Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Mientras hace campaña para la reelección, el presidente Obama recuerda periódicamente a las audiencias de su éxito en la terminación de la profundamente impopular Guerra de Iraq. Con los dedos cruzados para desearse suerte, promete hacer lo mismo con la igualmente impopular guerra en Afganistán. Aunque no sea exactamente un pacificador, nuestro presidente galardonado con el Premio Nobel de la Paz por lo menos puede (con cierta justificación) atribuirse el mérito de terminar guerras.
Pero cuando se trata de política militar, el éxito del gobierno de Obama en la terminación de guerras realizadas a la vista cuenta solo la mitad de la historia, y es la mitad más pequeña. Más significativo ha sido el entusiasmo de este presidente por instigar o expandir guerras secretas, realizadas fuera de vista y por comandos.
Puede que el presidente Franklin Roosevelt no haya inventado el aeroplano, pero durante la Segunda Guerra Mundial transformó los bombardeos estratégicos en uno de los principales emblemas del modo de guerra estadounidense reinante. El general Dwight D. Eisenhower no tuvo nada que ver con el Proyecto Manhattan que desarrolló la bomba atómica. Sin embargo, como presidente, la estrategia de Ike de Represalia Masiva convirtió las bombas nucleares en la pieza central de la política de seguridad nacional de EE.UU.
Lo mismo, también, con Barack Obama y las fuerzas de operaciones especiales. El Comando de Operaciones Especiales de EE.UU. (USSOCOM) con sus fuerzas operativas -Boinas Verdes, Rangers del Ejército, SEALs de la Armada, y cosas semejantes – precedieron su presidencia por décadas. Sin embargo, recién bajo Obama esos guerreros secretos han llegado al pináculo de la jerarquía del prestigio militar de EE.UU.
John F. Kennedy dio genialmente a los Boinas Verdes sus gorras distintivos. Obama ha provisto a toda la «comunidad» de operaciones especiales de algo menos decorativo pero mucho más importante: un estatus privilegiado que otorga a los operadores especiales máxima autonomía mientras los aísla de las tribulaciones de la política, los presupuestos, etc. Es posible que el Congreso exija que el Pentágono haga algunos (muy modestos) ajustes presupuestarios, pero una cosa es segura: nadie va a decir a USSOCOM que se ponga a dieta. Lo que quieran los de operaciones especiales, lo obtendrán, y sin muchas preguntas – y virtualmente ninguna de esas serán formuladas en público.
El presupuesto de USSOCOM se ha cuadruplicado desde el 11-S. El orden de batalla de operaciones especiales se ha expandido correspondientemente. En la actualidad, se calcula que tienen en su nómica a unos 66.000 colaboradores uniformados y civiles, una duplicación de la cantidad desde 2001 y se proyecta más crecimiento. Sin embargo, esta expansión ya había comenzado bajo el predecesor de Obama. Su contribución esencial ha sido la ampliación del mandato de operaciones especiales. Como lo describió un observador, la Casa Blanca de Obama le «soltó la correa» al Comando de Operaciones Especiales.
En consecuencia, los activos de USSOCOM van actualmente a más sitios y emprenden más misiones, mientras gozan de mayor libertad de acción que nunca antes. Después de una década en la cual Iraq y Afganistán absorbieron la mayor parte de la atención, áreas hasta ahora descuidadas de África, Asia y Latinoamérica están recibiendo más consideración. Los operadores especiales, que ya operan en docenas de países en todo el mundo -120 a fines de este año- realizan actividades que van desde el reconocimiento y el contraterrorismo a ayuda humanitaria y «acción directa». La consigna tradicional de las fuerzas especiales del Ejército es «De Oppresso Liber» («Liberar a los oprimidos»). Una consigna más apta para las fuerzas especiales en su conjunto podría ser «¡Pronto llegaremos a un país del Tercer Mundo cerca del tuyo!»
El reemplazo de fuerzas convencionales por fuerzas de operaciones especiales como el instrumento militar preferido de EE.UU. -la «fuerza elegida» según el jefe de USSOCOM, almirante William McRaven- marca la terminación de un reposicionamiento cultural de décadas de duración del soldado estadounidense. El soldado que solía ser representado por los tipos de los icónicos Willie y Joe del caricaturista Bill Mauldin, ya no existe, su sitio ha sido reemplazado por el guerrero profesional de elite de la actualidad. Las creaciones de Mauldin eran héroes, pero no superhéroes. Los anónimos, famosos, SEALs que mataron a Osama bin Laden son Avengers de sangre y hueso. Willie y Joe eran «nosotros». Los SEALs son cualesquiera, pero no «nosotros». Ocupan un pedestal muy por sobre los simples mortales. EE.UU. teleadicto se siente sobrecogido ante su pericia y bravura.
Esta transformación cultural tiene importantes implicaciones políticas. Representa la máxima manifestación del abismo que ahora separa a los militares y a la sociedad. Lamentada sobre el papel por algunos, incluidos el ex secretario de Defensa Robert Gates y el ex jefe del Estado Mayor Conjunto, almirante Mike Mullen, esta brecha civil-militar solo ha aumentado con el pasar de las décadas y es aceptada como la norma en la actualidad. Una consecuencia es que el pueblo estadounidense ha perdido los derechos de propietario de su ejército, y que ahora tiene menos control sobre el empleo de fuerzas de EE.UU. que los neoyorquinos sobre la dirección de los Knicks o de los Yankees.
Como espectadores y admiradores, podemos aceptar tal cual el testimonio de expertos (incluso si ese testimonio es pocas veces desinteresado) que nos aseguran que los SEALs, Rangers, Boinas Verdes, etc. son lo mejor de lo mejor, y que están listos para ser desplegados de inmediato para que los estadounidenses puedan dormir tranquilos en sus camas. Si EE.UU. está verdaderamente involucrado, como ha dicho el almirante McRaven, en «una lucha generacional», seguramente querremos tener a esos sujetos de nuestra parte.
A pesar de todo, permitir que la guerra en la sombra se convierta en la nueva manera estadounidense de librar la guerra no deja de tener desventajas. Lo que sigue son tres motivos por los cuales deberíamos pensarlo dos veces antes de entregar la seguridad global al almirante McRaven y a sus asociados.
Adiós responsabilización. La autonomía y la responsabilización existen en proporción inversa. Al aceptar la primera uno se despide de la segunda. En la práctica, lo único que el público sabe sobre actividades de operaciones especiales es lo que el aparato de seguridad decide divulgar. ¿Es posible depender de los que hablan por ese aparato en Washington para que digan la verdad? No más de lo que puedes depender de JPMorgan Chase para que administren prudentemente tu dinero. De acuerdo, una vez que están en el terreno, la mayoría de los soldados harán lo correcto la mayor parte del tiempo. Ocasionalmente, sin embargo, incluso miembros de una fuerza de elite se apartarán del camino correcto. (Hasta hace algunas semanas, la mayoría de los estadounidenses consideraban que los agentes del Servicio Secreto de la Casa Blanca formaban parte de una fuerza de elite.) Los estadounidenses sienten una fuerte tendencia de confiar en los militares. Pero como dijo una vez un famoso republicano: confía, pero verifica. No hay verificación de las cosas que se mantienen secretas. Dar rienda suelta a USSOCOM es una receta para mala conducta.
Hola presidencia imperial. Desde el punto de vista de un presidente, una de las cosas atractivas respecto a las fuerzas especiales es que puede enviarlas a cualquier parte cada vez que quiera hacerlo para que hagan cualquier cosa que ordene. No hay necesidad de pedir permiso o de explicar. Emplear USSOCOM como tus propias fuerzas armadas privadas significa que nunca tengas que disculparte. Cuando el presidente Clinton intervino en Bosnia o Kosovo, cuando el presidente Bush invadió Afganistán e Iraq, por lo menos salieron en televisión para informarnos. Por superficiales que hayan sido las consultas, la Casa Blanca por lo menos discutió las cosas con los dirigentes en el Congreso. De cuando en cuando, los miembros del Congreso incluso votaron para indicar aprobación o desaprobación de alguna acción militar. En el caso de las operaciones especiales, no se requiere notificación o consulta alguna. El presidente y sus acólitos tienen mano libre. Sobre la base de los precedentes establecidos por Obama, presidentes estúpidos y temerarios aprovecharán esta prerrogativa no menos que los hábiles y bien intencionados.
¿Y entonces qué…? Mientras fuerzas de operaciones especiales estadounidenses recorren el mundo asesinando malhechores, la famosa pregunta planteada por David Petraeus al comenzar la invasión de Iraq -«Decidme cómo terminará esto»- se eleva al nivel de un enigma talmúdico. Ciertamente hay numerosos malhechores que no nos quieren (primordial pero no necesariamente en el Gran Medio Oriente). ¿Cuántos tendrá que liquidar USSOCOM antes de haber cumplido su tarea? La respuesta a esa pregunta se hace tanto más difícil en vista de que algunas de las matanzas tienen el efecto de sumar nuevos reclutas a las filas de los adversarios.
En breve, la entrega de la guerra a operadores especiales rompe un vínculo que es ya demasiado tenue entre la guerra y la política; se convierte en guerra por sí sola. ¿Recordáis la «Guerra global contra el terror» de George W. Bush? En realidad, su guerra nunca fue verdaderamente global. Una guerra librada en un mundo de operaciones privadas primero puede convertirse en verdaderamente global – e interminable. En ese caso, la «lucha generacional» del almirante McRaven probablemente se convertirá en una profecía auto-realizada.
Andrew J. Bacevich es profesor de historia y relaciones internacionales en la Universidad Boston y colaborador regular de TomDispatch. Es editor del nuevo libro The Short American Century , que acaba de ser publicado por Harvard University Press.
Copyright 2012 Andrew J. Bacevich
© 2012 TomDispatch. All rights reserved.