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La Primera Guerra Mundial dibujó un nuevo mapa de Europa y Oriente Medio

Fuentes: Agencias

La Primera Guerra Mundial provocó la caída de los imperios austrohúngaro, ruso y otomano, la creación de varios países y un gran cambio en Oriente Medio. La Revolución Bolchevique La guerra supuso el final del Imperio ruso, que ya estaba debilitado. Las numerosas derrotas, los enormes gastos militares, las hambrunas y la cólera popular ante […]

La Primera Guerra Mundial provocó la caída de los imperios austrohúngaro, ruso y otomano, la creación de varios países y un gran cambio en Oriente Medio.

La Revolución Bolchevique

La guerra supuso el final del Imperio ruso, que ya estaba debilitado.

Las numerosas derrotas, los enormes gastos militares, las hambrunas y la cólera popular ante el baño de sangre provocado por el conflicto formaron un terreno abonado para la Revolución Bolchevique de 1917.

En marzo de 1917, una primera revolución causó la abdicación del zar Nicolás II y la formación de un gobierno que no controlaba casi nada. En noviembre, los bolcheviques tomaron el poder, y su primera decisión fue proponer el fin de las hostilidades a los países que estaban en guerra contra Rusia.

El 3 de marzo de 1918, Lenin firmó la paz con Alemania y sus aliados en Brest-Litovsk.

El final de los Habsburgo

El Imperio austrohúngaro, de la dinastía de los Habsburgo, que dominó Europa Central durante cinco siglos, se extendía en 1914 desde Suiza hasta Ucrania y albergaba una docena de nacionalidades distintas.

Pero los sentimientos nacionalistas mermaron la unidad del Imperio, que se descompuso a partir de 1918.

AFP / Laurence SAUBADU Europa antes de la Primera Guerra Mundial

El 28 de octubre, nació Checoslovaquia. El día siguiente, los eslavos del sur crearon Yugoslavia y, el 1 de noviembre, estalló una insurrección en la capital húngara, Budapest.

Dos días después, el Imperio se disolvió formalmente durante la firma del armisticio entre Austria-Hungría y las potencias victoriosas: Estados Unidos, Francia y Reino Unido.

Una nueva Europa

La consecuencia del derrumbe de los dos imperios fue la división de Europa Central en varios Estados.

Además de Checoslovaquia y Yugoslavia, la conferencia de París, en 1919, selló el nacimiento de Polonia, anteriormente dividida entre Austria y Rusia, y de cuatro nuevos Estados formados a partir de territorios rusos: Finlandia, Estonia, Lituania y Letonia.

Hungría perdió dos tercios de sus territorios. Italia recibió una parte del Tirol y «el resto», según las palabras del jefe del gobierno francés Georges Clémenceau, se convirtió en Austria.

La disolución del Imperio otomano

Cuando el sultán Mehmet V proclamó la «guerra santa» contra Francia, Reino Unido y Rusia, el 24 de noviembre de 1914, el Imperio otomano ya había perdido la mayor parte de sus posesiones europeas.

Los reveses sufridos desde 1915 en el frente ruso fueron un pretexto para atacar a la minoría armenia.

Según las estimaciones, entre 1,2 y 1,5 millones de armenios murieron durante la guerra. Turquía niega la existencia de un genocidio contra ellos –aunque unos 30 países y la mayoría de los historiadores lo reconocen–, pero admite que las matanzas y una hambruna se cobraron la vida de entre 300.000 y 500.000 armenios y otros tantos turcos.

La derrota de las tropas otomanas en 1918 acabaron con el Imperio. Los nacionalistas turcos, reunidos en torno al general Mustapha Kemal Atatürk, rechazaron un primer tratado firmado en 1920, prosiguieron los combates contra los armenios, los griegos y los franceses y derrocaron al sultán.

Turquía, convertida en una República, impuso un nuevo tratado a los Aliados, que se firmó en Lausana en 1923. El país conservó Anatolia y los estrechos, pero perdió todos sus territorios árabes.

La frustración árabe

En Mesopotamia y en Palestina, los británicos pudieron vencer al Imperio otomano gracias al levantamiento de las tribus árabes, a las que prometieron la independencia. La labor de Lawrence de Arabia, un arqueólogo británico convertido en enlace con los árabes, fue determinante.

Pero los británicos y los franceses ya se habían repartido Oriente Próximo en secreto en mayo de 1916, con la firma de los acuerdos Sykes-Picot: Líbano y Siria para Francia, Jordania e Irak para Reino Unido. Esa división generó mucha frustración entre los árabes.

La famosa «Déclaration Balfour» (1917) complicó aún más la situación. Al apoyar «el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío», el ministro británico de Relaciones Exteriores, Arthur Balfour, sentó las bases de la creación, 30 años después, del Estado de Israel, sembrando la semilla de un conflicto que sigue convulsionando la región.