado tres meses después de su reivindicación del asunto de Detroit. Desde 2009, es decir en menos de un año, las autoridades saudíes habrían desbaratado cuatro atentados contra el príncipe Mohamad, un récord mundial difícilmente igualable.
El atentado de Detroit sirvió de desencadenante para la puesta en marcha de la nueva doctrina estadounidense de la guerra secreta contra el terrorismo, de la cual Yemen constituye el campo de ensayo. La doctrina Obama preconiza el recurso a pequeñas unidades móviles de para-comandos para operaciones especiales dirigidas a la caza de los dirigentes de al-Qaida desde Pakistán al Magreb y a Uganda pasando por Somalia, y Kenia, así como en el conjunto de los países del Sahel (Argelia, Mali, Mauritania) y de Asia central. Menos costosa en términos de presupuesto e imagen, apoyándose en la colaboración de las empresas de trabajos públicos que operan en la zona, dicha doctrina está dirigida a reemplazar a la doctrina de Bush. Una de las principales chapuzas de esta nueva guerra estadounidense, que ha pasado inadvertida a la opinión pública árabe e internacional, fue la muerte del prefecto del distrito de Maareb, el 25 de mayo de 2010, víctima colateral de una intervención secreta estadounidense. Este hombre estaba negociando con al-Qaida que ésta se retirase de su zona de responsabilidad. Su muerte levantó una polvareda de rebeldía dentro de su tribu la cual, desde entonces, ha sido indemnizada discretamente por la administración estadounidense. Desde la puesta en marcha de esta doctrina Obama, tres dirigentes de al-Qaida han sido eliminados en Yemen, el jefe regional Nasser al Whayshi y Nasser al Chihri en Rafda, y Jamil al Anbari el 24 de marzo de 2010, según el diario panárabe editado en Londres Al Qods al Arabi (16 de agosto de 2010).
El dispositivo estadounidense se completó en el este de África con la base aeronaval Diego García en el océano Índico y con el establecimiento de la base francesa «Le camp Lemonier» en Yibuti, la cual permite a Estados Unidos y Francia dominar el extremo oriental de la vasta franja petrolera que atraviesa África, la cual ya consideran vital para sus intereses estratégicos, una franja que va desde el oleoducto Higleg-Port Sudan (1.600 kilómetros) en el sudeste, hasta el oleoducto Chad Camerún (1.000 kilómetros) y al Golfo de Guinea en el oeste. Un puesto de observación estadounidense en Uganda da a Estados Unidos la posibilidad de controlar el sur de Sudán, donde se encuentra el grueso de las reservas sudanesas de crudo.
El posicionamiento estadounidense en Yibuti también tiene la misión de detectar a los grupos terroristas que colaboran con los de Oriente Medio y servir de plataforma operacional para la guerra secreta contra al-Qaida en el este de África, en particular en Somalia que ha alojado, según Washington, al comorense Fazul Abdulá Mohammed y al keniano Saleh Ali Saleh Nabhan, implicados en los atentados contra las embajadas estadounidenses de Kenia y Tanzania en 1998, durante los cuales murieron 224 personas.
Al-Qaida ha procedido a una descentralización de su movimiento con un enfoque simétrico a la nueva doctrina estadounidense de la clandestinidad, confiriendo una amplia autonomía a los mandos regionales en aplicación de la nueva estrategia del «combate diseminado» que puso en marcha con éxito el Hizbulá libanés contra Israel en 2006. Así, desde el regreso de las hostilidades a gran escala en Yemen, al-Qaida procedió a la reunificación de las dos ramas que operaban en la zona, la de Arabia Saudí y la de Yemen, para lanzar, en 2008, «Al-Qaida para la península Arábiga» y atacar objetivos estratégicos, la embajada de Estados Unidos en 2008 y un centro de seguridad de Adén donde estaban detenidos los miembros de su organización, en junio de 2010, dirigido a influir en el impulso separatista de los sudistas yemeníes y contribuir a eliminar la legitimidad del poder central. Los estadounidenses consideran esta rama como la más competente de todas las subdivisiones de la organización madre.
Al-Qaida dispone además de una filial estrictamente somalí «los famosos Chebab» (los jóvenes), que hicieron pagar caro al gobierno pro saudí occidental de Mogadiscio saltando a la opinión pública internacional por una incursión mortífera sobre Uganda, el 11 de julio de 2010, que causó la muerte de sesenta personas, así como de una rama magrebí que realiza la unión operacional entre el mundo árabe y el mundo africano, «Al-Qaida del Magreb Islámico (AQMI)». Resultante de un proceso de escisión, AQMI fue la transformación, en febrero de 2007, por integración en la red de bin Laden, del Grupo Salafista Argelino para la Predicación y el Combate (GSPC), fundado a su vez en 1988 por la escisión del Grupo Islámico Armado (GIA).
Actuando en general en los desiertos de Argelia, Mali, Nigeria y Mauritania, al-Qaida aprovechó la porosidad de las fronteras para extender su campo de operaciones en la zona desértica del Sahel, apuntando ya a Burkina Faso cuyo presidente Blaise Compraoré, el negociador de la liberación del agente francés Pierre Calmatte (febrero de 2010) acaba de efectuar un espectacular acercamiento con Estados Unidos. AQMI procedió el 24 de julio de 2020 a la ejecución de un rehén francés, Michel Germaneau, punto que marca un pulso con Francia que aparece como una estrategia de tensión dirigida a enviar un aviso sobre lo que el movimiento califica de «islamofobia del poder francés» que va desde el guirigay mediático en Francia en el asunto de «las caricaturas del Profeta», bajo la égida del tándem periodístico Philippe Val-Daniel Leconte, hasta la polémica sobre el velo islámico, el burka y las cadenas de comida rápida Halal.
IV. Una batalla decisiva en el orden simbólico contra Arabia Saudí.
La implicación de al-Qaida en el conflicto interyemení y su medio ambiente somalí ha resonado como una burla a sus antiguos patrocinadores, Arabia Saudí y Estados Unidos, al mismo tiempo que pone de manifiesto el ridículo de la estrategia estadounidense en su principal objetivo «la guerra mundial contra el terrorismo», la madre de todas las batallas.
Al frente del país desde hace treinta y dos años (1978), el presidente Ali Abdalá Saleh acusa a los rebeldes de querer derrocar su régimen para restablecer el imanato zayidita, abolido en 1962 en Sanaa, y de estar manipulados por Irán. Los hutistas, por su parte, se quejan de que han sido marginados por el gobierno en el terreno político, económico y religioso, y exigen el restablecimiento del estatuto de autonomía del cual se beneficiaban hasta 1962. Afirman que defienden una identidad amenazada al mismo tiempo, según ellos, por la política del poder central que mantiene su región en el subdesarrollo, y por el empuje de un fundamentalismo suní con respecto al cual Sanaa se mantiene en general ambigua. Procedentes de la corriente religiosa chií zayadita, los hutistas viven en las mesetas yemeníes, en especial en la provincia de Saada, y presentan numerosas diferencias en cuanto al grado de dogmatismo en relación con los chiíes «duodécimos» iraníes. Los hutistas representaban en 2007 el 30% de los, más o menos, 22,2 millones de yemeníes que son mayoritariamente suníes. Además comparten numerosas interpretaciones religiosas con la mayoría suní chafeita. Los hutistas rechazan cualquier instrumentalización de su causa por una potencia extranjera y, al contrario, insisten sobre la ayuda que el reino saudí aportaría al presidente.
La nueva guerra de Yemen estalló en 2004 tras la captura de los principales jefes hutistas y la muerte en combate de su líder, Hussein Al Nuti, muerto en septiembre de ese año por un misil durante una operación secreta de la CIA en represalia por el atentado contra el destructor Cole. Hussein, figura emblemática del movimiento, fue reemplazado desde entonces por su hermano Abdul Malik.
Más allá del conflicto entre tribus, los yemeníes alimentan sólidas quejas con respecto a Arabia Saudí a la que no perdonan la anexión de tres fértiles provincias: Assir, Jizane y Najrane (2) y además le reprochan haber mantenido durante mucho tiempo la inestabilidad del país nutriendo directamente el presupuesto de defensa soslayando de esta forma el poder del Estado en beneficio, alternativamente, de las dos principales confederaciones tribales: los Beni Hached y los Bakil. El jeque Abadalá Hussein al Ahmar, hombre fuerte de la tribu de los Hached, dirigente del partido de Al Islah (la reforma) y presidente del parlamento yemení, está considerado como beneficiario de los subsidios saudíes en el nuevo enfrentamiento.
Yemen e Iraq, los dos países fronterizos de Arabia Saudí, constituyen las dos balizas estratégicas de la defensa del reino wahabí, el primero al sur y el segundo al norte de Arabia. En ambos países Arabia Saudí se comprometió en el combate para garantizar la permanencia de la dinastía wahabí en dos ocasiones durante los últimos decenios. En efecto, Yemen sirvió de campo de batalla interárabe entre republicanos y monárquicos en la época de la rivalidad entre Nasser y Faisal en la década de 1960, e Iraq fue el escenario del enfrentamiento entre el chiísmo revolucionario y el sunismo conservador en la época de la rivalidad entre Sadam Hussein y Jomeini, en la década de los 80.
Al-Qaida en Yemen es, en realidad, un retorno a los fundamentos del conflicto de legitimidad que enfrenta al líder del movimiento con la familia Al Saud. Osama bin Laden se considera poseedor de una legitimidad conseguida en los campos de batalla de Afganistán que tuvo como efecto la valorización de la posición saudí ante sus aliados estadounidenses, un papel que le niega la familia Al Saud.
Beneficiario de una cierta audiencia tanto en el Islam asiático (Afganistán, Pakistán) como en el Islam africano (Sahel, región subsahariana), Osama bin Laden sufre sin embargo un hándicap mayor dentro del núcleo histórico del Islam -el mundo árabe- debido a su pasado de agente de enlace de los estadounidenses en la guerra antisoviética de Afganistán (1980-1990) en la que desvió casi cincuenta mil combatientes árabes y musulmanes del campo de batalla principal, Palestina, mientras Yassir Arafat, el líder de la OLP estaba asediado por los israelíes en Beirut con el apoyo estadounidense (junio de 1982). Si puede presumir de haber contribuido a precipitar la implosión de un «régimen ateo», la Unión Soviética, sus censores le reprochan haber privado de su principal apoyo militar a los países árabes del «campo de batalla», la Organización para la Liberación de Palestina, Egipto, Siria e Iraq, así como Argelia, el sur de Yemen, Sudán y Libia.
Su autoridad por esa actuación choca en el escenario árabe con el carisma de auténticos dirigentes de legitimidad comprobada a los ojos de grandes sectores del mundo árabe musulmán, como el jeque Hasán Nasralá, líder de Hizbulá, el movimiento chií libanés autor de dos hazañas militares contra Israel (2000 y 2006), y Hamás, el movimiento suní palestino, en los que la incomparable ventaja sobre Osama bin Laden reside en el hecho de que ellos nunca han desertado del combate contra Israel, el enemigo principal del mundo árabe.
V. La quema de El Corán, una ganga ideológica, un incentivo de reclutamiento para al-Qaida.
La destrucción por parte de los talibanes, aliados de al-Qaida, de los «Budas de Bamiyan» (3) en el centro de Afganistán en 2001, que alejó del Islam a casi mil millones de budistas, acentuó las sospechas sobre ellos. Este acto toma mayor relieve retrospectivamente ahora que los musulmanes, a su vez, han sido objeto de una estigmatización con el proyecto de un grupúsculo integrista cristiano de La Florida de quemar 200 ejemplares de El Corán, el libro sagrado de los musulmanes, el sábado 11 de septiembre, noveno aniversario de los atentados en Estados Unidos.
El proyecto del pastor Terry Jones del Dove World Outreach Center de quemar El Corán fue calificado por el presidente Obama de «gesto destructor que pone en peligro a las tropas occidentales en Afganistán». Desde cualquier punto de vista constituye una bicoca ideológica que podría servir de justificación a posteriori del ataque a Estados Unidos por parte de al-Qaida y, con el argumento de la islamofobia de las sociedades occidentales, constituir un incentivo de reclutamiento para la organización islamista en plena época de conmemoración de los atentados antiestadounidenses.
Osama bin Laden aparece retrospectivamente como el «pardillo» de la farsa del asunto afgano en su versión antisoviética, en la medida en que desembocó en el hundimiento de la aliada de los países árabes del campo de batalla, la Unión Soviética, y reforzó la alianza estratégica de Israel y Estados Unidos. Cincuenta mil árabes y musulmanes enrolados bajo la enseña del Islam y bajo el liderazgo de Osama bin Laden, funcionario de las relaciones de los saudíes y los estadounidenses, combatieron en Afganistán al ateísmo soviético en una guerra financiada parcialmente por las petromonarquías del Golfo con 20.000 millones de dólares, una suma equivalente al presupuesto anual de la cuarta parte de los países miembros de la organización panárabe (4).
En comparación el Hizbulá libanés, con un número de combatientes infinitamente menor, estimado en 2.000 combatientes, y un presupuesto ridículo con respecto al que se comprometió para financiar a los árabes afganos, ha originado conmociones psicológicas y militares más sustanciales que la legión islámica en la relación entre las fuerzas regionales.
Así, el ataque del 11 de septiembre de 2001 aparece retrospectivamente como una represalia a esa duplicidad al mismo tiempo que un intento de comprometer a Estados Unidos, por la respuesta que no dejaría de provocar, en una guerra de desgaste en el cenagal afgano. Ésta es al menos una de las interpretaciones que aparecen en los medios políticos árabes sobre las motivaciones profundas de bin Laden en la elección de los objetivos del atentado del 11 de septiembre de 2001.
La implantación de «Al-Qaida para la Península Arábiga» en Yemen podría tener un efecto desestabilizador sobre el reino, que «no estará protegido contra el hundimiento en caso de la caída del régimen yemení», advirtió el 17 de julio de 2010 el Ministro de Educación Superior de Yemen, Saleh Basserrate, lamentando la falta de cooperación de Arabia en la regulación de las dificultades económicas del país (5). El aviso se consideró lo suficientemente serio como para conducir al rey Abdalá a comprometer sus fuerzas en los combates de Yemen, en el otoño de 2009, al lado de las fuerzas gubernamentales, y a superar su contencioso con Siria incitando a su hombre de contacto en Líbano, el nuevo Primer Ministro libanés Saad Hariri, a retomar el camino de Damasco.
Casi un millón de trabajadores yemeníes fueron expulsados de Arabia Saudí en 1990 por el alineamiento del gobierno de Sana’a con Sadam Hussein en su contencioso territorial con Kuwait, lo que condujo al gobierno de Yemen, con la esperanza de conseguir una ayuda económica saudí, a poner en sordina sus reivindicaciones territoriales, con gran disgusto de una fracción de la opinión yemení. La implicación de un miembro del entorno familiar del príncipe Bandar Ben Sultan, hijo del Ministro de Defensa y presidente del Consejo Nacional de Seguridad, en la reactivación de los simpatizantes de al-Qaida, tanto en Siria como en el norte de Líbano, en la región del campo palestino de Nahr el Bared, da la medida de la infiltración de la organización islamista en los círculos dirigentes saudíes, a la vez que debilita al reino frente a sus interlocutores tanto árabes como estadounidenses.
El jeque Maher Hammud, mufti suní de la mezquita «Al Qods» de Saida (sur de Líbano), acusó abiertamente al príncipe Bandar desde la cadena transfronteriza Al Yazira, el sábado 26 de junio de 2010, de haber financiado los disturbios en Líbano, en particular contra las zonas cristianas de Beirut, en una operación de distracción, sin que esta declaración se haya desmentido ni el dignatario haya sido requerido por la justicia, lo que ha llevado a Estados Unidos a declarar «non grato» a Bandar, el antiguo niño mimado de Estados Unidos, el «Great Gatsby» del establishment estadounidense.
Hecho significativo, uno de los responsables de al-Qaida en la península Arábiga no es otro que el imán radical Anwar Al-Aulaqui, un hombre a quien los estadounidenses señalan como responsable de la estrategia de comunicaciones de al-Qaida destinada al mundo anglófono, por medio del sitio online «Inspire». Yemení nacido en Estados Unidos, Al-Aulaqui se declara discípulo del autor del atentado abortado del vuelo Ámsterdam-Detroit el 25 de diciembre de 2009, ilustración sintomática de la confusión que reina en las relaciones entre Estados Unidos y el mundo musulmán y la instrumentalización estadounidense del Islam en su combate contra la Unión Soviética. Al-Aulaqui ya figura como un objetivo prioritario de la doctrina Obama.
El anclaje de una organización esencialmente suní, excrecencia de la rigurosidad wahabí, en el flanco sur de Arabia Saudí, lleva la marca de un desafío personal de bin Laden a sus antiguos señores en cuanto que transporta al mismo lugar de su antigua alianza la disputa de legitimidad que enfrenta a la monarquía con su ex sirviente.
Sobre el fondo del pulso entre Estados Unidos e Irán en el último plano del contencioso nuclear iraní, Osama bin Laden, de origen yemení y nacionalidad saudí, venido a menos, ha optado por librar su batalla sobre la tierra de sus antepasados.
En el orden simbólico bin Laden ha elegido librar su batalla decisiva contra la monarquía saudí, a la cual considera una renegada del Islam, la usurpadora saudí de las provincias yemeníes, en un combate de vuelta cuyo final deberá ser el restablecimiento de su legitimidad o al menos la legitimidad de la marca de su organización en decadencia en el mundo árabe. Ubicando paradójicamente, como observadores pasivos y receptores de posibles dividendos, al Irán chií y, sobre todo, a la Rusia expulsada de Socotra contra la cual combatió antaño en Afganistán por causa de su ateísmo.
Notas:
(1) El dispositivo contra la piratería marítima incluye:
Una veintena de barcos de guerra presentes permanentemente en el golfo de Adén, o en patrulla a lo largo de las costas somalíes, en nombre de varias operaciones:
– EUNAVFOR (Atalanta), lanzada por la Unión Europea en diciembre de 2008 por iniciativa a Francia y España. Veintidós estados participan en Atalanta, de los cuales once han enviado medios al lugar. Desde diciembre de 2008 se han sucedido 33 fragatas o corbetas, cuatro barcos de abastecimiento y mando y cinco aviones patrulleros marítimos. A primeros de diciembre de 2009 había «sobre el terreno», sólo para la operación de la Unión europea, nueve barcos, dos aviones patrulleros y 2.000 marinos.
Según las cifras citadas durante el coloquio «La piratería, amenaza estratégica o fenómeno epidémico», organizado el 7 de diciembre pasado en París por la Fundación para la Investigación Estratégica, el presupuesto de la operación Atalanta sería de 230 millones de euros para el año 2009. Éste es el precio que tiene que pagar la Unión Europea para establecer la seguridad en una ruta de importancia estratégica, en la entrada del mar Rojo.
Pero esa cifra no representa ni la amortización de los materiales ni la formación y los salarios de las personas, y menos todavía los gastos realizados por las marinas en sus pabellones nacionales.
– TF150, originalmente una «task force» multinacional de predominio estadounidense con tareas antiterroristas (Enduring freedom, Antiterror).
– Ocean Field, una fuerza naval provisional de la OTAN, que destaca sobre los grupos que maniobran en el océano Índico.
– Unidades separadas de las marinas nacionales de Estados Unidos, Rusia, India, Francia, China, Egipto, Australia y Malasia para misiones limitadas.
Desde el mes de abril de 2008 a diciembre de 2009, seiscientos trece presuntos piratas fueron detenidos en el mar. Unos cuarenta fueron eliminados. 299 fueron enviados a la justicia de un país costero, en virtud de acuerdos de transferencia. 110 se enviaron a las autoridades de Kenia, 38 a las islas Seychelles y 48 a Yemen.
(2) Las tres provincias yemeníes de Assir, Jizane y Najrane fueron anexionadas por Arabia Saudí en 1932, anexión ratificada por el acuerdo de Taef de 1934. Yemen se opone a la prórroga de veinte años de este acuerdo que expiró en 1992.
(3) Los Budas de Bamiyan eran dos estatuas monumentales de budas de pie excavadas en la pared de un acantilado situado en el valle de Bamiyan, en el centro de Afganistán, a 230 kilómetros al noroeste de Kabul y una altitud de 2.500 metros. Toda la zona está clasificada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO. El «Gran Buda» (53 metros) dataría del siglo V y el «Pequeño Buda» de la segunda mitad del siglo III. Las estatuas en la actualidad han desaparecido después de ser destruidas en marzo de 2001 por los talibanes.
(4) Mikael Awad, politólogo egipcio, intervención en la cadena transfronteriza árabe Al Yazira, 2 de febrero de 2010, emisión «al Ittijah al Mouakess, le sens contraire»
(5) Véase «L’appel au secours du Yémen à l’Arabie saoudite», editorial de Abdel Bari Atwana, director del periódico panárabe Al Qods al arabi, editado en Londres el 17 de julio de 2010.
Fuente: http://www.renenaba.com/?p=2803, http://www.renenaba.com/?p=2781
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