Durante el siglo XX Afganistán ha estado en el punto de mira y atención de las grandes potencias occidentales por su situación geoestratégica, por ser país lindante con la Unión Soviética. Ya en 1950, en la revista norteamericana Current History, se señalaba: «Uno de los motivos por los que América [Estados Unidos] le interesa Afganistán […]
Durante el siglo XX Afganistán ha estado en el punto de mira y atención de las grandes potencias occidentales por su situación geoestratégica, por ser país lindante con la Unión Soviética. Ya en 1950, en la revista norteamericana Current History, se señalaba: «Uno de los motivos por los que América [Estados Unidos] le interesa Afganistán es la probable significación futura de este país como plaza de armas para agredir a Rusia [Unión Soviética]». Antes incluso, en abril de 1949, la revista inglesa Contemporary Review apuntaba que posiblemente Afganistán adquiriera una importancia análoga a la que entonces tenían los países lindantes «con el telón de acero de Europa». En su edición de 1 de junio de 1955, el New York Herald Tribune sostenía igualmente que eran pocas las regiones del mundo que tuvieran más interés para los expertos militares y políticos estadounidenses que Afganistán.
Rebelión editó el pasado sábado 24 de enero de 2009 un artículo de Vicenç Navarro sobre «Las raíces de la guerra de Afganistán» (http://www.rebelion.org/
Antes de ello vale la pena recordar que Vicenç Navarro no ha militado nunca o cuanto menos no lo ha hecho desde hace más de 25 años en organizaciones sindicales o políticas herederas o influenciadas por la III Internacional, mucho menos por la IV. El profesor Navarro transita, en ocasiones con mucha intensidad militante, en el ámbito de la socialdemocracia o lugares afines, una socialdemocracia que, si bien no cree posible superar el marco civilizatorio capitalista en un plazo de tiempo políticamente efectivo, cree en cambio urgente defender y ahondar en el denominado Estado de bienestar; atender, cuidar y dotar las aristas más sociales de la Administración pública; colocar y manejar con coraje unas bridas muy ajustadas para las actuaciones del mercado y de sus mercaderes más destacados, conjeturando, teorizando en sus buenos momentos que no son el conjunto vacío, que acaso esa serie de medidas, y otras actuaciones complementarias, vayan debilitando sustantivamente, poco a poco pero eficazmente, el modo de producción y vida mercantil-capitalista posibilitando la explícitamente deseada irrupción de nuevas formas de cooperación social y económica.
Vicenç Navarro, por lo demás, no es ningún intelectual marginal. Es catedrático de salud pública en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona y es igualmente catedrático, o lo ha sido hasta hace muy poco, de la Universidad Johns Hopkins, una institución privada de Baltimore, Maryland, fundada el 22 de febrero de 1876. Allí, en Estados Unidos, han sido alumnos de él, y colaboradores en momentos posteriores, científicos naturales y sociales de la talla de Joan Benach, uno de los grandes especialistas mundiales en asuntos de salud pública, amén de una mente ennoblecida y enrojecida.
Navarro recordaba en el artículo referenciado que el nuevo Presidente de EE.UU desea pedir a sus aliados de la OTAN que aumenten su contribución a la guerra en Afganistán. Dado que España es parte de la OTAN -mediante referéndum ratificador convocado y manipulado por el PSOE-, es bueno, incluso necesario, señalaba el profesor de la Pompeu Fabra, que la ciudadanía conozca brevemente la historia de aquel país.
Una de las primeras veces que Afganistán apareció en los medios de información españoles fue en los años ochenta, «cuando tales medios se refirieron a la intervención de EE.UU. para parar la invasión de aquel país por parte de la Unión Soviética». Afganistán corría el peligro, se dijo, de transformarse en otra colonia del imperio soviético, lo que fue impedido por la intervención usamericana en apoyo a «las fuerzas de liberación» que luchaban en contra de un gobierno satélite de la dirección política de la Unión Soviética. Las reflexiones de los entonces llamados nuevos filósofos franceses -destacadamente de Bernard-Henry Lévy o André Glucksmann- coincidían punto por punto con lo apuntado. La segunda vez que Afganistán apareció en tales medios, prosigue Vicenç Navarro, fue un mes después del ataque a las Torres Gemelas. Las fuerzas armadas estadounidenses atacaron el régimen talibán, sin autorización previa de la ONU, provocando su caída y sustitución por virreyes y gobiernos designados por el mando imperial
Hasta aquí la versión oficial, señala Navarro, reproducida en los medios de información y persuasión españoles. Pero tales versiones -y muy en particular la primera, en esta nos detenemos- no se corresponden con la realidad. ¿Qué pasó en Afganistán a finales de los setenta?
1.El 27 de marzo de 1919, mientras se desarrollaba la tercera guerra anglo-afgana (del 3 de mayo al 3 de junio de 1919), en plena guerra contra el terror blanco, el gobierno soviético fue el primer gobierno en el mundo que reconoció la independencia y soberanía de Afganistán. Al término de esta guerra, Gran Bretaña se vio obligada a firmar un tratado de paz, reconociendo por primera vez la independencia de Afganistán, aunque los británicos exigieron reiteradamente la ruptura de relaciones diplomáticas entre Afganistán y la URSS -en 1923 presentaron a la URSS el «ultimátum de Curzón», una de cuyas principales exigencias era revocar el personal diplomático soviético en Afganistán- y en enero de 1929, Bachha-i-Saqao ocupó Kabul, derrocando el Gobierno legítimo y se proclamó emir de Afganistán con al apoyo y financiamiento del imperio británico.
Sin embargo, en junio de 1955 se firmó el acuerdo soviético-afgano sobre tránsito comercial: las mercancías de Afganistán podían transitar libremente, exentas de derechos aduaneros, por territorio soviético con destino a terceros países. Por esas mismas fechas, el gobierno de Afganistán pidió ayuda para ampliar sus fuerzas armadas al gobierno soviético, que envió asesores y instructores militares a este país.
2. Afganistán, en todo caso, uno de los países más pobres del mundo, estuvo regido hasta la década de los ’70 por un sistema feudal, gobernado por una monarquía, «en el que el 75% de la tierra era propiedad del 3% de la población rural».
3. En los ’70 las fuerzas opositoras a aquel régimen feudal fundaron un Partido, el Democrático Popular (PDP), que lideró la resistencia. El movimiento forzó el derrocamiento de la Monarquía en 1973, siendo sustituida por un gobierno que fue igualmente ineficaz, corrupto, autocrático y poco popular. El PDP acumuló fuerza para exigir la destitución y abdicación del Rey pero no tuvo entonces suficiente energía para cambiar las características esenciales del sistema político afgano.
4. Sin embargo, la insatisfacción con situación alcanzó tal nivel que en 1978 las movilizaciones populares forzaron la dimisión del gobierno. Una parte del Ejército no sólo no reprimió las movilizaciones sino que las apoyó, estableciéndose el primer gobierno popular en la historia de Afganistán dirigido por el PDP y liderado por un poeta y novelista, Noor Mohammed Taraki, el denominado «Gabriel García Márquez de Afganistán».
5. El PDP, señala Navarro, inició gran número de reformas incluyendo la legalización de los sindicatos, el establecimiento de un salario mínimo, una fiscalidad progresiva, una campaña de alfabetización y reformas en las áreas sanitarias y de salud pública que facilitaron el acceso de la población a tales servicios. En las áreas rurales, facilitó el establecimiento de cooperativas agrícolas.
Una reforma que también tuvo un enorme impacto fue la de favorecer la liberación de la mujer, abriendo la educación pública a las niñas además de a los niños, y facilitando la integración de la mujer al mercado de trabajo y a la universidad.
Algunas mujeres ocuparon puestos gubernamentales y siete de ellas fueron elegidas miembros al Parlamento afgano. Las mujeres, que viajaban libremente, llegaron a constituir el 57% de los estudiantes universitarios del país.
6. El gobierno, por lo demás, eliminó también el cultivo del opio. Afganistán producía en aquellos años el 70% del opio consumido para la producción de heroína. Ni que decir tiene que el porcentaje actualmente es incluso mayor.
7. Como no podía ser de otra forma las citadas reformas revolucionarias generaron enormes resistencias entre aquellos grupos cuyos intereses estaban siendo afectados. Tres de esos grupos dirigieron el enfrentamiento: los terratenientes propietarios de grandes explotaciones agrícolas, los líderes religiosos, que se opusieron por todos los medios a los avances en la emancipación de la mujer, y los traficantes de opio. En su ayuda acudieron raudos Arabia Saudí, el ejército del Pakistán, temeroso del contagio que las reformas podían producir entre las clases populares del propio Pakistán y, como era de esperar, el gobierno imperial de Estados Unidos.
8. La CIA, señala Navarro, había reconocido el carácter autónomo del PDP y nunca durante los años en que luchó contra el régimen feudal afgano se refirió al PDP como «organización agente o al servicio de Moscú». La CIA era consciente que el PDP respondía a una demanda propia «que tenía su propia independencia y autonomía». Sin embargo, y antes de que la URSS interviniera en Afganistán, el gobierno imperial estaba financiando las fuerzas extremistas y fundamentalistas afganas que estaban intentando sabotear las reformas del gobierno. Como es sabido, Zbigniew Brzezinski, el Consejero Nacional de Seguridad del Presidente Carter, un político de origen polaco neta y abiertamente anticomunista, admitió posteriormente que el gobierno estadounidense financió a las guerrillas extremistas que realizaron actos de sabotaje quemando, por ejemplo, las escuelas públicas.
Es más -señala Navarro- el gobierno federal de EE.UU. alentó un golpe miliar en contra del gobierno PDP que tuvo lugar brevemente en 1979 y que asesinó a Tarak y a miles de dirigente del PDP antes de que militares próximos al PDP retomaran el poder.
9. La alianza de EE.UU, Arabia Saudí y Pakistán era enormemente poderosa y amenazaba la continuidad del gobierno popular. De ahí que la administración afgana pidiera ayuda a la Unión Soviética, ayuda que, por cierto, no fue concedida inmediatamente, hasta que, finalmente, el gobierno de la URSS aceptó enviar fuerzas armadas en ayuda del ejército afgano leal al PDP que estaba luchando contra las guerrillas fundamentalistas de las Mojahidden, las fuerzas apoyadas y sostenidas por la traída EE.UU, Arabia Saudí y Pakistán. La petición se amparaba en lo establecido por el «Tratado de amistad, buena vecindad y colaboración», concertado entre Afganistán y la URSS el 5 de diciembre de 1978, tratado que se basaba en el derecho de todo Estado, según el artículo 51 de la Carta de la ONU, a la autodefensa individual o colectiva.
10. En 1979, la Unión Soviética aceptó la petición del gobierno del PDP. Es muy probable que, dialécticamente, esa fuera la finalidad última del gobierno federal de EE.UU. y que la URSS cayera en una trampa orquestada por diversos servicios secretos: inmediatamente se tomó la invasión como excusa para movilizar el mundo musulmán en contra del apoyo de la URSS a un gobierno laico, progresista y deseoso de modernizar el país. EE.UU. y Arabia Saudí, recuerda Navarro, gastaron unos 40 billones de dólares -¡40 billones de $USA!- en apoyo de los Mojahidden, a los cuales se unieron 100.000 fundamentalistas procedentes de Pakistán, Arabia Saudí, incluido Bin Laden, Irán y Argelia, todos ellos armados y asesorados por la CIA.
11. Diez años más tarde, enero de 1989, las tropas soviéticas abandonaron Afganistán. La caída del muro se produjo meses después y la desaparición de la URSS dos años después. No es imposible pensar que una de las causas determinantes de la derrota de los países del llamado socialismo real esté directamente relacionada con el desastre que significó para la Unión Soviética la trágica y ruinosa década de Afganistán.
La guerra, sin embargo, continuó tres años más. A pesar de haber perdido el apoyo de su gran aliado, el gobierno del PDP se mantuvo en el poder hasta 1992, año en el que fue derrocado por los rebeldes y fue reemplazado por un debilitado gobierno interino.
Dejemos el relato en este punto. Con algún aditamento añadido, está es la explicación de Vicenç Navarro sobre lo sucedido en Afganistán en una primera fase. El profesor de la Pompeu Fabra concluye esta parte de su explicación señalando:
En todo este proceso, se ha olvidado de que si se hubiera permitido que el gobierno PDP hubiera hecho las reformas que el país necesitaba, no habría habido «invasión» soviética de Afganistán, no habría habido guerra de Afganistán, no hubiera habido Bin Laden y Al Quaeda y no hubiera habido un 11 de Septiembre. Y es esta precisamente la verdad que se oculta. La historia habría seguido otros derroteros. Probablemente habría surgido Al Quaeda, pero el lugar y el formato habrían sido diferentes. En el fondo del conflicto está la resistencia del gobierno federal de EE.UU. (y sus aliados y muy en especial Arabia Saudí), y su oposición a las reformas progresistas y laicas. Ni que decir tiene que existen otras causas de la existencia del terrorismo islámico.
Interesa señalar aquí que los argumentos esgrimidos hoy por Vicenç Navarro, con algún matiz al que luego me referiré, fueron usados y expuestos a inicios de los ochenta por sectores del comunismo catalán que fueron tildados, casi sin discusión ni contraargumentación, de estalinistas, desinformados, ideólogos de la URSS imperial, de gente trasnochada y anclada en el pasado más negro. Largo etcétera. La descalificación no tuvo límites.
No estoy presuponiendo que el análisis de Navarro sea correcto en todas sus aristas ni que la URSS tuviera sólo un interés internacionalista en su intervención. Ni siquiera presupongo éste y no desecho otras razones de orden interno: evitar el auge en sus fronteras asiáticas de fuerzas fundamentalistas alimentadas por agentes internos y externos. Tampoco pretendo ocultar que en sectores marxistas revolucionarios se seguía mirando muy acríticamente la política interna y externa de la URSS.
Pero sí quiero remarcar que la descalificación de esos sectores comunistas que, insisto, sin duda estuvieron en ocasiones muy cegados ante la evolución de la URSS, no tiene parangón ni razón. No se trata de negar el lado oscuro de la política exterior de la URSS durante la guerra fría1, durante la III guerra mundial. Basta pensar en Budapest o en Praga, por ejemplo, o incluso en el voto favorable de la URSS a la formación del Estado de Israel en 1948. Pero no hay en la historia de la Unión Soviética nada -nada- comparable a lo que fue Vietnam, Chile, Bolivia, Grecia, España, Guatemala, Cuba o Argentina en el ámbito de la política exterior de Estados Unidos.
Algunos ejemplos de ello, todo ellos conocidos por lo demás:
1. Se solía afirmar, como burda propaganda ideológico-cultural, que las actitudes de las potencias occidentales durante la guerra fría fueron una respuesta a lo que se llamó el golpe de Praga, la toma de poder por el Partido Comunista en Checoslovaquia. Manuel Sacristán refutó la acusación con claridad:
Pero eso es falso. Porque el comienzo de la guerra fría, si alguna fecha de comienzo tiene, es un célebre discurso de Churchill en marzo de 1946 en la Universidad norteamericana de Fulton, mientras que lo que se llama golpe de Praga es de dos años después, de abril del 48. Asimismo cuando se dice que la OTAN es la contrapartida del Pacto de Varsovia se olvida que la OTAN está fundada el 4 de abril del 48, mientras que el Pacto de Varsovia es de siete años después, del 55. Lo mismo, por ejemplo, el mecanismo de la tensión internacional que provocó la constitución de las dos mitades de Alemania en estados: la primera mitad de Alemania que fue constituida en estado fue la occidental; la constitución de la Alemania oriental en estado es posterior y es una réplica.
2. Paul Warnke, negociador americano en las SALT II, señaló con toda claridad: «No conozco dirigente militar alguno que, en su sano juicio, estuviera dispuesto a cambiar las fuerzas de combate americanas por las soviéticas». La resistencia en contra de los SALT II muestra, añadía, «…un descontento con el actual equilibrio nuclear estratégico, en el cual no somos los suficientemente superiores»
Por lo demás, Colin Gray, en su artículo «Victory is possible», Foreign Policy, 39, 1980, señalaba con no menor claridad:
Sólo hay seguridad cuando se es algo superior. No hay ninguna capacidad ni posibilidad de maniobra cuando la propia fuerza está completamente compensada por la del enemigo. Sólo hay posibilidades para la política exterior cuando se tiene una ventaja en el poderío militar de la que se puede disponer libremente…Occidente debe encontrar caminos que le permitan utilizar armas atómicas como medio de presión reduciendo a la vez la potencial y paralizante autodisuasión a un mínimo»
Por su parte, Vernon A. Walters2, uno de los políticos más insoportables de la historia de Estados Unidos, señalaba lleno de gozo y prepotencia:
Se lo explicaré. Poco después de ser nombrado presidente, Ronald Reagan convocó a una serie de reuniones sobre, digamos, el estado del mundo. Yo asistía a ellas como subdirector de la CIA. Cuando sus asesores empezaron a hablarle de Rusia, él les empezó a preguntar. «¿Podemos utilizar con ellos el arma nuclear?». Los asesores, como él esperaba, lo desaconsejaron: moriría demasiada gente. Reagan preguntó entonces: «¿Ganaríamos una guerra convencional?». La opinión general era que el ejército convencional soviético era extremadamente poderoso y que nadie podía garantizar una victoria. Entonces Reagan les preguntó que era lo que Estados Unidos tenía y Rusia no tenía. Él mismo se lo contestó: dinero. Y el dinero acabó con Rusia (…) Claro. Era simple. Sí se puso en marcha la guerra de las galaxias que salió carísima, y otras iniciativas paralelas. Aunque el proceso de arruinamiento había empezado mucho antes. Recuerdo que, según las estadísticas que manejábamos, Rusia tenía un producto interior bruto que era la mitad del nuestro. Pero estábamos equivocados. Reclutamos a alguien que nos demostró que el PIB de Rusia era una sexta parte del de los Estados Unidos.
Yo luché contra el comunismo, proseguía un satisfecho y chulesco Walters, y ganamos, ganamos la guerra fría concluía.
3. Además de ello, los matices estuvieron presentes, muy presentes, aunque fueran ocultados en la discusión pública, en la argumentación de aquellos años por parte de sectores comunistas críticos pero no antisoviéticos. En una nota editorial de 1980 («Misiles, socialdemocracia e imperialismo, o el final de l distensión», mientras tanto, nº 2, pp. 9-12), Miguel Candel, militante del PSUC en aquellos años, de un sector del PSUC no dispuesto a bailar con el cuento de una transición inmaculada ni a renunciar a todo lo que desde Palacios de Moncloa y Oriente se exigía con apremio, finalizaba su reflexión crítica sobre las posiciones defendidas en aquel entonces por la socialdemocracia alemana en torno a los nuevos misiles otánicos que se deseaba instalar en Europa señalando:
La intervención de la URSS en Afganistán ha suscitado hondas preocupaciones en varios destacamentos revolucionarios del Tercer Mundo y abiertas críticas en diferentes ambientes comunistas. Aquellas preocupaciones y estas críticas han de ser compartidas, sin duda, por los revolucionarios de Occidente capitalista. Pero al mismo tiempo hay que saber distinguir las causas de los efectos: hay que saber que lo que el imperialismo anuncia ahora como represalias a la intervención de la URSS en Afganistán son medidas que estaban en marcha desde bastante tiempo atrás: suministro de armas a Pakistán y apoyo a la dictadura militar que lo gobierna para que a su vez mantenga encendida la antorcha de la guerrilla afgana; reforzamiento de la base aeronaval de Diego García y de la presencia militar en todo el Índico; establecimiento de bases militares en Egipto; intento de bloqueo de Irán; aplazamiento de la ratificación del acuerdo SALT, etc. Por eso, una vez más, suena a falso el clamor de corresponsales y agencias de prensa sometidos a la hegemonía norteamericana denunciando el cinismo de las explicaciones oficiales soviéticas, según las cuales la intervención en Afganistán se habría hecho en nombre del «honor, la independencia y la continuidad» de la segunda revolución afgana [la cursiva es mía].
Insisto: preocupaciones y críticas que tenían que ser compartidas por los revolucionarios que intervenían en el Occidente capitalista
Dirán ustedes y sin duda dirán bien: es un desahogo, un simple y visceral desahogo. De acuerdo, lo es, pido disculpas por ello. Pero acaso acordarán conmigo que algunos eslabones de la argumentación desplegada no son un simple disparate y forman parte de una aproximación asintótica a la verdad, a una verdad que nuevamente nos ha sido extraída por ladrones milenarios de vida e historia de los pueblos.
NOTAS:
[2] «Ganamos la guerra fría». Entrevista con Arcadi Espada.El País, 25/8/2000.