Clinton Pryor ya había caminado 4780 kilómetros cuando me reuní hace poco con él en un camino entre Sídney y Melbourne. Pryor, un activista aborigen de la costa oeste de Australia, estaba comenzando su día 310 de protesta a pie contra el trato que reciben los indígenas australianos, y se veía ansioso por continuar. Dio […]
Clinton Pryor ya había caminado 4780 kilómetros cuando me reuní hace poco con él en un camino entre Sídney y Melbourne.
Pryor, un activista aborigen de la costa oeste de Australia, estaba comenzando su día 310 de protesta a pie contra el trato que reciben los indígenas australianos, y se veía ansioso por continuar.
Dio una última fumada a su cigarrillo.
«¿Listos, muchachos?», preguntó, mirando a su equipo de apoyo: abuelos de barbas largas y blancas. Uno conducía descalzo una camioneta blanca; otro iba montado en una bicicleta.
Su novia, Kerry-Lee Coulthard (quien lo conoció cuando Pryor pasó por su pueblo natal en Australia central) observaba el camino que les faltaba por recorrer. Y así, la Caminata por la Justicia de Clinton se reanudó.
9:42 – Una voz que crece
«Estamos haciendo esto por la gente común», explicó luego de haber caminado dos kilómetros. «Hay muchas personas que no son escuchadas».
Pryor, de 27 años, con una rodillera en una de sus piernas, contó que comenzó su travesía de Perth a Canberra para crear conciencia sobre dos asuntos en particular: los indígenas australianos que no tienen un hogar, una situación que ha conocido de primera mano, y el cierre forzado de las comunidades aborígenes remotas realizado por el gobierno, por lo que lleva protestando al menos desde 2014.
Sin embargo, explicó que con el tiempo su misión ha evolucionado para reflejar aquello que los primeros pueblos le han comentado que han tenido que enfrentar. El suicidio. La pobreza. Las políticas racistas. La corrupción. La ausencia de derechos sobre la tierra, la falta de trabajo y, sobre todo, comenta Pryor, la falta de inclusión en la toma de decisiones por parte del gobierno.
«Este es un movimiento de derechos civiles», afirma. «El poder debería compartirse».
Habló sobre la importancia de un tratado, el cual opinó que debió haberse firmado hace 229 años, cuando los primeros colonos europeos llegaron a Australia. Subrayó que los servicios para las comunidades aborígenes, como el acceso al agua y a la educación, debían ampliarse. A veces parecía frustrarse con el concepto completo de política, y comentaba: «Solo queremos que se hagan bien las cosas».
La soberanía a menudo salió a relucir, como ha ocurrido en otros contextos. Este año, los líderes aborígenes y de los isleños del estrecho de Torres se pusieron de acuerdo en una serie de demandas que plasmaron en la Declaración Uluru desde el corazón, la cual es un llamado para que se les otorgue a los primeros australianos mayor control sobre sus vidas, mediante la creación de un organismo representativo permanente que esté consagrado en la constitución.
La semana pasada en Garma, una reunión entre líderes indígenas y representantes de grupos políticos, empresariales e industriales, se repitió el llamado para que exista esta representación. Sin embargo, Malcom Turnbull, primer ministro de Australia, quien se encontraba allí, se opuso a las demandas.
«Una estrategia de todo o nada, a menudo da como resultado nada», afirmó.
Al parecer, ni Pryor ni los otros se han abierto paso con su mensaje. La Caminata por la Justicia ha recibido cobertura esporádica de los medios de comunicación locales, y la cantidad de personas que siguen a Pryor en Facebook y Twitter aún no ha llamado la atención del gobierno.
«A nuestros miembros del parlamento se les dificulta responder a cualquier demanda proveniente de las comunidades aborígenes», declaró Megan Davis, una mujer indígena de Queensland, profesora de Leyes de la Universidad de Nueva Gales del Sur y miembro del Consejo para el Referendo que asesora a los legisladores sobre cómo avanzar en el tema del reconocimiento de los indígenas australianos.
«Es impactante que en el año 2017 aún tengamos que seguir discutiendo el asunto de que debemos estar realmente sentados en la mesa de negociación cuando se discuten los temas que nos conciernen».
12:18 p.m. – Se conforma un equipo
Pryor depende de otras formas de aliento.
Justo después del mediodía, un hombre detuvo su camioneta bloqueando el camino, corrió hacia Pryor y le dio unos cuantos billetes de 20 dólares. «Estás haciendo un buen trabajo, hermano. Nos enorgulleces a todos», dijo antes de retirarse a toda prisa.
Cuando comenzó a llover unos minutos más tarde, Noonie Raymond, uno de los miembros del equipo de apoyo de Pryor, sacó dos paraguas enormes, uno para él y otro para Coulthard.
Los desafíos han cambiado. En el desierto, contó Pryor, estuvieron dos días sin agua y, en cierto momento, la pierna izquierda se le hinchó porque estaba reteniendo líquidos; eso lo forzó a caminar 50 kilómetros con un dolor atroz.
El grupo, que cuenta con alrededor de media decena de miembros que lo acompañan en el camino y lo ayudan con las redes sociales y la organización, ha podido seguir adelante gracias a donaciones.
Pryor ha recaudado un poco más de 34.000 dólares australianos (26.000 dólares estadounidenses) a través del sitio GoFundMe; además, también han ayudado donaciones de alimentos, dinero, autopartes y ofrecimientos ocasionales de lugares donde pasar la noche.
2:20 p.m. – Una misión conjunta
Los pies de Pryor a veces no cumplen con el calendario.
Después de admitir que lo había retrasado un poco Coulthard, quien usualmente no lo acompaña en las caminatas, subió a un auto justo antes de las dos de la tarde para llegar a una marcha en Nowra (su equipo marcó el sitio donde se había parado para que después pudiera regresar y retomar la marcha).
En un parque a las orillas del río, decenas de personas estaban reunidas. Preparaban salchichas a la parrilla. Un agente de policía con pintura blanca en las mejillas hacía señas a los autos que entraban, mientras Paul Mcleod, de 60 años, un anciano cuya madre fue parte de la nación yuin, encendía una fogata ceremonial y realizaba una danza tradicional.
«Toda nuestra gente camina con él en espíritu, si no lo hacen en persona», expresó Mcleod a la multitud en inglés y en lenguas locales. «Significa mucho para todos nosotros».
Pryor, con el rostro también pintado, habló. Se identificó como un hombre wajuk, balardung, kija y yulparitja del oeste, y la mayor parte de lo que argumentaba sonaba parecido a lo que me había contado en el camino.
Sin embargo, también parecía tener dificultades para explicar su propósito. En cierto momento, se disculpó por perder el hilo de sus pensamientos. Explicó que estaba cansado por la caminata.
Se veía diez años más joven rodeado de esos hombres, mujeres y niños que siguen buscando la equidad, cientos de años después de la colonización, en nombre de los pueblos ancestrales que han habitado Australia durante al menos 65.000 años. Más temprano, ese mismo día, me había preguntado cómo deletrear algunas palabras comunes (Europa, por ejemplo), y había admitido tener problemas de analfabetismo.
Sin embargo, al final de su discurso, encontró su camino. En 2004, Michael Long viajó 650 kilómetros desde Melbourne hasta Canberra para poner a los aborígenes y a los isleños del estrecho de Torres de vuelta en la agenda nacional.
Más de una década después, con cientos de kilómetros por recorrer, Pryor forja su propio camino, como un acto de resiliencia.
«He caminado durante diez meses», indicó. «Se trata de decirle a todos que tomen nuevas fuerzas y sigan peleando».