Trump pretende romper la alianza de Rusia con China, para socavar el entramado internacional que ha forjado su gran competidor. Intenta aproximar a Moscú para debilitar a Beijing, mediante una estrategia que invierte la seducción implementada por el Departamento de Estado con Nixon y Kissinger.
Esa política es auspiciada desde hace varios años por importantes asesores de la Casa Blanca (Mearsheimer, Kennan), que subrayan la imposibilidad de doblegar simultáneamente a Rusia y a China. Propician concentrar fuerzas contra el rival económico, contemporizando con el adversario geopolítico.
Pero esa maniobra de la guerra fría difiere del pasado por la gran debilidad productiva de Estados Unidos. La primera potencia no disputa con un jugador económicamente inferior como era la Unión Soviética, sino con una locomotora asiática que tiende a desplazar al hegemón en declive.
Por otra parte, Rusia no tiene urgencia, ni interés inmediato, en negociar en los términos que imagina Trump. Ha concertado una alianza defensiva con China que comenzó en el plano comercial, se extendió a la economía y ahora despunta como resguardo militar. Las dos potencias convergen en la resistencia contra el mismo agresor.
Rusia necesita contrarrestar el cerco bélico, que la OTAN promueve instalando misiles que apuntan contra Moscú. El Pentágono inició ese acoso con las ¨revoluciones de colores¨, que implantaron gobiernos títeres de Estados Unidos en la región. Con el mismo propósito impulsó la guerra de Ucrania, extendió la militarización de Europa y forzó el alineamiento de países tradicionalmente neutrales (como Suecia y Finlandia).
El mismo asedio sufre China, a través de los nuevos convenios con Australia, India, Japón, Corea del Sur, Nueva Zelanda y Filipinas, que la Casa Blanca forjó para hostigar a su rival. Para escalar esa tensión, el Departamento de Estado acrecienta la provisión de armas a los separatistas de Taiwán, poniendo en duda el principio de “una sola China”, que articula la integridad territorial del gigante oriental.
La conversión de una economía asiática marginal en la mayor potencia ascendente del siglo XXI, se ha cimentado en la reversión de su fractura nacional. Washington sabe que la recuperación de Hong Kong fue un hito de ese viraje y diseña operativos, para evitar que Taiwán transite por la misma senda. Beijing refuerza, a su vez, una alianza con Moscú para inclinar la balanza de ese desenlace. Trump apuesta a quebrantar ese acuerdo, pero cuenta con pocos recursos para lograr esa ruptura.
El Kremlin no está urgido en el plano económico para negociar con la Casa Blanca. Las sanciones que aplicó Occidente han sido un fracaso y Rusia sustituyó la pérdida del mercado gasífero europeo por nuevos y lucrativos demandantes asiáticos. Con esos ingresos mantuvo el superávit comercial, preservó la estabilidad del rublo y financió los gastos bélicos de Ucrania (Mearsheimer, 2023)
Esa secuencia ilustra la fragilidad de las punciones occidentales contra una economía de envergadura. Se demostró que hay opciones contra el acoso yanqui y que el hostigador puede terminar favoreciendo al acorralado.
INFORTUNIOS EN UCRANIA
Putin tampoco está urgido por acordar con Trump en el plano militar. Al cabo de tres años de cruentas batallas está ganando la guerra de Ucrania. Es cierto que no logró sepultar al gobierno de Kiev con un operativo relámpago y debió replegarse a las zonas fronterizas, para librar una desgastante guerra de posiciones. Pero Ucrania ha quedado totalmente demolida, con 700.000 bajas y una crisis de reclutamiento que le impide reemplazar tropas.
Kiev no cuenta tampoco con una artillería suficiente para contrarrestar la escalada de bombas que recibe, ni puede sostener trincheras tan extensas, con recursos que su enemigo sustituye con mayor facilidad.
Zelensky ha intentado compensar esas adversidades con operaciones aventureras de ingreso y bombardeo al territorio ruso o con atentados terroristas, que ejecutan los socios yihadistas. Pero su reciente y fallida contraofensiva, agravó la devastación de Ucrania y potenció el desánimo general con la marcha del conflicto.
Putin ha tornado creíbles sus advertencias de mortíferas respuestas a una mayor escalada de la OTAN. Frente al “riesgo existencial” que esa ofensiva supone para Rusia, habilitó el reclutamiento de más tropas, si el conflicto se extiende a otros países fronterizos. También modificó la doctrina militar para ampliar las opciones de uso de las armas atómicas.
Sus advertencias tienen otro espesor desde que afianzó su autoridad interna, descabezando al grupo paramilitar que lideraba Prigozhin. Esa limpieza cohesionó la estructura del ejército, que estaba amenazada por el protagonismo de las milicias privadas.
Con ese afianzamiento, Putin se dispone a negociar el futuro de Ucrania en los términos de la Doctrina Primakov. Ese código presupone el reconocimiento yanqui de la gravitación geopolítica de Rusia y el fin de los misiles de la OTAN en Europa del Este.
El mandatario ruso no discutirá solamente cómo se divide Ucrania en dos países, qué porciones quedan anexadas y cuáles son las garantías para desmilitarizar la región, que permanecería bajo protección occidental. También exigirá que el armisticio marque un precedente para otros conflictos irresueltos en el espacio pos soviético. Demandará el fin de la injerencia del Pentágono en Moldavia, Rumania, Georgia, Armenia y Azerbaiyán.
Putin tampoco tiene apuro en el plano político para alcanzar acuerdos con Trump. Afianzó su prolongado mandato con otra victoria electoral, en el opaco sistema de comicios rusos y obtuvo esa ventaja con mayor participación de votantes que en las compulsas anteriores.
El gestor del Kremlin aprovechó esa convalidación para apuntalar su perfil autoritario y reforzar la penalización de toda disidencia significativa. Usufructúa de una continuada pasividad popular que no fue alterada por la guerra de Ucrania. Al contrario, el oficialismo utilizó ese conflicto para recrear el nacionalismo y reclutar jóvenes en las zonas empobrecidas. Esos sectores han demostrado gran disposición al sacrificio de sus vidas en el frente, a cambio de cierta remuneración y pensiones para sus familias.
Con su prepotencia habitual Trump prometió resolver la guerra de Ucrania en pocas horas, pero negociará con Putin a la defensiva. Desde la revuelta del Maidán y la mini guerra del Donbas, sus antecesores fallaron en la trampa que intentaron tenderle a Rusia. Supusieron que lograrían forzar el mismo empantanamiento que afrontó la Unión Soviética en Afganistán y por esa razón, sabotearon todas las tratativas para contener la sangría de Ucrania. Pero el tiro les salió por la culata y la Casa Blanca quedó ahora a expensas del Kremlin.
Es cierto que Washington sometió a Europa, expandió la OTAN, militarizó el Viejo Continente e introdujo una rusofobia que alimenta el crecimiento de la ultraderecha. Pero la victoria de Moscú en el campo de batalla, coloca a Estados Unidos en un pésimo lugar de cualquier tratativa.
En esa discusión, Trump privilegia la obtención de ventajas en el negocio de la reconstrucción de Ucrania. Ese país tiene el 70% de su estructura económica totalmente demolida. La industria quedó pulverizada, el déficit comercial se triplicó y las exportaciones de granos han colapsado. Además, los capitalistas huyeron del país vaciando las reservas de los bancos y el declive demográfico precedente se acentúa con el desangre de los jóvenes en las trincheras (Roberts, 2023).
Esa hecatombe es una gran noticia para los mercaderes de la muerte. Ucrania ha sido el granero de Europa y se ubicó en el podio internacional de la producción de cebada, trigo y aceite de girasol. Es muy apetecida por las diez corporaciones agrícolas multinacionales, que esperan apropiarse de un tercio de las tierras fértiles del país.
El FMI motoriza activamente otros traspasos con planes de ajuste, que Zelenski efectiviza demoliendo el código laboral, prohibiendo huelgas e ilegalizando sindicatos. El país posee, además, una gran reserva de tierras raras y minerales ambicionada por los gigantes digitales.
La disposición neoliberal al remate de todos esos activos es abiertamente expuesta por los corruptos ministros deZelenski, que tienen a Milei como su principal referente económico internacional. Esa admiración confirma las numerosas semejanzas que presenta Ucrania, con la postración de Argentina ante sus acreedores (Castiglioni; Cantamutto, 2022).
Kiev emergerá totalmente hipotecada de la guerra, con deudas monumentales con los contratistas del Pentágono. Trump quiere aprovechar ese sometimiento para otorgarle a Black Rock (y a otros fondos de inversión) el manejo de la reconstrucción (Marco del Pont, 2023). Pero esos negocios requieren un escenario favorable, en tratativas que se perfilan muy adversas para Estados Unidos.
Referencias
Mearsheimer, John (2023). La oscuridad que se avecina: hacia dónde se dirige la guerra en Ucrania 05/07 https://rebelion.org/la-oscuridad-que-se-avecina-hacia-donde-se-dirige-la-guerra-en-ucrania/
Roberts, Michael (2023). Rusia-Ucrania: un año de guerra y sus consecuencias económicas 01/03, https://www.sinpermiso.info/textos/rusia-ucrania-un-ano-de-guerra-y-sus-consecuencias-economicas
Castiglioni, Lucas; Cantamutto, Francisco (2022). FMI y crisis de deuda de Ucrania
Marco del Pont, Alejandro (2023). La ceremonia de la confusión permanente, https://rebelion.org/la-ceremonia-de-la-confusion-permanente/
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Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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