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La muerte del Papa Wojtyla, lo divino y lo humano

Fuentes: Rebelión

La muerte de Karol Wojtyla entristece a los adolescentes con canas, aquellos seres humanos que por temor e imposibilidad a vivir de pié han aceptado desplazarse por el mundo de rodillas; su papá ha muerto, Dios ha muerto y el complejo de Edipo latente les lleva a la desesperación. Pero pronto les darán otro papá […]

La muerte de Karol Wojtyla entristece a los adolescentes con canas, aquellos seres humanos que por temor e imposibilidad a vivir de pié han aceptado desplazarse por el mundo de rodillas; su papá ha muerto, Dios ha muerto y el complejo de Edipo latente les lleva a la desesperación. Pero pronto les darán otro papá y otro dios a quienes rogar protección, sublimación de un Estado que ya no protege ya a nadie y de un Mercado que amenaza ya a todo el mundo.

En el mundo griego, plagado de hijos de los dioses, la idea de un hijo de un dios sobre la que descansa el cristianismo no era en nada extraña, los avezados políticos grecolatinos sabían perfectamente que el supuesto hijo de un dios solía ser un bastardo, el fruto del yacimiento de alguna princesa con su mozo de cuadras. En lugar del escándalo para la dinastía, al bastardo y a la gente, les decía su madre que no era en efecto, hijo del rey; sino de alguien más elevado aún, de uno de los muchos dioses del Olimpo que, en forma de cisne o de toro habría yacido con la princesa. El grecolatino crédulo aceptaba estas explicaciones y creía en los mitos que se narraban y, hasta la fecha, todo el mundo prefiere el mito del rapto de Helena antes que la explicación racional según la cual la causa de la guerra de Troya fue que los dánaos cobraban impuestos muy elevados a los griegos por permitirles el paso hacia el Mar Negro por el estrecho de los Dardanelos.

Con la cristiandad los bastardos empezaron a pasarlo mal, pero todavía Voltaire ya apuntó que el llamado Jesús de Nazaret no era hijo del Espíritu Santo, sino de un soldado romano; de ahí los debates de la Edad Media sobre si la naturaleza de Jesús era divina, humana o ambas a la vez. El invento de los Papas procede de la pugna entre el poder real y el sacerdotal así como de los acuerdos para repartirse la tarta entre esos dos poderes, consolidados juntos en el caso del Imperio Romano no antes del siglo IV de nuestra era, cuando el cristianismo logra erigirse como religión oficial del Imperio. Los Papas son humanos pero infalibles, porque tienen teléfono directo, como Aznar con Bush, con su dios, no los engendra el Espíritu Santo sino que los engendra la Santa Madre Iglesia, tan inmaculada como la Virgen María.

Todo lo antecedente es meridianamente racional, hasta obvio, pero es feo, muy feo. Mucho más bonitas son las historias mitológicas de dioses yaciendo con ninfas o de espíritus santos inmaculando concepciones, la literatura siempre ha superado a la ciencia porque la imaginación es una defensa frente a las adversidades de la existencia.

El gran antropólogo Lévi-Strauss nos daba en Tristes Trópicos una de las claves fundamentales del enigma de las religiones y de su tremenda pregnancia social, al hablarnos del Islam de la India: «Se necesitan pocas cosas para existir: poco espacio, poca comida, poca alegría, pocos utensilios o herramientas (…). Para poder resistir se necesita un lazo muy fuerte, muy personal con lo sobrenatural (…). Un anciano enturbantado se había improvisado una pequeña mezquita individual con dos sillas de hierro que había tomado de una taberna vecina donde se asaban los kebab. Solo, en la playa, rezaba». ¿Cómo podrían sino resistir los hambrientos y los explotados cuando todas las evidencias racionales son que sus vidas están abocadas a la miseria? ¿A través de qué medios soportan una existencia que se manifiesta como inhumana? Nos contesta el antropólogo: «cada uno se siente en presencia de su Dios». Y vemos que los hambrientos no pueden permitirse el lujo de no tener religión, porque cuando acucia el hambre o ésta se sacia con comida o bien se soporta con religión. La religión de los pobres es tan pronto un conato de resistencia de los que luchan por no ser dominados como tan pronto un antidoto anti-revolucionario de los que luchan por dominar; tan pronto la aceptación estoica del injusto mundo en que se vive, valle de lágrimas que acaba en un mundo mejor luego de una muerte involuntaria, como tan pronto canalización del ímpetu de los desposeídos hacia la transformación de las inaceptables condiciones de vida que soportan.

Pero tampoco los que vivimos en los llamados países ricos podemos permitirnos el lujo de vivir sin imaginación, es más, sin la necesidad de confundir lo real y lo imaginario, sin un modelo esquizofrénico con que defendernos de las agresiones y con que soportar la dominación.

Dicho de otra manera el ateísmo no sólo es una filosofía racional que exige tener el estómago lleno sino que es también una postura racional que distingue lo real de lo imaginario. Y para poder hacer eso viviendo bajo una sociedad capitalista e hipócrita es necesario, no sólo tener el estómago lleno, sino tener estómago o cinismo suficiente como para poder digerir la diferencia y no perecer en el intento.

La ciencia nunca nos hará plenamente racionales sino que manteniendo un ideal tanto ilustrado como comunista podríamos decir que nos hace, individual y colectivamente, más racionales que irracionales (y capaces para discriminar entre ambas cosas); pero al menos habríamos de esperar también, y eso no está tan claro, que la ignorancia no nos pudiesen llegar a hacer completamente irracionales, como muestran no sólo el fanatismo y la superstición, sino también la racionalidad instrumental del uso y abuso de la tecnología para la guerra y para la explotación.

Libres de un Papa-momio aferrado al cetro como una lapa, al que todos los poderes han prestado reconocimiento en sus honras fúnebres y al que ya quieren santificar, pronto nos pondrán otro. Con lo cual la mejor receta y el antídoto contra la reproducción contra-natura de los Papas y de los reyes vemos que ya la pusieron en práctica los jacobinos en la Revolución Francesa y los bolcheviques durante la Revolución socialista. Condorcet ya brindaba por aquel día en el que sobre las tripas del último Papa ondease la cabeza del último rey, pero hoy ese día se nos aparece más lejano que entonces. Luego, es posible, que no sea la fe en el progreso lo que haya decaído en nuestro tiempo, sino que, realmente, y no sólo en la imaginación, se produzcan retrocesos en la Historia; unos retrocesos marcados por el uso de las fuerzas productivas (sean éstas inmensas o pequeñas) para esclavizar y no para liberar.