El asunto que ha generado mayor discusión en el campo de la izquierda en las últimas semanas no es si la invasión rusa de Ucrania se justifica o no. Pocos dicen que sí. La cuestión clave es si el movimiento progresista debe oponerse a la expansión de la OTAN y su amenaza a la seguridad de Rusia al mismo tiempo que denuncia la invasión.
Algunos izquierdistas acusan a los que levantan la bandera de la no expansión de la OTAN de justificar la invasión rusa y de ser tontos útiles de Putin.
Este es el razonamiento de un artículo publicado en New Politics por Taras Bilous titulado “Una Carta al Frente Occidental de Kyiv” que comienza con las siguientes palabras: “El ‘anti-imperialismo de idiotas’ significó que la gente pasó por alto las acciones rusas”. Bilous está en desacuerdo con Branko Marcetic (de la revista Jacobin) y Tariq Ali por criticar el expansionismo de la OTAN y en el proceso supuestamente minimizar la gravedad de las acciones rusas. Sin embargo, dichos escritores han condenado tajantemente la invasión rusa (y a Putin).
Las declaraciones de Putin sobre la Gran Rusia o la Rusia histórica, una visión que abarca Ucrania, debilita la posición que atribuye la invasión rusa a la expansión de la OTAN. Al defender su tesis sobre la Gran Rusia, Putin rechaza el principio defendido por Lenin sobre el derecho de un pueblo a la autodeterminación y la sucesión. Así que Putin justifica su decisión de invadir a Ucrania basándose tanto en la amenaza que representa la expansión de la OTAN a la seguridad de Rusia, como también su visión de la Rusia histórica.
Sin embargo, el motivo de mayor peso es el miedo que la expansión de la OTAN pone en peligro la seguridad de Rusia. La expansión de la OTAN representa nada menos que una amenaza existencial para Rusia, un hecho innegable pero ignorado por aquellos de la izquierda que se oponen al planeamiento del tema de la OTAN en este momento. La membresía de Ucrania en la OTAN (que de acuerdo con la enmienda constitucional ucraniana de 2019 es una meta nacional) conducirá a las instalaciones de misiles nucleares, una realidad exacerbada por el retiro de los EE.UU. bajo Trump del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio, en efecto desde 1987. No es una exageración decir que la existencia de Rusia está amenazada por las instalaciones de misiles nucleares en los países vecinos. En una cuestión de minutos, Rusia puede ser aniquilada por completo. Además, la membresía de cualquier país en la OTAN significa que los EE.UU. considera un ataque contra ese país como un ataque en suelo norteamericano. Cualquier escaramuza fronteriza (como la que desató la Guerra Coreana en 1950) necesariamente involucraría militarmente a los EEUU. Dada esa realidad, que ha sido subrayado por la diplomacia rusa desde la primera ola de expansión de la OTAN en los años 90 bajo la presidencia de Yeltsin, el asunto de la expansión de la OTAN no puede ser colocado a la par de las nociones románticas de Putin sobre la Gran Rusia.
Por cierto, cualquier análisis de contenido de las declaraciones oficiales de los líderes rusos en reacción a la expansión de la OTAN en la última década indicaría claramente que para ellos el factor de seguridad, y no la visión de la Gran Rusia, es el asunto de mayor preocupación. Los medios corporativos engañosamente enfatizan el segundo factor y minimizan la importancia del primero.
El movimiento antiguerra debe en este momento levantar la bandera anti-OTAN porque un acuerdo que no establezca límites sobre la OTAN no será una verdadera solución al conflicto ucraniano. Además, la única solución a largo plazo a la amenaza de una guerra mundial es la abolición de la OTAN, que desde la caída de la Unión Soviética ha sido transformada de un bloque defensivo a un ofensivo.
Por debajo de esta discusión hay otro debate de mayor alcance y de mayor significado a la larga: ¿Es Rusia una nación imperialista? La palabra “imperialista” está siendo empleada reiterativamente en el contexto del conflicto ucraniano y, en efecto, está siendo usada como sinónimo de la palabra expansionista. Algunas consideraciones referentes al uso de la palabra en este contexto: En primer lugar, el asunto del imperialismo tiene que ser separado del asunto de la ausencia de la democracia en Rusia. El imperialismo no puede ser equiparado con el autoritarismo. Roma en la época de Cristo hasta la Gran Bretaña del siglo 19 y los EEUU en el siglo 20 y 21, todos han sido imperios y han sido considerados democracias de un tipo u otro. Segundo, si la invasión rusa es en gran parte el resultado de consideraciones de seguridad nacional, como lo he planteado en este ensayo, entonces el término imperialismo ruso está mal empleado. En tercer lugar, la intervención rusa en las elecciones presidenciales norteamericanas (conocida como “Russiagate”) es cosa de niños en comparación con la violación de la soberanía nacional por parte de los EE.UU. en todas partes del mundo y a través de una gran variedad de medios. Además, ningún país en el mundo se acerca a los EE.UU. en cuanto a su presencia militar a nivel mundial, en la forma de 750 bases militares fuera de su país y 200,000 tropas estacionadas en territorio extranjero. Tampoco se acercan al tipo de pacto militar que representa la OTAN y a la estrategia norteamericana con implicaciones militares iniciada por el gobierno de Obama en Asia (llamada “el Pivote Asiático”).
El grupo International Marxist Tendency, dirigido por Alan Woods, asevera que Rusia antes de 1917 era un país imperialista a pesar de que era económicamente atrasado e incluso semi-feudal, y que similarmente Rusia en el siglo 21 es imperialista a pesar de su atraso económico. El problema con este argumento es que inadvertidamente minimiza la gravedad del imperialismo estadounidense por cuanto se presta a la tesis siempre avanzada por Washington. Si la agresión rusa es comparable a la de los EE.UU., entonces tanto la Guerra Fria II, como la Guerra Fria I, se reduce a una batalla entre la democracia (EE.UU. y Europa Occidental e incluso Israel) contra el autoritarismo de Rusia y China. No hace mención del hecho que la invasión rusa de Ucrania (por horrenda que sea) fue provocada (y probablemente intencionalmente) por la OTAN. Y no hace mención al hecho de que la presencia militar y agresión política norteamericana a nivel mundial es incomparable con la de cualquier otro país en el mundo.
Finalmente, el punto más importante de todo: Hace un siglo atrás, Lenin demostró que el imperialismo no es una política sino un imperativo. El imperialismo norteamericano no es el resultado de las aspiraciones o ambiciones de un individuo (sea Bush, Trump o Biden). Es parte de la lógica del sistema capitalista en una etapa determinada. En contraste, la invasión de Ucrania es en gran parte el resultado de la decisión de un individuo (en este caso Putin). Rusia desde el punto de vista económico es un país semi-periférico dependiente de la exportación de materias primas. Esto no es una cuestión meramente académica. El planteamiento de Lenin tiene implicaciones de gran envergadura. Conduce a la necesidad urgente de priorizar la lucha contra el imperialismo norteamericano que es el enemigo principal que obstaculiza el logro de casi todas las metas de cambio necesarias a corto y largo plazo.
Steve Ellner, es profesor jubilado de la Universidad de Oriente en Venezuela y actualmente Editor Asociado de la revista Latin American Perspectives. Es co-editor de Latin American Social Movements and Progressive Governments: Creative Tensions between Resistance and Convergence (Rowman & Littlefield, 2023).
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