Hoy ocupada por fuerzas militares de la ONU – básicamente de América latina -; con sus espacios navales y aireos formalmente en manos de la DEA de los Estados Unidos; su frontera con la vecina República Dominicana casi incontrolable por parte del Estado, Haití presenta en el contexto latino-americano un […]
Hoy ocupada por fuerzas militares de la ONU – básicamente de América latina -; con sus espacios navales y aireos formalmente en manos de la DEA de los Estados Unidos; su frontera con la vecina República Dominicana casi incontrolable por parte del Estado, Haití presenta en el contexto latino-americano un caso extremo. Por este preciso sitio que ocupa, nos abre las puertas para reflexionar sobre el concepto mismo de «nacionalidad», «nacionalismo», su funcionamiento.
Hablar de «Naciones y nacionalismo en América latina» indica tocar el tema de «territorio». Tanto de la tierra como medio de producción y de las materias primas allí encontradas, como de la dominación política, militar, económica. El «imperialismo» está, entonces, referido como el agresor, el enemigo principal. Tomando el caso de Haití como ejemplo, nuestro propósito es demostrar que el «nacionalismo», aunque parezca esto contradictorio, puede ser otro eje activo para /hacia ésta misma dominación.
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Globalmente, se trata de una situación insoportable
Estamos en presencia de la mayor ofensiva de los países imperialistas, nunca vista en la historia de la humanidad, en que su dirección, los EE.UU, proclamaron cuando iniciaron el ataque a Afganistán que estaban listos para «dominar al universo …ad vitam eternam «. ¡Así es¡ No estaremos sorprendidos entonces si no tienen la menor preocupación por el sufrimiento de los pueblos, el sudor y la sangre de los trabajadores, por las lágrimas de las amas de casa, los gritos de los niños, o por el efecto invernadero sobre el planeta que amenaza la reproducción de las especies. Dios está con ellos.
Se tratará entonces de los robos los más canallescos, de las más cínicas masacres, del despojo más completo, en donde la tierra, los recursos naturales, además de los tesoros culturales…, son sistemáticamente expropiados por las empresas multinacionales. Destrucción infernal y masiva, a través de su dominación militar, política, ideológica… Embriagados y guiados por el único objetivo del lucro sanguinario y el más odioso individualismo que la humanidad haya experimentado. Se trata de los bárbaros y de la barbarie.
La ONU, el Banco Mundial, el FMI, el BID… han orientado y sancionado. Pero si es necesario, como pasó en Irak, también pasarán por encima de la ONU.
La primera mentira está en quienes actúan como si nada pasase. Quienes, frente a la declaración de guerra abierta de estos vampiros se quedan en el pacifismo de buen gusto, creyentes fieles de esa «democracia» construida al tamaño de personas imbéciles y sometidas de forma complaciente.
Ese es el amplio telón de fondo de la situación haitiana.
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La industria capitalista llamada «de la aguja» (textiles de todo tipo, pelotas de cuero, de béisbol…), por haber sido incapaz de mecanizarse, y aún menos de informatizarse durante estas últimas décadas, precisa aumentar su tasa de plusvalía y así aumentar su prosperidad dentro de la competencia capitalista, con la mano de obra más barata posible y en condiciones de ser explotada sin mayores riesgos de seguridad. Esto genera un flujo,’ de dislocamientos en el que fábricas nacionales de Canadá y EEUU, (en especial textiles) se han convertido en multinacionales y se aglomeran en México, después en América Central, y hoy en día en el Caribe, África, Asia…
El Plan Reagan de los años 80, conocido como Iniciativa para la Cuenca del Caribe (CBI en inglés) ya resumía y definía esa intención. Después, vendrían a instalarse las maquílas, los parques industriales, al principio en forma aislada y ahora agrupados y asegurados en las zonas francas: áreas liberadas, con ventajas fiscales y libertad completa para la explotación, el tráfico de drogas, etc.
La burguesía haitiana, siendo consciente de los desafíos de esta sórdida competencia, proclamaba para quien estuviese dispuesto a escucharla que «la ventaja comparativa del país (léase su propia ventaja) es nuestra mano de obra barata». Tal frase, aparentemente inofensiva, implica, sin embargo, consecuencias desastrosas para los trabajadores «baratos» y para el pueblo en general. Antes que nada, eso significa un salario nominal de miseria, el más bajo posible, a la vez que su valor real tendrá siempre que ir disminuyendo (de ahí la aceleración inflacionaria en los productos de primera necesidad y la caída libre del valor de la moneda local – los burgueses cobran tarifas de montaje en dólar y pagan salarios en moneda local). Y para garantizar esos salarios de miseria, precisan una represión antisindical feroz y permanente, tanto legal (a través del Ministerio de Asuntos Sociales y Justicia) como policial (la Policía Nacional, las fuerzas armadas, los «paramilitares» de toda especie persiguen a los obreros hasta en sus casas). Además, ésta lógica de explotación extrema necesita de una miseria generalizada en la población, para lograr provocar la aceptación de esos salarios miserables y la precarización extrema del trabajo. Los distintos, gobiernos populistas tienen conciencia de todo esto, pero desempeñan totalmente el papel que les impone la burguesía: continúan hablando de la «causa popular», sin nunca satisfacer realmente ninguna reivindicación y sin realizar ninguna acción a favor de los trabajadores, sobre todo cyando estos últimos se enfrentan a los capitalistas. En realidad, abusan del poder del Estado para realizar su propia acumulación y se aproximan a la burguesía para servir a sus intereses, contribuyendo alegremente en la organización de su principal proyecto: preparar y garantizar la máxima explotación posible en las zonas francas que se siguen construyendo.
Pero, para llegar a ese punto, se precisaba, antes, la destrucción gradual de la economía nacional. De hecho, al inicio de los años 80 tuvo lugar la erradicación de los cerdos criollos (quien sabe de la importancia de esos animales en el medio rural, podrá entender el significado de esa masacre). Se dio enseguida la destrucción de la economía azucarera: de país exportador, Haití se fue volviendo gradualmente país importador de azúcar. ¡Hoy en día, importamos el 100% del azúcar de consumo! De ahí al dumping del arróz, a la negligencia para tratarla enfermedad de la banana, del café, el comercio de vestidos usados para reemplazar el artesanado de vestidos y calzados. Los «préstamos» del Banco Mundial, las imposiciones políticas del FMI y del BID, las privatizaciones que se sumaban al desarrollo desenfrenado del capital financiero (¡hay que haber vivido la proliferación de los bancos en Haití!) que fueron importando la famosa Deuda que al final de cuentas es pagada por los pequeños consumidores y, sobre todo, por los pequeños campesinos a través del mecanismo del crédito, facilitando de ese modo, su enriquecimiento.
Los balseros «boat people» intensifican entonces su movimiento mientras que se aumenta la emigración hacia la República Dominicana. El medio rural, ya tan deteriorado, genera aún más migrantes que se concentran en las ciudades en donde, por ausencia de un desarrollo capitalista, forman un subproletariado multiforme, que se constituye como un gran ejército industrial de reserva. En otras palabras: la «mano de obra barata», en su expresión amplia.
Pero, ¿porqué la mano de obra barata de Haití es la más desfavorecida del continente? ¿Porqué es el país más destruido, el Estado el más corrupto y sus clases dominantes las más «repugnantes»?
Para entender este correlación de desastres, es necesaria un pequeño recorrido histórico.
El régimen esclavista extremadamente infernal de St Domingue, polarizaba radicalmente los intereses económicos y dio lugar a una feroz lucha de clases. Las clases revolucionarias de aquella época, aprovechándose de una coyuntura metropolitana favorable, lograron hacer una revolución cualitativamente diferente a las que se dieron en el resto de América. Ya que ahí no sólo se dio el combate de los colonos criollos contra las autoridades realistas, sino también él de los esclavos y libertos contra los colonos locales, sobre los que se impusieron ¡Hecho único! Esta ruptura radical implicaría el establecimiento de una autonomía mayor en relación al antiguo sistema, tanto a nivel económico como cultural. La resistencia fue generalizada, se trataba de un pueblo en armas: ¡la revolución fue ejemplar! hasta que se exportó al conjunto de América Latina.
SIN EMBARGO,
deja un país completamente desvastado: todas las ciudades incendiadas, todas las plantaciones destruidas. Además, por el hecho de que los colonos fueron eliminados, la acumulación de capital fue drásticamente parada. Por otro lado, los EE.UU, que aún conservaban el sistema esclavista (en pleno régimen «democrático» dirían) impusieron a Haití un embargo, el primero de la historia moderna, de 60 años (en realidad recién finalizado con la Guerra de Secesión, después de 1863). Francia, para no quedar atrás, agregaría una Deuda (también la primera de la historia moderna) de 150 millones de francos oro, que los gobiernos haitianos pagaron durante varios decenios utilizando cada año el 65% del presupuesto nacional, …sabiendo las clases dominantes en formación que iban a ¡debitarla en la cuenta de los trabajadores! Estos resistieron de diferentes modos y por todos los medios. La primera gran revuelta colectiva y ampliamente organizada fue la del «ejército de los hambrientos», también conocida como «la revuelta de los Piquets», en el Sur. En 1840, estos pequeños campesinos, ya dominados y explotados, reivindicaban «la tierra para quién la trabaja», actitud que fue denunciada, sobre todo por el historiador Beaubrun Ardouin, como comunista y que, por lo tanto fue reprimida a sangre y fuego en 1843.
Viniendo de la revolución más progresista, Haití se desarrolla pues como la formación social la más más débil, bloqueada, sin que se desarrollen en el país clases dominantes con dinámica de futuro que le permita consolidarse como «Nación». Así, a pesar del impulso que dejaba abierto la revolución de 1804, esa sociedad no pudo realmente desarrollarse. El proceso descompasado se fue volviendo más grave y, después de doscientos años de esa extraordinaria epopeya, es forzoso constatar el estado de destrucción, deterioro, ausencia de saneamiento y gangrena en movimiento.
Los tres períodos de intentos de acumulación a nivel del Estado, marcan el ritmo de esos sobresaltos. El primero fue él del fin del siglo XIX en el que las «mayores familias» de la burguesía compradora se apropiaban de todos los mecanismos del Estado para garantizar su pillaje, robando y apropiándose de las tierras de los pequeños y medianos campesinos. El proceso llamado de «la Consolidación» seria la mayor prueba de esa acumulación canallesca. Después vendría el pillaje generalizado, «vitalicio», de los duvalieristas, constituyéndose así una tenaz burguesía burocrática. Finalmente, el período populista contemporáneo que tampoco va a acabar sin dejar sus rasgos. Intentando continuar por un lado con la reproducción ampliada de la burguesía burocrática y, siguiendo los pasos populistas anteriores, la «reconciliación» sería el nuevo barniz que les permitiría elevarse a la altura de las clases dominantes, volviéndose el pillaje el medio para que los nuevos pequeños burgueses puedan mostrarse «dignos de ser ricos»
La debilidad estructural y la opresión internacional que, en su propia génesis, habría marcado a las clases dominantes haitianas, impedían por lo tanto, cualquier desarrollo. El imperialismo europeo y, después el americano y, al final todos juntos, se apropian de la mayor parte de la plusvalía, muchas veces utilizando la fuerza, no sólo para explotar a los trabajadores y robar tierras y recursos disponibles, sino también para reprimir cualquier veleidad de desarrollo de una burguesía nacional, apoyándose, y a la vez ayudando a crear, una serie de intermediarios locales, tan dependientes, alienados, sumisos y además lacayos incapaces de proponer nada por fuera de la rendición.
La debacle es pues total. Sin embargo, en ese abierto derrumbe que transforma a Haití en el caso más extremo, el más triste, consiguen por lo menos una cosa: está disponible la mano de obra más pobre, más miserable y por lo tanto la más barata. La llaman: ¡»ventaja»!
Y ¡se juntan los vampiros! Con el disfraz de «dar trabajo» – como en aquella época colonial – acuden.
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Aristide había firmado en Monterrey, México, el acuerdo para establecer 18 zonas francas, de las cuales 13 a lo largo de la frontera con la República Dominicana y colocado (en la clandestinidad) la primera piedra para su inauguración en Ouanaminthe, región agrícola rara en ese nordeste torrificado por la ocupación americana de 1915, con capitales dominicanos prestados por el Banco Mundial. Más tarde, el cuadro de Cooperación Interina (CCI en francés) del gobierno de facto de Latortue definió con claridad: ¡la prioridad se da a las zonas francas! El círculo está, por lo tanto, cerrado. Y, sin perder tiempo, otras zonas francas se están construyendo: en Drouillard, Puerto Príncipe; en el Noroeste; otras aún tienen que ser instaladas: en Linthau, en el camino que conduce hasta Tabarre, y otras más en Puerto Príncipe, en Cap-Haítien, en Jacmel…
Con distintas suertes, los Acuerdos Hero-Act, HOPE, CAFTA-DR que permitirán sin ninguna barrera la penetración de las transnacionales junto con la libre circulación de mercaderías (mientras que los trabajadores migrantes sí son interceptados y martirizados en cualquier punto del planeta, como lo muestra la situación de los trabajadores haitianos en República Dominicana, por ejemplo).
Sin embargo, este desarrollo histórico no se da sin choques, Y, por causa de ese proceso destructivo, la situación además de estar totalmente deteriorada, es muy peligrosa, ya que las clases dominantes y su Estado reaccionario han, por un lado, creado una relación de clases extremadamente antagónica, lo que hace que la situación se pueda tornar altamente explosiva en cualquier momento y, por otro lado, tienen una incapacidad crónica y total en traer una solución cualquiera, tanto en la economía, la política, como en la misma represión.
De ahí la necesidad de la ¡OCUPACIÓN! Económica, política y militar.
De haber empezado con el famoso e intregista «Thank you, Mister Clinton» pronunciado a su vuelta en el 1991, acompañado de 20,000 (¡veinte mil!) soldados Norte-americanos, Aristide abría las puertas para este ciclo de Ocupaciones «legales», bajo mando de la ONU. Disfrazadas de distintos ropajes : «ayuda, humanitaria, democracia, restauración de la democracia, países amigos»…, en realidad, básicamente, están para controlar la situación, ella misma construida, como acabamos de ver, por una historia de larga duración. Dominan de hecho – por las masacre y el terror si necesario – a esas masas que han empobrecido al extremo y ahora quieren utilizar, pero ésta misma es demasiado ruidosa, y puede llegar a ser posiblemente demasiado consciente del bienestar de los dominantes en este país totalmente devastado.
Por esto que: sí, ciertamente, las tropas de la ONU traen la paz. Pero la «paz de los cementerios», la «paz» que necesitan los imperialistas, los burgueses locales y los comelones del Estado para asegurar la implantación de ese proyecto, preparado desde hace mucho tiempo pero tan difícil de estabilizar: la explotación máxima de esa mano de obra la más barata.
A estas masas, ningún servicio de base les es ofrecido (ni agua, ni electricidad, ni vivienda, ni saneamiento, ni salud, ni previsión social, ni transporte público, ni diversión …) O: ¡tan poco! Aquí el capitalismo es árido. ¿Esclavizante?
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Ese es el proyecto que vienen a defender las tropas latino-americanas.
Antes, las ocupaciones se hacían con tropas norteamericanas, y blancas. Pero, conscientes de la importancia del fenómeno epidérmico en Haití, después vinieron soldados «de la ONU» y, aunque también norteamericanos en la primera venida, eran ya mayormente negros, algunos de origen haitianos. Disfrazados ellos también del «indigenismo» de rigor, recorrían las villas miserias, amitralladoras en manos.
Hoy, las tropas latino-americanas, vienen como una «movilización salvadora», en nombre de partidos de trabajadores, partidos de lucha, de frentes populares… Lula, Evo, Kirchner, Tabaré Vasquez, Bachelet …, vienen reivindicando la lucha contra el sistema que también oprime a sus respectivos países. ¡Enorme contradicción!
¿Será que todos ellos han caído crédulamente en una trampa? ¿O será que, muy concientemente, utilizan esos adornos para mejor acceder al rango de ricos y así ser parte de los que dominan el mundo?
¿Será que todos son dueños verdaderamente sus decisiones? ¿O será que sus Fuerzas Armadas son simples apéndices de la dominación imperial? El hecho de que Pinochet no haya podido ser juzgado en Chile, puede ayudar a entender ciertas relaciones de fuerzas. En otros países, son las mismas Fuerzas Armadas que reprimen en Río, en Santiago… Y nos ha llegado una entrevista a un oficial que dice que las tropas brasileñas iban a Haití «a entrenarse». ¡!
La situación es bastante compleja y difícil.
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Frente a esta dominación, existe un eje «nacionalista», burgués (aunque muchas veces de expresión pequeño burguesa), que lucha por cierta autonomía. La situación está alli, sin embargo, tan deteriorada que no llegan a imaginarse – ni menos constituirse como fuerza – sin la «ayuda», …¡otra vez imperialista! La consideran como «un hecho, un dato»; la «globalización» está, hay que acatar: una «obligación» pues. Se siguen apoyando en los héroes de luchas independentistas anteriores, sin sacar las lecciones adecuadas para una superación actual necesaria. Todas sus conclusiones vuelven a integrarse en el mismo ciclo capitalista-imperialista que domina y es el principal responsable de la misma situación. Apelan a una «solidaridad Sur-Sur» y justifican la presencia de las mismas fuerzas militares que vinieron bajo mando de los imperialistas.
Esa «solidariedad» existente, sea bajo el argumento de ayuda de los países del Sur, no es más que una solidaridad entre las clases dominantes de los diferentes países, dirigida por los vampiros de las transnacionales, para su mayor explotación tanto de la situación de pobreza del país como, más específicamente, de su mano de obra la más barata. Este «nacionalismo» que apunta explotar de la misma manera a los trabajadores no es la que precisa el pueblo.
¡Rechazamos esa «solidaridad» con todas nuestras fuerzas! ¡Apelamos a los trabajadores, los progresistas y todos los pueblos latino-americanos, así como a los del mundo entero, a oponerse a la misma, con la mayor determinación y vehemencia!
Lo que hace falta, es, al contrario, otra cooperación, la que surge de la unidad de los pueblos mismos en contra de aquella, una cooperación de pueblos, natural y fundamentalmente hermanados en sus fábricas, en sus talleres, en la agricultura, la medicina, la construcción…, en sus risas francas, sus danzas y canciones entonces liberadas, en la producción colectiva y los intercambios iguales.
En ésta era de «globalización» imperialista, el «nacionalismo» que se identifica como «independiente» cae, tarde o temprano, en la entrega orgánica de sus agentes burgueses a las fuerzas enemigas. Hoy, para que la salvación de los pueblos tenga verdadero color de emancipación, debe necesariamente existir una articulación de luchas, nacionales e internacionales, donde la defnición del Campo del Pueblo es en todos momentos, niveles y lugares el criterio fundamental.
Didier Dominique. Universidad del Estado de Haití (UEH)
Florianópolis, Santa Catarina, Brasil
«Jornadas Bolivarianas» 21-25 de abril del 2008
«Naciones y nacionalismo en América latina»
Instituto de Estudios Latino-Americanos (IELA)