Este mes se ha cumplido el segundo aniversario de la llamada ?guerra de los cinco días? que enfrentó a Rusia y Georgia, y que entre otras consecuencias, la victoria rusa materializó el reconocimiento de Osetia del sur y Abjasia como estados independientes reconocidos por Moscú. Históricamente la región conocida como Cáucaso sur ha sido centro […]
Este mes se ha cumplido el segundo aniversario de la llamada ?guerra de los cinco días? que enfrentó a Rusia y Georgia, y que entre otras consecuencias, la victoria rusa materializó el reconocimiento de Osetia del sur y Abjasia como estados independientes reconocidos por Moscú.
Históricamente la región conocida como Cáucaso sur ha sido centro de luchas y movimientos entre diversas potencias, Rusia, Irán y Turquía han buscado el dominio de la zona, y más recientemente se ha unido a esa pugna Estados Unidos. Si esas competencias dotan de una peligrosa explosividad al Cáucaso sur, las diferencias y enfrentamientos entre las tres repúblicas de la región (Georgia, Armenia y Azerbaiyán) añaden todavía más tensión a la situación.
El aniversario de la guerra ha servido para que Moscú demuestre su decisión para expandir su influencia y control en la región, al tiempo que manifiesta a las fuerzas de la OTAN que su apuesta es seria, y que difícilmente aceptará una región bajo la bandera de EEUU y sus aliados occidentales. Si la guerra de hace dos años en un primer momento se centró en el enfrentamiento armado entre Rusia y Georgia, y más allá de las declaraciones mediáticas y propagandísticas, los dirigentes del Kremlin tenían calara su estrategia global.
Por un lado frenaban las aspiraciones de la OTAN para atraer a nuevos socios, a través del ingreso de Georgia en la alianza militarista occidental. Los dirigentes georgianos o pecaron de ingenuos o de prepotentes al creer que su ataque contaría con el apoyo militar de sus deseados socios, la intervención rusa frenó cualquier intento occidental para embarcarse en una peligrosa escalada bélica. Pero al mismo tiempo, Rusia se dirigía a otros estados que en su día pertenecieron al llamado espacio soviético, lanzándoles un claro mensaje sobre cualquier maniobra que ponga en peligro los intereses geoestratégicos de Moscú en la zona.
La victoria rusa mostró a todos esos actores la ?debilidad? del pacto con la OTAN o con cualquier alianza con el entorno de EEUU y mostró la vulnerabilidad de cualquier intento en esa dirección en el futuro. En este segundo aniversario las celebraciones rusas han pasado desapercibidas o han sido de bajo nivel, sobre todo por los frentes abiertos en Rusia este verano (sequía, incendios, problemas en la producción cerealista?), pero también por el rechazo o la mala imagen que una parte importante de la población tiene hacia las fuerzas armadas, que si bien han hecho importantes esfuerzos de cara a su modernización y a recuperar su capacidad operativa que mantuvo en el pasado, todavía son muchos los que le reprochan su incapacidad para defender sus propios recintos y otras instalaciones claves ante los grandes incendios declarados este verano.
Si los festejos públicos han brillado por su ausencia, la capacidad operativa rusa no se ha detenido. Coincidiendo con el aniversario los dirigentes rusos han hecho público la instalación de un sistema de misiles de defensa aérea en Abjasia y de otro tipo similar en Osetia del sur. Este movimiento le permitirá controlar los vuelos sobre el Mar Negro y el corredor aéreo de la región. Ese anuncio de Moscú ha coincidido además con el acuerdo con Armenia para prolongar la presencia militar rusa (el uso de la base militar de Gyumri) más allá del 2044, al tiempo que abre la posibilidad de instalar sistemas de defensa aérea en Azerbaiyán.
Rusia ha apostado fuerte para lograr la hegemonía en la región, consciente de la enorme importancia geoestratégica de la misma y para ello no ha dudado en desplegar todo un abanico de instrumentos. Desde las instalaciones y acuerdos en materia militar ya mencionados, hasta el reconocimiento de las repúblicas de Abjasia y Osetia del sur, pasando por la manipulación de las diferencias y enfrentamientos entre las repúblicas de la región (caso de Nagorno-Karabakh que todavía enfrenta a Armenia y Azerbaiyán), todas esas situaciones permiten que Rusia se encaminen a recuperar el peso que ya tuvo en el pasado.
Pero también hay otros actores que buscan su sitio en el sur del Cáucaso. Si Estados Unidos ha buscado alianzas en el pasado, como la que se produjo con los dirigentes de Georgia, su incapacidad para hacer frente al avance ruso le ha hecho perder muchos enteros, y esa situación está siendo aprovechada por Turquía e Irán para acrecentar su influencia regional. Las tensiones entre Ankara y Yerevan hace que los dirigentes turcos se vuelquen en Azerbaiyán y Georgia, estados claves para el gaseoducto que permite transportar el gas de Azerbaiyán hasta Turquía, y que busca frenar la dependencia energética hacia Moscú o Irán.
Al mismo tiempo, los dirigentes de Teherán hace tiempo que han puesto sus ojos en las riquezas energéticas del país vecino, sin olvidarse tampoco que hoy en día hay más azerís viviendo en Irán que en Azerbaiyán (otro capricho de la política colonial de Occidente), y que ello provoca en ocasiones serias dudas sobre el papel iraní. Y en toda esa carrera por hacerse con el ?control? energético tampoco debemos olvidar a Rusia, que si lograse integrar las exportaciones azeríes a su basto complejo energético sería un duro golpe para sus adversarios occidentales.
En este complejo escenario dos nuevos estados parecen quedar relegados a los intereses de terceros actores. Si tras la guerra de hace dos años, Rusia concedió carácter ?de jure? a la independencia de Abjasia y Osetia del sur (que ya eran ?de facto? dos entidades independientes de Georgia), el camino de ambos no parece seguir el mismo guión.
Así, mientras Osetia del sur estaría buscando una unión con sus vecinos de Osetia del norte para posteriormente integrarse en la estructura institucional del estado ruso, Abjasia sí estaría apostando seriamente para impulsar la viabilidad de un nuevo estado independiente en el tablero internacional. Considerado como uno de los parajes más bonitos de la zona (lo que sin duda le otorga una importante capacidad turística) y con una importante producción agrícola, las posibilidades de llevar adelante esa realidad independiente están sobre la mesa.
Es cierto que las infraestructuras y vías de comunicación necesitan mejoras importantes, y que la presión de Georgia todavía les hace mantener la presencia rusa en su suelo (aunque son muchos los ciudadanos de este nuevo estado que demandan el control sobre todos los aspectos de su país, rechazando cualquier injerencia extranjera a medio o largo plazo), pero se definitivamente todos los actores involucrados reconocen y aceptan la voluntad de la población de Abjasia, se pueden abrir las puertas para la estabilidad y el desarrollo del conjunto del Cáucaso sur.
Lo que ningún observador pone en duda es que estos dos territorios difícilmente vuelvan a integrarse en Georgia. Como decía recientemente un analista, cuando británicos y estadounidenses hablan de ?restaurar la integridad territorial de Georgia? es un sinsentido, que en el mejor de los casos sería hipocresía, y que en el peor supone una ignorancia suicida?.
E incluso se empiezan a oír algunas voces en Europa que muestran su convencimiento que Abjasia puede convertirse en un pequeño estado independiente y próspero que mantenga relaciones normalizadas con sus vecinos y con Rusia y el resto del mundo. Y esas mismas fuentes apuntan que la resolución de los conflictos a través del diálogo debería ser una fórmula a aplicar en la región (y en todo el mundo) y que sin duda alguna conferiría otro carácter a la situación explosiva del Cáucaso sur en su conjunto.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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