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Cuenta con el apoyo del gobierno

La derecha peruana propone la jornada de 14 horas y reducir el periodo de vacaciones

Fuentes: Rebelión

Enchida de sobervia como está por el cuasi monopolio del poder político que ostenta desde hace una década, la derecha peruana ha lanzado su más «audaz» ofensiva de los últimos meses. Luis Vega Monteferri, presidente de la Asociación de Exportadores (ADEX), preocupado por el desarrollo y el bienestar de los peruanos, y en un ataque […]

Enchida de sobervia como está por el cuasi monopolio del poder político que ostenta desde hace una década, la derecha peruana ha lanzado su más «audaz» ofensiva de los últimos meses. Luis Vega Monteferri, presidente de la Asociación de Exportadores (ADEX), preocupado por el desarrollo y el bienestar de los peruanos, y en un ataque de inusitada sinceridad sostuvo hace unos días: «Este país necesita trabajar más, más días, más horas (…) no hay que trabajar ocho horas diarias sino 14 para salir del subdesarrollo».

La propuesta es más que una bravuconada. De hecho cuenta -cómo no- con el aval del Ministerio de Economía y Finanzas dirigido por Pedro Pablo Kuczynski, uno de los hombres fuertes de Washington en el Perú. El paquete se complementa con la intención de los gremios empresariales de reducir el periodo de vacaciones de 30 a 15 días. La cantaleta de siempre: los sobrecostos de la mano de obra. Pero eso sí, los pudorosos empresarios peruanos, empeñados en no recortar los derechos laborales, han dicho que ésta última medida de aprobarse regiría sólo para los nuevos trabajadores.

Sin embargo, este episodio es uno de tantos que empiezan a acusar el inequívoco quiebre de la hegemonía neoliberal en el Perú, un país de los más derechizados del continente, donde los vientos progresistas no alcanzan a soplar sino muy tímidamente. Al rechazo unánime de las organizaciones sindicales se ha sumado también la oposición del propio Ministro de Trabajo del gobierno de Toledo. Y los líderes populistas de centro derecha con mayores posibilidades de ganar las elecciones presidenciales del año 2006, Valentín Paniagua y Alan García, se han desmarcado prontamente de la reaccionaria postura de la derecha más rancia, y aunque su gesto sea más bien electorero, por lo menos indica que a diferencia de tiempos no muy lejanos, hoy provoca bochorno seguirse suscribiendo sin más a las plataformas conservadoras.

Tan es así que el vicepresidente de la República David Waisman, arremetió hace unas semanas contra los Ministros de Comercio Exterior, de la Producción y de Economía, a propósito de las alocadas negociaciones del gobierno de Toledo que apuntan a finiquitar «sí o sí» un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos: «Tratan de impulsar un TLC, pero ¿quién es el responsable de impulsar la competitividad en el país? ¿en el sector empresarial e industrial? ¿quiénes van a sufrir los embates de los TLC?». En coro, desde dentro y fuera del gobierno, la cofradía neoliberal descalificó al vicepresidente sin ocultar su malestar por tremenda herejía. Por cierto, la firmeza de Waisman contrasta nítidamente con la ambivalencia más bien cobarde de muchos sectores y líderes de centro izquierda respecto de la inminente firma del TLC.

Esa tibieza explica en parte que el TLC, pese a ser una terrible hipoteca de nuestro futuro, venga pasando piola. Sólo los sectores que aparecen como los más «radicales» y no tienen temor en parecerlo, se han parado firmes contra la propaganda neoliberal que hegemoniza el discurso en los medios. La satanización es las más de las veces el precio que pagan, y muchos de los «responsables» líderes de la «renovada» centro izquierda peruana prefieren guardar de momento sus perfiles. Con las excepciones honrosas del caso.

Con todo los sectores progresistas no se hacen todavía visibles. Quebrar la tácita censura de los medios ha resultado ser una tarea más ardua de lo que se creía. Y más grave aún es lo mucho que cuesta construir nuevos liderazgos. No deja de ser tristemente paradójico que sean los mismos rostros que protagonizaron el fracaso de Izquierda Unida en 1990, los que continúen dirigiendo a sus respectivas organizaciones. La ausencia de cuadros y de democracia interna en los partidos explican que los líderes no se hayan renovado salvo contadas excepciones. Muchos de los viejos -y por lo demás apreciados- dirigentes de las izquierdas arrastran taras de un pasado no del todo glorioso. La más letal de todas es el sectarismo.

El quid es que aparece como remota la posibilidad de sanar sempiternas rencillas entre las cúpulas de las distintas facciones. Eso explica por qué hasta ahora no ha podido cuajar una alternativa unitaria por lo menos de los sectores marxistas, ni al interior de espacios como las universidades o los sindicatos, ni tampoco con miras al proceso electoral que se avecina. El neoliberalismo está desacreditado pero no yace todavía muerto. Ni en sueños. En realidad, de seguir las cosas como están, difícilmente la izquierda alcanzará a jugar el papel importante que le tocaría en los próximos años. Urge frenar el fundamentalismo del mercado y con él, el avance de la pobreza y el deterioro progresivo de las condiciones de vida. Del posicionamiento electoral que se obtenga el 2006 depende en gran medida el futuro de la izquierda y los intereses populares. Marginados cinco años más de la escena política oficial o con una presencia mínima o simbólica, le garantizaremos al neoliberalismo un reducto último y amurallado en América Latina. La agitación y la lucha callejera no bastan. La unidad es el único camino posible.

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Erick Tejada Sánchez es director de la Revista Virtual ESPERGESIA.