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La tierra tiene un plural

Fuentes: Rebelión

(Sobre una experiencia de autoconstrucción colectiva con materiales naturales)1 Los nervios se adhieren, al barro, a las paredes, abrazan los ramajes, penetran en la tierra, se esparcen por el aire hasta alcanzar el cielo. Oliverio Girondo Cuando las manos reunidas transforman el entorno, se transforma el otro frente a uno y también demuda uno mismo: […]


(Sobre una experiencia de autoconstrucción colectiva con materiales naturales)1

Los nervios se adhieren, al barro, a

las paredes, abrazan los ramajes,

penetran en la tierra, se esparcen

por el aire hasta alcanzar el cielo.

Oliverio Girondo

Cuando las manos reunidas transforman el entorno, se transforma el otro frente a uno y también demuda uno mismo: la propia historia, la consciencia, la corporeidad… El suelo árido va pariendo un hogar y, al mismo tiempo, nuevos hombres y mujeres. La construcción natural colectiva se torna reveladora de las cosas que están inútiles en el baldío y de sujetos hasta entonces anónimos en sus profundidades, que serán amasados unos a otros: hay un hombre que descubre un dibujo en el barro, mientras el barro va modelando nuevas formas en aquel.

Hacer con el propio páramo -y no hacer en el páramo– un lugar seguro y cálido desde el cual recrear los días puede tener apariencia cuasi revolucionaria en un contexto en donde tierra es un eufemismo para designar a los agro negocios, antes que bella poesía de morada, comunidad, abrazo.

Sin embargo, tomando distancia de nuestra precaria y diminuta presencia en el tiempo de todos los Hombres, son al menos veinte mil los años desde que la sangre humana dejó de vagar nómade por el mundo para comenzar a tejer -con lo que le rodeaba- un refugio que le diera cobijo y protección. Visto así, escasa revolución es insistir en una práctica olvidada circunstancialmente, pero clavada en lo medular del género.

Los pies y las manos que hoy se despiertan para pisar la tierra y el agua son la inevitable prolongación de los pies y las manos de las comarcas inmemoriales que siguen habitando estas latitudes tras decenas de centurias, acaso secretamente, marcando un antagonismo con quienes en su historia de fusiles, trenes y chimeneas se han divorciado de la tierramadre.

La construcción natural bebe de aquellos saberes que la ciencia y técnica modernas han negado argumentando ineficacia o ineficiencia por carecer de sustento científico, saberes constitutivos de una cosmovisión desdeñada por quienes encarnan un proyecto social que sigue prometiendo la felicidad apuntalándose en el consumo de sustitutos2. Sabido es que no hay ciencia moderna sin su conjunto de preceptos autopostulados como objetivos, únicos, incuestionables, dados, cuando no son más que hegemónicos; y lo mismo ocurre con su correlato de supuestos que sostienen el modelo de vida occidental.

Es decir, que «Hablar de y desde los saberes implica colocarse de entrada en un plano de divergencia con las prácticas del poder que han condenado los aprendizajes populares, sea por la vía de la universalización de un discurso arrasador que no admite ningún otro más que como testimonio de un pasado ya cancelado, sea por la vía del reduccionismo de los discursos de la alternativa única, ambos ubicados dentro de una perspectiva cartesiana de razonamiento y comprensión»3.

Posicionarse de y desde los saberes es recobrar el simple acto de ver con sencillez, escapando al cerco cognoscitivo en que nos ha depositado el habitar un momento socio-histórico particular de desnaturalización de la vida. La génesis del hombre contemporáneo, hecho a imagen y semejanza de su ciudad (y la ciudad es a la vez su imagen), ha negado toda capacidad de contemplación y, en su finitud cronológica, se extraña frente a lo que le resulta exótico: el barro… ¿Son la arcilla y la arena muertas, y otros elementos en apariencia igualmente inútiles pero hechos hogar, los que marcan hoy un quiebre histórico? ¿O, mirando en el largo plazo, ha sido el cemento y todo el andamiaje de datos técnicos que lo justifica lo que ha producido una ruptura?

El recurrir a elementos y técnicas constructivas naturales no tiene un objeto romántico o nostálgico de retorno a una idea antigua (que sería propia a una pre-modernidad muerta a manos de una modernidad superadora). Se trata, en cambio, de una práctica no-moderna que recupera un espíritu que ha quedado latente aún a pesar de la fuerza y presencia crecientes de la lógica capitalista4.

En el proceso de enmarcar y nombrar la experiencia, rehuir la idea de lo ecológico y aceptar en su lugar la de construcción natural, encuentra respaldo precisamente en las representaciones sociales asignadas a lo ecológico, y en su escaso potencial de interpelación hacia el común de los sujetos. Pues lo ecológico parece tener que ver, en los imaginarios, con los grandes temas que abordan los especialistas y que reproducen los medios masivos: los escapes de petróleo en el mar, el calentamiento global, los osos pandas, etc., y no lo que acontece en el plano de uno mismo. Por ejemplo: ¿con qué y cómo está hecha mi casa?5

En el andar de las vivencias que generan estas reflexiones, la reticencia de pesados burócratas a la aprobación de la idea6 y el fatalismo de quienes a menudo con sorna auguraban que era vano el trabajo diario depositado, frente a la alegría, apoyo e interés incondicional de muchos más, pone en evidencia la tensión entre el proyecto modernizador eurocéntrico y una genética heredada de mantener un vínculo de conexión respetuosa con la tierra, disputa tan característica de la historia latinoamericana. Porque la pampa hoy agro-exportadora y latifundista también es Latinoamérica, y no sólo por una cuestión de geografía física sino además por todas esas voces más o menos acalladas que de tanto en tanto se despiertan en múltiples nacimientos, aunque sean pequeños como éste7.

Lo que en algún momento es desaparecido por la fuerza de lo hegemónico -ese hegemónico que gradualmente se hace piel, sentido común popular, comido por la Historia de bronces y nuevos próceres que sólo escapan hacia el futuro- queda latente y reaparece en algún momento con la fuerza de lo que germina nuevamente tras el rudo invierno. Aunque inicialmente sea algo exótico para quienes descreen de ello o siguen obnubilados por las luces del modelo imperante que abreva en lo artificial.

Popular, participativa, inclusiva, preñada de aprendizajes, la autoconstrucción con materiales naturales congrega a familiares, amigos, vecinos y conocidos que se suman al fogón y a jugar con la idea de que es bajo los pies en donde está el techo. Es entonces cuando la tierra, eso que es de todos, tiene un plural.

Notas:

1 Muchos de los comentarios aquí desarrollados corresponden a Virginia Bonatto, así como el título y las correcciones.

2 La joven historia de creer en un progreso ilimitado, además industrializado y pulcro, enseña a ver lo trascendente en lo que viene de lejos. Se trata de un concepto de naturaleza mitológica, certificado en una cotidianeidad nutrida y sustentada en relaciones y objetos des-humanizados, ajenos y externos que cosifican, alienan, enajenan la consciencia. Los objetos y saberes que funcionan como sucedáneos o sustitutos guardan la función de otorgar visibilidad frente a terceros y complementar el sentido de la vida cuando ésta ha sido vaciada de sus dimensiones espirituales más profundas. La vida moderna de la ciudad es la simple traducción de la existencia a mercancía. Kusch, Rodolfo (1999). América   profunda . Editorial Biblos. Buenos Aires.

3 De saberes y emancipaciones, Ana Esther Ceceña (2008). En » De los saberes de la emancipación y de la dominación » , de Ana Esther Ceceña (coordinadora). Buenos Aires. Editorial CLACSO. p. 27.

4 Es precisamente por la asociación entre las representaciones del sacrificio o del esfuerzo personal (tan cercanos al padecimiento), por un lado, y el crecimiento económico o material por el otro, alianza conceptual constitutiva del patrimonio cultural de una sociedad que en general se cree hija del proyecto capitalista encarnado por la inmigración europea de los siglos XIX y XX, que en el tránsito de nuestra experiencia constructiva hemos evitado aceptar la asignación de aquellas adjetivaciones (sacrificio y esfuerzo). Pues se usan como muestra de que Todo es posible…, pero siempre por dentro de esas reglas de juego establecidas que en realidad son tan injustas como perversas.

Así, no era esfuerzo para tener lo propio el motor de la actividad diaria. Pues antes que esfuerzo (que, claro, «muscularmente» ha existido), lo motivacional ha hundido sus raíces en ganas, entusiasmo y amor. Así como no hay una pretensión de alcanzar la propiedad, tampoco hay una escisión entre los tiempos de la vida, del disfrute, y del trabajo o práctica constructiva, antagonismos propios a las prácticas que motoriza el sistema imperante.

Del mismo modo, al recurrir al barro como material de construcción no se ha tratado de ahorrar dinero, como muchos han sugerido o creído suspicazmente, sino que se ha buscado economizar materiales que en su proceso productivo industrial representan una desventaja para el medio natural.

5 Hay que decir también que aceptar como nomenclatura la idea de casa ecológica es un tanto pretencioso cuando el propio ejercicio no está exento incluso de aspectos que podrían ser señalados como contradictorios (al margen de que buscar prácticas «puras» supone plantear un esencialismo difícil de encontrar). Aquí también aporta justeza el decir que simplemente se trata de una experimentación que ha recurrido a materiales naturales.

6 Por momentos ha resultado mucho más fácil la práctica constructiva concreta («hacer una casa»), que cumplimentar las exigencias de la burocracia. Es que la «bio-arquitectura» cuestiona -o al menos interpela- el paradigma arquitectónico dominante el cual configura en su conjunto un fabuloso negocio (negocio que abarca desde la venta de materiales industrializados y de conocimientos canonizados como los únicos legítimos, hasta el pago de «credenciales» o permisos a entidades públicas o privadas cuyas razones corresponden a la lógica particular del lucro).

7 Esta nota se escribe desde Hernando, pequeña ciudad ubicada en el centro de la provincia de Córdoba (Argentina).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.