Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Envuelto en su habitual atavío de rayas coloristas, el Presidente afgano Hamid Karzai parecía una especie de emperador cuando empezó su cuarto día en Washington. Acompañándole en una sombría visita al Cementerio Nacional de Arlington iban el Secretario de Defensa estadounidense Robert Gates, el Presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor Almirante Mike Mullen y el alto comandante de EEUU (y de la OTAN) en Afganistán, Stanley A. McChrystal, los mismos hombres responsables de la guerra y ocupación de su propio país.
La visita, bien coreografiada y claramente ensayada, se había organizado para dar la impresión de que la relación entre Karzai y los mandamases citados era la de un dirigente independiente y seguro de sí mismo en búsqueda del apoyo de una superpotencia benevolente.
Pero, ¿cuáles eran las verdaderas razones de la visita de Karzai a Washington?
Los típicos análisis de los medios llevan distorsionando durante meses el evidente abismo existente entre Afganistán y EEUU bajo la administración Obama. Incluso aunque esta administración se sintiera verdaderamente descontenta con las políticas de Karzai, al menos hasta hace bien poco, el resentimiento tenía escasamente que ver con las razones ofrecidas por los «expertos» de los medios. No se debía a que Karzai estuviera fracasando a la hora de conseguir gobernanza, poner fin a la corrupción, etc. No, seamos sinceros, la guerra de EEUU en Afganistán jamás se apoyó en razones morales y jamás podrá ser de otra manera. No, a menos que se revise completamente la mentalidad militante que gobierna la política exterior estadounidense.
Ahora enfrentémonos a la realidad. A Afganistán le esperan días fatídicos. La verdad es que resulta duro imaginar que las desgracias afganas puedan ir a peor. Pero me temo que así será, especialmente para quienes habitan en el sur, en Kandahar. Sentada cerca de Karzai durante su visita a Washington, la Secretaria de Estado Hillary Clinton prometió que su país «no iba a destruir Kandahar para salvar Kandahar».
La declaración puede sonar convincente, pero en realidad tiene mucho de siniestra e inquietante. Clinton se estaba refiriendo a la política que la administración Bush aplicó tanto en Iraq como en Afganistán. De hecho, admitió cándidamente esto al decir: «Kandahar no es Faluya», refiriéndose a la ciudad iraquí que en 2004 acabó casi completamente destruida por los masivos ataques de los marines en un intento por «salvar» la ciudad. «Hemos aprendido varias lecciones desde Iraq», afirmó Clinton.
Pero si las lecciones se hubieran aprendido de verdad, entonces, ¿por qué todo ese lenguaje ficticio, por qué la ridícula afirmación de que la intención verdadera es en realidad «salvar» Kandahar? ¿Y qué otra estrategia tiene en la recámara EEUU para Afganistán, además del irritante debate sobre si utilizar aviones no tripulados o llevar a cabo la matanza cara a cara?
¿Estaba Karzai en Washington para proporcionar cobertura a lo que está por venir en el baluarte de los talibanes en el sur? No es improbable. Considerando las pasadas y repetidas proclamas de una creciente división entre Kabul y Washington, un sangriento ataque contra Kandahar podría llevar a pensar que, en realidad, EEUU actúa unilateralmente en Afganistán. Añadan a este escenario los constantes y continuos llamamientos hechos por el mismo Karzai para entablar conversaciones con los talibanes. Una escalada estadounidense sin el consentimiento público del propio Karzai no podría considerarse como algo que forma parte de una estrategia conjunta.
En la presentación que llevó a cabo ante el Instituto por la Paz de EEUU (USIP, por sus siglas en inglés), Karzai habló de un extendido compromiso estadounidense hacia Afganistán que iba a durar «más allá de la actual actividad militar… un compromiso con el futuro, mucho después de que nos hayamos retirado, y quizá con las generaciones de nuestros nietos, biznietos y tataranietos».
«Esto es algo que el pueblo afgano lleva buscando durante un largo, largo tiempo», dijo.
Clinton estaba tan preocupada por la grave situación del «pueblo»…, que prometió «ayudar al pueblo de Kandahar a recuperar toda la ciudad para poder ponerla en marcha y beneficiar al pueblo de Kandahar… No estamos combatiendo al pueblo afgano… Estamos combatiendo a una pequeña minoría de entregados y despiadados extremistas que desgraciadamente consiguen alistar a los jóvenes en sus filas… por toda una serie de razones y enviarles al campo de batalla».
Aunque Clinton pretendía hacernos creer que la era de Bush estaba superada y que sobre nosotros se extiende el nuevo amanecer de la política exterior estadounidense, utilizaba casi el mismo exacto lenguaje, expresado en casi el mismo exacto contexto que la administración Bush utilizaba antes de sus mayores ataques militares, que perseguían el objetivo de «salvar al pueblo» de algunos «despiadados extremistas», ya fuera en Iraq o Afganistán.
Y va a producirse un ataque importante, porque el contra-incremento de los talibanes está amenazando las operaciones de la contrainsurgencia estadounidense.
Un rápido examen de un artículo de Marie Colvin en Marjah, Afganistán, donde los talibanes están dejando una vez más muy clara su presencia, subraya los desafíos a que se enfrenta el ejército estadounidense por todo el país. Titulado «Rápida y sangrienta: la venganza de los talibanes», el artículo del 9 de mayo empieza con la afirmación de que «los rebeldes han vuelto». A lo largo del informe aparecen una y otra vez las mismas afirmaciones. «Se suponía que Marjah iba a estar segura… Todo ese progreso está amenazado por el «incremento» talibán… Siempre existe el temor a que vuelvan a resurgir… Cada vez está más clara la fuerza de la presencia talibán… Los talibanes son cada vez más audaces…».
Una vez se asoció el término «incremento» con la estrategia del General David Petraeus que postulaba el despliegue de 30.000 nuevos soldados en Afganistán. Resulta muy irónico, por no decir otra cosa, que ahora se atribuya el término a la propia estrategia de los talibanes. Lo que una vez se quiso que apareciera como «una historia de éxitos», puede que ahora, después de todo, no sea tan fácil convencer al mundo de que las cosas pueden salir bien en Afganistán. «Cada vez hay más preocupación en el Pentágono de que si miles de marines y fuerzas de seguridad afganas no pudieron derrotar totalmente a los talibanes en Marjah, una ciudad de sólo 50.000 habitantes, asegurar el premio mucho mayor de Kandahar puede suponer una lucha muy superior a lo previsto hasta ahora», escribió Colvin.
El reto está por delante, aunque apoyado en todo un lenguaje apropiado (aunque predecible), y es probable que sea sangriento, al igual que el resto de este triste episodio de Afganistán, que empezó mucho antes de 2001.
EEUU y Karzai (como supuesto representante del «pueblo afgano») deben parecer unidos frente a la minoría extremista. La visita de Karzai a EEUU fue el típico intento de acolchado político anterior a la probable tormenta militar. Se trataba de asegurar al público que el caos que seguirá es en realidad parte de un esfuerzo de contrainsurgencia; bien planeado, calculado, ejecutado y, como siempre, fervientemente articulado.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Sus trabajos aparecen publicados en muchos periódicos y revistas de todo el mundo. Sus últimos libros son: «The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle» (Pluto Press, London) y «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, London).
Fuente: http://www.counterpunch.org/
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