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La superpotencia "única" ya es cosa del pasado

La realidad china

Fuentes: TomDispatch/Znet

Existe el peligro de que la política de la administración Bush y de sus aliados en el gobierno japonés esté provocando una confrontación entre China, la economía industrial de más rápido crecimiento en el mundo, y Japón; una confrontación que Estados Unidos habrá causado y en la que podría consumirse. Traducido por Germán Leyens

Recuerdo que hace cuarenta años, cuando era un profesor novato que trabajaba en el campo de las relaciones internacionales chinas y japonesas, Edwin O. Reischauer comentó: «El gran resultado de nuestra victoria de 1945 fue un Japón permanentemente desarmado». Nacido en Japón e historiador japonés en Harvard, Reischauer sirvió de embajador estadounidense en Tokio durante las administraciones Kennedy y Johnson. Es extraño comprobar que, desde el fin de la Guerra Fría en 1991, y particularmente bajo la administración de George W. Bush, Estados Unidos ha estado haciendo todo lo posible por alentar e incluso acelerar el rearme japonés.

Un desarrollo semejante provoca hostilidad entre China y Japón, las dos superpotencias en el Este Asiático, sabotea posibles soluciones pacíficas en las dos áreas problemáticas: Taiwán y Corea del Norte, residuos de las guerras civiles china y coreana, y crea el fundamento para un posible futuro conflicto sino-estadounidense que es casi seguro sería perdido por Estados Unidos. No está claro si los ideólogos y belicistas de Washington comprenden lo que están provocando – una posible confrontación entre China, la economía industrial de más rápido crecimiento en el mundo, y la segunda economía más productiva del mundo, aunque esté en decadencia, Japón; una confrontación que Estados Unidos habrá causado y en la que podría consumirse.

Quisiera aclarar que en el Este Asiático no hablamos de una pequeña guerra de cambio de régimen del tipo que abogan Bush y Cheney. Después de todo, la característica más pronunciada de las relaciones internacionales durante el último siglo fue la incapacidad de los poderes ricos, establecidos – Gran Bretaña y Estados Unidos – de ajustarse pacíficamente a la emergencia de nuevos centros de poder en Alemania, Japón y Rusia. El resultado fueron dos guerras mundiales excesivamente sangrientas, una Guerra Fría de cuarenta y cinco años entre Rusia y «Occidente», y innumerables guerras de liberación nacional (como la de un cuarto de siglo en Vietnam) contra la arrogancia y el racismo del imperialismo y el colonialismo europeo, estadounidense y japonés.

El mayor problema para el siglo XXI es si esta aciaga incapacidad de ajustarse a los cambios en la estructura del poder global puede ser superada. Hasta ahora los indicios son negativos. ¿Pueden EE.UU. y Japón, las versiones actuales de potencias ricas, establecidas, ajustarse a la reemergencia de China – la civilización más antigua, de existencia continua – esta vez como una superpotencia moderna? ¿O va a marcarse la creciente influencia China con una guerra mundial más, cuando las pretensiones de la civilización europea en sus proyecciones estadounidense y japonesa terminen por ser sepultadas? Es lo que está en juego.

La política de Alicia en el País de las Maravillas y la madre de todas las crisis financieras

China, Japón y Estados Unidos son las tres economías más productivas del mundo, pero China es la que crece más rápido (a una tasa promedio de un 9,5% por año durante dos décadas), mientras que tanto EE.UU. como Japón están agobiados por inmensas y crecientes deudas y, en el caso de Japón, tasas de crecimiento estancadas. China es actualmente la sexta economía del mundo por su tamaño (EE.UU. y Japón ocupan el primer y segundo lugar), y nuestro tercer socio comercial por su tamaño después de Canadá y México. Según las estadistas de la CIA en su Factbook 2003, China es realmente la segunda economía del mundo por su tamaño sobre la base de la paridad del poder de compra – es decir, de lo que China produce realmente en lugar de los precios y las tasas de cambio. La CIA calcula que el producto bruto interno de Estados Unidos (PIB) – el valor de todos los bienes y servicios producidos dentro de un país – para 2003 asciende a 10,4 billones de dólares y el de China a 5,7 billones. Significa que los 1.300 millones de habitantes de China tienen un PIB per capita de 4.385 dólares estadounidenses.

Entre 1992 y 2003, Japón fue el mayor socio comercial de China, pero en 2004 Japón cayó al tercer lugar, detrás de la Unión Europea (UE) y de Estados Unidos. El volumen comercial de China para 2004 fue de 1,2 billones de dólares, el tercero del mundo después de EE.UU. y Alemania, y bien por encima del de Japón de 1,07 billones de dólares. El comercio de China con EE.UU. aumento un 34% en 2004 y ha convertido a Los Ángeles, Long Beach, y Oakland en los tres puertos marítimos más activos de EE.UU.

El acontecimiento comercial verdaderamente significativo de 2004 fue la emergencia de la UE como el mayor socio económico de China, lo que sugiere la posibilidad de un bloque cooperativo sino-europeo que confrontaría a un bloque japonés-estadounidense menos vital. Como señaló el Financial Times británico: «Tres años después de su ingreso a la Organización Mundial de Comercio [en 2001] la influencia de China en el comercio global no es sólo importante. Es crucial.» Por ejemplo, la mayoría de los ordenadores Dell vendidos en EE.UU. son hechos en China, tal como los reproductores de DVD de la japonesa Funai Electric Company. Funai exporta anualmente unos 10 millones de reproductores de DVD y televisores de China a Estados Unidos, donde son vendidos sobre todo en negocios Wal-Mart. El comercio de China con Europa tuvo un valor en 2004 de 177.200 millones de dólares, con Estados Unidos de 169.600 millones y con Japón de 167.800 millones.

El creciente peso económico de China en el mundo es ampliamente reconocido y aplaudido, pero lo que temen EE.UU. y Japón, con razón o sin ella, son las tasas de crecimiento de China y su efecto en el futuro equilibrio global del poder. El Consejo Nacional de Inteligencia de la CIA pronostica que el PIB de China será igual al de Gran Bretaña en 2005, al de Alemania en 2009, al de Japón en 2017, y al de EE.UU. en 2042. pero Shahid Javed Burki, ex vicepresidente del Departamento China del Banco Mundial y antiguo ministro de finanzas de Pakistán, predice que en 2025 China probablemente tendrá un PIB de 25 billones de dólares en términos de paridad del poder adquisitivo y se habrá convertido en la mayor economía del mundo, seguida por EE.UU. con 20 billones de dólares e India con cerca de 13 billones – y el análisis de Burki se basa en un pronóstico conservador de una tasa de crecimiento china de un 6% sostenida durante las próximas dos décadas. Prevé la inevitable decadencia de Japón porque su población comenzará a reducirse drásticamente después de aproximadamente 2010. El Ministerio de Asuntos Interiores de Japón informa que la cantidad de hombres en Japón ya disminuyó en un 0,01% en 2004; y algunos demógrafos, señala, anticipan que a fines del siglo la población del país se reducirá en cerca dos tercios, de 127,7 millones en la actualidad a 45 millones, la misma población que tenía en 1910.

En comparación, la población de China muestra señales de estabilizarse a un nivel de aproximadamente 1.400 millones de personas, y tiende fuertemente hacia los hombres. (La política impuesta por el gobierno de un niño por familia y la disponibilidad de sonogramas han llevado a una relación de 129 niños nacidos por cada 100 niñas; 147 niños por cada 100 niñas cuando se trata de parejas que buscan un segundo o tercer descendiente.) Se espera que el crecimiento económico interior de China continúe durante decenios, reflejando la demanda acumulada de su inmensa población, niveles relativamente bajos de deuda personal, y una dinámica economía subterránea no registrada en las estadísticas oficiales. Lo que es más importante es que la deuda externa de China es relativamente pequeña y fácilmente cubierta por sus reservas, mientras que tanto EE.UU. como Japón deben aproximadamente 7 billones de dólares, lo que es peor en el caso de Japón que tiene menos de la mitad de la población y del poderío económico de EE.UU.

Irónicamente, parte de la deuda de Japón es el resultado de sus esfuerzos por ayudar a reforzar la posición imperial global de EE.UU. Por ejemplo, en el período desde el fin de la Guerra Fría, Japón ha subvencionado las bases militares de EE.UU. en Japón con la suma asombrosa de 70.000 millones de dólares. Al negarse a pagar por sus despilfarradoras costumbres consumistas y sus gastos militares mediante impuestos sobre sus propios ciudadanos, Estados Unidos financia esos desembolsos endeudándose con Japón, China, Taiwán, Corea del Sur, Hong Kong, e India. Esta situación se ha hecho cada vez más inestable ya que EE.UU. necesita importaciones de capital de por lo menos 2.000 millones de dólares por día para financiar sus gastos gubernamentales. Toda decisión de los bancos centrales de Asia del Este por transferir partes importantes de sus reservas en moneda extranjera del dólar hacia el euro u otras divisas a fin de protegerse contra la depreciación del dólar produciría la madre de todas las crisis financieras.

Japón sigue poseyendo las mayores reservas de divisas extranjeras del mundo, que a fines de enero de 2005 ascendían a cerca de 841.000 millones de dólares. Pero China tiene una pila de dólares de 609.900 millones de dólares (a fines de 2004), obtenidos por sus superávit comerciales con nosotros. Mientras tanto, el gobierno estadounidense y los partidarios japoneses de George W. Bush insultan a China cada vez y como pueden, particularmente respecto al estatuto de la provincia separatista de China, la isla de Taiwán. El distinguido analista económico William Greider señaló recientemente: «Un deudor despilfarrador que insulta a su banquero es poco sensato, por decir poco. … La dirección estadounidense se ha… hecho cada vez más ilusa – lo digo literalmente – y ciega ante el equilibrio adverso del poder que se acumula en su contra».

La administración Bush amenaza de modo insensato a China instando a Japón a que se rearme y prometiendo a Taiwán que, si China usara la fuerza para impedir una declaración de independencia taiwanesa, EE.UU. iría a la guerra para defenderla. Es difícil imaginar una política más miope e irresponsable, pero a la luz de la guerra de Alicia en el País de las Maravillas de la administración Bush en Irak, el agudo sentimiento contra EE.UU. que ha generado globalmente, y la politización de los servicios de inteligencia de EE.UU., parece posible que EE.UU. y Japón podrían realmente precipitarse a una guerra con China por Taiwán.

Rearme japonés

Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, y particularmente después de obtener su independencia en 1952, Japón ha mantenido una política extranjera pacifista. Se ha negado resueltamente a mantener fuerzas militares ofensivas o a formar parte del sistema militar global de EE.UU. Japón, por ejemplo, no participó en la guerra de 1991 contra Irak, ni se ha unido a acuerdos de seguridad colectiva en la que tendría que equiparar las contribuciones militares de sus socios. Desde la signatura en 1952 del Tratado de Seguridad Japón-EE.UU., el país ha sido oficialmente defendido de así llamadas amenazas externas por fuerzas estadounidenses ubicadas en unas 91 bases en el país propiamente tal y en la isla de Okinawa. La Séptima Flota de EE.UU. incluso tiene su base de operaciones en la antigua base naval japonesa de Yokosuka. Japón no sólo subvenciona esas bases sino que participa en la ficción pública de que las fuerzas estadounidenses están presentes sólo para su defensa. En realidad, Japón no tiene ningún control sobre cómo y dónde EE.UU. emplea sus fuerzas terrestres, navales y aéreas basadas en territorio japonés, y los gobiernos japonés y estadounidense han evitado hasta hace muy poco el tema simplemente al no discutirlo.

Desde el fin de la Guerra Fría en 1991, Estados Unidos ha presionado repetidamente a Japón para que revise el artículo nueve de su Constitución (que renuncia al uso de la fuerza si no es por motivos de autodefensa) y se convierta en lo que funcionarios estadounidenses llaman una «nación normal». Por ejemplo, el 13 de agosto de 2004, el Secretario de Estado Colin Powell declaró abiertamente en Tokio que si Japón llegara a esperar alguna vez ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, tendría que comenzar por librarse de su Constitución pacifista. La reivindicación japonesa de un escaño en el Consejo de Seguridad se basa en que, aunque su parte del PIB global es de sólo un 14%, paga un 20% del presupuesto total de la ONU. La observación de Powell fue una flagrante interferencia en los asuntos internos de Japón, pero sólo repitió numerosos mensajes presentados por el antiguo Secretario Adjunto de Estado, Richard Armitage, líder de una camarilla reaccionaria en Washington que ha trabajado durante años para remilitarizar Japón y ampliar así un nuevo mercado de importancia para las armas estadounidenses. Sus miembros incluyen a Torkel Patterson, Robin Sakoda, David Asher, y James Kelly en el Departamento de Estado; Michael Green en el equipo del Consejo Nacional de Seguridad, y numerosos oficiales militares uniformados en el Pentágono y en el cuartel del Comando Pacífico en Pearl Harbor, Hawai.

La intención de EE.UU. es convertir a Japón en lo que los neoconservadores de Washington gustan de llamar la «Gran Bretaña del Lejano Oriente» – y utilizarlo luego como un testaferro para dar jaque mate a Corea del Norte y servir de contrapeso a China. El 11 de octubre de 2000, Michael Green, en aquel entonces miembro de Armitage Associates, escribió: «Vemos la relación especial entre Estados Unidos y Gran Bretaña como un modelo para la alianza [EE.UU.-Japón]». Japón no ha resistido hasta ahora esta presión estadounidense, ya que complementa un renovado nacionalismo entre los votantes japoneses y un temor de que una pujante China capitalista amenace la posición establecida de Japón como la principal potencia económica en el Este Asiático. Los funcionarios japoneses también afirman que el país se siente amenazado por el desarrollo de programas nucleares y de misiles en Corea del Norte, aunque saben que el enfrentamiento norcoreano podría ser virtualmente resuelto de un día al otro – si la administración Bush cesara de tratar de derrocar el régimen de Pyongyang y en lugar de intentarlo cumpliera con las promesas comerciales estadounidenses (a cambio del acuerdo de Corea del Norte de renunciar a su programa de armas nucleares). En su lugar, el Departamento de Estado anunció, el 25 de febrero de 2005, que «Estados Unidos rechazará la exigencia del líder norcoreano Kim Jong-il de una garantía de «ninguna intención hostil» para que Pyongyang vuelva a las negociaciones sobre sus programas de armas nucleares». Y el 7 de marzo, Bush nombró a John Bolton como embajador estadounidense ante Naciones Unidas, aunque Corea del Norte se ha negado a negociar con él por sus declaraciones insultantes sobre el país.

La remilitarización de Japón preocupa a un segmento del pública japonés y se oponen todas las naciones que Japón trató injustamente durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo a China, las dos Coreas, e incluso Australia. Como resultado, el gobierno japonés ha lanzado un programa furtivo de aumento del rearme. Desde 1992, ha promulgado 21 documentos importantes de legislación relacionada con la seguridad, 9 sólo en 2004. Comenzó con la Ley de Cooperación por la Paz Internacional de 1992, que por vez primera autorizó a Japón a enviar tropas para participar en operaciones de mantenimiento de la paz de la ONU.

Desde entonces la remilitarización ha tomado numerosas formas, incluyendo la expansión de los presupuestos militares, la legitimación y legalización del envío de fuerzas militares al extranjero, un compromiso de unirse al programa estadounidense de defensa de misiles («Guerra de las Estrellas») – algo que los canadienses se negaron a hacer en febrero de 2005 – y una creciente aceptación de soluciones militares a los problemas internacionales. Este proceso gradual fue considerablemente acelerado en 2001 por la llegada al poder simultánea del presidente George Bush y del primer ministro Junichiro Koizumi. Koizumi hizo su primera visita a Estados Unidos en julio de ese año y, en mayo de 2003, recibió el máximo imprimátur, una invitación al «rancho» de Bush en Crawford, Texas. Poco después, Koizumi aceptó enviar un contingente de 550 soldados a Irak durante un año, alargó su estadía por un año más en 2004, y el 14 de octubre de 2004, apoyó personalmente la reelección de George Bush.

¿Un nuevo gigante nuclear?

Koizumi ha nombrado en sus diversos gabinetes a políticos de la línea dura antichina, pro-taiwaneses. Phil Deans, del Instituto de China Contemporánea en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, en la Universidad de Londres, observa: «Ha habido un notable aumento del sentimiento pro-Taiwán en Japón. No hay una sola personalidad pro-China en el gabinete Koizumi». Miembros del último gabinete Koizumi incluyen al jefe de la Agencia de Defensa Yoshinori Ono, y al ministro de exteriores Nobutaka Machimura, ambos ardientes militaristas, mientras el ministro de exteriores Michimura es miembro de la facción derechista del ex primer ministro Yoshiro Mori, que apoya un Taiwán independiente y mantiene amplios vínculos encubiertos con líderes y empresarios taiwaneses.

Taiwán, hay que recordar, fue una colonia japonesa de 1895 a 1945. A diferencia del duro régimen militar japonés en Corea de 1910 a 1945, vivió un gobierno relativamente benigno de una administración civil japonesa. La isla, aunque fue bombardeada por los Aliados, no fue un campo de batalla durante la Segunda Guerra Mundial, aunque fue duramente ocupada por los nacionalistas chinos (el Kuomingtang de Chiang Kai-shek) inmediatamente después de la guerra. Actualmente, como resultado, muchos taiwaneses hablan japonés y tienen una idea favorable de Japón. Taiwán es virtualmente el único sitio en el Este Asiático donde los japoneses son totalmente bienvenidos y apreciados.

Bush y Koizumi han desarrollado minuciosos planes para la cooperación militar entre sus dos países. Crucial para esos planes es la abolición de la Constitución japonesa de 1947. Si nada se le opone, el gobernante Partido Liberal Democrático de Koizumi tiene la intención de introducir una nueva constitución en ocasión del cincuenta aniversario del partido en noviembre de 2005. Esto ha sido considerado adecuado porque la carta fundadora del PLD de 1955 estableció como un objetivo básico del partido el «establecimiento de una Constitución propia de Japón» – refiriéndose al hecho de que la actual Constitución fue en realidad redactada por el cuartel de ocupación del general Douglas MacArthur después de la Segunda Guerra Mundial. La declaración original de principios políticos del PLD también pedía «la eliminación eventual de las tropas de EE.UU. del territorio japonés», que puede ser uno de los motivos ocultos tras el impulso japonés hacia el rearme.

Un objetivo importante de los estadounidenses es lograr la participación activa de Japón en su terriblemente oneroso programa de defensa de misiles. La administración Bush busca, entre otras cosas, que se termine con la prohibición japonesa de la exportación de tecnología militar, ya que quiere que los ingenieros japoneses ayuden a solucionar algunos de los problemas técnicos de su sistema – hasta ahora fallido – de la Guerra de las Estrellas. Estados Unidos también ha estado negociando activamente con Japón para reubicar el 1er Cuerpo del ejército de Fort Lewis, Washington, a Camp Zama al sudoeste de Tokio en la prefectura densamente poblada de Kanagawa, cuya capital es Yokohama. Estas fuerzas de EE.UU. en Japón serían entonces colocadas bajo el comando de un general de cuatro estrellas, que tendría el mismo nivel que comandantes regionales como el comandante de Centcom, John Abizaid, que manda prepotentemente en Irak y Asia del sur. El nuevo comando estaría a cargo de todas las operaciones de «proyección de fuerza» del ejército más allá del Este Asiático e inevitablemente implicaría a Japón en las operaciones militares diarias del imperio estadounidense. El acuartelamiento de incluso una pequeña guarnición, mucho menos que todo el 1er Cuerpo compuesto de unos 40.000 soldados, en una prefectura sofisticada y de ubicación central como Kanagawa, también generará seguramente una intensa oposición pública así como violaciones, enfrentamientos, accidentes automovilísticos y otros incidentes similares a los que ocurren a diario en Okinawa.

Mientras tanto, Japón quiere elevar la categoría de su Agencia de Defensa (Boeicho),

convertirla en ministerio y posiblemente desarrollar su propia capacidad de armas nucleares. La incitación a que el gobierno japonés se reafirme militarmente puede llevar a que el país tenga armas nucleares para «disuadir» a China y Corea del Norte, mientras libera a Japón de su dependencia del «paraguas nuclear» estadounidense. El analista militar Richard Tanter indica que Japón tiene «la indudable capacidad de satisfacer los tres requerimientos esenciales para un arma nuclear utilizable: un artefacto nuclear militar, un sistema de selección del objetivo suficientemente exacto, y por lo menos un sistema adecuado de lanzamiento». La combinación japonesa de reactores de fisión y reproductor más instalaciones de reprocesamiento de combustible nuclear le aseguran la capacidad de construir armas termonucleares avanzadas; sus cohetes H-II y H-IIA, capacidad de reabastecimiento de combustible en vuelo para cazas bombarderos, y satélites de vigilancia de tipo militar aseguran que podría lanzar sus armas con exactitud contra objetivos regionales. Lo que le faltan actualmente son las plataformas (como submarinos) para llegar a tener una fuerza segura para efectuar represalias a fin de disuadir a un adversario nuclear de lanzar de un primer ataque preventivo.

El nudo taiwanés

Japón puede hablar mucho sobre los peligros de Corea del Norte, pero el objetivo real de su rearme es China. Esto ha quedado claro por la manera como Japón se ha mezclado recientemente en el tema más delicado y peligroso de las relaciones internacionales del Este Asiático – el problema de Taiwán. Japón invadió China en 1931 y fue después su torturador durante la guerra así como el señor colonial de Taiwán. Incluso entonces, sin embargo, Taiwán era considerado como parte de China, tal como Estados Unidos lo ha reconocido desde hace tiempo. Lo que queda por resolver son los términos y la oportunidad de la reintegración de Taiwán a China continental. Este proceso fue profundamente complicado porque en 1987 los nacionalistas de Chiang Kai-shek, que se habían retirado a Taiwán en 1949 al terminar la guerra civil china (y fueron protegidos allí desde entonces por la Séptima Flota de EE.UU.), terminaron por eliminar la ley marcial en la isla. Desde entonces, Taiwán se ha desarrollado como una vibrante democracia y los taiwaneses comienzan ahora a demostrar sus propias opiniones encontradas sobre su futuro.

En 2000, el pueblo taiwanés terminó con un prolongado monopolio del poder de los nacionalistas y dic la victoria electoral al Partido Democrático Progresista, dirigido por el presidente Chen Shui-bian. Taiwanés nativo (a diferencia del gran contingente de originarios de China continental que llegaron a Taiwán en el tren de suministros de los ejércitos derrotados de Chiang), Chen está a favor de un Taiwán independiente, igual que su partido. Al contrario, los nacionalistas, junto con un poderoso partido escindido de los originarios del continente, el People First Party bajo la dirección de James Soong (Song Chuyu), esperan ver una eventual unificación pacífica de Taiwán con China. El 7 de marzo de 2005, la administración Bush complicó esas delicadas relaciones al nombrar a John Bolton embajador de EE.UU. en Naciones Unidas. Es un defensor declarado de la independencia de Taiwán y fue un consultor pagado del gobierno taiwanés.

En mayo de 2004, en una elección muy estrecha y disputada, Chen Shui-bian fue reelegido, y el 20 de mayo, el tristemente célebre político derechista japonés Shintaro Ishihara asistió a su investidura en Taipei. (Ishihara considera que la Violación de Nanking de 1937 por Japón fue «una mentira inventada por los chinos».) Aunque Chen ganó con sólo un 50,1% de los votos, fue a pesar de todo un considerable aumento sobre su 33,9% en 2000, cuando la oposición estaba dividida. El Ministerio de Exteriores de Taiwán nombró de inmediato a Koh Se-kai como su embajador informal en Japón. Koh ha vivido en Japón durante unos 33 años y mantiene costosos vínculos con altas personalidades políticas y académicas en ese país. China respondió que «aniquilará por completo» toda acción hacia la independencia taiwanesa – incluso si significa afectar los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008 y las buenas relaciones con Estados Unidos.

Contrariamente a las maquinaciones de los conservadores estadounidenses y los derechistas japoneses, sin embargo, el pueblo taiwanés se ha mostrado abierto a la negociación con China sobre la oportunidad y los términos de la reintegración. El 23 de agosto de 2004, el Yuan Legislativo (parlamento taiwanés) aprobó cambios en sus reglas de votación para impedir que Chen modificara la Constitución para favorecer la independencia, como había prometido que haría en su campaña de reelección. Esta acción disminuyó drásticamente el riesgo de conflicto con China. Probablemente, la advertencia emitida el 22 de agosto por el nuevo primer ministro de Singapur Lee Hsien-loong influyó al Yuan Legislativo. Lee Hsien-loong declaró: «Si Taiwán elige la independencia, Singapur no la reconocerá. En realidad, ningún país asiático la reconocerá. China luchará. Gane o pierda, Taiwán será devastado».

El siguiente acontecimiento de importancia fueron las elecciones parlamentarias del 11 de diciembre de 2004. El presidente Chen calificó su campaña electoral de referéndum sobre su política a favor de la independencia y solicitó un mandato para realizar sus reformas. Pero perdió contundentemente. Los nacionalistas y el People First Party de la oposición lograron 114 escaños de los 225 del parlamento, mientras que el DPP de Chen y sus aliados obtuvieron sólo 101. (Los independientes ganaron 10 escaños). El líder nacionalista, Lien Chan, cuyo partido consiguió 79 asientos en comparación con los 89 del DPP, dijo: «Hoy vimos muy claramente que toda la gente quiere estabilidad en este país».

Que Chen no lograra el control del parlamento significó también la condena de la compra propuesta de 19.600 millones de dólares en armas de Estados Unidos. El acuerdo incluía destructores con misiles teleguiados, aviones P-3 antisubmarinos, submarinos diesel y sistemas avanzados antimisiles Patriot PAC-3. Los nacionalistas y los partidarios de James Soong consideran que el precio es demasiado elevado y, sobre todo, que se trata de una concesión financiera a la administración Bush, que ha estado impulsando la venta desde 2001. También creen que las armas no mejorarían la seguridad de Taiwán.

El 27 de diciembre de 2004, China continental publicó su quinto Libro Blanco de Defensa sobre los objetivos de los esfuerzos de defensa nacional del país. Como señala un observador de muchos años, Robert Bedeski: «A primera vista, el Libro Blanco de Defensa, es una declaración de línea dura sobre soberanía territorial y subraya la determinación de China de no tolerar ninguna acción de secesión, independencia, o separación. Sin embargo, el párrafo siguiente… indica la disposición de reducir tensiones en el Estrecho de Taiwán: mientras las autoridades de Taiwán acepten el principio de una China y terminen con sus actividades separatistas orientadas a la ‘independencia de Taiwán’, pueden tener lugar en todo momento conversaciones a través del estrecho sobre la terminación oficial del estado de hostilidad entre los dos lados».

Parece ser que también taiwaneses interpretaron el mensaje de la misma manera. El 24 de febrero de 2005, el presidente Chen Shui-bian se reunió por primera vez desde octubre de 2000 con el presidente James Soong del People First Party. Los dos dirigentes, con puntos de vista diametralmente opuestos sobre las relaciones con el continente, firmaron a pesar de ello una declaración conjunta en la que detallan diez puntos de consenso. Se comprometieron a tratar de abrir vínculos plenos de transporte y comercio a través del estrecho de Taiwán, aumentar el comercio y relajar la prohibición de inversiones en China de muchos sectores empresariales taiwaneses. China continental reaccionó favorablemente de inmediato. Sorprendentemente, esto llevó a Chen Shui-bian a decir que «no excluiría una eventual reunión de Taiwán con China, siempre que los 23 millones de taiwaneses la aceptaran».

Si Estados Unidos y Japón dejaran a China y Taiwán que se las arreglen solos, parece posible que desarrollarían un modus vivendi. Taiwán ya ha invertido unos 150.000 millones de dólares en el continente, y las dos economías se están integrando más estrechamente con cada día que pasa. También parece haber un creciente reconocimiento en Taiwán de que sería muy difícil vivir como una nación independiente de habla china junto a un país con 1.300 millones de habitantes, 3,7 millones de millas cuadradas de territorio, una economía en rápido crecimiento de 1,4 billones de dólares, y aspiraciones a la dirección regional en el Este Asiático. En lugar de declarar la independencia, Taiwán podría tratar de lograr un estatus parecido en algo al de Canadá francés – una especie de versión más holgada de un Québec chino bajo un control nominal del gobierno central, pero manteniendo instituciones, leyes y aduanas separadas.

China continental se sentiría tan aliviada por esta solución que probablemente la aceptaría, particularmente si puede ser lograda antes de los Juegos Olímpicos de Beijing en 2008. China teme que los radicales taiwaneses quieran declarar la independencia un mes o dos antes de esos Juegos Olímpicos, apostando a que China no atacaría entonces por sus inmensas inversiones en los próximos juegos. La mayoría de los observadores creen, sin embargo, que China no tendría otra alternativa que lanzarse a la guerra porque no hacerlo sería invitar una revolución interna contra el Partido Comunista de China por violar la integridad nacional del país.

Las relaciones sino-estadounidenses y sino-japonesas en espiral descendiente

Durante mucho tiempo ha sido un artículo de fe neoconservadora que EE.UU. debe haber todo lo que pueda por impedir el desarrollo de centros rivales del poder, sean amigos u hostiles. Después del colapso de la Unión Soviética, esto significaba que volcaron su atención a China como uno de nuestros probables futuros enemigos. En 2001, después de llegar al poder, los neoconservadores reorientaron gran parte de nuestra selección de objetivos nucleares de Rusia a China. También iniciaron conversaciones militares de alto nivel con Taiwán sobre la defensa de la isla, ordenaron un desplazamiento de personal y suministros del ejército a la región Asia-Pacífico, y trabajaron enérgicamente por promover la militarización de Japón.

El 1 de abril de 2001, un avión de espionaje electrónico de la marina de EE.UU. EP-3E Aries II, se estrelló con un caza chino en la costa sur de China. El avión estadounidense tenía la misión de provocar a las defensas de radar chinas y luego registrar las transmisiones y procedimientos que los chinos utilizaban para despachar a los interceptores. El jet chino se estrelló y el piloto perdió la vida, mientras que el avión estadounidense aterrizó sin peligro en la isla Hainan y su tripulación de veinticuatro espías fue bien tratada por las autoridades chinas.

Pronto quedó en claro que China no estaba interesada en una confrontación, ya que muchos de sus inversionistas más importantes tienen sus centrales en Estados Unidos. Pero no podía devolver instantáneamente la tripulación del avión espía sin arriesgar una poderosa crítica interior por servilismo ante la provocación. Por ello esperó once días hasta que recibió una disculpa pro forma de EE.UU. por causar la muerte de un piloto chino al borde del espacio aéreo del país y por hacer un aterrizaje no autorizado en un aeropuerto militar chino. Mientras tanto, nuestros medios habían calificado a la tripulación de «rehenes», alentaron a sus parientes a atar cintas amarillas alrededor de los árboles del vecindario, saludaron al presidente por hacer un «trabajo de primera» para liberarlos, y criticaron incansablemente a China por sus «medios controlados por el estado». Evitaron cuidadosamente la mención de que Estados Unidos impone alrededor de nuestro país una zona de intercepción de aviones de 200 millas que va mucho más allá de las aguas territoriales.

El 25 de abril de 2001, durante una entrevista en la televisión nacional, le preguntaron al presidente Bush si jamás utilizaría «toda la fuerza de las fuerzas armadas de EE.UU.» contra China por cuenta de Taiwán. Respondió: «Todo lo que se necesite para ayudar a Taiwán a defenderse». Ésta fue la política estadounidense hasta el 11-S, cuando China se sumó con entusiasmo a la «guerra contra el terrorismo» y el presidente y sus neoconservadores se preocuparon de su «eje del mal» y la guerra contra Irak. Estados Unidos y China también gozaban de relaciones económicas extremadamente estrechas, que el ala del gran capital del Partido Republicano no quería poner en peligro.

El Medio Oriente por lo tanto desvió la política asiática de los neoconservadores. Mientras los estadounidenses estaban distraídos, China continuó con sus actividades económicas durante casi cuatro años, emergiendo como el motor de Asia y un nódulo organizador potencial para las economías asiáticas. China, en rápida industrialización, también desarrolló un apetito voraz por petróleo y otras materias primas, que la pusieron en competencia directa con los mayores importadores del mundo: EE.UU. y Japón.

Al llegar el verano de 2004, los estrategas de Bush, distraídos por Irak, volvieron a alarmarse por el creciente poder de China y su potencial de desafiar la hegemonía estadounidense en el Este Asiático. La plataforma del Partido Republicano presentada en su convención en Nueva York en agosto proclamó que «EE.UU. ayudará a Taiwán a defenderse». Durante ese verano, la Armada también realizó ejercicios apodados «Operación Pulso de Verano 04», que involucraban el despliegue simultáneo en alta mar de siete de nuestros doce grupos de ataque con portaaviones. Un grupo de ataque estadounidense con portaaviones incluye un portaaviones (usualmente con 9 o 10 escuadrillas de aviones, un total de unos 85 aviones), un crucero con misiles teleguiados, dos destructores con misiles teleguiados, un submarino de ataque, y un barco combinado de suministro de municiones y petróleo. El despliegue de siete armadas semejantes al mismo tiempo era algo sin precedentes – y muy caro. Aunque sólo tres de los grupos de ataque con portaaviones fueron enviados al Pacífico y no más de uno patrulló cerca de Taiwán al mismo tiempo, los chinos se alarmaron considerablemente de que esto marcaba el comienzo de un intento de retorno a la política de la cañonera del Siglo XIX, apuntando en su contra.

Esta demostración de fuerza de EE.UU. y la polémica de Chen Shui-bian antes de las elecciones de diciembre parecieron también estimular en demasía a los taiwaneses. El 26 de octubre en Beijing, el Secretario de Estado Colin Powell trató de calmar las cosas declarando a la prensa: «Taiwán no es independiente. No goza de soberanía como nación, y ésa sigue siendo nuestra política, nuestra firme política… Queremos ver que ambos lados no emprenden una acción unilateral que perjudique un resultado eventual, una reunificación que es buscada por todas las partes».

La declaración de Powell parecía suficientemente inequívoca, pero persistieron dudas importantes sobre si tenía mucha influencia dentro de la administración Bush o de si podía hablar por el vicepresidente Cheney o el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld. A principios de 2005, Porter Goss, el nuevo director de la CIA, el Secretario de Defensa, y el almirante Lowell Jacoby, jefe de la Agencia de Inteligencia de Defensa, declararon al Congreso que la modernización militar de China avanzaba mucho más rápido que lo que se había creído anteriormente. Advirtieron que la Revisión Cuadrienal de Defensa 2005, la evaluación formal cada cuatro años de la política militar de EE.UU., adoptaría una visión mucho más dura de la amenaza presentada por China que la revisión de 2001.

En este contexto, la administración Bush, influenciada posiblemente por la elección del 2 de noviembre y la transición de Colin Powell a Condi Rice en el Departamento de Estado, jugó su carta más peligrosa. El 19 de febrero de 2005, en Washington, firmó un nuevo acuerdo militar con Japón. Por primera vez, Japón se unió a la administración en la identificación de la seguridad en el estrecho de Taiwán como un «objetivo estratégico común». Nada podría haber sido más alarmante para los dirigentes chinos que la revelación de que Japón había terminado contundentemente con seis decenios de pacifismo oficial al proclamar un derecho a intervenir en el estrecho de Taiwán.

Es posible que, en los años a venir, Taiwán mismo pueda perder importancia para ser reemplazado por confrontaciones sino-japonesas aún más directas. Esto sería por cierto un acontecimiento aciago, del que Estados Unidos sería responsable por haberlo instigado, pero que ciertamente no podría controlar. La preparación para una explosión sino-japonesa ha existido desde hace tiempo. Después de todo, durante la Segunda Guerra Mundial los japoneses mataron a aproximadamente 23 millones de chinos en todo el Este Asiático – más víctimas que las horrendas sufridas por Rusia a manos de los nazis – y a pesar de ello Japón se niega hacer aunque sea alguna reparación o incluso a reconocer sus crímenes de guerra históricos. Al contrario, continúa reescribiendo la historia, mostrándose como liberador de Asia y una víctima del imperialismo europeo y estadounidense.

En – para los chinos – un doloroso acto simbólico, después de llegar a ser primer ministro japonés en 2001, Junichiro Koizumi hizo su primera visita oficial al santuario Yasukuni en Tokio, una práctica que posteriormente ha repetido todos los años. Koizumi gusta de decir a los extranjeros que sólo honra a los muertos japoneses en la guerra. Yasukuni, sin embargo, es algo diferente de un cementerio militar o un monumento a la guerra. Fue establecido en 1869 por el emperador Meiji, como un santuario shinto (aunque sus arcos torii están hechos de acero en lugar de la madera tradicional pintada de rojo) para conmemorar las vidas perdidas en campañas por devolver el régimen imperial directo a Japón. Durante la Segunda Guerra Mundial, los militaristas japoneses se hicieron cargo del santuario y lo utilizaron para impulsar los sentimientos patrióticos y nacionalistas. Actualmente, se dice que Yasukuni está dedicado a los espíritus de unos 2,4 millones de japoneses que murieron en las guerras del país, tanto civiles como extranjeras, desde 1853.

En 1978, por razones que jamás han sido aclaradas, los restos del general Hideki Tojo y otros seis dirigentes del tiempo de la guerra que habían sido ahorcados por las Potencias Aliadas como criminales de guerra fueron depositados en Yasukuni. El actual sacerdote jefe del santuario niega que hayan sido criminales de guerra, diciendo: «El vencedor juzgó al perdedor». En un museo en el terreno del santuario, hay un caza Mitsubishi Zero Tipo 52 completamente restaurado con un letrero que dice que entró en combate en 1940 sobre Chongqing, en aquel entonces la capital de guerra de la República de China. Indudablemente no fue por accidente que, en Chongqing durante la final de la copa de Asia de fútbol, los espectadores chinos abuchearon el himno nacional japonés. Los dirigentes de Yasukuni siempre afirmaron que tenían lazos estrechos con la familia imperial, pero el difunto emperador Hirohito visitó por última vez el santuario en 1975 y el emperador Akihito nunca ha visitado el lugar.

Los chinos consideran las visitas a Yasukuni del primer ministro japonés como insultantes, algo comparable posiblemente conque el príncipe Harry de Gran Bretaña se vista de nazi para un baile de disfraces. A pesar de ello, Beijing ha tratado en los últimos años de apaciguar a Tokio. El presidente chino Hu Jintao recibió con bombos y platillos a Yohei Kono, presidente de la Cámara de Representantes de la Dieta japonesa, cuando visitó China en septiembre de 2004; nombró a Wang Yi, un importante moderado en el servicio exterior chino, como embajador en Japón; y propuso la exploración conjunta sino-japonesa de posibles recursos petroleros en las aguas costeras reivindicadas por ambos países. Todos los gestos semejantes fueron ignorados por Koizumi que insiste en que continuará visitando Yasukuni.

Las cosas llegaron a un punto crítico en noviembre de 2004 en dos importantes conferencias cumbre: una reunión de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Santiago de Chile, seguida inmediatamente por una reunión de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) con los líderes de China, Japón y Corea del Sur que tuvo lugar en Vientiane, Laos. En Santiago, Hu Jintao solicitó directamente a Koizumi que terminara sus visitas a Yasukuni por el bien de la amistad sino-japonesa. Aparentemente como respuesta, Koizumi hizo lo posible por insultar al primer ministro chino Wen Jiabao en Vientiane. Dijo al primer ministro Wen: «Ya es hora de que [China] se gradúe [como receptora de pagos de ayuda externa japonesa]», implicando que Japón tenía la intención de terminar unilateralmente con su programa de ayuda financiera de 25 años de antigüedad. La palabra «graduación» también transmitía el significado insultante de que Japón se consideraba como maestro que guiaba a China, la estudiante.

Koizumi hizo después un pequeño discurso sobre la historia de los esfuerzos japoneses por normalizar las relaciones con China, a lo que el primer ministro Wen respondió: «¿Sabe cuántos chinos murieron en la guerra sino-japonesa?» Wen sugirió a continuación que China siempre había considerado la ayuda extranjera japonesa, que dijo que China no necesitaba, como pagos en lugar de compensación por daños causados por Japón en China durante la guerra. Subrayó que China nunca había pedido reparaciones a Japón y que los pagos japoneses ascendían a unos 30.000 millones de dólares durante 25 años, una fracción de los 80.000 millones de dólares que Alemania había pagado a las víctimas de las atrocidades nazis aunque Japón es el país más populoso y rico.

El 10 de noviembre de 2004, la Armada japonesa descubrió un submarino nuclear chino en aguas territoriales japonesas cerca de Okinawa. Aunque los chinos se disculparon y calificaron la intrusión del submarino de «error», Ono, director de la Agencia de Defensa le dio amplia publicidad, inflamando aún más la opinión pública japonesa contra China. Desde ese momento, las relaciones entre Beijing y Tokio han ido continuamente cuesta abajo, culminando en el anuncio japonés-estadounidense de que Taiwán era de especial preocupación militar para ambos, lo que China denunció como una «abominación».

Con el paso del tiempo, esta espiral descendiente en las relaciones resultará probablemente dañina para los intereses tanto de Estados Unidos como de Japón, pero particularmente para los de este último. Es poco probable que China tome represalias directamente pero es aún menos probable que olvide lo que ha sucedido – y posee considerables medios de presión contra Japón. Después de todo, la prosperidad japonesa depende crecientemente de sus vínculos con China. Lo mismo no vale en el sentido contrario. Contrariamente a lo que se podría esperar, las exportaciones japonesas a China crecieron un 70% entre 2001 y 2004, dando el principal ímpetu a una chisporroteante recuperación económica japonesa. Unas 18.000 compañías japonesas tienen operaciones en China. En 2003, Japón sobrepasó a Estados Unidos como el principal destino de estudiantes chinos que van al exterior a hacer sus estudios universitarios. Cerca de 70.000 estudiantes chinos estudian ahora en universidades japonesas, en comparación con 65.000 en instituciones académicas estadounidenses. Esas relaciones estrechas y lucrativas están en peligro si EE.UU. y Japón continúan su militarización de la región.

Un mundo multipolar

Tony Karon de Time magazine ha observado: «En todo el mundo, se están forjando nuevos lazos de cooperación comercial y estratégica alrededor de EE.UU. China no sólo ha comenzado a desplazar a EE.UU. como el principal actor en la organización de Cooperación Económica Asia Pacífico (APEC), está emergiendo rápido como el principal socio comercial de algunas de las mayores economías de Latinoamérica… Los gabinetes estratégicos de la política extranjera francesa han promovido desde hace tiempo el objetivo de la ‘multipolaridad’ en un mundo posterior a la Guerra Fría, es decir que se prefieran numerosos diferentes centros del poder en competencia en lugar de la ‘unipolaridad’ de EE.UU. como una sola superpotencia. La multipolaridad no es ya sólo un objetivo estratégico. Es una realidad emergente.»

Se encuentran fácilmente evidencias de multipolaridad y del papel destacado de China en su promoción. Basta con notar las relaciones en expansión de China con Irán, la Unión Europea, Latinoamérica, y con la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático. Irán es el segundo productor de la OPEC por su tamaño después de Arabia Saudí y tiene de largo relaciones amistosas con Japón, que es su principal socio comercial. (Noventa y ocho por ciento de las importaciones de Japón de Irán son de petróleo.) El 18 de febrero de 2004, un consorcio de compañías japonesas y el gobierno iraní firmaron un memorando de acuerdo para desarrollar en conjunto el campo petrolífero Azadegan de Irán, uno de los mayores del mundo, en un proyecto por un valor de 2.800 millones de dólares. EE.UU. se ha opuesto al apoyo de Japón a Irán, llevando al congresista Brad Sherman (Demócrata de California) a acusar que Bush fue sobornado para que aceptara el acuerdo japonés-iraní con el envío por Koizumi de 550 soldados japoneses a Irak, para sumar una chapa de apoyo internacional a la guerra de EE.UU. en ese país.

Pero el antiguo alineamiento iraní-japonés comenzó a cambiar a fines de 2004. El 28 de octubre, la principal empresa petrolera de China, el Grupo Sinopec, firmó un acuerdo con Irán por un valor de entre 70.000 y 100.000 millones de dólares para desarrollar el gigantesco campo de gas natural Yadavaran. China aceptó comprar 250 millones de toneladas de gas natural liquidificado (LNG) de Irán durante 25 años. Es el mayor acuerdo firmado por Irán con un país extranjero desde 1996 e incluirá varios otros beneficios, como la ayuda china en la construcción de numerosos barcos para entregar el LNG a puertos chinos. Irán también se comprometió a exportar 150.000 barriles de petróleo crudo por día a China durante 25 años a precios de mercado.

El ministro de petróleo de Irán, Bijan Zanganeh, señaló durante una visita en Beijing que Irán es el principal proveedor extranjero de petróleo de China y dijo que su país desea ser socio de negocios de China a largo plazo. Declaró a China Business Weekly

que Teherán quisiera reemplazar a Japón por China como el mayor cliente para su petróleo y gas. La razón es obvia: la presión estadounidense sobre Irán para que renuncie a su programa de desarrollo de energía nuclear y la intención declarada de la administración Bush de llevar a Irán ante el Consejo de Seguridad de la ONU para imponerle sanciones (lo que podría ser vetado por China). El 6 de noviembre de 2004, el Ministro de Exteriores de China, Li Zhaoxing, realizó una poco frecuente visita a Teherán. En reuniones con el presidente iraní Mohammad Khatami, Li dijo que Beijing por cierto consideraría el veto de cualquier esfuerzo estadounidense para sancionar a Irán en el Consejo de Seguridad. EE.UU. también ha acusado a China de vender tecnología nuclear y de misiles a Irán.

China e Irán ya realizaron negocios bilaterales por una suma récord de 4.000 millones de dólares en 2003. Los proyectos incluyeron la construcción por China de la primera etapa del Metro de Teherán y un contrato para construir un segundo tramo por un valor de 836 millones de dólares. China será el principal competidor para construir otras cuatro líneas planificadas, incluyendo un tramo de 19 millas al aeropuerto. En febrero de 2003, Chery Automobile Company, el octavo productor de automóviles de China por su tamaño, abrió en Irán su primera planta de producción en el extranjero. Actualmente, produce 30.000 coches Chery por año en el noreste de Irán. Beijing también negocia la construcción de un oleoducto de 240 millas de Irán al Mar Caspio septentrional para conectar con el oleoducto a larga distancia de Kazajstán a Xinjiang que comenzó a ser construido en octubre de 2004. El oleoducto kazajo tiene capacidad para entregar 10 millones de toneladas de petróleo a China por año. A pesar de las bravatas y la beligerancia de EE.UU., Irán está lejos de estar aislado en el mundo de hoy.

La UE es el mayor socio comercial de China y China es el segundo socio comercial de la UE por su tamaño (después de EE.UU.). En 1989, para protestar contra la represión de manifestantes por la democracia en la plaza Tiananmen de Beijing, la UE impuso un embargo sobre las ventas militares a China. Otros países tratados de la misma manera son verdaderos parias internacionales como Birmania, Sudán y Zimbabwe. Ni Corea del Norte está sometida a un embargo formal de armas europeo. Considerando que la dirección china ha cambiado varias veces desde 1989 y como un gesto de buena voluntad, la UE ha anunciado su intención de levantar el embargo. Jacques Chirac, presidente de Francia, es uno de los principales partidarios de la idea de reemplazar la hegemonía estadounidense por un «mundo multipolar». En una visita a Beijing en octubre de 2004, dijo que China y Francia comparten «una visión común del mundo» y que el levantamiento del embargo «marcará un hito importante: un momento en el que Europa tuvo que decidir entre los intereses estratégicos de EE.UU. y China – y eligió a China».

En su viaje a Europa Occidental en febrero de 2005, Bush dijo repetidamente: «Existe profunda preocupación en nuestro país de que una transferencia de armas significaría una transferencia de tecnología a China, que cambiaría el equilibrio de las relaciones entre China y Taiwán». A principios de febrero, la Cámara de Representantes votó por 411 contra 3 votos a favor de una resolución condenando la potencial acción de la UE. Los europeos y los chinos sostienen que la administración ha exagerado considerablemente su argumentación, que no hay armas involucradas que sean capaces de cambiar el equilibrio del poder, y que la UE no trata de obtener masivos nuevos contratos de China sino de fortalecer las relaciones económicas mutuas en general. Inmediatamente después del viaje de Bush por Europa, el Comisionado de la UE para el Comercio, Peter Mandelson, llegó a Beijing en su primera visita oficial. El propósito de su viaje, dijo, era subrayar la necesidad de crear una nueva asociación estratégica entre China y Europa.

Washington ha reforzado su posición de línea dura con la publicación de numerosos nuevos cálculos de los servicios de inteligencia que presentan a China como una formidable amenaza militar. Politizada o no, esta inteligencia arguye que la modernización militar de China apunta precisamente a contrarrestar a los grupos de ataque con portaaviones de la Armada, que supuestamente serían utilizados en el estrecho de Taiwán en caso de guerra. China ciertamente está construyendo una gran flota de submarinos nucleares y es un participante activo en el Proyecto Galileo de la UE para producir un sistema de navegación satelital no controlado por los militares estadounidenses. El Departamento de Defensa está preocupado de que Beijing pueda adaptar la tecnología de Galileo a propósitos anti-satelitales. Analistas militares estadounidenses están también preocupados por el lanzamiento por China, el 15 de octubre de 2003, de una nave espacial con un solo astronauta que volvió exitosamente a la Tierra el día después. Sólo la antigua URSS y Estados Unidos habían enviado previamente seres humanos al espacio sideral.

China ya tiene entre 500 y 550 misiles balísticos de corto alcance desplegados frente a Taiwán y tiene 24 CSS-4 ICBM con un alcance de 13,000 Km. para disuadir un ataque con misiles estadounidense contra China continental. Según Richard Fisher, investigador en el Centro de Política de Seguridad de EE.UU.: «Las fuerzas que China está instalando ahora mismo probablemente serían más que suficientes para enfrentar a un solo grupo de batalla de portaaviones estadounidense». Arthur Lauder, profesor de relaciones internacionales en la Universidad de Pensilvania, está de acuerdo con él. Dice que las fuerzas armadas chinas «son los únicas que están siendo desarrolladas en algún sitio del mundo en la actualidad que están configuradas para combatir a Estados Unidos de [Norte] América».

EE.UU. obviamente no puede hacer como el avestruz ante esta capacidad, pero no posee evidencia de que China esté haciendo algo más que contrarrestar las amenazas que provienen de la administración Bush. Trata de evitar la guerra con Taiwán y EE.UU. disuadiéndolo de separar Taiwán de China. Por este motivo, en marzo de 2005, la legislatura pro-forma de China, el Congreso Nacional del Pueblo, aprobó una ley ilegalizando una secesión de China y autorizando el uso de la fuerza en caso de que un territorio tratara de abandonar el país.

El gobierno japonés, desde luego, respalda la posición estadounidense de que China constituye una amenaza militar para toda la región. Es muy interesante, sin embargo, que el gobierno australiano de John Howard, un leal aliado de EE.UU. en cuanto a Irak, ha decidido desafiar a Bush respecto al levantamiento del embargo de armas europeo. Australia da mucha importancia a las buenas relaciones con China y espera negociar un acuerdo de libre comercio entre los dos países. Canberra ha decidido, por lo tanto, apoyar a la UE en el levantamiento del embarque de hace 15 años. Chirac y el Canciller alemán Gerhard Schröder dicen: «Tendrá lugar».

Estados Unidos ha proclamado hace tiempo que Latinoamérica forma parte de su «esfera de influencia», y por ese motivo la mayoría de los demás países se ha manejado con cuidado cuando se trata de hacer negocios en esa zona. Sin embargo, en la búsqueda de combustible y minerales para su creciente economía, China trata abiertamente de seducir a numerosos países latinoamericanos a pesar de lo que piense Washington. El 15 de noviembre de 2004, el presidente Hu Jintao terminó una visita de cinco días a Brasil durante la cual firmó más de una docena de acuerdos orientados a expandir las ventas de Brasil a China y las inversiones chinas en Brasil. Bajo uno de esos acuerdos Brasil exportará a China hasta 800 millones de dólares por año de carne de vacuno y pollos. Por su parte, China acordó con la compañía petrolera estatal de Brasil que financiaría un gasoducto de 1.300 millones de dólares entre Río de Janeiro y Bahía, una vez que se completen los estudios técnicos. China y Brasil también lanzaron una «asociación estratégica» con el objetivo de aumentar el valor del comercio bilateral de 10.000 millones de dólares en 2004 a 20.000 millones de dólares en 2007. El presidente Hu dijo que esta asociación simboliza «un nuevo orden político internacional que favorece a los países en desarrollo.»

En las siguientes semanas, China firmó importantes acuerdos de inversión y comercio con Argentina, Venezuela, Bolivia, Chile, y Cuba. De particular interés, en diciembre de 2004, el presidente Hugo Chávez de Venezuela visitó China y acordó darle amplio acceso a las reservas petrolíferas de su país. Venezuela es el quinto exportador de petróleo del mundo por su tamaño y vende normalmente cerca de un 60% de su producción a Estados Unidos, pero bajo los nuevos acuerdos se permitirá a China que opere 15 campos petroleros maduros en el este de Venezuela. China invertirá cerca de 350 millones de dólares para extraer petróleo y otros 60 millones en pozos de gas natural.

China también trabaja para integrar a los países más pequeños del Este Asiático en alguna forma de nueva comunidad económica y política. Un semejante alineamiento, si llega a tener lugar, ciertamente erosionará las influencias estadounidense y japonesa en el área. En noviembre de 2004, las diez naciones que integran ASEAN, o sea la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (Brunei, Birmania, Camboya, Indonesia, Laos, Malasia, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam), se reunieron en la capital laosiana de Vientiane, con los líderes de China, Japón y Corea del Sur. Estados Unidos no fue invitado y los funcionarios japoneses parecieron incómodos de estar presentes. El propósito era planificar una reunión cumbre del Este Asiático a realizarse en noviembre de 2005 para comenzar a crear una «Comunidad del Este Asiático». En diciembre de 2004, los países de ASEAN y China también acordaron crear en 2010 una zona de libre comercio entre ellas.

Según Edward Cody de Washington Post: «El comercio entre China y los 10 países de ASEAN ha aumentado cerca de un 20% por año desde 1990, y el ritmo se ha acelerado en los últimos años». Este comercio alcanzó 78.200 millones de dólares en 2003 y se dijo que sería cerca de 100.000 millones de dólares a fines de 2004. Como señala el importante comentarista político japonés Yoichi Funabashi: «El ratio del comercio interregional [en el Este Asiático] respecto al comercio mundial fue cerca de un 52% en 2002. Aunque esta cifra es inferior al 62% dentro de la UE, es superior al 46% de NAFTA [el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte]. El Este Asiático, por lo tanto, se está convirtiendo en menos dependiente de EE.UU. en términos comerciales».

China es la fuerza fundamental que impulsa estos esfuerzos. Según Funabashi, la dirección china tiene la intención de utilizar el explosivo crecimiento económico del país y sus vínculos cada vez más poderosos con socios comerciales regionales para marginar a Estados Unidos y aislar a Japón en el Este Asiático. Argumenta que Estados Unidos subestimó la profundidad de la desconfianza que provocaba en la región debida a la estrechez de miras y lo ideológico de su reacción ante la crisis financiera del Este Asiático en 1997, que en gran parte fue causada por EE.UU. El 30 de noviembre de 2004, Michael Reiss, director de planificación de la política en el Departamento de Estado, dijo en Tokio: «EE.UU., como potencia en el Pacífico Occidental, tiene interés en el Este Asiático. Nos inquietaría todo plan de excluir a EE.UU. del marco de diálogo y cooperación en esta región». Pero probablemente sea ya demasiado tarde para que la administración Bush haga gran cosa fuera de retardar la llegada de una comunidad del Este Asiático dominada por China, particularmente por la decadencia de la economía y de la potencia financiera de EE.UU.

Para Japón, las alternativas son aún más difíciles. La enemistad sino-japonesa ha tenido una prolongada historia en el Este Asiático, siempre con resultados desastrosos. Antes de la Segunda Guerra Mundial, uno de los escritores más influyentes sobre asuntos chinos, Hotsumi Ozaki, advirtió proféticamente que Japón, al negarse a ajustarse a la revolución china y en lugar de hacerlo, al oponérsele, sólo radicalizaría al pueblo chino y contribuiría a la llegada al poder del Partido Comunista de China. Pasó su vida trabajando en el tema: «¿Por qué el éxito de la Revolución China ha de ser una desventaja para Japón?» En 1944, el gobierno japonés ahorcó a Ozaki como traidor, pero su pregunta sigue siendo tan relevante hoy en día como lo fue a fines de los años 30 del siglo pasado.

¿Por qué iba a significar la emergencia de China como país rico y exitoso una desventaja para Japón o Estados Unidos? La historia nos enseña que la reacción menos inteligente a este desarrollo sería tratar de detenerlo mediante la fuerza militar. Como dice un chiste en Hong Kong, China acaba de tener un par de siglos malos y ahora está de vuelta. El mundo tiene que ajustarse pacíficamente a sus legítimas demandas – una de las cuales es que otras naciones dejen de militarizar el problema de Taiwán – mientras frena esfuerzos poco razonables de China de imponer su voluntad en la región. Por desgracia, la tendencia de los eventos en el Este Asiático sugiere que podríamos ver una repetición del último conflicto sino-japonés, sólo que esta vez EE.UU. probablemente no esté del lado vencedor.

Título y enlace original:

No Longer the ‘Lone’ Superpower

Coming to Terms with China

http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=103&ItemID=7446

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Las citas de las fuentes y otras referencias se encuentran en el sitio en la Red del Japan Policy Research Institute.

Chalmers Johnson es presidente del Japan Policy Research Institute. Los dos primeros libros en su «Blowback Trilogy» – «Blowback: The Costs and Consequences of American Empire», y «The Sorrows of Empire: Militarism, Secrecy, and the End of the Republic» – han sido publicados ahora en edición de bolsillo. El tercer volumen está siendo escrito.

Copyright 2005 Chalmers Johnson

[Este artículo apareció primero en Tomdispatch.com, un weblog de Nation Institute, que ofrece un suministro continuo de fuentes alternativas y de opinión de Tom Engelhardt, durante largo tiempo redactor editorial, y autor de «The End of Victory Culture and The Last Days of Publishing».]

Información relacionada:

Reseña: «Blowback. Costes y consecuencias del imperio americano» de Chalmers Johnson
El libro que previno del 11-S
25-02-2005