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La ReVuelta

Fuentes: Diari Ara

Para mi amiga Rosa, de Llofriu ¿Se han imaginado alguna vez ser un habitante de esas bonitas islas polinesias que tienen que desalojar porque el ascenso del nivel del mar está salinizando sus tierras agrarias y porque en breve acabarán completamente sumergidas? Salir de ellas, movilizarse, es la única respuesta que pueden adoptar, les guste […]

Para mi amiga Rosa, de Llofriu

¿Se han imaginado alguna vez ser un habitante de esas bonitas islas polinesias que tienen que desalojar porque el ascenso del nivel del mar está salinizando sus tierras agrarias y porque en breve acabarán completamente sumergidas? Salir de ellas, movilizarse, es la única respuesta que pueden adoptar, les guste o no, y seguramente no les gusta. Jeromo Aguado, pastor de ovejas en la comarca de Tierra de Campos, Palencia, argumenta que la situación para toda la humanidad es similar, caminamos hacia un colapso ecológico donde la crisis actual es una de sus expresiones y, como si de la isla se tratará, solo podemos hacer una cosa, movernos, nos guste más o menos.

Su hipótesis descansa en conocidos argumentos científicos que indican que el futuro es harto complicado cuando en la misma medida que aumenta la población en el Planeta, vamos acumulando población en muy pocas grandes urbes donde el consumo de materiales y energía y la acumulación de desechos es definitivamente insostenible. Sirva de ejemplo que alimentar al 50% de la población que actualmente ya vivimos en estas ciudades es totalmente dependiente de una energía fósil que se acaba, el petróleo. Pero parece como si no quisiéramos atender a tales advertencias, hipnotizados por «perversos estados del bienestar infinitos».

Y según Jeromo, ¿hacia dónde debe moverse nuestra civilización? Hacia el campo. Aboga por la necesidad de un éxodo inverso, de lo urbano a lo rural, un tránsito hacia un espacio físico o una dimensión vital a pequeña escala, los pueblos, donde la sostenibilidad es más sencilla de garantizar pues se está rodeado (cerca y accesible) de casi todo lo necesario para la vida; lo productivo puede ser diseñado ecológicamente; e incluso los comportamientos de sobriedad son más fáciles de asumir. Hasta aquí todo responde a la pura lógica.

Pero no será ni desde la lógica, ni desde ‘campañas orquestadas’ para volver al campo, ni como simples huidas por desesperación ante la crisis actual que ésta movilización será valida y valiosa. La imprescindible vuelta al campo tiene que llegar después de otro viaje: un tránsito interior que analice nuestra vida actual construida sobre cimientos capitalistas. ¿Queremos seguir trabajando muchas horas para lograr minutos de malvivir? ¿Dónde han quedado los momentos y espacios de verdadera felicidad? ¿Nos rodea la fealdad y la crispación? ¿Sabemos quién paga nuestro supuesto bienestar? Y si así descubrimos que buscamos una forma diferente de relacionarnos con la Naturaleza y con las otras personas; que aspiramos a ser pequeñas transgresiones para erradicar el poder del capital que maltrata a tantos seres, que invisibiliza a las mujeres o que especula con el hambre, en ese caso, la vuelta al campo sí se puede convertir -como dice el pastor- en «una re-vuelta popular y pacífica, que cargada de energía positiva, sea germen de una nueva sociedad que, a la vez que se vaya construyendo, irá dando al traste con el modelo de desarrollo etnocida vigente instaurado a escala planetaria».

Esa es la gran virtud de la movilización hacia lo rural que a diferencia de ‘escapar de la isla’, no solo es una respuesta sensata ecológicamente hablando, es también la vuelta a un conocido lugar donde es posible levantar nuevos edificios y paisajes, con las muchas y valiosas propuestas arquitectónicas que en estos tiempos de crisis están apareciendo. Todas ellas, el decrecimiento, la economía social y solidaria, la soberanía alimentaria, la economía feminista o el buen vivir, funcionan como planos, andamios y piezas de nuevos sistemas de pensamiento que podrán hacerse realidad en muchas comunidades desperdigadas por el campo.

Y lo más esperanzador de esta revuelta es que ya ha empezado. En todo el mundo industrializado hay gente que «calzados de indignación y esperanza, han decidido asumir el protagonismo de su propia vida y tomar las riendas de su futuro, sabiendo que siempre que a la vida se le da una oportunidad, solo le basta un milímetro en el hormigón más armado para renacer». Son muchas las experiencias en marcha y es asombroso como, cual semillas, sus proyectos se desarrollan y luchan en ese milímetro -sorteando muchas dificultades- para salir adelante.

Fascinante ¿no? Para mí sí, cuando en estos momentos donde la falta de lucidez y la confusión predominan en todos los debates y parlamentos, rescatar voces de personas que nunca se alejaron de la tierra y sus ritmos, es como abrir de par en par ventanas reales a un futuro ilusionante. Es aquello que decía otra sabia persona, José Luis Sampedro, «el sistema está roto y perdido, por eso tenemos futuro», y, fíjense, el futuro está en volver a mirar a lo rural, a lo campesino, a lo natural.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.