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Las remesas de la población inmigrante es el principal mecanismo de compensación de las desigualdades a escala mundial

La riqueza (económica) de la migración

Fuentes: Rebelión

Si hay algún terreno abonado a tópicos y leyendas -desprovistos del mínimo exigible de humanidad y empatía- éste es el de la inmigración. Se propala interesadamente la demagogia y se fomenta la inquina al «otro», con lugares comunes que no resisten la menor crítica racional. El problema también afecta a las personas (inmigrantes) refugiadas, que […]

Si hay algún terreno abonado a tópicos y leyendas -desprovistos del mínimo exigible de humanidad y empatía- éste es el de la inmigración. Se propala interesadamente la demagogia y se fomenta la inquina al «otro», con lugares comunes que no resisten la menor crítica racional. El problema también afecta a las personas (inmigrantes) refugiadas, que huyen de dictaduras, integrismos religiosos y guerras, pero también de la violencia machista. Cuando se habla de «invasiones» o se siembra la psicosis colectiva (por parte de la extrema derecha, aunque no exclusivamente), se omite que la mayoría de las personas refugiadas sobreviven -en condiciones infrahumanas- en países del Sur, fronterizos de otros que padecen dictaduras o guerras. Así lo certifica la Agencia de Naciones Unidos para los Refugiados (ACNUR).

Tras los últimos episodios en la valla fronteriza de Ceuta, y los inmigrantes muertos tras los disparos de la guardia civil, el presidente de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) y catedrático de Economía Aplicada en la Universidad Complutense, Carlos Berzosa, señala la enorme confusión ambiental. Ahí está el daño que producen las tertulias televisivas, «donde todo se banaliza y cualquiera habla de lo que sea; se siembra la idea de que nos van a invadir». El 16 de febrero publicaba El País el siguiente titular: «30.000 inmigrantes aguardan en Marruecos para saltar a Ceuta y Melilla», con el siguiente subtítulo: «Informes policiales alertan de la enorme presión migratoria sobre Ceuta y Melilla».

Uno de los lugares comunes mediáticos, repetido hasta el hartazgo, es el de atribuir a «mafias» la responsabilidad esencial en las oleadas migratorias. Realmente, apunta Carlos Berzosa, el fondo del problema reside en las necesidades y privaciones que sufre la gente que emigra». Otras veces se deriva interesadamente la discusión a carencias o vacíos de la legislación migratoria, o a la escasa cooperación de la Unión Europea en un problema global (no sólo español), o a la falta de un protocolo de actuación, específico y claro, para la guardia civil. Pero en Ceuta hay 15 muertos y en la frontera se producen devoluciones «en caliente». La confusión, el ruido mediático y la interesada barahúnda impiden centrar la cuestión.

Berzosa ha impartido una conferencia titulada «La emigración como único mecanismo de redistribución de renta mundial», dentro de las XX Jornadas de Debate «Inmigración, diversidad y democracia» organizadas por el Patronato Sud-Nord de la Universitat de València y la Mesa de solidaritat amb els inmigrantes. La inmigración como hecho económico es capital. La economía es, asimismo, uno de los factores clave en la explicación del fenómeno migratorio. Los especialistas distinguen (en la historia reciente) una primera gran oleada migratoria en el periodo 1870-1913, que parte de Europa (españoles, italianos e irlandeses, entre otros) rumbo a Estados Unidos y Latinoamérica (por ejemplo, Argentina). Es un periodo de crecimiento económico -en términos generales- en el viejo continente. El éxodo se produce en las zonas pobres del Sur (España o Italia), por parte de gente que contribuye al desarrollo agrícola e industrial de los países receptores.

Era ésta una época, puntualiza Carlos Berzosa, en la que no había visados ni pasaportes, lo que facilitaba notablemente el movimiento de las personas (tras la primera guerra mundial empezaron a imponerse estas regulaciones). Después de la segunda gran conflagración (1939-1945), se dan también procesos migratorios de importancia. Desde América del Sur y América Central a Estados Unidos (un caso muy citado es el de los braceros mexicanos en la agricultura californiana). También desde el sur de Europa (España e Italia), y países como Turquía, hacia la Europa próspera (Alemania, Suiza y Francia, entre otros países). Son ejemplos de flujos migratorios Sur-Norte, de países pobres o con economías medianas hacia países con economías boyantes.

Pero no es ésta una tendencia única, pues la migración es un hecho muy complejo. Países con economía en periodo de crecimiento, en su día Corea del Sur o más recientemente China, también han generado emigración. España constituye otro caso que podría figurar en este apartado. A partir de los años 50 del siglo XX se da, dicho a grandes rasgos, un éxodo rural hacia las grandes ciudades (sobre todo, Madrid y Barcelona), pero también hacia el centro y norte de Europa. En un país pobre y rural como España, el periodo de crecimiento económico comienza al tiempo que la emigración (a partir de los años 50 y se prolonga en los 60). Es más, los recursos que aportaba la población emigrante (remesas de divisas) representaban un valor superior a las exportaciones de naranjas (el producto líder en ventas al exterior). «España creció en buena medida gracias a la emigración y al dinero que remitía la población emigrante», concluye Carlos Berzosa. Es una tendencia, por lo demás, que apunta décadas atrás, con la población que se exilia tras la guerra civil.

España es un país históricamente de emigración, reza el tópico (cierto), pero en los últimos años se ha experimentado un cambio de tendencia. El estado español se ha convertido en receptor de inmigrantes, por ejemplo latinoamericanos (antes la población cruzaba el «charco» en sentido inverso), pero también de Marruecos y, tras el hundimiento del socialismo real, de países como Rumanía. Hoy, en plena crisis global, el fenómeno se sitúa en un punto crítico. «Se dan reacciones contrarias y esto es muy peligroso, realmente estamos construyendo una fortaleza», apunta Berzosa. Una viñeta de El Roto ofrece la mejor síntesis sociológica: «Toda la emigración fuera, menos mi empleada del servicio doméstico». Además, señala el catedrático de Economía aplicada, «sigue siendo cierto -aun en periodo de crisis- que los inmigrantes hacen los trabajos que no quieren los españoles» (Durante la fase de expansión económica -entre 2002 y 2008- entraron en España 4 millones de inmigrantes).

Ante el riesgo de discursos xenófobos, aclara Carlos Berzosa, «los derechos laborales de la población autóctona no los destrozan los inmigrantes, sino las reformas laborales del gobierno». Insiste el profesor en que los sectores en los que se ocupan no coinciden con aquellos en que se emplean los nacionales: hostelería, construcción, servicio doméstico o cuidado de mayores. Han contribuido a incrementar el PIB, a financiar la seguridad social y, en países con descenso de la natalidad (como el estado español) a sostener el sistema público de pensiones.

Tampoco a escala global el fenómeno parece exagerado. Sólo el 3% de la población mundial reside en un país que no es el de origen. En términos absolutos no es una cantidad considerable, pero es cierto que afecta de manera desigual a los países. Hay, además, una realidad innegable: «En un mundo en el que se ha impuesto la globalización comercial y financiera (en el que se han eliminado los aranceles), no se admite la libre circulación de las personas (ni de la mano de obra)», destaca Berzosa. Pero no sólo no se tiene en consideración esta verdad inapelable, sino que con vistas a las próximas elecciones europeas se barrunta un ascenso de la extrema derecha. En el estado español, resulta palmario el caso catalán, ejemplo de cómo la xenofobia ha prendido a escala municipal y en los discursos de algunas plataformas racistas.

Frente a la tozudez de los tópicos, la emigración se explica en muchas ocasiones, a juicio de Carlos Berzosa, por las desigualdades de ingresos y de oportunidades entre la población de diferentes países. Puede esto observarse claramente en la emigración de profesionales cualificados de la Europa del Este (muchos de ellos licenciados) que en el país de llegada se emplean en el servicio doméstico. Hay además una perspectiva -de enorme interés sociológico- que pocas veces se considera: cómo nos ven los inmigrantes a los autóctonos. Algunos estudios apuntan que las ecuatorianas empleadas en el servicio doméstico ven a los españoles con mucho afán de trabajar y ganar dinero, pero con poco ánimo de comunicarse y escaso «calor humano» en las relaciones. «Ese calor afectivo que sí tenían los españoles que emigraban en los 60 y que se ha perdido», comenta el catedrático de la Universidad Complutense.

En la cuestión de género, también se han experimentado acusados cambios en los últimos tiempos. La presencia de la mujer es cada vez mayor, hasta el punto que representa el 50% de todos los flujos migratorios. Además, cada vez más son ellas las que migran solas -a modo de «avanzadilla» (algo que anteriormente hacía el hombre)- para después proceder a la reagrupación familiar. También se han constatado diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres. Por ejemplo, en el caso de la emigración ecuatoriana, son ellas más constantes que los hombres en el envío de divisas a sus familias.

Carlos Berzosa continúa desvistiendo lugares comunes. «La mayor parte de los inmigrantes que llegan a España lo hacen en avión o por medios terrestres, no en patera», a pesar de que el marco discursivo hegemónico sugiera (de modo más o menos explícito) lo contrario. Tampoco los afluentes migratorios siguen una tendencia unívoca Sur-Norte, que excluya otras. Hay una corriente Sur-Sur que parte, por ejemplo, de los países menos desarrollados de América Latina con destino a los más ricos (al menos, en términos de PIB). Es éste el caso de la emigración de población peruana a Chile. A ello deben agregarse los trasvases de población Norte-Norte, que se corresponde más bien con el perfil de profesional cualificado. Según Berzosa, «en este caso no se ponen trabas a la emigración sino que, al contrario, se alienta». Es el caso de los universitarios españoles que buscan una salida laboral en Alemania o los profesores de universidad en Estados Unidos que llegan de India o China, para impartir clases en facultades de Matemáticas o Informática.

La casuística es rica y compleja, los perfiles muy diversos, y la realidad llena de pliegues, lo que escapa al discurso plano del poder. Pero hay una explicación general sobre la que cuelgan otras subsiguientes: «El gran problema es la desigualdad internacional y la falta de oportunidades». A Carlos Berzosa le gusta recurrir a la historia y buscar paralelismos con el pasado. «Cuando yo estudiaba ya se decía que las desigualdades a escala global eran cada vez mayores». Había entonces, en los países desarrollados, mecanismos de distribución de la riqueza en el ámbito estatal, que en ningún caso se producían en las relaciones internacionales. En la década de los 70 (del siglo XX) se planteó la posibilidad de un «nuevo orden económico mundial», apoyado por estudios y análisis de Naciones Unidas, el Club de Roma o numerosos economistas a título individual. Hervían las propuestas y las tesis doctorales. Se trataba de algo tan sencillo como que el Norte cediera parte de sus prerrogativas en beneficio de los países del Sur (la propuesta del 0,7% del PIB para el tercer mundo es, incluso, anterior, de la década de los 60).

Finalmente, todo quedó en «papel mojado». Y se llegó a los fatídicos años 80 de la «contrarrevolución conservadora», en los que el Norte impuso a la periferia las políticas de ajuste neoliberal. Cundió el discurso de que el país que abandona el subdesarrollo es porque hacía una buena política económica (neoliberal). Se ponen los ejemplos -paradigmas que deben imitarse- de los «dragones» asiáticos o de China. Ya no importan las estructuras internacionales, se dice. No se hace nada por los países del Sur, pues cada uno ha de ocuparse de lo suyo y hacerse responsable de su «gobernanza». Pero tampoco de los modelos establecidos se muestra el lado oscuro. No se dice nada del hambre, las zonas agrícolas descolgadas o las larguísimas jornadas laborales en China. En el caso de los «emergentes» como Brasil, país del que se citan los avances, se omiten las ingentes desigualdades. Se habla también de focos de crecimiento económico en el África subsahariana, pero en un contexto de grandísimas privaciones. «Gran parte de la población mundial continúa viviendo con carencias muy importantes», indica Berzosa. Y los mecanismos de redistribución de renta Norte-Sur a escala mundial son casi inexistentes. El principal, las remesas que envía la población inmigrante a sus países de origen.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.