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Sobre la nueva fase zapatista

La Sexta, ética y horizonte histórico

Fuentes: Rebelión

La ética y el zapatismo En las reuniones que han mantenido recientemente con diversas organizaciones políticas, indígenas, sociales y de la llamada sociedad civil para hablar sobre la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los zapatistas hacen patente otra vez, con sus dichos y prácticas, el sentido de la ética como guía para la reflexión […]

La ética y el zapatismo

En las reuniones que han mantenido recientemente con diversas organizaciones políticas, indígenas, sociales y de la llamada sociedad civil para hablar sobre la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, los zapatistas hacen patente otra vez, con sus dichos y prácticas, el sentido de la ética como guía para la reflexión y la acción. Se trata de la ética de la vida humana, pero no sólo en sí misma, sino de aquellos que la están perdiendo, o sea de los marginados, los excluidos, los explotados y los miserables de México y del mundo.

Al referirse como quizás la última oportunidad que tienen, los indígenas que se alzaron en armas contra la muerte y la destrucción de su vida cultural reiteran su deber ético de actuar y cambiar la realidad para que vivan los que no pueden vivir y que en condiciones adversas, hoy resisten y buscan organizarse para oponerse a ser llevados al matadero. En este sentido, el EZLN fue claro cuando dijo en la primera reunión con organizaciones políticas de izquierda el pasado 6 de agosto: El EZLN «va a seguir promoviendo la aparición de nuevos sujetos sociales, la aparición de nuevas organizaciones, de nuevas formas de organización y de nuevos mundos», en un contexto donde todo ello es negado, perseguido y combatido con rabia por los que detentan el poder económico y político.

Hemos llegado en nuestro país a una situación límite (también en el mundo), donde las «víctimas», despojados de sus condiciones de existencia concretas y espirituales, se cuentan por millones y se debaten diariamente con la muerte para sobrevivir. Miles de personas abandonan sus lugares de origen con el sueño de una vida mejor, otros apenas viven al día en condiciones de explotación extrema en las fábricas de sudor y sangre que son las maquiladoras, millones más andan en las calles y ciudades depositando su futuro en una mercancía que adquirió a precios altos para después venderlos y sacar lo del día para mal comer, otros más ven cancelados su futuro y sus esperanzas, muchos campesinos perdieron sus tierras a las cuales le sacaban algo para comer, etcétera.

Ante este panorama nada alentador, los zapatistas, como otras «víctimas» por su condición de existencia, transitan por una fase crítica, de definición, de jugársela de todas, todas, con la posibilidad de triunfar o desaparecer, es decir, de que la «víctima» como síntoma de la negación de la vida que hoy padecemos, adquiera razón de su existencia y se transforme en un sujeto con conciencia crítica, esto es, con la oposición activa al proceso de destrucción a la que está siendo sometida.

Esas «víctimas» suman el espectro que han llamado en la Sexta, «los trabajadores del campo y de la ciudad» y que hoy lenta, pero efectivamente empiezan a despertar, por lo que la apuesta zapatista es «tratar de unir nuestras luchas», como si fuera la única posibilidad de sobrevivencia para todos y, por ello, proponen la otra campaña, donde «la columna vertebral –han dicho– serán los pueblos indios» y, aseguran que empeñaran, en este tránsito, lo único que les queda y están perdiendo: «nuestra la vida».

Fuera de toda condición material y cultural, no hay vida humana. Este es el mayor riesgo que hoy se vive y ese es hoy el desafío zapatista luego de ver cancelada en abril de 2001, con la mal llamada reforma indígena, su posibilidad de existencia, no como organización armada, política o como quiera llamársele, sino como seres humanos, como indígenas, y esto representa un precedente inmoral, no se nos olvide, para todas las demás «víctimas».

Las fases del zapatismo

El EZLN es un sujeto político esencialmente indígena que durante los años de su conformación se fue clarificando una visión del mundo a partir de experiencias propias y recientes, como de aquellas de perspectiva histórica de «larga duración» que datan del inicio de la conquista española de América y que, como dice el filósofo Bolívar Echeverría, «es un proceso que todavía no termina», por lo que la rebelión zapatista muestra su «inacabamiento» al representar una oposición radical a la dominación que inició en el siglo XV, vía el capitalismo temprano trasatlántico y que en su fase actual de desarrollo en todo el planeta se le ha llamado mundialización o globalización neoliberal.

Definida su cosmogonía y visión de las cosas, su identidad y voluntades, el zapatismo de los indígenas de Chiapas ha desarrollado en su historia, a mi juicio, tres fases y ha abierto una cuarta aún en crecimiento.

La primera fase se abre de la síntesis que devino de la herencia político-militar de las guerrillas de los años 60 y 70 en nuestro país y en América Latina y de la herencia que viene de la resistencia de las comunidades indígenas mesoamericanas con un amplio abanico de levantamientos, rebeliones y luchas pacíficas. En esta fase se desarrolla una estructura organizativa armada, producto de la necesidad de sobrevivir ante el despojo, la explotación y la marginación a la que han sido sometidos los indios, resultado del reconocimiento de su situación y basado en la integración-conformación de un ejército popular, de y para las comunidades, preparado para la defensa y no para la ofensiva militar.

La segunda fase comienza al momento de decidir el levantamiento y su realización el primero de enero de 1994. Decantadas las condiciones organizativas y de autodefensa, poblados zapatistas deciden hacer visibles las armas y emprender una lucha que denominaron contra el olvido y contra el exterminio. Esta decisión no fue fácil y trastocó a las propias comunidades indígenas, en tanto a su relación con los diversos gobiernos como con otros sectores sociales; se volcaron todos sus esfuerzos de un escenario de resistencia a un escenario de insurgencia, donde las propias comunidades fueron integrando el nuevo movimiento armado, tomaron tierras y fincas, expulsaron a los terratenientes y guardias blancas, colectivizaron las cosechas y las tierras recién recuperadas y emprendieron el sendero de la autoorganización comunitaria. Una fase difícil en tiempos de guerra.

La tercera fase entró en un breve tiempo después del levantamiento, pero profunda en definición. Se dio inmediatamente después de doce días de insurrección y enfrentamientos con las fuerzas militares del gobierno.

La espontánea emergencia de un conglomerado social, multiclasista, la llamada sociedad civil, para detener los combates y las muertes que se iban sumando, obligó a la administración del entonces presidente Salinas de Gortari a detener la guerra hecha contra los indígenas chiapanecos, y propuso al EZLN otro camino posible para resolver las demandas que enarbolaban. Así, el conflicto tomó otros senderos. Los zapatistas cambiarían su táctica al reconocer otro actor, difuso en cuanto a composición e intención política en torno a las demandas indígenas, pero efectivo en cuanto a la exigencia de detener los enfrentamientos armados. Es allí donde el zapatismo silencia sus armas y convoca a esa masa informe a movilizarse por democracia, justicia y libertad, llamado que tuvo eco. Ese ente social que exigía no a la guerra venía, como unos de sus componentes más organizados, de las luchas civiles pro libertades democráticas cercanas al cardenismo, sectores progresistas y agrupaciones políticas clasistas y luchadoras de izquierda que sabían que decir no a la guerra significaba no a la paz a cualquier precio y sí al cambio profundo del país.

En esta misma fase se abre el proceso de diálogo con la sociedad civil para potenciarla y articularla en un programa de lucha, de ahí los encuentros de la Convención Nacional Democrática (CND) en 1994 y el Movimiento de Liberación Nacional (MLN) en 1995, la eventual estructura organizativa pro zapatista, el FZLN en 1997 y las diversas iniciativas de acercamiento con la sociedad mexicana por medio de consultas y visitas directas como la salida de los 1,111 zapatistas a todo el territorio nacional. Paralelamente se inician los diálogos con el gobierno federal que desembocarían, como todos sabemos, en la lamentable traición de abril del 2001, al legislarse una ley indígena diferente a la acordada con el gobierno y con representantes de los partidos políticos en los diálogos de San Andrés.

La cuarta fase se fue acumulando en tres años después de cancelar la posibilidad de restituir a los indígenas mexicanos sus derechos, negados por siglos de dominación. Ésta fase encara la necesidad de abrir alianzas con otros sujetos políticos y sociales, escuchar el sentir de un actor definido y actuante, a los trabajadores del campo y de la ciudad, que viven una situación similar de despojo y explotación y que lenta, pero profundamente, va marcando y delineando a lo largo del país una propia visión, un horizonte de clase.

Los zapatistas han reconocido que sin los trabajadores del campo y de la ciudad sus propias demandas no serían resultas a cabalidad, por la razón de que para hacer efectivos sus derechos deben de sumar sus esfuerzos a otros, principalmente a aquellos que en igualdad de condiciones de despojo y explotación podrían convertirse en una fuerza motora y trasformadora, capaz –madurando su conciencia y voluntad– de modificar a la sociedad: La masa productora de la riqueza del país y que sobre sus espaldas se ha levantado la nación mexicana.

La Sexta Declaración es clara al respecto, «cuando el EZLN salga no va a decir que la riqueza se forma porque una abejita va y lleva un polen a otra, la riqueza tiene un origen de explotación…, cualquier palabra que esté inscrita en un movimiento anticapitalista en contra de la explotación, es la queremos escuchar», indicó el subcomandante Marcos.

Las fuerzas constructoras de una nueva sociedad ya empezaron a mirar alto, vasta con ver las grandes jornadas de lucha de los últimos tres años. Allí se les vio a los trabajadores electricistas, los trabajadores de Euskadi, del seguro social, del sector público, las trabajadoras de la compañía de AVON, los mineros, los petroleros que buscan la democratización de sus espacios y defienden sus derechos, las costureras de las maquiladoras que en la franja norte buscan sindicalizarse, la existencia de miles de conflictos laborales reconocidos y otros tantos sin reconocer, los trabajadores desempleados que han hecho del territorio su nuevo espacio de lucha, los estudiantes, trabajadores en potencia, frustrados y sin futuro por el grave desempleo, los campesinos que se han opuesto la TLC, los braceros, etc.

Poco a poco se van madurando las condiciones para forjar lazos de unidad en esta fase, ya no propiamente del zapatismo, sino de algo nuevo, tal vez de una fuerza mayor, que en otra etapa de síntesis –como la vivida por los propios zapatistas en sus inicios– desemboque en una acumulación tal que cambie la correlación de fuerzas a nivel nacional y haga posible el quiebre de la hegemonía de una clase empresarial que surgió de las entrañas del PRI-gobierno, se hizo sujeto político de derecha en el Partido Acción Nacional (PAN), contamina, condiciona y corrompe a la centro izquierda (PRD) y está montado como un solo jinete en tres caballos para continuar desmantelando la soberanía y entregando las riquezas nacionales, explotando a la población trabajadora y expulsando al ejército de desempleados a los Estados Unidos.

La política de alianzas y el sujeto indígena

Un signo distintivo del capitalismo actual es la negación de la diversidad, la expulsión y negación de lo diferente, de la otredad que representa, entre otros, los indígenas, por lo que ellos (los indígenas), como sujetos, están en contraposición con el sistema al que también niegan y, en este sentido, se conforman ante él como su antagónico, aunque no el único.

Bajo esa identidad de lo antagónico y lucha de contrarios, entre las clases dominantes y los indígenas que luchan por sobrevivir (sujetos actuantes de cambio), se abre una guerra de posiciones, cada cual marcando sus tiempos, ritmos y espacios. Los indígenas del EZLN aplican una política que los lleve a posicionarse ante la realidad, estudiarla, actuar sobre ella y modificarla, delineando sus tiempos fuera del reloj gubernamental, buscando imponer los tiempos al enemigo en el momento preciso, no antes ni después, como decía Lenin, sino al tiempo de marcar una ruptura profunda en las clases dominantes y las instituciones donde actúan y usan para hacer política. Ese periodo de recambio puede ser en la actual etapa electoral hacia el 2006. No se trata de marcar sólo una posición ante ésta, sino de sentar las bases que permitan trascenderla y dar respuesta a la crisis política por la que atraviesan las instituciones partidarias representantes de los intereses de los de arriba, proponiendo una alternativa organizativa, de construcción y que eventualmente ayude a madurar las condiciones para hacer realidad lo que todavía hoy es consigna: «Una nueva Constitución».

Cambiar la Constitución no significa escribir otra, o sólo pensarla, sino modificar las relaciones entre los factores reales de poder que la hacen posible, para ello hay que modificar el ser para arribar al deber ser, ir del hecho hacia el derecho y eso requiere dos cosas en lo inmediato y una en lo mediato, a saber, por un lado, defender ahora y en este momento los derechos de la población ya conquistados a lo largo de la historia (derechos sociales, soberanía, libertades democráticas) y evitar el avance del neoliberalismo y, por otro lado, tejer la autoorganización social para empujar el cambio y así modificar la actual correlación entre los vectores de fuerza que hacen y sostienen al Estado. Por eso es lógico el llamado zapatista a una lucha aparentemente larga a diez años, que no son muchos para las necesidades de transformación que requiere el país (sería igual de iluso pensar que una revolución está a la vuelta de la esquina) y que tampoco significa que en ese lapso no se consuma la ruptura con las clases dominantes, ésta puede llegar o precipitarse, pero para ello se necesita madurar lo que ahora es un niño: Una organización de alcances nacionales, que integre a las fuerzas renovadoras, obreros, campesinos, indígenas, estudiantes, desempleados, hombres y mujeres concientes de la situación de marginación que viven amplias capas de la población. Es, en síntesis, un proceso en el cual los zapatistas aportarán mucho y sin duda potenciarán. El subcomandante Marcos dijo en la misma reunión del 6 de agosto: «pensamos que el movimiento de transformación en México es producto de la acción de muchas fuerzas políticas de izquierda, entre la que somos parte de ellas».

En el campo político nacional, las fuerzas políticas están en constante transformación y desarrollo, confrontación y negación unas de otras si mantienen intereses contrarios, y de alianza si coinciden plena o temporalmente en ellos. El EZLN tiene claro esto, por ello mantendrá «alianzas naturales» con sus hermanos que viven las mismas amarguras, y coyunturales con quienes coincidan en ciertos temas y en otros no.

Así, por ejemplo, siempre buscará escuchar al hermano obrero, al estudiante, a la ama de casa, y buscará sin duda encontrarse con organizaciones políticas y sociales de identidad natural como son las de izquierda. Pero, en otro sentido, recordemos, mantuvo una alianza temporal con el cardenismo y el PRD, hasta que éstos, en su desgaste y alejamiento de los principios que les dieron origen, agotaran y cancelaran toda posibilidad de alianza a partir de abril del 2001, y permitieran la reconversión de una identidad partidaria de izquierda en una institución donde predominan las ideas del libre mercado con rostro humano, el liberalismo social, y hacen de su estructura una coraza para los movimientos sociales, los cooptan, los golpean o los buscan corromper.

Otros ejemplos de alianzas podemos encontrar. Para lograr su objetivo primordial, hacer efectivos las demandas indígenas plasmadas en los llamados acuerdos de San Andrés, el EZLN aclaró que luchará específicamente desde, por y para los indígenas como una primera etapa y, en consecuencia, le apostó a la acumulación de fuerzas, primero, con otros indígenas (Congreso Nacional Indígena) y, después, con todos aquellos que buscaran alcanzar esa deuda histórica.

La Marcha del Color de la Tierra en marzo del 2001 levantó una serie de simpatías y coincidencias con otros sectores. El EZLN visitó universidades como la UNAM que venía de experimentar un gran movimiento estudiantil opuesto, en esencia, al neoliberalismo; sectores de campesinos organizados salieron a las calles a manifestarse a favor de ellos, sindicalistas y obreros electricistas se encontraron en el camino; jóvenes despojados de futuro levantaron las manos para estrecharla con los indígenas; organizaciones no gubernamentales expresaron su acuerdo, miles de personas que se sienten despojados salieron en cada pueblo y en cada ciudad para sumarse a la demanda que se hacía cada vez más amplia y en una sola voz colectiva, incluso se le apostó a la Comisión de Concordia y Pacificación para que llevara el sentir de los «mas pequeños» a los diputados. Esa acumulación de fuerzas fue temporal para una demanda específica. El reto ahora es reconstruirla y convertirla en oposición permanente, acumular saberes y experiencias y juntarlas con otros pasos, con otros que buscan también el cambio profundo y por la izquierda.

Ante la conformación de esos otros sujetos, fundamentalmente de la clase obrera, el zapatismo apuesta a la construcción de un programa de lucha nacional y busca escuchar primero para después compartir su propia experiencia. Las tácticas del zapatismo son unas, y la de otros sujetos son otras, pero ambas coinciden en lo fundamental y habrá que enriquecer y organizar potencialidades en un nuevo proyecto acumulativo de las luchas anteriores, porque la historia es un proceso incesante de múltiples alimentos y sólo se reconocen los cambios a plazos medios o largos; construir un programa de lucha hay que pesar y pensarlo, pero a la par hay que ganarlo en la fábrica, en las calles, en la universidad, en el barrio, en la casa, en todos los lugares y al mismo tiempo. El sujeto indígena lo sabe y actúa a su modo sin dejar silencios huecos, porque sabe que otros luchan y lo hacen bien. Llegará el momento de hablar y juntar pensamiento y acción.

Mientras esos otros hacen lo propio en defender la soberanía nacional y enfrentar al neoliberalismo para que no avance, el zapatismo con la nueva iniciativa que contiene la Sexta Declaración de la Selva Lacandona y que se ha llamado la otra campaña para construir un programa nacional de lucha, dará un gran impulso sin precedentes para las resistencias en curso, por lo cual no hay oposición con otros espacios organizativos como los que integran el Diálogo Nacional que también, a su modo, luchan contra el neoliberalismo. Habrá que unir las esperanzas y los anhelos en los espacios ya construidos y en los nuevos por construirse. Tal vez sea la última oportunidad.