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La fiel poesía de León Felipe

Fuentes: La Jiribilla

Recuerdo que, al fundarse la UNEAC, José Lezama Lima dio una peculiar justificación de la existencia de la institución que acababa de nacer. Dijo que, por no existir en la Florencia del siglo XIII una asociación de escritores, Dante Alighieri -para cumplir la exigencia de pertenecer a un gremio, imprescindible para formar parte del priorato […]

Recuerdo que, al fundarse la UNEAC, José Lezama Lima dio una peculiar justificación de la existencia de la institución que acababa de nacer. Dijo que, por no existir en la Florencia del siglo XIII una asociación de escritores, Dante Alighieri -para cumplir la exigencia de pertenecer a un gremio, imprescindible para formar parte del priorato que ejercía el gobierno de la ciudad-, tuvo que afiliarse al de los boticarios.

El poeta español León Felipe Camino (Zamora, 1884 – México, 1969), es una de las más peculiares figuras del posmodernismo español, y de la poesía de ese país en el siglo XX. Y fue bastante más allá de la acción de Dante: León Felipe se hizo realmente boticario. En la Alcarria ejerció la profesión, pero fue también actor, emigrante en los Estados Unidos, donde en 1920 -ya después del mezzo del camin di nostra vita, que dijera el propio Dante- publicó su primer poemario: Versos V oraciones de caminante, que tendrá una segunda parte doce años después.

León Felipe es, como Unamuno -a cuya obra tanto le debe, por el tono reflexivo y admonitorio que los hermana-, un poeta tardío. De esos muy escasos que llegan a la poesía no en la juventud sino en la madurez y que, acaso por compensación, conservan el aliento del poeta hasta el mismo final de la vida. En los Estados Unidos va a trabajar, entre los incontables y muy diversos empleos que tuvo siempre, como lector de español en varias universidades norteamericanas.

Su primer libro de poemas tiene el acento en lo cotidiano que caracteriza a toda una zona del posmodernismo, sobre todo en Hispanoamérica: la del prosaísmo. En España es mucho más infrecuente y más tardío. Acaso porque no es tan fuerte en la península el énfasis esteticista que prodiga la poesía temprana de Darío, la de Azul… y Prosas profanas y otros poemas, frente a la cual el prosaísmo es una reacción. En León Felipe como en Moreno Villa, el prosaísmo aparece vinculado al tono del vanguardismo que apenas se ha iniciado por entonces. Acaso por ello, algunos estudiosos coloquen a estos dos poetas como integrantes de la generación del 27, a la que sin duda se vincularon, pero a la que realmente preceden por sus fechas vitales y por las de las ediciones de sus obras.

Quizá ningún texto ilustre mejor su proyección literaria de entonces y prediga su propia biografía que el que titula, en ese primer libro de poemas, «Como tú»:

Así es mi vida, piedra,

como tú.

Como tú,

piedra pequeña;

como tú,

piedra ligera;

como tú,

canto que ruedas,

como tú,

por las calzadas

y por las veredas;

como tú,

guijarro humilde de las carreteras;

como tú,

que en días de tormenta

te hundes en el cieno de la tierra

y luego

centelleas bajo los cascos

y bajo las ruedas;

como tú, que no has servido

para ser piedra

de una lonja,

ni piedra de una audiencia,

ni piedra de un palacio,

ni piedra de una iglesia…,

como tú,

piedra aventurera…,

como tú,

que tal vez estás hecha

solo para una honda…,

piedra pequeña

y

ligera.

«Caminante», se ha llamado a sí mismo el poeta en ese primer libro. El desarraigo, la aparente falta de raíces, la nada en la que cree colocada su vida, es motivo central de otro de esos poemas iniciales, el que su autor titula «¡Qué lástima!»:

iQué lástima

que yo no pueda cantar a la usanza

de este tiempo lo mismo que los poetas de hoy cantan!

iQué lástima

que yo no pueda entonar con una voz engolada

esas brillantes romanzas a las glorias de la patria!

iQué lástima que yo no tenga una patria!

Sé que la historia es la misma, la misma siempre que pasa

desde una tierra a otra tierra, desde una raza

a otra raza,

como pasan esas tormentas de estío desde esta a aquella comarca. iQué lástima

que yo no tenga comarca,

patria chica, tierra provinciana!

Debí nacer en la entraña de la tierra castellana

Y fui a nacer en un pueblo del que no recuerdo nada,

pasé los días azules de mi infancia en Salamanca,

y mi juventud, una juventud sombría, en la Montaña.

Después… ya no he vuelto a echar el ancla,

y ninguna de estas tierras me levanta

ni me exalta

para poder cantar siempre en la misma tonada

al mismo río que pasa

rodando las mismas aguas,

al mismo cielo, al mismo campo y a la misma casa

iQué lástima

que yo no tenga una casa!

Paulatinamente, el poeta se va despojando de todo, de la patria, de la casa, del abuelo, hasta llegar a preguntar angustiado:

¿Qué voy a cantar, si soy un paria

que solo tiene una capa?

Habría que decir que no hay nada que convoque más terminantemente a la poesía que las carencias, que las ausencias. León Felipe tiene, para comenzar, el enorme mundo de las carencias que él mismo se ha forjado. Veremos, que además de ellas, tiene muchísimo que cantar.

En los Estados Unidos, donde aprende perfectamente el inglés, descubrirá a un poeta esencial de la modernidad. Estoy hablando de Walt Whitman.

Como Concha Zardoya o como Jorge Luis Borges al final de su vida, León Felipe conoció la tentación, la urgencia y el placer de traducir Song to Myself. Pero además de proporcionarle el placer de la traducción de su poesía, Whitman le adentró en ciertos caminos de la modernidad poética.

Si los poetas simbolistas franceses se habían adentrado en el verso libre, al que llamaban verset, el poeta español llega a este instrumento esencial de la poesía contemporánea por los caminos del versículo whitmaniano.

A su conocimiento y amor por Whitman hay que atribuir algunos poemas en los que acaso se sienta demasiado esa conversión que el poeta norteamericano hace de su personaje -Borges, ha dicho que Whitman creó un personaje poético que se llamaba Walt Whitman- en el hombre mismo:

Tengo ya cien mil años y hasta ahora

no he encontrado otro mástil de más fuste

que el silencio y la sombra donde colgar mi orgullo.

<...>

-Yo no soy nadie.

(¿Has entendido ya

que Yo eres Tú también?)

A León Felipe le corresponde vivir y escribir en años cruciales de la historia de España. Los inicios de los años treinta asisten al desmoronamiento de la vieja monarquía borbónica, que un plebiscito popular depone tras los años en que esa propia monarquía había pactado con la dictadura de Primo de Rivera. Las ideologías se han polarizado en esa España. Las izquierdas se integran en el Frente Popular que obtiene una resonante victoria electoral en 1936 sobre la alianza de las derechas. La república ha propiciado el establecimiento de los estatutos autonómicos para los pueblos vasco, catalán y gallego. En julio de ese propio año, se produce el pronunciamiento militar que encabezan los generales Franco, Sanjurjo y Mola, además de Queipo de Llano, quien actúa como jefe fascista en Andalucía y quien tiene como primera «hazaña», ordenar el asesinato de Federico García Lorca en Granada, ya bajo el gobierno militar del capitán Valdés.

Como García Larca, León Felipe nunca se sintió urgido de pertenecer a ningún partido político pero, como Federico, se sintió convocado siempre por las causas más justas.

Fue, eso que el argot llama un «francotirador», pero que sabía muy bien hacia dónde dirigir el disparo. Como la casi totalidad de la intelectualidad española, su apoyo se fue del lado de la causa de la República.

En esos años de la cruenta guerra civil, León Felipe escribe una poesía desgarrada y lúcida. El pueblo español asistió al espectáculo de cómo las llamadas democracias occidentales se lavaban las manos ante su martirio. Temerosas de provocar la ira fascista, los Estados Unidos, Francia e Inglaterra declararon su «neutralidad» ante el conflicto español, a pesar de que Hitler y Mussolini enviaban hombres y su mejor armamento a abatir el gobierno de la República, libremente electo par el pueblo español. Fueron los messerschmit alemanes los que produjeron la atroz masacre de Guernica, que Picasso inmortalizaría en su famoso cuadro.

En 1937, León Felipe escribe un largo poema titulado La insignia, en el que increpa ácidamente a Inglaterra por su complicidad ante la masacre española:

Inglaterra,

eres la vieja Raposa avarienta,

que tienes parada la Historia de Occidente hace más de tres siglos,

y encadenado a Don Quijote.

Cuando acabe tu vida

y vengas ante la Historia grande

donde te espero yo,

¿qué vas a decir?

<... >

y ahora por cobardía,

por cobardía y avaricia nada más

porque quieres guardar tu despensa hasta el último día de la Historia.

has dejado meterse en mi solar a los raposos y a los lobos confabulados del

/mundo

para que se sacien en mi sangre y no pidan enseguida la tuya.

Pero ya la pedirán,

ya la pedirán las estrellas.

Fue una terrible profecía del impresionante profeta bíblico en que muchas veces era capaz de convertirse el poeta español. Unos pocos años después, las mismas bombas alemanas que cayeron sobre Madrid y Barcelona, caían sobre Londres. Ahora, la «gran prensa mundial», que se había hecho eco de los argumentos fascistas del Vaticano contra España, instaba a orar por el martirio de los británicos. El egoísmo de las mayores sociedades capitalistas no les permitió ver que la guerra española era apenas un preámbulo de la gran guerra universal que se iniciaría justo al terminar ella.

León Felipe no fue capaz de ocultar el desastre en que la Guerra Civil sumió a su país. Son impresionantes sus poemas sobre los horrores del conflicto, que casi parecen testimonios de periodista:

He visto a un niño con la cabeza rota y doblada sobre un velocípedo, en una plaza

solitaria, cuando todos habían huido a los refugios.

El 18 de noviembre, sólo en un sótano de cadáveres, conté trescientos niños

/ muertos

Su voz no tiene otra alternativa que tornarse desesperado cuando contempla el horror en que se ha sumido su país:

¿Por qué habéis dicho todos

que en España hay dos bandos,

si aquí no hay más que polvo?

En España no hay bandos,

en esta tierra no hay bandos,

en esta tierra maldits no hay bandos.

No hay nada más que un hacha amarilla

que ha afilado el rencor.

Un hacha que cae siempre

siempre,

siempre,

implacable y sin descanso

sobre cualquier humilde ligazón:

sobre dos plegarias que se funden,

sobre dos herramientas que se enlazan,

sobre dos manos que se estrechan.

<...>

Aquí no hay más que polvo

polvo y un hacha antigua

indestructible y destructora,

que se volvió y se vuelve

contra tu misma carne

cuando te cercan los raposos.

Pareciera que está el poeta abjurando que su inquebrantable condición de español. No lo creo. El texto de El hacha, escrito inmediatamente después de la derrota militar de la República y en medio de la cruenta represión que fue su resultante inmediata, expresa ese terrible momento de la historia contemporánea española, pero no la imagen Antolodefinitiva que León Felipe tiene de su patria y, sobre todo, del hombre de su patria. En la propia década del cuarenta, cuando ya ha elegido el que sería su definitivo exilio en el México de Lázaro Cárdenas, el poeta escribe un poema en prosa que titula «¿Por qué habla tan alto el español?». Después de rememorar tres grandes acontecimientos españoles (el descubrimiento americano por los hombres del otro lado del mundo, el grito de «justicia» de Don Quijote y la lucha española contra el fascismo, dice:

El que dijo Tierra y el que dijo Justicia es el mismo español que gritaba hace seis años nada más, desde la colina de Madrid a los pastores: iEh! ¡Que viene el lobo!

Nadie lo oyó. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento y todavía ahora no hacen más que preguntar como los pedantes: ¿por qué habla tan alto el español?

Sin embargo, el español no habla alto… El español habla desde el nivel exacto del Hombre, y el que piense que habla demasiado alto es porque escucha desde el fondo de un pozo.

El poeta marchó a ese exilio que ya sería para el resto de una vida que iba a ser larga y que por entonces apenas rebasaba la cincuentena. Se fue, sabiendo que el nuevo amo de España había perdido lo mejor del espíritu de la nación. Con él habla en estos pocos versos inmortales, a los que dio el título de «Reparto»:

Tuya es la hacienda,

la casa,

el caballo

y la pistola.

Mía es la voz antigua de la tierra..

Tú te quedas con todo

y me dejas desnudo y errante por el mundo,

mas yo te dejo mudo. iMudo!

¿ y cómo vas a recoger el trigo

y alimentar el fuego

si yo me llevo la canción?

La canción que se llevaba seguiría abordando los más tremendos problemas del hombre, que son a la vez los más elementales:

Me voy.

Os dejo mi silla y me voy.

No hay bastantes zapatos para todos

y me vaya los surcos.

Me encontraréis mañana en la avena

y en la rumia del buey

Dando vuelta a la ronda.

Seguidme la pista, detectives.

seguidme la pista como Hamlet a César.

Anotad:

El poeta murió,

el poeta fue enterrado,

el poeta se transformó en estiércol,

el poeta abonó la avena,

la avena se la comió el buey,

el buey fue sacrificado,

de la piel sacaron el cuero,

del cuero salieron los zapatos…

y con estos zapatos en que se ha convertido el poeta.

¿Hasta cuándo (yo pregunto, detectives),

hasta cuándo

seguirá negociando el traficante de calzado?

¿Por qué no hay ya zapatos para todos?

El «español del éxodo y el llanto» que siguió siendo el poeta en México, asumió ahora un repunte de humor irónico, bajo el que claro que late el dolor que nunca deja de acompañar a León Felipe:

Yo no sé muchas cosas, es verdad.

Digo tan sólo lo que he visto.

y he visto:

que la cuna del hombre la mecen con cuentos,

que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos.

Que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,

que los huesos del hombre los entierran con cuentos

y que el miedo del hombre…

ha inventado todos los cuentos.

Yo sé muy pocas cosas, es verdad.

Pero me han dormido con todos los cuentos…

y sé todos los cuentos.

En México, con el paso de los años, el dolor por la pérdida de España parece ceder, y el verso de León Felipe busca y encuentra otras dimensiones.

La editorial Losada, de Buenos Aires, publica su Antoloqía rota, en 1957, mientras sus Obras completas aparecen en México en 1963. En México había publicado El ciervo, donde el verso parece caminar hacia un derrotero existencial, donde las acciones del hombre parecen predeterminadas, como ordenadas por unas circunstancias de las que él no es dueño. Tres días después de haber sepultado a Berta, a quien llama «mi amiga y compañera en todos los destierros», se estrena la pieza El iuqlarón y el poeta escribe este impactante texto que titula «Otro baile»:

Vamos muy serios y muy tristes llorando en la funeraria procesión

y de pronto saltamos de la fila y nos ponemos a bailar

delante del arcón de los muertos.

Es una vieja manera de golpear la tierra,

no es falta de respeto.

Es una vieja manera de golpear la sombra, Señor Arcipreste,

Zapateo epiléptico en la roca dura del mundo.

Aún no sabemos cómo sacar lumbre del negro pedernal.

Pensamos que todo puede salir, que todo sale por casualidad.

y un día decimos:

Hoy vaya llorar…

Tal vez eso me quite la sed.

y otro día decimos:

Hoy vaya bailar…

Tal vez eso me quite el quebranto y va uno y viene, Señor Arcipreste. . .

y después viene y va

de la sal a la sed

y de la sed a la sal

y de la sal otra vez al quebranto.

Todo es labor de circunstancias. Este poema también,

y todo lo hacemos por encargo.

Alguien nos dice:

Ahora la sed,

ahora la sal.

Alguien nos ordena:

Ahora a bailar,

ahora a llorar.

y ya lo ve usted, Señor Arcipreste.

iAlegría! Esta noche

me ha tocado bailar.

Los cubanos no podemos olvidar la hermosa carta que Ernesto Che Guevara dirigiera al autor de El ciervo, confesándole que era ese uno de los pocos libros que tenía en la cabecera de su cama. El Che había conocido al poeta en sus años mexicanos. En la carta, le cuenta que lo había citado para contradecir el pesimismo del poeta y proponer su imagen del que llamaba «el hombre muevo».

El «poeta en obras» que fue el Che, le dice a León Felipe que entonces afloró algo «del poeta frustrado que llevo dentro» y «lo elegí a usted para polemizar en la distancia». E inmediatamente precisa: «Es mi homenaje». El poeta español le devolvió el homenaje con un poema que tituló «El gran relincho». Rechaza que lo comparen con Don Quijote y escoge, prefiere’ el papel de Rocinante:

A Rocinante le gusta mucho relinchar

y a mi también me gusta mucho relinchar.

Tenéis que aprender, americanos,

Venid. Vamos a relinchar ahora,

Ahora mismo todos juntos,

desde el Capitolio de Washington…

fuerte, fuerte, FUERTE…

hasta que el relincha llegue a Vietnam

y lo oigan todos los vietnamitas,

y a Cuba también

y lo oigan todos los cubanos,

como el cornetín de la gran victoria universal,

hasta que lo oigan los hombres todos de la tierra

como el cese definitivo de todas las hostilidades del planeta.

Ese es el último aliento de este hombre fiel a quien los años no hicieron sino adensarle la dignidad y el hondo vínculo con las mejores causas del mundo. Es una de las voces que mejor representa el espíritu del pueblo español que eligió la causa de la República.