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Guatemala: matan a los cuatro policías acusados de la muerte de tres salvadoreños

La herencia de sangre de Roberto D’Abuisson

Fuentes: Eldiariony.com

Aquello de que un gran pecado se paga hasta la quinta generación parece cumplirse con los descendientes de Roberto D’Abuisson. Cuando sus seguidores del partido en el poder hacían oídos sordos a la indignación de su pueblo y trataban de otorgarle el título de «Hijo Meritísimo de El Salvador», su hijo Eduardo estaba siendo asesinado […]

Aquello de que un gran pecado se paga hasta la quinta generación parece cumplirse con los descendientes de Roberto D’Abuisson. Cuando sus seguidores del partido en el poder hacían oídos sordos a la indignación de su pueblo y trataban de otorgarle el título de «Hijo Meritísimo de El Salvador», su hijo Eduardo estaba siendo asesinado cruelmente y haciendo recordar al mundo cómo su padre mandó matar a miles de salvadoreños en la década de los años 1980. Entre sus pecados está la orden de ejecución de monseñor Oscar Arnulfo Romero. Pero esa herencia de sangre y violencia también la viene pagando el pueblo centroamericano

El pasado 19 de febrero, en un oscuro crimen donde habrían participado no «menos de cinco vehículos y doce hombres», los diputados salvadoreños Eduardo Dabuisson, William Pichinti, Ramón Gonzales y el chofer Gerardo Ramírez, que asistían a una reunión del PARLACEN en Guatemala, fueron secuestrados y asesinados supuestamente por un grupo de policías pertenecientes a la Unidad Contra el Crimen organizado de la Policía Nacional Civil. Los presidentes de El Salvador Antonio Saca y el presidente de Guatemala Oscar Berger y la prensa, han coincidido en señalar que tras todo esto está el crimen organizado y el narcotráfico. Lo extraño es el ensañamiento contra las víctimas pues fueron quemadas vivas en su vehículo.

Pero la vorágine no concluyó. Este domingo que pasó los cuatro policías implicados que estaban recluidos en el Centro Preventivo de la cárcel El Boquerón, fueron degollados a plena luz del día por un comando misterioso de tres hombres que ingresó libremente al penal en un auto de lunas polarizadas. Los familiares que visitaban a los reos fueron desalojados abruptamente por la guardia bajo el pretexto de una requisa. Testigos cuentan que se apagó las luces, se escucharon gritos y tiroteos y luego se ‘descubrió’ la masacre. Las maras, que conforman la mayoría de reclusos, se desvincularon inmediatamente del asesinato y para proteger sus vidas tomaron de rehenes al alcalde y a cuatro guardias. Solo dejaron ingresar a bomberos para recoger los cadáveres.

Con estos hechos «automáticamente se cae el proceso», según concluyó el fiscal Alvaro Matus que investiga el crimen del los diputados.

Frecuentemente la vida nos da extraños designios a los que tratan de descifrarlos, en este caso, el hallazgo de los cuerpos calcinados de Eduardo D’abuisson y sus compañeros, y posteriormente el degollamiento de los supuestos autores hace recordar a los tantos cuerpos degollados o quemados que a diario se encontraba en los basurales de El Salvador cuando ese país estaba sumido en una guerra civil y D’Abuisson padre era el temido jefe de los escuadrones de la muerte líder fundador de la Alianza Republicana Nacionalista (ARENA), con gran poder en el gobierno por ser hombre de confianza del gobierno de Washington.

En aquella época el mayor D’Abuisson era el mimado y protegido del senador Jesse Helms, John Negroponte, Jeane Kirkpatrick y por muchos otros halcones de los años 1980. D’Abuisson fue creación de la CIA que siguiendo la doctrina de Kirkpatrick trató de «parar el comunismo en América Central a toda costa». Ellos son los creadores de la «Variante Salvadoreña» para Centroamérica basada en el terror por medio de escuadrones de la muerte y para reforzarla, mandaron a El Salvador a su otro engendro siniestro, Luís Posada Carriles, sumergiendo así a toda la región en la oscuridad de la muerte.

Con unos 15 mil millones de dólares instalaron gobiernos controlados por asesinos que consideraron a cualquiera en oposición como comunista con todas las consecuencias. Así murieron más de 72 mil personas en El Salvador y más de 200 mil en Guatemala. Aquel pasado sigue reverberando en Centroamérica donde ahora campea el crimen organizado. Ninguna ley o decreto podrá cambiar la situación, solamente el pueblo puede hacerlo y de su voluntad dependerá el futuro de América Central, está claro.