La reciente crisis nuclear en torno a Irán ha tenido como protagonistas a los «tres grandes» de la Unión Europea (Gran Bretaña, Francia y Alemania) y a Irán, con Estados Unidos en una segunda fila observando el devenir de los acontecimientos, a la espera de su oportunidad. La decisión de Teherán de reiniciar su programa […]
La reciente crisis nuclear en torno a Irán ha tenido como protagonistas a los «tres grandes» de la Unión Europea (Gran Bretaña, Francia y Alemania) y a Irán, con Estados Unidos en una segunda fila observando el devenir de los acontecimientos, a la espera de su oportunidad.
La decisión de Teherán de reiniciar su programa la basa en la necesidad de producir combustible para sus plantas nucleares, a través del enriquecimiento del uranio. El gobierno iraní alega además que necesita esa autonomía para superar los obstáculos que encuentra para acceder al combustible a través de terceros países, fruto de las presiones estadounidenses.
La decisión de los 3 de la UE, con el respaldo de Estados Unidos e Israel, es percibido en Irán como una imposición más, y conviene recordar que históricamente el papel prepotente de las potencias occidentales es fuente de rechazo entre la población de aquel país.
El régimen iraní ha movido sus bazas con transparencia, en todo momento ha cumplido el protocolo de actuación, avisando a la Agencia Internacional de la Energía Atómica (IAEA) de sus intenciones y abriendo las puertas para que los inspectores y técnicos de la misma supervisen la actuación iraní sobre el terreno. Ante un posible enconamiento del conflicto, Irán espera contar con el apoyo de Rusia, que vetaría cualquier intento de aplicar sanciones o embargos sobre el país. Paralelamente, se están abriendo diferentes versiones, así, algunas fuentes señalan que el Acuerdo de No Proliferación (ANP) fue aprobado por la Asamblea General de Naciones Unidas en 1968, y por un período de 25 años. En 1993, el estatus se convirtió en permanente, con el visto bueno de la República Islámica de Irán, pero sin la aprobación del parlamento (majlis). Este supuesto vacío legal puede inducir a interpretar que hasta que el majlis no lo ratifique, Irán no es un miembro del ANP.
La excusa
La administración estadounidense lleva tiempo programando un «cambio de régimen» en Irán. El abanico de posibilidades que baraja es bastante amplio, desde la intervención militar, pasando por la desestabilización interna, incluso promocionando a terceros actores para impulsar esos planes.
De esta forma, y a través de diferentes ONGs, Washington está intentando ejecutar su política. La Fundación Libertad Irán, es una de las puntas de lanza de esta estrategia. Funcionando como pantalla propagandística y con importantes labores de lobby, busca facilitar el camino a la administración de Bush en sus planes para Irán.
Otras organizaciones como Cambio de Régimen en Irán, Alianza para la Democracia en Irán, Movimiento el Mañana en Irán, Consejo de la Oposición Iraní y los 70 Millones del Pueblo de Irán, están también trabajando en esa misma línea, buscando «un gobierno en el exilio que asuma las funciones gubernamentales del país».
Ya en el año 2003 se filtraron las cifras millonarias que Estados Unidos estaba destinando para pagar y financiar protestas dentro de Irán. En esta campaña también se aprecia la mano de Israel, organizaciones como Movimiento de Solidaridad de Estudiantes de Israel o la Agencia Judía, han organizado protestas frente a las sedes diplomáticas de iraníes en el mundo.
En estos momentos la excusa es el «programa nuclear», y el momento elegido para levantar esta nueva crisis parece elegido cuidadosamente, cuando se cumplen los aniversarios de las matanzas de Hiroshima y Nagasaki.
Washington no puede ocultar en esta ocasión su política de doble rasero. Israel incumple las resoluciones de Naciones Unidas con el apoyo de EEUU, India y Pakistán siguen sus desarrollos nucleares, logrando un estatus especial con la administración norteamericana. Dicen que la historia pone a cada uno en su sitio, en el caso de EEUU se puede ver cómo fue la Casa Blanca la que jugó un papel decisivo en el desarrollo del programa nuclear iraní, ya en los años cincuenta. Como señala un profesor norteamericano, «irónicamente, en la época de la administración de Ford, el secretario de Defensa era Donald Rumsfeld, el Jefe de estado Dick Cheney y el responsable de la Agencia para el Desarme y Control de armas, Paul Wolfowitz. Y entonces se defendió que Irán haría un uso pacífico de su potencialidad nuclear».
El nuevo presidente
Dicen que la ignorancia es muy atrevida, y tal vez por eso se pueda entender mejor los errores de bulto cometidos por un gran número de analistas en torno a las ultimas elecciones iraníes. Haciendo el coro a las noticias dirigidas desde los círculos neo-conservadores, unido a un importante desconocimiento de la realidad del país, nos sirve en bandeja la situación mencionada.
Mahmud Ahmadinejad ha contado con el respaldo las clases obreras y rurales más desfavorecidas, y con los que todavía creen en el espíritu de la revolución islámica, sobre todo de la llamada segunda generación. Contrariamente a su encajonamiento en el supuesto campo «ultraconservador», el nuevo presidente ha señalado su intención de superar esa dicotomía que desde occidente se pretende impulsar (reformistas/conservadores), al tiempo que su alineamiento con los clérigos más conservadores puede estar en entredicho, ello sin olvidar que es el primer presidente que no pertenece al estamento clerical desde el que fuera presidente Ali Rajai. El respaldo popular de éste, muerto en atentado en 1981, ha sido un referente en la campaña actual para Ahmadinejad. La figura del nuevo presidente está reflejada, por su pasado y sus actuaciones, en la historia la propia revolución islámica.
Tras las elecciones, y con el nuevo presidente, se abre una nueva etapa en Irán. Una de las características de la misma es el desolador aspecto que presenta el llamado campo reformistas, dividido y moralmente muy debilitado. Además da la imagen de su dependencia hacia círculos intelectuales más que al apoyo de la población.
Y otra será el reto de Ahmadinejad para acabar con la corrupción y facilitar las medidas económicas que favorezcan a la población.
Hegemonía
Una de las claves para entender esta situación está en el intento de Estados Unidos por mantener su hegemonía a escala mundial. El control de la fuentes energéticas y el combate de los regímenes considerados enemigos de su proyecto son los ejes maestros de esa política. Sin embargo, desde Washington deben ser conscientes que una aventura militar en Irán será mucho más compleja que en el vecino Iraq (más población, mayor territorio y con más montañas…). Y ello sin olvidar que los años de la revolución islámica han supuesto también un importante impulso de cara a alas aspiraciones de la población iraní, y ésta no estará dispuesta a dejárselas arrebatar por extranjeros.
El sistema democrático liberal que se quiere exportar desde Occidente puede no ser válido para Irán, con unas características determinadas y que en el pasado ya se vio que no funcionó. La abogada feminista Shirin Ebadi señaló que «el respeto a los derechos humanos…nunca puede ser impuesto por la coerción militar extranjera».
Hoy por hoy las expectativas de cambio de régimen que pueda albergar Washington no parecen contar con mucho futuro. Tanto la actitud de Irán como la del resto del mundo, que no apoyaría una nueva agresión militar, apuntan en esa dirección, no obstante, de los círculos todopoderosos del neoconservadurismo norteamericano se puede esperar cualquier cosa.
Txente Rekondo es miembro del Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)