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La geopolítica euroasiática frente al imperialismo

Fuentes: Rebelión

El desplazamiento geopolítico desde los ’90 lo inicia la implosión de La Unión Soviética. Se manifiesta en el desmantelamiento de su área de influencia, así como el avance de la OTAN hasta el Báltico y la frontera rusa. Se intensificó la internacionalización productiva a través de las cadenas globales de valor.

Desde la unipolaridad, Estados Unidos lideró invasiones en Medio Oriente, Norte de África y Asia Central, además de acrecentar el cerco hacia China y Rusia. Desde 2001 a la actualidad, la crisis del 2008 es el parteaguas. La segunda década del siglo actual, presenció la reincorporación rusa al poder decisorio mundial por su maquinaria bélica y el resurgimiento chino por el alcance de su potencial económico.

El nuevo imperialismo (2001) las intervenciones de 2001-2003, el desplazamiento geopolítico a partir del 2008, acentuado en 2013-2015, para llegar al momento actual. El ascenso chino y la recomposición derivan en la declaración de EE.UU. del “pivote asiático” hacia China para cercarla. Este impulsa como contrapartida la “Iniciativa de la Franja y la Ruta” (Belt and Road Initiative, BRI) desde 2013. Estados Unidos en parte, Rusia y China (¿orden tripolar?) imponen su presencia económica y diplomática. Allí las potencias subimperialistas como Arabia Saudí, Turquía e Irán (opuesto a Washington) más el Israel coimperial influyen respecto a otros actores no hegemónicos.

La región de Asia Occidental es un nudo intersticial del eje euroasiático, como las recientes tres décadas lo evidencian. La zona detenta alrededor del 65% de las reservas mundiales probadas de petróleo y gas del planeta, y es fundamental por su proximidad a China y Rusia. Nuclea pasos centrales para el comercio internacional y sus transportes: el Estrecho de Ormuz, el Canal de Suez y el Estrecho de Bab el-Mandeb, más los Estrechos de Dardanelos y Bósforo. Asimismo, destaca su participación con una de las mayores adquisiciones de armamentos y logística militar.

Irán, Iraq y Afganistán, países estratégicos de Eurasia, pasaron de estar suscriptos a la política occidental a ser designados como enemigos de las mismas, en tres décadas consecutivas, el primero desde 1979 (inmediatamente lo siguió la Guerra Iraq-Irán 1980-88), el segundo 1991 (luego desde 2003) y el tercero 2001, ambos a través de la invasión directa, estos dos circundan al primero.

Una de las mayores pugnas actuales se despliega en este escenario de disputa efectivo, desde al menos la segunda mitad del siglo XX y del XXI, o sea, la independencia política de estos “nuevos países”. Al mismo tiempo percibimos el declive del atlantismo y la anglósfera tras cuatro siglos –o incluso menos– de dominio occidental.

El imperialismo clásico y el nuevo imperialismo

El imperialismo va en concordancia con los cambios en los procesos de acumulación, alterando la jerarquía geopolítica y las formas de dominación mundial. La etapa clásica se caracteriza por la colonización de espacios, en el periodo entre 1880-1914. La segunda etapa inicia con los enfrentamientos interimperialistas directos, podría periodizarse hasta la década de 1970 y la crisis del petróleo. La etapa de nuevo imperialismo se avizora en los ´80, comenzaría luego del desmembramiento de la URSS y las invasiones directas sobre el Medio Oriente ampliado.

Esta nueva dominación se basa en la actualización de la concepción clásica de Lenin, quien debate con Kautsky, una visión de rivalidad con otra de asociación interimperial. En los últimos cuatro decenios, un breve lapso unipolar es atravesado por dos fenómenos. Un desplazamiento geopolítico, gravita el resurgimiento de Eurasia, con Asia Pacífico como locomotora económica. Una asiatización económica desafía a la Tríada (EE.UU., Europa y Japón), debido al retroceso industrial estadounidense y la competencia hegemónica. En Medio Oriente, la devastación deja en un estado crítico a diversos países, y entonces, se desarrolla la geopolítica euroasiática frente al imperialismo.

Estados Unidos se erige como superpotencia protectora del capitalismo global. Explota el complejo MICIMAT: Militar-Industrial-Contra-Inteligencia-Medios-Academia-Think Tank y la ideología del “choque de civilizaciones”. La acción imperial se recrea a través del belicismo y ahí radica una diferencia crucial con la forma de expansión china. No solo se trata de las luchas por el poder, de los individuos o de los países, sino de las tendencias de la acumulación capitalista a escala global. Una forma de dominación actual se instituye a través de bases militares en espacios aliados u ocupados por las potencias.

El neoimperialism compendia cinco características: uno, el nuevo monopolio de producción y circulación; dos, el nuevo monopolio del capital financiero, la financiarización económica; tres, el monopolio del dólar estadounidense y la propiedad intelectual, –que genera la desigual distribución de la riqueza–; cuatro, el nuevo monopolio de la alianza oligárquica internacional –la política monetaria y las amenazas bélicas–, cinco, la esencia económica y la tendencia general. En suma, el imperialismo es una política de dominación desplegada por los poderosos del planeta a través de sus estados.

Las transiciones geopolíticas recientes

Desde las décadas de 1980 y 1990, el capitalismo se restructuró hacia políticas neoliberales y su fase neoimperialista. La recomposición de la nueva Rusia y el crecimiento económico exponencial chino combinaron con el declive del eje europeo franco-alemán y Japón. La alianza chino-rusa empezó en julio de 2001 con la creación de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), una asociación estratégica integral. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), cuatro meses después, ocupó Afganistán tras el 11 de septiembre de 2001 con 300.000 soldados.

Las incursiones ambicionaron abatir a los países no alineados a sus políticas como Irak o Afganistán. Además de evitar el fortalecimiento de rivales potenciales como China, nuevo centro de acumulación de capital y dependiente del suministro de hidrocarburos, o Rusia (Doctrina Wolfowitz, 1992). Pero, EE.UU. quedó empantanado en Irak, en una guerra contrainsurgente, declinando su hegemonía sobre Medio Oriente.

La hoja de ruta indicaba como objetivos a los supuestos “ejes del mal” de la “civilización occidental”. Acusaron a Siria, Irak (dos de los nacionalismos laicos más consolidados promediando el siglo XX, con una ideología baazista), Afganistán, Libia e Irán, pero también países de otras latitudes como Venezuela, Corea del Norte, la ahora ex-Yugoslavia y otros que se dispusieran a desarrollar algún tipo de autonomía.

Las rebeliones en los países del Medio Oriente y norte de África, en 2011, están signadas por la OTAN invadiendo Libia. En 2013/14, la oposición chino-rusa impidió el inminente ataque estadounidense-OTAN sobre Siria. Este nuevo orden mundial, mantuvo su escenario de confrontación, por su posición geoestratégica y geoeconómica, por las rutas marítimas y terrestres, por su cercanía al Heartland, y por su preeminencia energética.

EE.UU. utiliza el dólar como moneda de cambio y reserva del valor, y para consolidarlo despliega su ejército. Desde 2001, “Guerra contra el terrorismo”, luego 2011, “Pivote asiático”, se aproxima a la “rivalidad entre las grandes potencias”, hasta el momento en espacios intermedios en Ucrania, Taiwán, el Sahel o Irán.

En la crisis sistémica la fisura interna estadounidense entre el globalismo de las costas y el americanismo del interior obstaculiza su proyección exterior. Mantiene su primacía financiera y tecnológica, frente a su crisis interna. No es un declive inexorable del imperialismo estadounidense, el cual, como estructura mundial de dominación, es jerárquica con subimperios y apéndices, pero no se trata de una gobernanza mundial.

El gigante asiático se consolida como mayor motor del crecimiento económico global. El Cinturón y la Ruta una apuesta geoeconómica hegemónica con contradicciones, se contrapone a la actuación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) de reconfigurar el Gran Oriente Medio desde 1991. Beijing al consolidarse supone un desafío ygenera todo tipo de tensiones para la hegemonía norteamericana.

La Nueva Ruta de la Seda (BRI) o el Puente Terrestre Euroasiático

El mapa del poder mundial delinea la alianza entre Rusia, China (objetivo de Estados Unidos que nunca se unieran) e Irán. En 2013, Putin advirtió sobre la pretensión norteamericana de reconstruir un mundo unipolar. Obama reafirmó la “excepcionalidad norteamericana” que le consentiría dirigir el mundo y así defender los intereses mundiales.

Con altibajos, las potencias que se mantuvieron con papeles más regionales o más mundiales, son Japón, Rusia (y URSS), Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Alemania. En los últimos dos siglos, China se transformó desde una situación semicolonial, periférica, mediante una mejora constante con base en la Revolución de 1949, para ascender a país central y hegemónico, en un caso inédito. Los últimos movimientos tectónicos denotan la importancia del Índico y el Pacífico, frente a la preminencia anterior del atlántico; si reparamos, en los puertos con mayor actividad del mundo.

La mayoría de la población mundial interactúa en el territorio euroasiático, escenario de multipolaridad, recursos, variedad cultural y lingüística. China representa el ascenso de Asia Pacífico, Rusia la potencia político-militar, territorial e inmensos recursos naturales. Europa es representada por su tríada: eje británico y Franco-alemán. No obstante, la irrupción geoeconómica sin antecedentes es China, cuya erradicación de la pobreza en beneficio de cuatrocientos millones de personas en el último medio siglo ejemplifica esa potencialidad, junto con el vuelco de su sobreproducción y excedentes al resto del mundo.

La tercera potencia en discordia es Moscú, desafiante geopolítico y militar, no tanto en lo económico. La prioridad inmediata es el acoso naval en el mar de China, zona vital del comercio mundial. A la OTAN Estados Unidos les añadió el AUKUS, junto con Australia, Gran Bretaña y también reactivó el QUAD, una especie de “OTAN del Pacífico” junto a Japón, Australia e India. Esta rodearía por fuera el “Collar de perlas” del corredor marítimo de la BRI. Mientras tanto, China lidera la Asociación Económica Integral Regional (RCEP, en sus siglas en inglés), entre quince naciones de la región de Asia y el Pacífico – como Japón, Australia, Indonesia, Filipinas y Vietnam –.

La estrategia estadounidense es contrarrestada por la alianza ruso-china, que se acopla en parte Asia Central (espacio postsoviético), y se incorpora a Irán (tratado de 25 años). En situaciones intermedias, se inclina hacia Pakistán (tradicional aliado nuclear de EE.UU.), y a Turquía (integrante de la OTAN) según la planificación de la BRI (Teherán-Estambul) con su posición geoestratégica, uno de los corredores económicos para llegar a Europa.

La doctrina de “Una sola China” ejerce su soberanía frente a los vestigios coloniales como Hong Kong y Taiwán. Su aparato militar se prepara mientras pregona su actuación pacífica. El “siglo de la humillación”, desde la Guerra del Opio en 1841 a 1949, cuando se funda de la República Popular China. Desde 2015, se diseñó una hoja de ruta en lo tecnológico, “Made in China 2025”, dirigido a estrechar su brecha; en 2035, fortalecer su posición, y en 2045, encabezar la innovación global.

La integración económica de la BRI con Rusia y Europa, ensamblan la intención de desenvolver el interior del país (como Xinjiang) y asegurarse la energía desde el centro de Eurasia. Además de restringir la presencia norteamericana y construir rutas que el ejército estadounidense no podría interrumpir en el caso de un mayor nivel de confrontación.

La vía ferroviaria –construida y proyectada– junto a la marítima y la terrestre conectan Eurasia. La ruta tiene lineamientos comerciales, industriales, de transporte, ciencia y tecnología. La estrategia se resume en una paz para su economía y su estatus global, estabilizar la situación económica y política global. A la extensión de su esfera de influencia, sus competidores responden con rivalidad geopolítica en la región del Indo-Pacífico.

Dos siglos de predominio marítimo, las sucesivas hegemonías británica y norteamericana, se intercalan con esta resolución terrestre (reduce el tiempo un tercio de lo necesario por mar) –las potencias talasocráticas frente a las telurocráticas–. Transforma la geografía de Eurasia central, luego de las invasiones estadounidenses, un “reordenamiento” pero en términos desiguales. Rusia, en 2015, con el apoyo tácito de China interviene con su ejército. Rusia y Estados Unidos difieren en la cercanía o lejanía geográfica adonde intervienen y el despliegue norteamericano alrededor del mundo con sus bases militares.

Alianza sino-rusa más Irán, oposición geopolítica al eje anglosajón

La alianza sino-rusa junto con Irán delinea un triángulo estratégico. Rusia recuperó protagonismo en el tablero geopolítico mundial. En el espacio postsoviético se desenvuelve otra parte de la contienda hegemónica y por los recursos, donde la OTAN avanzó hacia el este.

China luego de ser una potencia mundial y asiática, atravesó un periodo de invasiones e intentos de colonización primero británico y luego japonés. Y si bien posee armamento nuclear y es parte del Consejo de Seguridad de la ONU, no ha seguido la política de agresión de los restantes cuatro. Según los académicos chinos “el consenso de Beijing” desenvuelve un comportamiento circunspecto, una lógica geopolítica del poder agudo (sharp power), diferente tipo de injerencia al de las fuerzas solo diplomáticas(soft power), o estadounidense de respuestas bélicas duras (hard power) e interferencia política.

La política del pivote asiático estadounidense –y de la OTAN–, busca detener el despliegue de la BRI. Estados Unidos es imperialista, su posición es de agresión, los lugares adonde dirige sus flotas están a miles de kilómetros de su territorio. El país norteamericano con su geografía insular estuvo involucrado en guerras a excepción de diecinueve años de su historia.

Este reposicionamiento de Eurasia está representado, parte por este eje tripartito, aunque la desconexión con Alemania es otra cuestión central. China asume una reacción defensiva, destacan su planificación a largo plazo y el peso demográfico. El matiz es otra forma de reparto del poder multipolar. Está por verse si esto beneficia y en qué medida al resto del mundo.

Potencias subimperialistas

Las transformaciones en una región principal para la competencia hegemónica se reflejan o anteceden a variaciones sistémicas mundiales. Las tensiones globales repercuten allí a través de enfrentamientos indirectos, de las rebeliones populares, de las fluctuaciones en las alianzas. Los gendarmes periféricos no contradicen la independencia de actuación de esos países, pero si confirma el nivel de intervencionismo en la región. Basta observar los sucesivos mapas de Medio Oriente, sus independencias y sus enfrentamientos bélicos (1916, 1948, 1967, 1973, 2001, 2021) para constatar la atmósfera de confrontación.

El papel de esta región pasa por la energía global (producción, tránsito), los refugiados, la seguridad del Golfo Pérsico, la no proliferación nuclear, el islam político, los actores no estatales (como Jezbolá y Hamas), la cuestión israelí-palestina, guerras civiles como en Siria, tensiones regionales (como la rivalidad saudí-iraní), el BRI chino, más la independencia de los subimperios, las revueltas populares, las batallas democráticas y las resistencias antiimperialistas.

Luego de la implosión de la Unión Soviética, se delinea una reconfiguración del mapa, simbólica y material, que repercutió en la belicosidad regional, cuando EE. UU. invade a los países que había apoyado en la década previa de los ´80, Iraq (frente a Irán) y Afganistán (el “Vietnam” de la URSS). El propósito de dominación mundial, en el siglo XXI, pasa por la energía, los alimentos, la tecnología y la seguridad. Esa beligerancia estuvo amparada por la caracterización del enemigo musulmán como el adverso per se de “occidente” en reemplazo del “Oso rojo”.

En las dos décadas recientes, 2001-2021, Estados Unidos comienza sus invasiones directas sobre la zona en Iraq (1991, 2003-2021), Afganistán (2001-2021), el parteaguas, la crisis capitalista de 2008, Libia (2011), injerencia en Siria (2012) y en Yemen (2015). Además, el apoyo incondicional a Israel frente a los palestinos y Jezbolá, la alianza con Arabia Saudita y la aparición del ISIS (2014), más el acuerdo nuclear con Irán (2015). Esas incursiones quedaron atascadas hasta la actualidad, con países devastados, miles de refugiados, y consecuencias sociales críticas.

Las subpotencias ubicadas en Medio Oriente, Turquía, Irán, Arabia Saudita e Israel, compiten por diferentes zonas de influencia. Dos se perciben como herederas de los Imperios Otomano y Persa; el peninsular, respecto de las expansiones árabo-musulmanas al Norte de África y Europa; en el colonial, el “Gran Israel” no se condicen con algún imperio. En un punto, esto se equipara con las percepciones que tienen los rusos y chinos de sí mismos, y se diferencia de los estadounidenses por ser una colonia que se convierte en Imperio.

El carácter subimperial de Turquía, miembro de la OTAN y vinculado con el Pentágono, se comprueba en su intervención en los conflictos regionales, su represión a los kurdos o las controversias con Irán. Sin embargo, oscila entre la asociación y ciertas disidencias respecto de Estados Unidos. Como un lugar de paso y de conexión, la diferencia con sus vecinos es que no se sustenta en reservas de gas natural y petróleo, sino en el comercio y el turismo.

Irán domina el Golfo Pérsico con su territorio, puente entre Asia Central o China hacia el Mediterráneo. Aliado de Rusia y China, de India (construyó un puerto en Irán, para evitar Paquistán) que con Rusia son sus principales abastecedores de petróleo y gas. Para China, el país persa es trascendental en la BRI. Para Rusia, resulta esencial para neutralizar la V Flota de EEUU, con base en Qatar. A su vez, el eje Irán-Iraq-Siria-Líbano (con Hezbolá) y Palestina (con Hamas) constituye una oposición a Israel y los estadounidenses en la región. Irán posee la segunda reserva mundial de gas y la tercera de petróleo, un extenso territorio en una zona clave, lo opuesto a el aliado incondicional del “Imperio del caos”.

Los intereses, alianzas y roles de países subimperialistas como Turquía e Irán –con ambivalencias–, y aliados históricos del hegemón como Israel (coimperial) y Arabia Saudita. A su vez, estos países dirimen sus diferencias en terceros países, pero no se enfrentan directamente, como tampoco lo hacen las superpotencias. La rivalidad se observa en sus zonas de influencia, con los países del Golfo cuyo protagonismo aumenta. Un nuevo paradigma se abre a partir de la reciente reconciliación entre Arabia Saudí e Irán.

Israel es un coimperio con una “ventaja militar cualitativa” auspiciada por su aliado. Se acerca a países árabes, ubicado en estrechos marítimos claves Bahréin, Emiratos Árabes Unidos (EAU), Sudán y Marruecos de forma abierta, así como podríamos sumar Arabia Saudita de manera subterránea. En, EAU lo aproxima a la costa opuesta de Irán dentro del Golfo Pérsico. Israel sofoca y coloniza a Palestina, bombardea la Franja de Gaza cíclicamente, la bloquea por tierra, mar y aire, una cárcel a cielo abierto.

Afganistán, el “Vietnam de la URSS”, es un país estratégico para la OTAN. Brindaría una ventaja geopolítica única sobre China, Rusia, India e Irán, siendo la plataforma para implicarse en Eurasia. Las guerras inducidas por la OTAN en Afganistán, Iraq, Libia, Siria o Yemen perturbaron la existencia de al menos cien millones de personas en esta región, en las recientes tres décadas.

La reconfiguración material transforma las territorialidades mediante intervención directa o indirecta. El concepto de subimperio jerarquiza los poderes capitalistas en el estado de guerra, latente o permanente. Actores locales cuyos intereses e interacciones resultan ambivalentes para las superpotencias. Turquía, la oposición a Irán y un acercamiento con el tratado nuclear, y la alianza con Arabia Saudita.

El declive hegemónico y el ascenso chino

Tras la crisis mundial de 2008, en la región del “mundo árabe” se rebelaron desde 2011, depusieron así monarquías o gobernantes de larga data. Sin embargo, la contrarrevolución represiva asestó varios golpes a ese movimiento. Las transformaciones de la década del 2010, expusieron como Estados Unidos viró en su política para redirigirla hacia China y Rusia.

La guerra contra Iraq aislaría a Irán como paso previo a su destrucción, quedaban dos regímenes opositores como el libio y el sirio. En Siria se encuentran las únicas bases militares que permitían a Moscú proyectar su poder naval y aéreo sobre el Mediterráneo. La ofensiva del llamado Estado Islámico contra el régimen sirio –apoyada por EEUU, Israel, Turquía y Arabia Saudita– apuntaba a Rusia y a Irán que, desde Siria, respaldaba a Jezbolá. De ahí la decisión rusa amparada por China, de involucrarse en septiembre de 2015.

En Siria el conflicto devastó a su población. Mientras Libia quedó en una situación de potencial disgregación y división estatal en tres regiones. Las fronteras terrestres de Irán, que sufrió numerosas sanciones económicas, están cercadas por bases militares estadounidenses. Se aproxima así al Golfo Pérsico y al Océano Índico, de interés chino.

EE.UU. en Medio Oriente, está en un retroceso, por el incumplimiento de sus planes, de convertir cinco países en catorce o de balcanizar varios Estados. Si bien destruyó varios países, el ingreso de China y Rusia, así como la influencia de Irán modificaron su hoja de ruta. El intento de rediseño imperial sintoniza con el aplicado por Francia e Inglaterra al comienzo del siglo XX.

La desestabilización de la región, mal llamada “Guerra Global contra el terror”, aniquiló 900.000 personas, causó 38 millones de refugiados y desplazados internos en Afganistán, Pakistán, Yemen, Siria, Iraq, Somalia, Filipinas, Libia y Siria, más la cuestión palestina. Perjudicó al menos cien millones de vidas. El cambio externo ha quedado de manifiesto porque Rusia y China, dos potencias en recomposición, han intervenido en diferentes sentidos en la región, e incidido además de las rebeliones populares y las potencias subimperiales.

Medio Oriente y Eurasia se constituyen como espacios decisivos del sistema mundial. Estados Unidos apuesta a conservar su hegemonía mundial. Intenta mantener la supremacía armamentística desplegada por el mundo, además de una serie de subpotencias socias o seguidoras en momentos clave, y por sus características. En Nuestramérica veremos si la confrontación entre los bloques Estados Unidos-Europa con la alianza estratégica Rusia-China genera nuevas realineaciones. Queda por saber si la doctrina Monroe prevalece. La reacción debiera ser aliarse y no dividirse, tal como lo conciben ellos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.