El malestar de la mayoría de la nación con la subordinación a las estrategias belicistas de Estados Unidos y el Plan Colombia-Plan Patriota. El rechazo a las medidas neoliberales del FMI, al TLC, a los acreedores de la deuda externa, a la política petrolera antinacional, a las consecuencias empobrecedoras de la dolarización, le condujeron a Lucio a una catástrofe electoral. El contenido de la derrota de Gutiérrez, disiminuye el significado de la victoria coyuntural de la partidocracia tradicional, que resultó beneficiaria por una parte del desgaste del gobierno y por otra, del vacío en la escena política de una tendencia alternativa que desafie al gobierno y a los partidos del establecimiento
Lucio Gutiérrez perdió las elecciones de medio período, en las que se eligen a Prefectos y Consejeros Provinciales y Alcaldes y Concejales Municipales, en las que participó promocionando a los candidatos de su partido, que obtuvieron una magra votación. El apoyo a su política de un 4% y la recusación del 96%, explicita el vacío en el que se debate su gobierno desde cuando, al asumir el poder, abandonó las expectativas de cambio por las que fue electo, destapa el sifón de su frágil estabilidad y lo expone a una crisis de mayúsculas dimensiones.
La derrota de Lucio, un dócil seguidor de las políticas neoliberales de Estados Unidos y del FMI, que abre el escenario de su salida de la presidencia, contrasta radicalmente con la victoria aplastante del presidente venezolano Hugo Chávez, quien adelantando un programa de independencia nacional y enfrentando las poderosas presiones de los halcones de Washington y la oligarquía local, obtuvo un holgado triunfo con el 59% de los votos, que lo consolida en el poder.
Lucio, pudo ganar los comicios del 2002, presentándose como una figura alternativa al establecimiento. Abrigado por el prestigio de su participación en la insurrección popular que el 21 de enero del 2000 depuso al gobierno de Mahuad, obtuvo el apoyo de Pachakutik, el brazo político de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE), y de otros sectores de la izquierda, como el Movimiento Popular Democrático (MPD), que asumieron la corresponsabilidad de su elección.
El pueblo votó por Lucio buscando la ruptura de la estructura política que ha dominado Ecuador los últimos 25 años. Esta ha consistido en una virtual dictadura de una partidocracia monitoreada por la Embajada de Estados Unidos y las misiones del Fondo Monetario Internacional, dirigida tras bastidores por el Partido Socialcristiano, que basado en la oligarquía de la costa pacífica opera como su mano derecha y, la Izquierda Democrática, que basada en la oligarquía de la sierra andina, pregona un discurso de matices populistas y evocaciones socialistas con una máscara tecnocrática, para intervenir en los hechos como la mano izquierda de los mismos intereses de los poderes fácticos.
Un gobierno para Estados Unidos y el FMI
Lucio ungido Presidente, abandonó las perspectivas de cambio del legendario 21 de enero, y con ellas al pueblo y a los intereses de la nación. Aún antes de asumir el mando, no vaciló en cuadrarse con las imposiciones de Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional.
Se subordinó al Plan Colombia, ahora con el new lock de Plan Patriota. Apoyando la estrategia belicista del presidente colombiano Alvaro Uribe, ha permitido, la realización de operaciones policiaco militares de su gobierno en territorio ecuatoriano en franca violación de la soberanía nacional. Han incluido la detención en Quito del dirigente guerrillero de las FARC Simón Trinidad, incursiones armadas en la frontera norte y la movilización masiva de miles de soldados ecuatorianos para colaborar con el ejército colombiano en la zona limítrofe, con cargo al presupuesto fiscal de Ecuador.
Usando la máscara de la guerra a las drogas, ha expuesto a Ecuador a una creciente intervención militar de Estados Unidos. Se han ampliado las actividades del Comando Sur, bajo el continuo monitoreo en persona de su jefe, el general James Hill y la embajadora Kenny en su Centro de Operaciones Avanzadas en la Base de Manta, en el cordón fronterizo y en la amazonía. Se ha establecido un sistema de patrullaje marítimo sofisticado en el puerto de San Lorenzo. Se han negociado convenios que agreden la soberanía territorial, aérea y marítima del país, que ya han producido el hundimiento de numerosos barcos ecuatorianos por la armada norteamericana. Y existe expectativa sobre la instalación de otra base del pentágono en las islas Galápagos.
En el ámbito económico, su política de servidumbre colonial no ha sido menos lesiva. Entregó a las imposiciones neoliberales del FMI el control del Banco Central y el Ministerio de Economía, en función de garantizar la transferencia de la mayor parte de la riqueza nacional al capital transnacional. El resultado ha sido una dramática factura social, simbolizada en la muerte de numerosos jubilados en una huelga de hambre realizada en protesta por la destrucción del sistema de seguridad social, en tanto los recursos de sus pensiones, son usados ilegalmente por el Banco Central, en el sostenimiento artificial de la reserva monetaria y otras manipulaciones. A ella se ha sumado, el crecimiento del desempleo, la pobreza y la miseria y efectos dolorosos, como el aumento de los flujos migratorios de trabajadores al exterior y la disminución grave de los índices de nutrición de la población rural y urbana.
El aparato productivo ha sido condenado a una soterrada parálisis y a su desmantelamiento, como consecuencia de la pérdida de sus niveles de productividad y competitividad, derivados de la dolarización y la reducción de la demanda interna, que ha tenido el resultado de reducir la tasa de inflación, paradójicamente presentada por Lucio, como el gran triunfo de su gobierno.
Sin embargo, beneficiados de la elevación de los precios del petróleo, los índices macroeconómicos no revelan en la superficie la tragedia en la que se desenvuelve la economía ecuatoriana, a pesar del castigo que sufre el país con la pérdida de 17 dólares por barril gracias el manejo sucio de la comercialización del crudo.
Actualmente, el gobierno apuntala las negociaciones de los tratados bilaterales de libre comercio que prepara Washington con Colombia, Perú y Ecuador, actuando a través de la Ministra de Comercio Ivon Baky, no como un país soberano, sino como una agencia de los intereses de las corporaciones estadounidenses. Al punto que los sectores que exportan al mercado norteamericano, como el pesquero, no se sienten representados por la delegación ecuatoriana y los negociadores de Colombia y Perú no encuentran en los ecuatorianos a los aliados naturales suyos, sino de Estados Unidos.
De rodillas
Ignorando el significado de su elección y los cambios en la correlación de fuerzas políticas, Lucio escogió el camino de transigir a las presiones externas e internas. Abandonando una victoria parlamentaria que impidió que el líder socialcristiano Febres Cordero y su partido asuman la presidencia del congreso, lo dejó en manos del acuerdo de la Izquierda Democrática con el mismo el Partido Socialcristiano. Garantizó así que permanezca intocada la conformación de los poderes del Estado, la Corte Suprema, la Fiscalía de la Nación, el Tribunal Constitucional, la Contraloría General y los demás órganos de control. Cercado por sus propios errores, para sostenerse en la presidencia con las uñas, aseguró que absolutamente nada cambiara y se transformó en un rehén de las manipulaciones de las oligarquías tradicionales.
De espaldas al escenario político latinoamericano, dominado por el derrumbe de los modelos neoliberales y la emergencia de poderosos movimientos en la búsqueda de alternativas propias a la crisis, como lo expresa la evolución política de Venezuela, Brasil, Argentina, Bolivia y del mismo Ecuador, donde han surgido gobiernos populares o las masas han derrocado a gobiernos impopulares, Lucio, visitó a Bush en la Casa Blanca, se declaró su mejor amigo y convocó a los presidentes latinoamericanos, a verse a sí mismos como los hermanos menores de Estados Unidos.
Luego viajó a Guayaquil a visitar a Febres Cordero, el líder de la oligarquía costeña conocido como «el dueño del país»(desde cuando así lo calificó el ex presidente de la Corte Suprema, Carlos Solórzano), para rehabilitar su posición política venida a menos por la derrota sufrida en su pretensión de gobernar el congreso. Le ofreció un cogobierno tras bastidores, que le ha permitido a su partido tener una participación decisiva en el poder político y en la gestión económica, a pesar de los continuos conflictos reales y ficticios y de los shows mediáticos, montados para representar el teatro de una aparente distancia.
Lucio, no ha impulsado su propio programa, que proponía una contradictoria reforma política dirigida más que a democratizar el Estado a fortalecer sus recursos autocráticos, con la reducción del número de diputados por ejemplo, y por otro lado, a desmontar el modelo de la Corte Suprema de Justicia sometida a la dictadura de la partidocracia.
Por el contrario, ha ejecutado el programa de ajuste neoliberal ordenado por el FMI, que elevó las tarifas de los combustibles. Ha concentrado los egresos fiscales en la pago de la deuda. Ha manejado una política petrolera anti-nacional, dirigida a proteger los intereses de las empresas petroleras extranjeras y sus agentes. Ha reducido los derechos de los trabajadores del Estado con una nueva ley de servicio civil y carrera administrativa y ahora pretende mutilar el derecho al trabajo con la legalización plena de la denominada «tercerización». Este curso surgió directamente de la nueva correlación de fuerzas creada por su capitulación a la estrategia yanqui en la región, y al dominio del congreso por la alianza Izquierda Democrática, Partido Socialcristiano, el cual creó las condiciones y a la vez forzó la ruptura con la base social que eligió su gobierno.
La salida del MPD y Pachakutik, ordenada por el establecimiento que, no se reconciliaba con los riesgos de la presencia de indígenas e izquierdistas en el gabinete, terminó dejándolo en el vacío. Sin ninguna base política que lo sustente, a excepción de su partido, Sociedad Patriótica, una organización de militares, policías, amigos y familiares, la manipulación de los recursos de la que puede gozar el poder ejecutivo, y los efímeros acuerdos parlamentarios, Lucio, ha gobernado para el establecimiento. Huérfano de todo poder real se ha sostenido en las leyes de la inercia.
A pesar de las tentativas sucesivas de destituirlo en el congreso o derribarlo en un levantamiento popular, por las que se han pronunciado Borja y Febres Cordero, ha permanecido en el poder no por su propia fuerza, sino por la incapacidad orgánica de la partidocracia, embarrada en el desastre de 25 años de desgobierno, de representar una perspectiva genuina de transformación real.
Quienes lo eligieron hace 2 años, tienen elementos pesados para sentirse decepcionados y traicionados por su curso fatal. Encontraron entonces, en las elecciones de medio período del 17 de octubre pasado, la ocasión para expresar su repudio a Lucio. Pero ese repudio no es simplemente a un estilo personal. Es la recusación a la política que representa. Es la expresión del malestar de la mayoría absoluta de la nación con la subordinación incondicional a las estrategias belicistas de Estados Unidos y el Plan Colombia-Plan Patriota. Es manifestación del rechazo a las medidas neoliberales del FMI, al TLC, a los acreedores de la deuda externa, a su política petrolera antinacional entregada a las empresas transnacionales, a las consecuencias empobrecedoras de la dolarización. Es la condena a sus responsabilidades en la masacre de los Taromenanis, a su indolencia en la muerte de los jubilados, al juego al terror con atentados criminales como el ejecutado contra el presidente de la CONAIE, Leonidas Iza, a su perversidad en el manejo de los derechos sociales y en la política económica. Este significado fundamental de los resultados electorales, trasciende por su naturaleza la victoria coyuntural de la partidocracia tradicional del establecimiento, la que se beneficio del fracaso del gobierno, y del vacío en la escena política de una tendencia alternativa que los rete.
Marcelo Larrea es director de la revista «el Sucre» y corresponsal de Adital en Ecuador.