Los últimos episodios de la guerra entre Chechenia y Rusia amenazan con desestabilizar al régimen de Vladimir Putin. En un lapso de pocas horas los terroristas han derribado dos aviones con un saldo de un centenar de víctimas, han hecho estallar un explosivo en el metro de Moscú con otra decena de muertes y cincuenta […]
Los últimos episodios de la guerra entre Chechenia y Rusia amenazan con desestabilizar al régimen de Vladimir Putin. En un lapso de pocas horas los terroristas han derribado dos aviones con un saldo de un centenar de víctimas, han hecho estallar un explosivo en el metro de Moscú con otra decena de muertes y cincuenta heridos, y ahora han procedido a secuestrar una escuela en Beslan, Osetia del norte, el día del inicio de clases con cuatrocientos niños, padres y maestros dentro.
Los secuestradores reclaman el retiro total de las tropas rusas de Chechenia y la liberación de prisioneros. Putin interrumpió sus vacaciones en Sochi y regresó precipitadamente a Moscú para reunirse con su gabinete de seguridad. El Ministro de Defensa Serguei Ivanov declaró que esto equivale a una declaración de guerra. Declaración ingenua pues el estado de guerra existe entre el estado ruso y el pueblo chechenio desde hace bastante tiempo.
Los chechenios han demostrado que actúan de manera brutal, inescrupulosa y sanguinaria. No respetan a los civiles, quienes nada tienen que ver con su conflicto. Esta acción repugnante de tomar como rehenes a niños inocentes tendrá vastas repercusiones negativas contra su movimiento. Actúan como si se tratase de un odio racial, de una siniestra venganza étnico-social contra el pueblo ruso, que no es responsable de las acciones de sus dirigentes. Estos hechos terroristas coinciden con la farsa electoral efectuada el pasado domingo en Chechenia, donde fue impuesto un ex policía como nuevo jefe de estado. El presidente anterior Kadyrov, también pro-ruso, fue volado en un acto público junto a veinte miembros de su gabinete.
En 1995 los chechenios secuestraron un hospital en Budyonnovsk con dos mil personas dentro. Fueron sitiados durante seis días y el rescate por la policía costó la vida a un centenar de personas. En 2002 irrumpieron en un teatro de Moscú y mantuvieron como rehenes a 700 espectadores durante 57 horas. El ataque de la policía liquidó a los 41 terroristas, pero también a 129 raptados, como consecuencia de un gas nervioso que fue inyectado en el sistema de ventilación del teatro. En esa ocasión el influyente periódico francés Le Monde dijo en un editorial: «Nada ha cambiado en Moscú. Las autoridades han reaccionado a la soviética… el asalto al teatro moscovita ha terminado en una masacre… La prioridad de Putin no era salvar la vida de los rehenes sino restablecer el orden, era restituir el poder del Kremlin que había sido desafiado… La manera brutal de usar la fuerza, el velo informativo, la obsesión por el secreto militar, la manipulación de la opinión, el desprecio absoluto por la vida humana, las señales de la era soviética están todas allí. El presidente Putin no sale engrandecido de este episodio siniestro.» La revista británica «The Economist» afirmaba en su texto central: «Lo que en un principio pareció un triunfo para el presidente Putin se ha convertido rápidamente en un fracaso. Cada rehén fallecido hace retroceder el prestigio de Putin. Un gobierno que gasea a su propia población civil con armas de guerra no es digno de respeto.» En noviembre de 1991, tras la disolución de la URSS, los chechenios declararon su independencia. En 1994 Yeltsin ordenó al ejército atacar Grozni y mantuvo esa guerra durante tres años hasta 1996, cuando se estableció una frágil armonía que se vio interrumpida en 1999 tras ocurrir una serie de atentados, en edificios de apartamentos urbanos en Moscú, lo cual produjo un saldo de trescientos fallecidos. Hasta ahora la guerra en Chechenia ha arrojado un cruento saldo de 40 mil muertos y 300 mil refugiados.
Los chechenios hace más de siglo y medio que vienen luchando por su independencia. Su resistencia contra las campañas colonialistas de los zares fue intrépida y tenaz. Durante la Segunda Guerra Mundial cooperaron con la ocupación nazi como una manera de deshacerse del yugo ruso. En represalia Stalin ordenó la deportación de 850 mil chechenios a Siberia que no regresaron hasta los tiempos de Kruschev, pero ya había muerto medio millón de ellos en las duras condiciones del exilio.
La verdadera razón de la guerra contra Chechenia es el petróleo del Mar Caspio. En esa región se albergan veinticinco mil millones de barriles del hidrocarburo. Las reservas de Kazajstan, Turkmenistan y Uzbekistan igualan a las de Kuwait y sobrepasan las de Alaska y el Mar del Norte juntas. El control de esos yacimientos es uno de los puntos claves de la Posguerra Fría.
Rusia necesita a Chechenia para controlar el oleoducto que va desde Bakú, vía Grozni, hasta la ciudad rusa de Tikhoretsk y termina en el puerto de Novorossiysk, en el Mar Negro. Por añadidura Grozni cuenta con una refinería que procesa doce millones de toneladas de petróleo anuales. Esa es la verdadera razón del presente conflicto.