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Japón

La tierra del ocaso

Fuentes: Der Spiegel/Debate

¿Puede revertir Japón su larga declinación? Un informe del semanario alemán Der Spiegel analiza el largo proceso de derrumbe económico y cultural de la potencia asiática


Durante los ochenta, Japón era el centro económico y la envidia del mundo. Pero parece que su actual caída no tiene fin, ya que se pierden puestos de trabajo, se recortan las pensiones y las compañías se refugian en el extranjero. La tan pregonada cohesión social también se desintegra, pues las personas se ven forzadas a confiar en sus propios recursos.

El hombre registrado como el vecino más anciano de la ciudad de Tokio, en realidad había estado muerto en su cama varios años. El cuerpo de Sogen Kato, que se suponía que tenía 111 años, ya se había momificado. Su hija, de 81 años, y su nieta, dijeron a las autoridades que Sogen se había ido a su habitación luego de una discusión familiar y que nunca más había vuelto a salir. Eso había pasado hacía décadas. Desde entonces, los Kato habían recibido la pensión del anciano y una prima adicional para ciudadanos centenarios.

En otro distrito de Tokio, las autoridades encontraron el esqueleto de una anciana en una mochila de su hijo. Silenciosamente, la víctima resplandecía en los registros con sus 104 años. El hombre, de 64 años, dijo que, cuando murió su madre, en 2001, lavó el cuerpo, lo cortó en pedazos y guardó los restos en una mochila. Agregó que no podía solventar los gastos del funeral.

Estos hallazgos macabros de personas ancianas que se presumían con vida no han sido los únicos. Luego de una apurada actualización de los datos nacionales, el gobierno japonés descubrió que más de 234 mil personas que estaban registradas como mayores de 100 años están, de hecho, desaparecidas, y seguramente muertas hace años.

PÉRDIDA DE LAS TRADICIONES

Pero lo que más golpeó a la nación no fue que los datos estaban pobremente actualizados. Fue más desolador comprender que, en la actualidad, difícilmente reluzcan los valores tradicionales de Japón, y que la tan pregonada armonía social, con su supuesta solidaridad intergeneracional, haya caído en semejante declive. Japón, que supo ser la economía más grande de Asia, se encuentra en el corazón de una crisis general que se gestó hace por lo menos dos décadas, de la que el crecimiento de la pobreza es sólo uno de los síntomas.

El país se ha acostumbrado a una larga sucesión de malas noticias. En agosto último, China superó a Japón como la segunda nación más industrializada del mundo. El índice de acciones Nikkei se encuentra en sólo un cuarto de su gran pico de 1989, y este año el índice bajó casi un 15 por ciento. Los bienes raíces de Japón sólo conservan un cuarto del valor de 1974.

Los políticos japoneses creían fielmente que su país ultratecnológico podría, al menos, lidiar cómodamente con problemas tales como, por ejemplo, el envejecimiento, a través del uso de robots para el cuidado de los ancianos. Pero incluso ese esfuerzo ha sido un fracaso. «Si las cosas siguen de esta manera, Nipon se va a derrumbar», advierte -utilizando la palabra nativa para referirse a su país- Shintaro Ishihara, de 78 años, gobernador de Tokio.

En Japón estaban obsesionados con estar un paso adelante de Occidente. Ahora, sin dudas, han logrado ese objetivo, pero no de la manera en la cual la habían soñado. Hoy, los países industrializados como Alemania pueden observar el caso de la economía japonesa, con su colapso en 1991 y su posterior declive, como un antecedente del destino que ellos también podrían recorrer.

El declive japonés comenzó a mediados de 1980. La economía hervía. En respuesta a la presión de Estados Unidos, Tokio se vio forzado a revaluar sustancialmente el yen, lo cual encareció sus exportaciones. Para nivelar las pérdidas, el gobierno japonés inyectó gran cantidad de dinero en la economía y el Banco Central redujo drásticamente su tasa de préstamos preferenciales.

Con el dinero barato, los japoneses comenzaron a especular en acciones y bienes raíces. La propiedad en la que se levantaba el palacio del emperador, en el corazón de Tokio, se suponía que valía tanto como toda California. Y como las ganancias terrestres no eran aún suficientes para su envalentonamiento, ciertos desarrolladores japoneses comenzaron a planear seriamente la construcción de ciudades en el océano y en la Luna.

Pero, entonces, el Banco de Japón empezó a inquietarse con el boom y aumentó las tasas de interés, lo cual derivó en el colapso de la Bolsa de Tokio, seguido de un fuerte declive en el mercado de los bienes raíces. Luego, Japón continuó lanzando nuevos programas de estímulos económicos para salvar todo lo que fuera posible. En el proceso, acumuló más deuda en relación con la producción económica que ninguna otra nación industrializada.

Los programas de estímulos no funcionaron muy bien. No cabe duda de que Japón no es Grecia, que se benefició a costa de sus vecinos europeos. En contraste, el gobierno japonés obtuvo el financiamiento con los ahorros de sus propios ciudadanos. Ahora, los japoneses están haciendo todo para cuidar las apariencias. Es un declive digno, pero en ese proceso Japón corre el riesgo de vaciar sus reservas.

EL DINERO Y LOS VECINOS DESCONOCIDOS

Akira Nemoto, de 59 años, dirige hace diez el departamento a cargo de cuidar a los ancianos en el distrito Adachi de Tokio, allí donde fueron hallados los restos momificados de Sogen Kato. El personal que tiene a su cargo patrulla el distrito en bicicleta, en busca de otros ancianos desaparecidos. Nemoto apunta a un bosque de casas de madera y departamentos. «Acá ya nadie conoce a sus vecinos», dice. En este pueblo, el único contacto con el intento de recuperación de las exportaciones, gracias a la demanda de la pujante China, ocurre en las noticias de la noche.

Al principio, los pequeños productores de Adachi quebraron o emigraron a China junto con las grandes compañías. Entonces, los negocios cerraron y, finalmente, desaparecieron los últimos lugares de reunión de los residentes del pueblo.

Los japoneses se están retirando más y más hacia la esfera privada, desde los ancianos hasta sus hijos desempleados que viven de las pensiones y de los ahorros de sus padres. «Muchos de los ancianos están siendo, sencillamente, explotados por sus hijos», dice Nemoto. «Ahora todos piensan en el dinero».

Para muchas familias, las austeras generaciones ancianas representan la última esperanza financiera, y ellos han reemplazado muchas veces al Estado. El otro núcleo de la sociedad japonesa, la empresa, presta, en estos días, muy poca atención a sus empleados.

La línea de bandera japonesa, Japan Airlines, se declaró en bancarrota al comienzo del año, y ahora está siendo reestructurada con asistencia gubernamental. La aerolínea, que cierta vez tuvo grandes ambiciones, ahora se ve forzada a recortar casi 16 mil puestos de trabajo. Tanto los empleados actuales como los retirados no han tenido otra opción que acordar una reducción de sus percepciones.

Similares problemas se perciben en más y más áreas. Seiji Suguro, de 69 años, es otro de los que se sienten defraudados por una vida de trabajo duro. El pensionado está sentado en un club de Tokio; allí puede leer el diario gratis y también pasar el tiempo sin tener que pedir un té. Para Suguro, ser ahorrativo es una cuestión de supervivencia.

Suguro comenzó trabajando para un banco importante cuando tenía 18 años. La compañía funcionaba como su pseudo familia y, para ella, amoldó todos los planes de su vida. Se arreglaba con una gran parte de su asignación por vacaciones. Como contrapartida se sentía confiado, porque su trabajo era seguro, porque sería constantemente ascendido y recibiría la tan prometida pensión de la compañía.

Pero, desde 2003, Suguro está recibiendo 300.000 yenes (casi 3.600 dólares) anuales menos que la pensión que cierta vez le habían ofrecido en la compañía. «Pensé que podría usar esa plata para disfrutarla. Siempre soñé con ir a los Alpes», dice. Pero su actual pensión ya no es suficiente para pagar semejantes lujos. Este año, la Corte Suprema del país les rechazó, a él y a sus ex colegas, un juicio que habían iniciado contra la compañía.

No queda claro contra quién debería enfurecerse Suguro. ¿Contra los políticos? Japón ha tenido 14 primeros ministros desde que explotó la burbuja. El actual primer ministro, Naoto Kan, de 64 años, está en el cargo desde hace sólo cinco meses y hasta ahora no ha logrado inspirar mucha confianza para salvar a la nación. Aunque su partido, el Demócrata de Japón, que removió del poder al Partido Demócrata Liberal hace un año, tiene la mayoría en la Cámara baja del Parlamento, la oposición puede bloquear las decisiones en la Cámara alta.

Tokio está paralizado políticamente y no hay un debate público sobre los tantos problemas del país. Una cierta resignación se ha apoderado de Japón, incluso en el distrito de Tokio, donde la población está inquieta con respecto a su futuro.

Yoshihiro Yanagisawa, de 62 años, trabajó como experto financiero en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Silvicultura hasta su jubilación en la primavera de 2008. Ahora, Yanagisawa, un pequeño hombre con anteojos sin marco, levanta bolsas de 30 kilos de arroz en un molino, de 8 y 30 de la mañana a las cinco de la tarde, cinco días a la semana. Le pagan 900 yenes (11 dólares) por hora.

Así, a Yanagisawa le corresponden 10 días de vacaciones pagas por año, pero no se los toma por temor a perder el trabajo. No puede parar de trabajar, porque no recibirá su jubilación completa hasta que no tenga 65 años.

En países europeos, esto suena lo suficientemente normal. Pero Yanagisawa tuvo que ver cómo la edad de jubilación aumentaba de 60 a 65 años. Perdió su trabajo en el ministerio, hace dos años, a causa de recortes del gobierno. Yanagisawa se había postulado en más de 20 compañías antes de encontrar su actual trabajo. «Shikata ga nai», dice. «No queda otra».

LOS SUICIDIOS RESPETUOSOS

Los japoneses están sufriendo las pérdidas en silencio. Ese estoicismo es parte de su cultura, y perceptible incluso en los niños. En lugar de esperar la solidaridad de la sociedad, los japoneses tratan de hacerse cargo de las cosas por sí mismos.

Inclusive, las personas que viven en situación de calle en los parques de Tokio colocan ordenadamente sus zapatillas al frente de sus improvisados refugios de cartón antes de arrastrarse hacia adentro. Quienes se suicidan se inclinan respetuosamente antes de arrojarse a las vías de los trenes. En Tokio, había lámparas especiales de color azul a lo largo de las vías para contener a los potenciales suicidas. De las más de 30 mil personas que se suicidan por año, muchas son víctimas de la depresión económica.

Los temores acerca del futuro han hecho que el consumo cayera fuertemente. Los bie-nes «Gekiyasu» («super baratos») están en demanda y empujan los precios hacia abajo y ponen presión a los beneficios corporativos. En algunos casos, la espiral en caída continúa hasta la bancarrota de las empresas.

Los productores más famosos de Japón aún existen. La ciudad de Toyota está a casi tres horas de tren de Tokio. Koromo se ha conformado completamente a las necesidades de su gran empleador.

Un gran porcentaje de la población de Toyota, de más de 400 mil habitantes, depende exclusivamente de la industria automovilística. Los efectos indirectos de la crisis no son percibidos inmediatamente. Sin embargo, muchos proveedores de los alrededores están abandonando su negocio. Muchos fueron forzados a reducir tanto los costos y los precios que ya no son redituables.

Cuando el «Shock Toyota» golpeó a Japón, hace más de dos años, porque los europeos y los estadounidenses comenzaron, de repente, a comprar menos autos, la compañía se deshizo de miles de trabajadores temporarios. Junto con sus trabajos, los trabajadores también perdían el derecho a vivir en los departamentos de la empresa, con lo que muchos decidieron volver a sus ciudades de origen, donde ya no tenían lugar donde alojarse.

Takanori Shimokawa, de 38 años, trabajó para una agencia de empleo temporal a cargo de la base de datos de trabajadores de salarios bajos. Venían de compañías que ya habían sido víctimas de la crisis. Muchos conseguían entrar en Toyota, un gigante que todavía crecía y que al menos contrataba trabajadores temporarios.

Shimokawa trabajaba contrarreloj. Constantemente le pedían que proveyera nuevos trabajadores porque muchos no estaban trabajando velozmente en la cadena de montaje. «Los trabajadores temporarios no me querían porque sentían que yo era el guardián del jefe»-dice Shimokawa- «y los jefes me trataban como el niño errante». Al poco tiempo, incluso Shimokawa perdió su trabajo. La compañía todavía le debe seis millones de yenes de horas extra.

UNA CIUDAD AUTOMÓVIL-DEPENDIENTE

Pero, a pesar de la crisis y del retiro mundial de autos defectuosos, la ciudad de Toyota no se ha convertido en un Detroit japonés, un logro que puede agradecer a su alcalde, Kohei Suzuki, de 71 años.

Suzuki saluda a los visitantes en su oficina, que tiene el tamaño de una concesionaria de autos, una reliquia de tiempos mejores. La pintura detrás de su escritorio muestra un sol tan rojo que se sumerge en el horizonte.

Suzuki también está siendo afectado por el clima apocalíptico. Las cifras que refiere son desoladoras. Dice que los ingresos corporativos cayeron drásticamente el último año. «Éstas son las cosas que suceden cuando una ciudad entera depende de una sola compañía», agrega. «Me quedé helado», dice el alcalde.

La planeada expansión del municipio fue temporalmente suspendida, y sólo será reanudada para no causar más quiebras entre los contratistas. La adquisición de nuevas pinturas para el museo de arte de la ciudad ha sido pospuesta. Al menos Suzuki no ha tenido que recortar sus gastos, gracias a las reservas de millones de yenes que pudo acumular en tiempos mejores.

Cuando se le pregunta qué espera para el futuro, Suzuki saca de su escritorio el pequeño modelo de un híbrido de Toyota y lo hace andar entre sus manos. El plan canje de vehículos, con el que Tokio intentó favorecer a la industria automovilística, expiró recientemente, y las ventas se precipitaron. Al mismo tiempo, el valor del yen aumentó, principalmente a causa de la debilidad del dólar, lo que encareció las exportaciones. Japón está volviéndose poco atractiva para la construcción de los autos y los camiones de Toyota.

¿Qué haría si Toyota decidiera producir todos sus autos en el exterior? «No me lo puedo imaginar», dice. «Nuestra ciudad no puede sobrevivir sin autos».

Fuente: http://www.revistadebate.com.ar/2010/11/26/3388.php

Copyright Der Spiegel y Debate. Traducción del inglés de Ignacio Mackinze.