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La fotógrafa Judith Prat relata su experiencia en el Congo, Nigeria y con los refugiados sirios en el festival Photon

«La dureza de ser free-lance tiene la ventaja de la libertad»

Fuentes: Rebelión

Las fotografías de este reportaje son de Judith Prat

Un grupo de inmigrantes magrebíes vivían bajo un puente -el del río Huerva- en Zaragoza, en 2011. Les condenó la crisis. Un año después el Puerto de la Luz, en Las Palmas de Gran Canaria, era un ejemplo de chabolismo portuario. Migrantes subsaharianos «sin papeles» pasaban los días en barcos desvencijados, abandonados a su suerte, que prolongaban una escena patética a lo largo de kilómetros. Los inquilinos en precario, que preferían el puerto entre otras cosas porque la represión era menor que en la ciudad, se sometían a gases muy peligrosos de motores y bodegas y a los riesgos del amoniaco. El fenómeno no es exclusivo de este puerto canario, se produce en otros del estado español y diferentes ciudades del mundo. Se trataba de bajeles enormes, de difícil acceso, pero en los que pudo tomar imágenes la fotógrafa Judith Prat, quien viró hacia este oficio su trabajo inicial como abogada especializada en derechos humanos. La autora free-lance ha relatado su experiencia en la Universitat de València, dentro del Festival Internacional Photon de fotoperiodismo.

En 2013 se embarcó hacia una nueva experiencia en la República Democrática del Congo para retratar la realidad en las minas del coltán, que la fotógrafa trascendió, con la idea de explicar un conflicto enquistado durante décadas. Después de dos viajes y dos largas estancias, pudo, cuando ya expiraba el visado, acceder a la primera mina. Muchas estaban controladas por grupos armados. La autora también relató con sus fotografías el mundo de la prostitución vinculado a la guerra; o la medicina natural, que tradicionalmente se ha practicado en el país. Las imágenes merecieron galardones en Estados Unidos, Francia y Canadá. También pudo exponerlas en Moscú, Querétaro y Montreal. Tres años después el trabajo se continúa publicando. Abre el reportaje un personaje de perfil, tras una larga caminata subiendo a la mina. Judith Prat logró hacer fotografías en Rubaya (Kibu norte), donde se concentran el 80% de las reservas mundiales de Coltán.

Lo hizo en medio del calor, en plena época de lluvias y con una niebla muy espesa, factores que no aligeraban un trabajo penoso y en condiciones casi de esclavitud. En las minas a cielo abierto, muchos obreros morían sepultados por los derrumbes, para ganarse apenas cinco dólares diarios en una jornada laboral que podía durar 16 horas. Extraían los minerales y los cargaban en sacos, sobre sus cuerpos, y todo ello era captado por la cámara. También laboraban los niños. «El coltán nos interpela como consumidores», declara la fotoperiodista free-lance; «se halla en nuestros ordenadores y teléfonos móviles». Las consecuencias remiten a la explotación laboral, a miles de kilómetros de distancia, y a guerras que se eternizan en el tiempo.

Se ha hablado en ocasiones de «paracaidismo», fenómeno que consiste en cegarse y obsesionarse con la foto, la grabación audiovisual o el texto para el periódico. El profesional aterriza en un lugar, ejecuta su trabajo y se retira. Pero «normalmente uno no llega y dispara la cámara», aclara Judith Prat, «la mayoría de los trabajadores que conozco no operan así». Pone su propio ejemplo en el reportaje fotográfico del Congo. «Paso mucho tiempo con la gente intentando ganarme la confianza, y que se sientan cómodos; muchas veces el trabajo me lo han dado prácticamente hecho». Es más, «si uno no entiende lo que esa gente está pasando y sintiendo, es muy difícil hacer una buena labor». Ahora bien, subraya, «eso no significa que el fotógrafo sea un activista o una ONG». La gran motivación, el elemento catalizador, es contar las historias. Destaca que cuando el profesional empieza se da un punto de romanticismo, por el aprendizaje iniciático y los viajes, pero finalmente lo que importa es la responsabilidad y el compromiso con las historias. Tampoco el fotógrafo es un ente «invisible», que trate de filtrarse como un fantasma para captar la imagen. «La gente sabe que estás ahí y cuál es tu trabajo».

Entre finales de 2013 y mediados de 2014, la fotógrafa documental retrató la «diáspora» siria causada por la guerra, en países como Líbano, Turquía y Jordania. Tomó instantáneas de los campos de refugiados, los asentamientos «informales» en Líbano, el trabajo infantil o los hospitales. Pero no pudo publicar el reportaje. La respuesta que le daban los medios y los editores es que todo aquello ya se había contado. «Es reiterativo», le decían. Las imágenes tuvieron salida cuando estalló la llamada «crisis» de los refugiados en Europa. «Hasta que no llegaron a nuestras fronteras, no importaba lo que les ocurriera», opina la autora. El artículo que escribió, adjunto a las imágenes, comenzaba de este modo: «Refugiados, la historia no comienza en nuestras playas…». Y el periplo continuó, entonces más bien por encargos personales, en Cuba, donde se acercó a la sanidad materno-infantil en las áreas rurales; y en Panamá (2014), en el 25 aniversario de la «invasión» estadounidense. En el país centroamericano Judith Prat se centró en la reconstrucción del barrio de «El Chorrillo», destruido durante los ataques de 1989.

«Lo dureza de ser free-lance tiene la ventaja de la libertad, también que uno pude elegir llevado por su curiosidad personal». Esto es precisamente lo que condujo a la fotógrafa documental a Nigeria, en 2015, cuando este país ya había desbancado a Sudáfrica como primera potencia económica del continente. El objetivo era tomar testimonio gráfico de la violencia de Boko Haram, que había quedado un tanto en el olvido tras el atentado de Abuya y el secuestro de más de 200 niñas en una escuela en Jibik (abril de 2014). Le interesaban poco las fotografías de las elecciones en Nigeria (la organización «integrista» promovió una campaña de atentados que terminó en un retraso de los comicios), pero lo que sí fotografió Judith Prat fue la violencia, específicamente contra las mujeres y sobre todo la de tipo sexual, que se empleaba, al igual que en el Congo y que en todas las guerras, como un arma más en el conflicto.

De enorme interés era la información que aportaban las mujeres sobre el conflicto en general, más allá de sus circunstancias personales. Es una visión que ha abierto a la autora una nueva perspectiva. La fotoperiodista permaneció mucho tiempo en el noreste de Nigeria, bastión de Boko Haram, una zona donde no se encontraba la prensa internacional. Para hacer las fotos había que moverse muy rápido, cambiar de localidad y dejarse asesorar por los periodistas del terreno. Tomó fotografías como la de una madre y su hijo atendidos en el Federal Medical Center de Yola, tras ser liberadas (por el ejército) de un secuestro en el bosque Sambisa. O la de un pastor dentro de la iglesia de Michika, destruida por los fundamentalistas. De las grabaciones también surgió un vídeo, presentado en octubre de 2015: «Boko Haram, una guerra contra ellas». En diciembre de 2015-enero de 2016 la autora inició un nuevo proyecto en torno al Kurdistán turco, actualmente en la fase final de la traducción y comienzo del montaje. Prat ha documentado en vídeo los bombardeos de Turquía contra ciudades y barriadas del Kurdistán, en estado de sitio, después que Erdogan ordenara el final de la tregua.

Se trata de trabajos audiovisuales a cargo de una fotógrafa. «Cuando eres free-lance, cuantos más medios y destinatarios tengas, mejor, es importante diversificar; y también valorar la libertad que tienes para trabajar y para la exploración de nuevos caminos». Respecto al vídeo, «no hay que darle la espalda». Si se utiliza adecuadamente, puede reforzar la fotografía y ponerse al servicio de la historia. Se abre, así, todo un mundo para la difusión que supera la prensa convencional, como la sección de derechos humanos de un colegio de abogados o las escuelas e institutos. Otra cuestión es cómo se preparan los reportajes, esos viajes por todo el mundo cámara en ristre. Judith Prat prepara las estancias a conciencia -dedica meses a ello- y se apoya tanto en periodistas como en guías y activistas locales. En un primer viaje, más largo, trata de mirar y entender si en el lugar no ha estado antes. Terminado el trabajo, retorna cuando puede para observar la evolución de las cosas (ha regresado para seguir la «diáspora» siria). Como free-lance, además, tiene que seleccionar: «no tiene sentido cubrir un acontecimiento como el de los refugiados que llegan a Europa; allí hay ya excelentes profesionales y no tengo mucho que aportar».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.