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La Navidad afgana de José Sócrates

Fuentes: Rebelión

Acompañe por la televisión la cena de nochebuena de José Sócrates en Kabul. Su presencia ahí no me sorprendió. La decisión se ajusta a la idea que tengo del político y del hombre. Si hubiese tropas portuguesas en una isla de Micronesia eventualmente en lucha contra la ocupación norteamericana, el primer ministro portugués habría dado […]

Acompañe por la televisión la cena de nochebuena de José Sócrates en Kabul. Su presencia ahí no me sorprendió. La decisión se ajusta a la idea que tengo del político y del hombre.

Si hubiese tropas portuguesas en una isla de Micronesia eventualmente en lucha contra la ocupación norteamericana, el primer ministro portugués habría dado un salto hasta allí.

Sócrates es un admirador asumido de George Bush. Habrá sentido que durante la estación festiva se imponía tomar una iniciativa con resonancia en un momento en que el señor de la Casa Blanca anuncia al mundo que su «estrategia nacional para la victoria» esta obteniendo un éxito que excede lo imaginable.

Reflejando ese entusiasmo, el discurso bushiano se volvió, en el decir de Immanuel Wallerstein, «vociferante», tal es la alegría sentida por el rumbo de una guerra en la cual mueren diariamente algunos soldados estadounidenses y, obviamente, unas decenas, por lo menos, de iraquíes.

Extrañamente, en cuanto los aliados de la coalición fantasma que participa de la agresión al pueblo iraquí discuten el calendario para la retirada de sus tropas, Bush proclama que la paz en la tierra donde florece la Babilonia está a la vista aunque sin fecha en el horizonte.

Siendo desaconsejable volar hasta Bagdad, antes de la llegada del V Contingente de la Guardia Nacional Republicana, Sócrates concluyó que Kabul era la capital indicada para manifestar solidaridad indirecta al ideólogo de las guerras preventivas.

Alargó el viaje unos 3000 kilómetros y llegó allí, llevando en el sequito al ministro de Defensa, al jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas y al jefe operacional de las Fuerzas Terrestres. En el equipaje llev también roscas de reyes y unas ´botellas de Porto. La visita fue rapidísima -apenas cuatro horas de permanencia, no fuese a acontecer algún azar – pero Sócrates encontró tiempo para ir a abrazar a Karzai, el presidente de Bush, ex-funcionario subalterno de empresa petrolífera norteamericana.

Ignoro si la TV transmitió íntegramente el discurso dirigido a los militares portugueses por el primer ministro. Pero lo que escuché fue suficiente para sentir vergüenza y tristeza.

Me hizo recordar el fascismo y la oratoria de los ministros y generales de Salazar cuando transmutaban en epopeya patriótica las misiones de los soldados enviados para África en el ámbito de una política imperial cuyo objetivo era impedir por las armas la independencia de los pueblos de Angola, Mozambique y Guinea Bissau.

Caminé en el tiempo para el pasado anterior al 25 de Abril al escuchar a Sócrates, modulando la voz para imprimirle un tono épico, al enaltecer como servicio a la Patria la presencia de las tropas portuguesas en Afganistán ocupado y humillado después de una guerra de agresión genocida. Es un insulto a la razón presentar como orientada para la defensa de la paz, de la democracia, de la civilización una política repugnante, manchada por incontables crímenes desde la tortura de los prisioneros al corte de sus lenguas, política concebida e impuesta por un sistema de poder mounstroso que hace del terrorismo de Estado el fundamento de una estrategia de dominación planetaria.

No creo que las tropas de elite del Ejército portugués integradas en las fuerza de ocupación de la OTAN tengan conciencia de ser cómplices de un crimen cometido contra la libertad de un pueblo. Con raras excepciones, la mayoría de los soldados y oficiales para allá enviados ignoran, estoy cierto, que en el territorio invadido y ocupado por los EEUU surgieron y desaparecieron a lo largo de los siglos, desde los Aqueménides persas, culturas que influenciaron mucho el progreso de la humanidad.

No es de paz en Afganistán la misión del Ejército portugués. Quien en los valles de Hindu Kuch y en las planicies de Bactriana, cuna de Zoroastro, combate hoy por la libertad son los patriotas afganos que se levantan contra la dominación estdounidense.

¿Cuántos soldados del contingente portugués de Kabul saben que bajo la gigantesca base de los EEUU en Begram se encuentran, bajo montones de tierra, las ruinas de Kapisa, la ciudad kuchana que fue capital de una civilización iraní brillantísima, que funcionó como puente comercial entre la Roma de los Antoninos y la China de los Han? ¿Cuántos soldados tomaron conocimiento de que la US Air Force sembró bombas sobre ciudades afganas como Gahzni, Kandahar, Mazar, donde nacieron algunos de los grandes sabios del Islam Medieval? ¿Cuántos oyeron siquiera recordar que Herat, destripada por bombas norteamericanas, fue en el siglo XV durante el renacimiento timurida, definida como la «más bella y civilizada ciudad del mundo» por Babur, el príncipe escritor que fundó en la India el Imperio del Gran Mogol? ¿O conocen la existencia de las ruinas de Ai Kanum, la ciudad greco-bactriana construida en la orilla del Amudaria, el Oxus de los Helenos, por los veteranos de Alejandro, el genial macedonio?

Poquisimos.

No dudo que Bush y Sócrates sean también totalmente ignorantes de la historia de los pueblos que en los últimos 23 siglos sembraron en Afganistán cosas tan bellas que hoy, sepultadas, hacen de aquel país uno de los más importantes museos arqueológicos desconocidos de la humanidad.

Más el primitivismo de ambos no puede atenuar la condenación del crimen.

La misión que las tropas portuguesas cumplen en Afganistán no es de paz, sino de sumisión a una estrategia de guerra. Es una misión incompatible con la tradición patriótica del Ejército que se batió por la libertad de Portugal contra el imperialismo castellano en Aljubarrota y Montes Claros.

Traducción: Pável Blanco Cabrera