Nada de lo aparece en el documental «Educar es la mejor manera de luchar» está precocinado. Rosa Cañadell, profesora de secundaria jubilada y portavoz durante siete años del sindicato USTEC-STEs, y Agustí Corominas, maestro que abandonó la docencia y montó una pequeña productora, visitaron cámara y libreta en mano los asentamientos del Movimiento de los […]
Nada de lo aparece en el documental «Educar es la mejor manera de luchar» está precocinado. Rosa Cañadell, profesora de secundaria jubilada y portavoz durante siete años del sindicato USTEC-STEs, y Agustí Corominas, maestro que abandonó la docencia y montó una pequeña productora, visitaron cámara y libreta en mano los asentamientos del Movimiento de los Sin Tierra (MST) de Brasil, sus escuelas itinerantes, los colegios de primaria, secundaria y adultos; también los centros de formación política y agroecológica. El MST les concedió todos los permisos y los autores, con ganas de aprender y empatizar, produjeron el audiovisual «Educar es la mejor manera de luchar», presentado en las Jornadas Anticapitalistas del sindicato Acontracorrent.
«Ocupar, resistir y producir» es el lema del MST desde su fundación en 1985. Nada más ocuparse la tierra, empieza la autoorganización del asentamiento, una de cuyas prioridades es la escuela. Los primeros educadores serán los jóvenes con mayor formación del campamento. Muchos de ellos realizaron cursos de pedagogía «alternativa» y obtuvieron el título oficial de maestros (a partir de convenios suscritos con las universidades). A estos jóvenes docentes los formaron profesores universitarios -normalmente de Pedagogía-, que colaboran con el MST. Y se les forma en el currículo oficial, pero también en la pedagogía emancipadora del MST y las ideas de Paulo Freire.
Consumado el asentamiento, se le insta al estado a que construya una escuela, a lo que normalmente los poderes públicos acceden (si las ratios de alumnos son las requeridas). «Es más complicado que estos niños vayan a la escuela del pueblo más cercano, que a lo mejor se halla a 60 kilómetros sin carretera ni autobús; al estado le sale a cuenta implantar la escuela dentro del campamento», explica Rosa Cañadell. Agrega la docente que las escuelas de los asentamientos del MST «son muy buenas; las cuidan, las miman y en ellas participa toda la comunidad; los maestros son gente formada». Es más habitual que los menores de los pueblos cercanos vayan a las escuelas de los asentamientos, que al contrario.
Estos colegios tienen el rango de escuela pública, e imparten las titulaciones de primaria y secundaria. Pero a los contenidos «oficiales», se les superponen las materias específicas del MST: cómo se planta un árbol o se recoge la cosecha; la historia del asentamiento, del Movimiento de los Sin Tierra, las canciones de la organización… Todo ello se integra en la escuela «normal». A ello se agregan las escuelas de capacitación (Agroecología, Cooperativas y Magisterio), dirigidas a los diferentes asentamientos.
La prioridad que el MST otorga a la educación se manifiesta, por ejemplo, en las escuelas «itinerantes». Cuando se produce un desalojo o el campamento se traslada, los menores no se quedan sin formación. Se les matricula en una escuela (por ejemplo la del pueblo más cercano) y, mientras, reciben las lecciones en la escuela «itinerante» (que viaja con los pobladores).
Rosa Cañadell, quien participó a mediados de los 90 en la creación del primer grupo de apoyo al MST de Europa, en Barcelona, destaca la calidad del material pedagógico, propio, que elabora el MST. Libros de pedagogía, de metodología de la educación o de historia, en los que se exponen los mismos contenidos que en la escuela convencional, pero con otra perspectiva (la República, la colonización o la descolonización, desde el punto de vista de los de «abajo»). También se refuerza la formación de los maestros mediante encuentros, en los que se discute sobre contenidos, actividades y metodologías.
En un documental sin imposturas, montajes, ni falsas interpretaciones, tiene gran valor la captación del instante. Rosa Cañadell recuerda haber entrado en un aula y, de modo espontáneo, descubrir el método de alfabetización en las escuelas de los asentamientos. Los menores estaban aprendiendo a leer con la palabra «lucha» (una palabra «generadora»). Las ideas de Paulo Freire penetran hasta las entrañas del aula, pues la educación ha de servir para la emancipación personal y para la justicia social. Además, la idea de la autoorganización, principio rector de los campamentos, no sólo se extiende a la producción en cooperativas, sino también a la escuela. Para pintar, limpiar, trabajar en grupo, organizar asambleas de clase… Las aulas, con pocos alumnos, permiten una formación individualizada.
Según Rosa Cañadell, «la escuela es muy participativa y teórico-práctica; a los chavales de ocho y nueve años que estudian el ciclo de la naturaleza, se les enseña la teoría pero al mismo tiempo siembran una semilla o plantan un árbol». La participación de la mujer es paritaria en las estructuras del MST, igual que en las asambleas. Sin embargo, se mantiene una división del trabajo con roles fuertemente marcados ya que son muchas más las mujeres que se dedican a los comedores, la enseñanza o la sanidad (en cada asentamiento se organizan pequeños dispensarios de atención primaria, en los que se recupera en buena medida la medicina tradicional; los pequeños huertos de hierbas y plantas tradicionales, así como la elaboración de ungüentos y jarabes se integran en la atención médica).
En 2005 se construyó, a 90 kilómetros de Sao Paulo, la Escuela Nacional Florestan Fernades. Se trataba de centralizar la formación que hasta el momento se impartía de manera diseminada (agrícola, técnica, política), y a la compra de terrenos ayudó el dinero obtenido por las fotografías de Sebastiao Salgado sobre el MST. En cinco años se construyó la escuela, en cuyas obras participaron brigadas de jóvenes que laboraban y se formaban. La Escuela Nacional Florestan Fernades ha terminado centrándose en la Política y la Pedagogía; allí se formaban jóvenes del MST (por ejemplo en cursos de español para quienes se iban a estudiar Medicina en Cuba; o en cursos de cooperativas para ayudar a su implantación en los asentamientos; también en liderazgo político); en una segunda fase, la escuela abrió las puertas a otras organizaciones de Brasil («sin techo», grupos feministas…); finalmente, es posible que asistan movimientos sociales de toda América Latina.
En sus conversaciones con los maestros de los campamentos, Rosa Cañadell resalta algunos argumentos que nunca faltaban: «Hablaras con quien fuera, siempre salía la importancia de enseñar para la toma de conciencia, explicarles a los alumnos por qué estaban allí, a quién le habían ocupado las tierras, qué es el MST, cómo era la situación anterior a la ocupación (las favelas donde vivían); y, después, la lucha y la ocupación; eso estaba siempre presente».
Al visitante occidental, aleccionado en el racionalismo, podían llamarle la atención las «místicas». «Esa concepción de que a la lucha hay que ponerle corazón, alegría, creatividad», explica la coautora de «Educar es la mejor manera de luchar». Las «místicas» son unas pequeñas representaciones, muy habituales en el aula pero también en otros espacios, en las que se canta, se pone música, se recitan poemas y se atavía la gente con disfraces. Además, señala Cañadell, «nunca empieza una clase en el aula sin que alguien cante y grite (por ejemplo «victoria» o «reforma agraria»); es algo absolutamente cotidiano».
En el último congreso del MST, celebrado en 2014 en Brasilia, pudo constatarse la gran capacidad de autoorganización del movimiento. Llegaron a Brasilia representantes del MST de todos los estados, y en sólo un día se armó un campamento para 20.000 personas. Por la noche la fotografía evocaba un pueblo con carpas, espacios para el debate político y el arte, cocinas, dormitorios… El congreso podía perfectamente empezar con una «mística» a cargo de 400 personas.
Si se trata de extraer alguna lección de la experiencia pedagógica del MST, mucho han de aprender los docentes. «Se trata de recuperar la función ideológica de la escuela; no deberíamos únicamente transmitir los contenidos objetivos del currículo, pues la escuela ha de enseñar a las personas a pensar, analizar e implicarse en los problemas de la sociedad, para transformarla; y eso no lo estamos haciendo», explica Rosa Cañadell. No sólo consiste la educación en «fabricar» ingenieros, sino formar a personas solidarias, creativas y que se «indignen» ante las injusticias, añade. Además, «los nuevos movimientos sociales han de tener en cuenta que es prioritaria la formación política y el análisis crítico». De otro modo, no habría sido posible el MST y todos sus años de lucha.
Imágenes: Rosa Cañadell
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.