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La violencia en los sujetos desgajados e insumisos en América Latina

Fuentes: Rebelión

En los años noventa del siglo XX y aún en los primeros dos años del XXI, en América Latina se asoman comportamientos sociales inéditos que llama la atención, dado que guardan aspectos singulares y demuestran con sus acciones que algo nuevo está ocurriendo para que sea estudiado por la teoría de los movimientos sociales; no […]

En los años noventa del siglo XX y aún en los primeros dos años del XXI, en América Latina se asoman comportamientos sociales inéditos que llama la atención, dado que guardan aspectos singulares y demuestran con sus acciones que algo nuevo está ocurriendo para que sea estudiado por la teoría de los movimientos sociales; no obstante, las calificaciones que se hace de ellos nos parecen prematuras y otras inconsistentes, porque vemos en un sector de los estudiosos el afán de innovar un adjetivo para entrar en el círculo de los autores visionarios; otros han tratado de englobar a los distintos y diversos movimientos en una categoría universal, sin tener en cuenta la particularidad del contexto socio-histórico en que se desenvuelven.

Las definiciones componen un abanico de opciones que pasan de llamarlos nuevos movimientos sociales, otros nuevos actores, no se excluyen los que intentan reducir las distintas acciones colectivas a un movimiento de corte cultural-simbólico, algunos más se deciden a clasificarlo como movimientos comunitaristas y hasta se deciden clasificarlos como sujetos insulares de perfil violento.

En los movimientos insumisos hay aspectos que nos llaman la atención, tales como su accionar poco nítido, irrumpe de manera cortocircuitante, en coyunturas específicas y tiene la capacidad inaudita de aparecer orgánicamente para luego regresar a un estado de latencia, donde no se le puede dar seguimiento por tiempo prolongado, es autoconvocante y tiene la plasticidad de acuerparse como domo convergente con otras fuerzas sociales.

Los intentos por estudiar este fenómeno bajo las coordenadas analíticas de los movimientos históricos y de los movimientos sociales , no han dado cuenta de la situación imperante en América Latina, si bien en algunos casos (Argentina y Bolivia por tomar dos casos) los desplazamientos de los actores mencionados se orientan hacia la transformación del modelo económico, llevan implícito el cambio y se sitúan frente al Estado con el objeto de alterar el modo de comportarse; sin embargo, las alternativas que portan cada movimiento son diferentes, puesto que en Argentina se nota un divorcio profundo entre partidos políticos y clase política con respecto a la sociedad civil; asimismo asistimos a la ejecución de acciones estructurantes de un comportamiento contrapuesto a la lógica del modelo de economía y sociedad existente, tales como el trueque, asociaciones políticas amplias que niegan a los partidos y nuevo ejercicio de la democracia, todo ello emanado de los núcleos de los actores insumisos.

Para el caso de Bolivia, el movimiento insumiso tiene un perfil antiimperialista, reconoce como enemigo número uno a los EE.UU., al capital financiero, al Fondo Monetario Internacional, al Banco Mundial y las política anticarcótico y antiterrorista instrumentalizada con el Plan Dignidad.

Esta diferencia de estrategia nos indica el sentido y carácter de la acción colectiva, que si bien ambas están orientada a reapropiarse de la sociedad, el para qué y con quienes es distinto en estos dos países. En Argentina no existe una densa población indígena y en Bolivia es predominante; en la primera se busca negar el ejercicio de una democracia procedimental que no llega ni le interesa resolver asuntos de carácter social y de desigualdad; en la segunda hay un marcado interés de reivindicar al indígena y colocarlo como parte fundamental en la reconstrucción de l proyecto de nación, renacionalizando los recursos naturales y estatales, y recuperar el sentido de pertenencia con un proyecto de nación que está incompleto.

Los argumentos de los movimientos culturales , vistos como las acciones que se orientan a mostrar los sentidos contrarios que los miembros de un mismo campo cultural dan a esta sociedad en función de su relación con el poder, los han habilitado para una tener una comprensión de lo que viene sucediendo, pero sirve para algunos casos, no todos, en especial los movimientos de los jóvenes, de los homosexuales, entre otros, pero si intentamos analizar las formas comportamentales de los actores de los Círculos Bolivarianos en Venezuela o de Las Maras en El Salvador, hay razonamientos que no encajan con el sentido que marcan las acciones de estos grupos sociales.

Vayamos definiendo los sujetos que son parte central de esta reflexión.

El Sujeto desgajado

Este sujeto en aparición, no deviene de un solo segmento social definido, su composición es y sigue siendo heterogénea y con una clara tendencia incremental en su cuerpo semiorgánico. Decimos semiorgánico, porque sólo se le nota la incipiente organicidad al momento que se manifiesta en las plazas públicas, en las protestas, en el escenario donde se dirimen asuntos de poder, pero en un breve periodo, regresa a su estado natural, diseminado, inorgánico y actuando en el campo de la vida cotidiana de cada miembro.

Los actores que integran este cuerpo desgajado no son hijos del modelo societal que prevaleció en América Latina por más de 40 años, la matriz estado céntrica, puesto que su relación no está ligada al mundo del trabajo ni de la política; son más bien producto de la hibridación societal que existe en la sociedad latinoamericana, donde parte del modelo anterior prevalece pero cruzado por franjas de una nueva matriz en recomposición que tiene diversos ejes que hacen girar a los ciudadanos en torno al consumo, la comunicación, el individualismo, el hedonismo y los poderes invisibles de la globalización.

Son personas que se fueron desprendiendo de su trabajo, los sindicatos, los partidos políticos, las ligas y asociaciones campesinas y agrarias, desertores del ejercito y de algunos grupos de la izquierda civil y armada, lo cual nos indica que su acervo de conocimiento y de praxis es rico, pero desencantado de las promesas, de los liderazgos corruptos, de los discursos patrioteros, de la política del estado complaciente con fraude, el delito y la impunidad.

El desencanto los fracturó como comunidad al darse cuenta que las penurias rara vez pueden aliviarse compartiéndolas, ni siquiera con los mayores afectos. Los sufrimientos que tienden a experimentar no son comunes y, por tanto, no reúnen a sus victimas. Los sufrimientos dividen y aíslan; las desdichas los separan, desgarrando el delicado tejido de la solidaridad humana ( 1/Bauman . 2001 )

La pérdida del sentido de comunidad los conduce paulatinamente al aislamiento progresivo y a la aparición de unas relaciones sociales amorfas. La insularidad conlleva a la atomización progresiva de los individuos, engendrando en ellos fuertes sentimientos de alineación y ansiedad, antesala de la predisposición a los comportamientos extremos para evadirse de las tensiones ( 2/ Kornhauser, 1969 )

Las acciones colectivas son dispersas, diseminadas, pero siguen un mismo patrón, la acción directa contra el objetivo que se haya escogido está marcada por la emoción de un presente; el foco de la atención se halla muy alejado de las experiencias personal y de la vida cotidiana; la modalidad de reacción ante objetos lejanos es directa, tiende a la inestabilidad, cambiando con rapidez su foco de atención y la intensidad de la reacción; cuando se suma a una protesta y adquiere continuidad se torna violento, desborda los pronósticos y se configura en una masa que ataca sin sentido.

No es proclive a establecer o construir puente con otros movimientos sociales porque carece de relaciones intermedias, por ello tiene dificultad de entenderse con otros segmentos sociales de la localidad o la región. Dado que no cuenta al interior con una identidad que le de cohesión de cuerpo orgánico su movilidad casi nunca está autoconvocada, pero se hallan disponibles para ser movilizados en una coyuntura en época de crisis por fuerzas políticas. El estado de angustia permanente lo buscan vencer a través de la apatía o el exceso activismo, y aquí está su lado impredecible.

La solidaridad entre ellos se da entorno al ejercicio del poder, es decir, que el poder está construido sobre la base del temor, la fuerza, la osadía y la violencia, quien pueda reunir esos atributos, puede convertirse en poder insular dentro de la amplia masa de sujetos desgajados. No hay ni existe un poder hegemónico, sino que día tras días lo van construyendo, se desplazan uno y se repósicionan otros, casi siempre el nuevo poder tiene como antesala el evento inmediato anterior, donde el «líder» pudo demostrar sus atributos para atraer el reconocimiento de los otros.

El ejercicio unipersonal del poder dentro de un grupo grande se convierte en la fuente de orientación que da sentido a las acciones que ellos desarrollan y a la vez en el instrumento de cohesión al interior del grupo. En estos casos los miembros de cada comunidad desgajada invocan la relevancia de los lazos sociales de forma mucho más selectiva, reforzadas por el conflicto, la organización interna, la lealtad al líder o la obtención de privilegios (3/Tilly Ch, 1998 )

Circunstancia donde se estructuró el sujeto desgajado

La alteración profunda de la matriz sociopolítica latinoamericana tuvo efectos profundos en los actores y movimientos sociales, debido a que cada modelo tiene un tipo de acción social, como podemos ver, en el modelo desarrollista hubo acciones de carácter nacional popular que irrumpieron en nuestras sociedades bajo la orientación del sujeto pueblo; para el modelo neoliberal, los procesos de democratización llenaron los campos políticos, se instauró la democracia procedimental y los enfrentamientos fueron remplazados por las negociaciones entre élites, tales como los procesos de paz en Centroamérica y las transiciones militares por gobiernos civiles.

A partir de los noventa se diversifican las identidades, prevalece el criterio adscriptivo sobre el adquirido en las autodefiniciones identitarias, se debilitan los vínculos orgánicos y simbólicos en los ciudadanos lo cual resta posibilidad asociativa para que se formen grandes movimientos sociales, todo ello debido a que se presenta ante nuestros ojos una nueva manifestación de la exclusión social, sin negar las que ya existían.

Es necesario reconocer que cada nación y cada sociedad tienen un segmento vinculado a la globalización, al mundo del trabajo y del consumo y otro segmento que no participa en ella, es residual, vive de las migajas que el Estado proporciona a las reducidas políticas públicas y no se le tiene en cuenta para el perfil y orientación que se le quiere dar la sociedad.

El segmento excluido está fragmentado dado que penetra en diversos campos humanos, en hombres, mujeres, niños, discapacitados, homosexuales, indios, minorías étnicas, obreros, campesinos, lo que lo hace heterogéneo y a la vez dificulta cualquier acción colectiva con un principio u objetivo único, quedándole la opción de actuar de manera insular o de caer en las redes de movimientos fundamentalistas.

Se encuentran, los excluidos, alejados de los sujetos políticos estructurados (sindicatos y partidos políticos) porque han visto en ellos un comportamiento pusilánime con respecto a las fuentes que generan los problemas y la alternativa que ofrecen para resolver en parte los agobios que aquejan a los pobres, tampoco cuestionan el estado de cosas que no funcionan, antes por el contrario buscan no reñirse con la globalización ni con la inversión extranjera, incluso toleran la privatización, lo cual ha ido acotando su radio de acción

Los partidos políticos y los sindicatos, trincheras política de los trabajadores en el ayer, hoy tienen un desempeño dudoso, porque discursivamente critican el peso de los políticos mediáticos, pero a la hora de su actuación hacen lo mismo. Señalan a la globalización como un proceso excluyente, pero al arribar a las esferas del poder estatal, aplauden, legislan y defienden los dictados de los organismos internacionales y de los empresarios criollos.

Podríamos afimar que se está agotando el modelo de dominación tradicional que tenía como protagonista al empresario criollo, patrimonialista, lactado por el Estado y protegido por las fuerzas oficiales del orden y, al momento que se desanudan las formas de control social (partidos políticos, sindicatos, asociaciones corporativizadas por el Estado, cuerpos policiales, etc.) aparecen los Planes con la intención de recuperar el orden con acciones novedosas que coadyuven a la política neoliberal privatizadora que apunta hacia el control de los recursos del agua, el ecosistema y la energía.

La parte operativa de los tres Planes no ha sido tarea fácil, ha encontrado resistencia en los pueblos indígenas y la población campesina, especialmente en la zona del Chapare, Bolivia, y en el sur de Colombia; no obstante la violencia ha existido como el recursos más eficaz para resolver las diferencias y los conflictos de intereses, muchas veces al margen del ámbito estatal pero más cercano a la esfera paramilitar, a causa de que al encontrase en una reestructuración las distintas fracciones y grupos de la vieja clase dominante, los controles político-sociales se han desajustado y no funcionan con eficacia, por lo que han echado mano a los a la conformación, contratación y operatividad de los grupos paramilitares para resolver toda contingencia que ponga en riesgo los intereses de las empresas y los nuevos propietarios.

Es innegable que asistimos al evento de la supremacía ultraliberal, donde la izquierda tradicional que representó la alternativa antisistémica, ahora está plenamente integrada en el orden social contra el que nacieron y funcionan hoy como legitimadores del sistema económico-social dominante y del tipo de estado que lo garantiza. Los socialdemócratas se convirtieron en social-liberales, los comunistas en socialdemócratas, y las diferencias entre ellos, y de todos ellos con los partidos tradicionalmente conservadores «de derecha», estriba, aparte de las palabras – aunque en esto las diferencias sean también cada vez menores -, en matices cualitativamente poco significativas sobre cómo paliar las aristas más duras del sistema y no en el planteamiento y defensa de un modelo diferente de sociedad. El interés que predomina no es en remplazar lo que no sirve, sino en competir para estar en la política, controlar partidas, hacer uso de los recursos públicos, traficar influencias y en descalificarse discursivamente para ganar planas en los medios de comunicación (4/ Moreno Navarro, 2000 ).

Estas actuaciones y desempeños han ido creando, poco a poco, un desencanto mayúsculo en un segmento amplio de los excluidos de los países latinoamericanos, cuyo efecto va vertebrando un comportamiento insular, sin interés asociativo, poco solidario y de resoluciones impronta, aprovechando la coyuntura que surja en cualquier momento de su larga y penosa vida cotidiana para actuar de manera inesperada; así se van constituyendo los sujetos desgajados.

Las resoluciones improntas que los desgajados llevan a cabo no caben en una acción colectiva racional, tal como lo teorizan los más importantes analistas de los movimientos sociales, sino que llevan en su seno un elemento sorpresa, impredecible y cortocircuitante que altera el orden, rompe los esquemas organizacionales y terminan en brotes de violencia que a simple vista pareciera que son actos vandálicos, disturbios, emocionales y sin objetivo alguno, sin embargo, en la mente de los actores desgajados no encaja esta apreciación.

Es cierto que la inmediatez, no permite el cumplimiento de una obra ni el desarrollo de una composición organizada, sino la fulgurante intensidad de un trance. Lo inmediato impide continuidad de una duración, obliga la apuesta desmesurada y pierde el sentido de trascendencia; todo el esfuerzo queda en una ilusión, una pasión que se esfuma con rapidez en el hoy, en el presente perpetuo, sin dar cabida a la reflexión y a la creación. Todo ello hace que el sujeto desgajado individualizado aproveche cualquier oportunidad para expresarse, sin valorar la complejidad inherente a un acto colectivo, solo le interesa actuar para romper un orden institucional que le arremete.

Son actores que piensan por sí mismos, que fueron desnudados por la falsa legitimidad de cada régimen imperante en América Latina para que se dieran cuenta que ellos no cuentan como ciudadanos porque no tienen derechos, que el reglamentarismo jurídico que les reconoce en la letra sus derechos civiles, en la práctica se los niega e incluso los reprimen cuando exigen o reclaman lo que le corresponde, dejándolos como parias de la sociedad globalizada, arrinconándolos hasta el sitial de sujetos residuales.

Para estos actores excluidos que viven en el sótano de la sociedad de hoy no hay esperanza, solo confusión y tristeza ante lo que acontece, Los gobiernos no los escuchan ni los ven porque se han dado a la tarea de usar la fuerza mediática para medir su popularidad, alejados de la realidad donde viven y conviven los pobres, por lo que han recurrido, los desgajados, a la acción directa con el objeto de poner fin a los límites y medidas que los gobiernos le imponen.

La acción directa es un recurso que un segmento amplio de los excluidos ha re-creado para resolver sus carencias y re-situarse en la sociedad, lo que nos dice que no es un arma política emocional ni vandalismo disfrazado para entorpecer todo lo que se hacen los demás miembros de la sociedad.

La acción directa la hemos observado en cada comportamiento que los sujetos desgajados llevan a cabo para expresarse, solo o juntos con otros que comparten sus convicciones; en cada persona que alguna vez haya planteado alguna cosa, y la llevó a cabo resolutivamente, o que haya presentado un plan a los demás y haya ganado su cooperación para cristalizarla, sin tener la necesidad de recurrir a una instancia orgánica tradicional (partido o sindicato) o a una oficina de gobierno a pedir permiso o favor para que ayudasen.

Se registra una acción directa al momento en que las comunidades barriales, comunales y marginadas han instrumentalizado un ejercicio de resolución de conflicto para resolver una diferencia, pacífica o de otra modalidad, con un vecino, amigo o miembro de la comunidad a la cual pertenece; también cuando una o varias personas actúan para construir un espacio de recreación, una escuela o desterrar un basurero.

El recurso de la acción directa no es profundamente pensado, tampoco lleva mucho tiempo en la elaboración de la acción, sino que tiene una naturaleza espontánea y casi siempre la lleva a cabo quien se encuentra en desventaja, se siente oprimido o no ve solución que venga del ámbito externo. Ahora bien, la acción directa puede ser pasiva o violenta, esto está en función del tipo de circunstancia que la engendra, de lo que sí estamos seguros es que la acción directa tiene vocación de cambio, aunque muchos piensan que después de que se lleve a cabo nada bueno resulta de ella, pero lo acontecido en Argentina, Colombia y Venezuela nos indica que no es así, porque posteriormente a las actuaciones de los pobres o desgajados, el panorama de la lucha ha cambiado para ellos, para los partidos políticos, los sindicatos, los empresarios y el mismo gobierno.

Un hecho curioso y digno de analizar en la acción directa es que casi siempre parte de una iniciativa individual, aunque también las hay de carácter colectivo o grupal, pero la osadía de un actor agrega una dosis de optimismo, de valentía y de decisión en los demás que lo acompañan, desatándose un acto de rebeldía que termina en un hecho violento que buscan invalidar una ley o el desempeño de un gobierno, una represión o intentona de golpe de estado, desembocando en lo que comúnmente conocemos como rebelión de masas. Lo discutible en este caso sería si la acción directa genera toma de conciencia en los demás, para lo cual afirmo que sí, porque las observadas en los últimos cinco años en América Latina así lo confirman, ya que los hechos repetitivos de saqueos, justicia por su propia mano, bloqueos de calles y de oficinas de gobierno, cacerolazos, quema de bancos y agresión a medios de comunicación que la juzgan, son síntomas de que hay un comportamiento escalonado que lleva un rostro de rebelión, quizá no apegada a las rebeliones de los años setenta, pero sí con una modalidad distinta, donde las actuaciones no son permanentes, sino cortocircuitante, impredecibles e intermitentes.

Otra parte importante de la acción directa es que no requiere de hacer un balance posterior después de haberse llevado a cabo, tampoco se mueve bajo la lógica instrumental de costo beneficio, dado que los actores que la protagonizan no tienen nada que perder, son individuos quienes devienen de una circunstancia donde no tienen asegurada la comida, la vestimenta ni casa habitación funcional, lo poco que poseen es producto de su esfuerzo individual o grupal y lo que pueden ganar es poco en lo que atañe a su vida personal, pero mucho en lo social, aunque en ello no hay dibujado un modelo o imaginario de sociedad alternativa, más bien es resolver en lo inmediato una penuria que le aqueja en la coyuntura que se le ofrece.

La carencia de organización, de un imaginario social y de una ideología, los pone a la orilla de la violencia, no porque ellos la busquen, sino porque ella ha sido el nido de su incubación como actor desgajado. Carecer de los medios para vivir y ser desconocido como ciudadanos con derechos, es un despojo, un ejercicio violento contra la dignidad, contra la integridad de la persona, contra su futuro, contra su familia y contra su comunidad. Violenta ha sido su realidad y violenta es la respuesta que ellos dan a todo aquello que se oponen o le impide sobrevivir.

La violencia no sólo de parte de los actores desgajados, también existe en los ciudadanos con derechos, en el gobierno, en los empresarios y en los partidos políticos, vivimos una sociedad cruzada por múltiples coordenadas violentas, las hay desde las quiebras de los bancos para confiscar los ahorros de los ciudadanos hasta el cobro de intereses sobre intereses en los créditos hipotecarios, desde la expropiación de sus tierras para una obra que beneficia a la iniciativa privada hasta la aplicación de la ley contra el terrorismo cuando demandan sus derechos los pobres; desde los empresarios que sacan su dinero por ingobernabilidad para dejar sin recursos al Estado hasta el cierre de varias empresas por declarase en quiebra, en fin, son múltiples los actos de violencia que descargan sobre las espaldas de los actores desgajados. Además, los sujetos sin derechos o desgajados, no tienen muy claro quién es el enemigo, la globalización volatilizó los referentes del burgués, del imperialismo, del saqueador y de los terratenientes y se convirtieron en fantasmas que aplican la violencia pero se esfuman en el mundo global sin frontera, por ello las cadenas de supermercados, los bancos, los automóviles, los monopolios de los medios sean los blancos de los ataques de ira y de impotencia e indignación de los sin derechos.

Desencanto, fragmentación e insularidad comportamental

Un hecho importante para nosotros es saber cómo el desencanto y la desconfianza hacia los partidos políticos y los agentes políticos han tenido efectos en el proceso de desarticulación del imaginario que poseían los pobres,; además, observar cómo se articulan los pedazos del espejo roto en la subjetividad de los nuevos desgajados en situación de penuria y desgracia que viven.

En el campo de la política, el desencanto deviene de la actuación de los representantes de los partidos políticos, quienes se han alejado de la interlocución ciudadana y se han arrimado más al mercado, pareciera que situarse en la política es desoír a los electores y escuchar las recomendaciones de los responsables de conducir la economía; la famosa frase «ni los veo ni los escucho» es fiel reflejo de lo que hacen los políticos «profesionales» dado que solo les interesa su popularidad medida a través de los medios y no con la presencia de ellos en el ámbito público, puesto que ahí son vapuleados.

Esto lo hacen todos, tanto los partidos que se autoreconocen de derecha como los de izquierda, lo que nos dice que en el horizonte inmediato del ciudadano no hay diferencia entre gobierno y oposición, tampoco entre izquierda y derecha, todos son centro, pero centro de una critica acérrima que nutre el abstencionismo en cada proceso electoral que se lleva a cabo en Latinoamérica.

Aquí está un afluente de la desconfianza ciudadana hacia los líderes e instituciones política, no es que exista un electorado desorientado ni indefinido; existe un electorado desencantado y refractario ante las mentiras y los engaños, por un lado, y por otro, uno puño de políticos que les interesa más vivir, un periodo determinado, de las arcas públicas sin importarle las esperanzas ni los anhelos de los ciudadanos.

La fragmentación o insularidad no es obra absoluta de la globalización, como suele achacársele en muchas reflexiones escritas, tiene otros nichos que la nutren y la desconfianza es una de ellas, pero no vista dirigida únicamente hacia los partidos políticos. Hay desconfianza en la democracia procedimental que basa su fuerza en el evento electoral, hay desconfianza en el sistema de representación ciudadana, lo mismo sucede entre los ciudadanos, la mayoría ve al otro como un potencial agresor, de ahí que la sociedad de la desconfianza se encuentre reinando y sobre ella la nube del miedo. Miedo y desconfianza son dos categorías que se juntan en la sociedad contemporánea y se asumen en la vida cotidiana, lo podemos observar en la población que toma o ejecuta medidas y acciones que le proporcionen seguridad, tales como: portar armas de fuego, instalar dispositivos de seguridad que, debido a las innovaciones tecnológicas, son cada vez más sofisticados -alarmas, corta corriente, tranca-palanca, sistemas de seguimiento por satélite, protección a sus viviendas y seguros de vida, temor a contraer matrimonio, a solicitar un crédito hipotecario, hay veces en que se teme aceptar un nuevo amigo o invitar a compañeros de trabajo a reuniones en su casa.

Todo ello es parte de un imaginario social del miedo, del temor y la desconfianza que han propiciado y en gran parte difundida por los medios de comunicación que divulgan noticias de asaltos, secuestros, muertes, delincuencia y violencia, lo cual va forjando en el individuo una inseguridad personal; agreguemos a todo esto una dosis de inseguridad laboral por el desarrollo de la tecnología que desplaza a cientos de miles de trabajadores, la incursión de personal joven con mayores niveles de estudios que desplazan a los experimentados, las corrientes inmigrantes que desalojan a los nacionales de trabajos de baja remuneración; otro segmento que se añade es la alienada vida cotidiana que te aísla, te seduce y arrincona en un espacio diminuto de tu hogar; la volatilidad de los mercados financieros, sin que tengas conocimientos de su dinámica, es preocupación de muchos porque ahí se encuentran sus ahorros de pensiones y la poca seguridad de su vejez; arrimemos otra parte del rompecabezas del miedo y la desconfianza como son los gobiernos altamente burocratizados y arrogantes que amenazan a todos bajo el escudo del antiterrorismo, incrementan impuestos y cancelan los programas sociales. He aquí los múltiples y diversos manantiales que dan vida y fortaleza a la desconfianza y al temor en la ciudadanía.

Con un imaginario gelatinoso, constituido por pedazos de incertidumbre, miedo, temor, agresión, marcado por las emociones de un presente que lo desconoce como sujeto, inhabilitado para exigir o reclamar sus derechos por las vías legales y estigmatizado como sedicioso si actúa violentamente por defender sus derechos, el sujeto desgajado no ha anclado su pensamiento en un futuro, tampoco goza por portar una utopía, en su mundo no hay cabida para ello, nada tiene que perder ni ganar, el conflicto no es un riesgo, antes por el contrario, es algo necesario para mantenerse vigente.

Como se mueven en América latina

Ante la indiferencia de los partidos políticos, el vacío de las instituciones políticas y sociales para trazar horizontes a la ciudadanía, la multiplicidad de sentidos que tiene la vida cotidiana de un individuo y la presencia inmutable del imperialismo de la racionalidad instrumental en la actuación actoral, dan como resultado a un hombre poco asociativo que se mueve en un escenario despojado de virtudes cívicas de convivencia, donde la solidaridad, el respeto, la tolerancia, la pluralidad y justicia se aleja de los espacios públicos y se ejercita, sesgadamente, desde lo privado.

La decadencia de la vida cívica conduce a la desaparición de la vida pública en sus formas tradicionales y, mas ampliamente, en la tendencia a la retracción en la vida privada y a la revaloración de los logros personales. Por ello la contracción del espacio público es paralela a esta decadencia del civismo (5/ Cheresky I. Pousadela I.2001 ), por ello observamos una sociedad desinteresada de los asuntos públicos, agobiada por los asuntos personales y en algunos casos, apropiándose de espacios públicos para ejercitar sus derechos, los del grupo, excluyendo y atentando contra los demás, de ahí que parques, esquinas, calles y espacios deportivos sean secuestrados por grupos con identidad adscriptiva pero con actitudes intolerantes que rompen el tejido social en la comunidad donde se desenvuelven o conviven.

Su potencial de agresividad es alto, casi siempre responden con violencia cuando se les invita a compartir el espacio secuestrado; si se le conmina a agregarse a los demás grupos rompe reglas y altera lo establecido, mostrándose como un sujeto insular e impenetrable en su subjetividad pero si se le presenta una coyuntura de ingobernabilidad, anarquía o desorden en el entorno inmediato, él impone el comportamiento de violentar todo, porque el todo ha sido la atadura social que impide ser lo que aspira pero que no sabemos que es porque casi siempre lo expresan entre ellos, no ante los demás o los otros.

Su accionar en una situación de crisis es profundizarla para ver si el cambio viene, pero éste no lo tiene prefigurado en la subjetividad, es muy limitada su intención social, pero intensa la individual, por ello muchas veces reproduce estructuras jerárquicas rígidas, centraliza el poder y es tabicamiento para ampliar la participación ciudadana; lo importante es que no son muchos, pero son suficientes para promover el desorden y la violencia.

Este sujeto desgajado aparece en muchos rincones de América Latina, su acción de masas avanza con una velocidad inusitada, quizá no son muchos pero los que existen y actúan son intensos, mostrando con su comportamiento qué es lo que no quiere, lo que no aceptan y rechazan, pero aún sin la conciencia de lo que efectivamente quiere, lo que provoca un vacío que cada vez será cubierto por fuerzas de la derecha o del propio gobierno para romper y deslegitimar a los que sí se encuentran organizados y son enemigos de mayor jerarquía.

Los desgajados rastafari de Bluefields, Nicaragua

Están conformados por gente de color de cabellos largos y se asumen como rastafari, cuya esencia es la protesta de una raza que se considera esclavizada con cadenas invisibles. «Somos puros de corazón«, reclaman, contrario a la imagen que la sociedad tiene de ellos: vagos, sucios, drogadictos y delincuentes. Bob Marley, según los ‘rasta’, es el último profeta que vino a la tierra.

Sus hábitos son variados, pues mientras algunos deambulan por las calles sin oficio ni rumbo fijo, más interesados en obtener algo para ingerir licor o traficar drogas, existen otros que trabajan responsablemente y se preocupan de su imagen. Y aunque no están organizados, ni se reúnen para meditar sobre su posición frente a la vida, al menos coinciden en que ésta es una expresión de protesta contra los valores de la cultura dominante, a la que se oponen por considerarla opresiva contra la raza negra. Hay otro segmento de «seguidores», que usan el pelo largo en trenzas sólo por moda o sentirse diferente a los demás, pero que en el fondo ni siquiera saben por qué; y hay algunos otros que se sienten militantes de una causa justa, que reivindican con su posición, a toda su raza ( 6/ Valenzuela O.2002 ) .

El rastafari no es violento consuetudinario, pero si ha actuado de esa manera cuando han intentado obligarlo a sujetarse a normas de conducta ajenas a su forma de ver y actuar en la vida; en otras ocasiones ha sido protagónico en las coyunturas postelectorales que en esta zona de país han desatado enfrentamientos bastante significativos, pero en la mayor parte del tiempo se comporta como autista , lo que lo limita a constituirse en un cuerpo sólido como sujeto social.

Desgajados de la guerra y el narcotráfico

Tras las incursiones del narcotráfico en las regiones de Antioquia y Valle del Cauca en Colombia, década de los 80, los paramilitares obtuvieron un apoyo significativo, puesto que su labor de sicariato tuvo dos vertientes, por un lado, apoyar las incursiones del narcotraficante y por otro, actuar bajo el manto de la impunidad y consentimiento de las autoridades para exterminar a los grupos guerrilleros urbanos y a los delincuentes que realizaban acciones delictivas en el radio de acción que tenían bajo su control militar.

La prueba del soporte legal que ellos tenían fue e programa Convivir, que consistía en grupos de seguridad armados que Álvaro Uribe constituyó cuando se desempeñaba como gobernador en Antioquia, cuya función era la de legalizar la actividad paramilitar al amparo del Estado.

Los paramilitares no son actores conscientes, sino que su actuación está mediada por el dinero, puesto que en ello no hay ni existe un imaginario de sociedad futura, tampoco ideales de carácter político, sino que actúan por mandato de un poder que compra su beligerancia y silencio a cambio de dinero.

Las columnas paramilitares están conformadas por pandillas, grupos de antisociales que abandonan la actividad delictiva para cumplir u rol de sicario. Con el incremento de las fuerzas de las FARC en Colombia y la presencia guerrillera en algunas zonas urbanas de las principales ciudades del país (Bogotá, Medellín, Cali, Barranquilla, Santa Marta, Cúcuta y Bucaramanga), los paramilitares optaron por cooptar el mayor número de sujetos desgajados que en la economía cerrada y excluyente del neoliberalismo colombiano no tenían un espacio. En Medellín, en la administración de Pastrana Arango, se conformaron 400 bandas criminales y 40 del Convivir aún sobreviven, todas ellas residen en gran parte de los 250 barrios pobres de la urbe.

De esos 250 barrios pobres, 175 se encuentran bajo el control paramilitar, quienes han desatado una lucha cruenta para exterminar a los habitantes de las Comunas.

Las Comunas son barrios marginales que se han constituidos por desplazados de guerra, del campo, población negra que deviene del Chocó y campesinos que han decidido huir de la violencia para resituarse en la ciudad. Son sujetos sin derechos, pero conscientes de que pueden ejercerlos aun al margen de la institucionalidad que ampara el Estado, por ello han construidos barrios, que por su identidad indican que tienen organicidad, memoria histórica y sensibilidad para tejer redes asociativas. Nuevos Conquistadores, Corazón, 20 de Julio, Las Independencias, son nombres que dan cuenta de la historia colectiva de estas comunidades. Su organicidad es un producto que se disputan los paramilitares y los Comandos Armados del Pueblo (CAP), que son unidades militares que han conformado las FARC y el ELN.

Con la ruptura del proceso de paz en Colombia, las comunas se han cargado de conflictos y violencia, debido a que desgajamiento social ha sido mayor y la urbanización del conflicto se ha extendido. En varias ciudades del país sudamericano, entre las que destacan Medellín, Bogotá, Cali y Barranquilla, grupos de jóvenes que tuvieron enlace con los grupos armados y de paramilitares se vieron desaforados al momento que se descomprimió el frágil proceso de paz, recluyéndose en los barrios marginales para estructurar fortalezas de poder, penetrando en zona donde la intensidad de la confrontación es compleja, básicamente entre agentes de gobierno, paramilitares y guerrilleros.

Los tres actores conflictuados en las Comunas se encuentran fortalecidos por un aprendizaje que habían obtenido en la militancia y en las prácticas delictivas; además, cuentan con un arsenal de armas y se venden al mejor postor, sin entregar su autonomía; ajustician, eliminan y secuestran a quienes son elegidos por sus contratistas, ellos cumplen la tarea encomendada y cobran su recompensa. La sobrevivencia de ellos está fincada en los impuestos que cobran a los ciudadanos para no atentar contra ellos y otra parte del financiamiento del narcotráfico. Se organizan en comunas bajo una formación militar pero sin ideología alguna, dado que el interés que media entre ellos es el dinero que cobran por cada acto violento en contra de una persona escogida.

Algunos autores,( 7/ Kurz Robert, 2002 ) han construido una tipología a estas formas comportamentales, denominándole actos de furia asesina, pero vinculándolo a la vida que se genera en la sociedad postmoderna, donde la sed de muerte representa un fenómeno social que no está ligado a ningún lugar social o cultura particular. Es resultado de una desgajamiento en la sociedad que le borra, por anticipado, a los individuos los referentes de interlocución para resolver sus problemas; es un hombre aislado que vive el presente sin ayer ni mañana, y ese perpetuo presente está ligado a su subrevivencia, por tanto vivir es una necesidad y para ello hay que vender la única destreza y habilidad adquirida: la violencia.

Su comportamiento muestra una indiferencia hacia el otro y a la vez se le revierte hacia el propio yo, eso hace más compleja su relación social, sin embargo hay indicios argumentativos para asir este fenómeno con lo que Hannah Arendt llamaba «cultura de la autoperdición», donde explica la pérdida de sí mismo de los individuos desarraigados y de una debilitación del instinto de autoconservación a causa del sentimiento de que nada depende de uno mismo, de que el propio yo puede ser sustituido por otro cualquier momento y en cualquier lugar. Claro está, este argumento de la filósofa fue expuesto para casos de regímenes políticos totalitarios, que bien se puede aplicar hoy día con el autoritarismo económico de la globalización hegemonizante, proceso que ha convertido al individuo en una artículo desechable que puede ser remplazado sin mediar palabras con el afectado, los hombres y mujeres no son considerados personas, sino un elemento más del engranaje de una maquina, un juego o una empresa, por lo cual puede ser sustituido y olvidado; donde los pobres son una dato que aparece registrado en las estadística y los delitos un número que debe ser atendido con represión.

En esta incubadora nacen, se reproducen y se diseminan los actores desgajados en Colombia y otros países de América Latina.

Venezuela, un escenario propicio para los desgajados

El proceso de alteración política y social que vive Venezuela desde el momento que se dio el Caracazo, 27 de febrero de 1989, sigue mostrando una tendencia incremental en lo que respecta al número de sujetos desgajados que pululan por el ancho territorio bolivariano.

Son parte de una masa pobre que en los últimos 20 años, más que en cualquier país de la región, ha visto crecer la pobreza al pasar de 26,4% en 1982 a 57,1% en el año 2000. Antes de la crisis eran adeptos de los partidos tradicionales, hoy son los desgajados de los partidos políticos y los expulsados por el mercado laboral, hasta constituirse en una masa amorfa que algunas veces toma forma como Círculos Bolivarianos ( 8 ), aunque no todos, se agrupan para defender a ultranza al presidente Hugo Chávez, otros se asumen como Bolivarianos, pero le apuestan más a la acción directa y a la actuación de ruptura en coyunturas de confrontación.

Tal como sucedió el 27 de febrero de 1989, nuevamente irrumpieron el 11 de abril del 2002, sin tener un plan para que se diera la explosión social, mucho menos una idea preclara de las repercusiones de su actuación; absolutamente todos los organismos policiales, de seguridad — tanto civiles como militares, las direcciones y secciones de inteligencia de toda la FAN, fueron tomadas por sorpresa, La razón verdadera, no como justificación, es que no había plan que detectar (9/ Rivas-Vázquez. 1999 ).

No se supo de donde venía, solo que bajaban de los cerros y que se definían como los pobres del noroeste y Sur de Caracas, o las hordas de Miraflores, quienes se distinguían claramente de los que marchaban del Este, comandados por la clase criolla burguesa y los medios de comunicación.

Las características de los habitantes de los cerros eran nítidas, gente del pueblo curtido por la vida, manos callosas, andando en cacharritos, con su morral llenos de necesidades y esperanzas por un mañana distinto. No actúan por un resentimiento social como algunos (as) quieren hacer ver, en el fondo es un problema de clase añejo, con la diferencia que hoy se aborda de manera distinta, sin un referente de nueva sociedad, sin una organización partidista, sin una ideología definida y sin el horizonte claro, pero con una acción determinante por acabar con sus propias manos el desorden político y social imperante.

Las críticas que le han vertido a este sujeto, se dan a partir del resultado que arroja su actuación (actos vandálicos, confrontación agresiva, saqueos a almacenes etc.,) pero no se han detenidos, sus detractores, a reconocer que en los actos violentos han participado integrantes de diversos segmentos de la población, incluyendo ciudadanos ajenos a los disturbios en sí. Ahora bien, al momento de una situación caótica las vitrinas de almacenes, bancos y supermercados se muestran como una promoción general de artículos gratis, difícil de resistir ante una cúmulo de carencias reprimidas en la subjetividad de los pobres; además, no es caso exclusivo de los desgajados de Venezuela, también ocurre en Argentina y ocurrió en Nicaragua con el triunfo del FSLN ante la dictadura de Somoza en 1979.

En la República Argentina también se encuentra este sujeto arrastrando la nostalgia y divagando entre las espesas nubes de la pobreza y desilusión; el desgajado argentino actúa sin referencia alguna, todas se hicieron añicos, desde la fatídica guerra de las Malvinas en donde fue derrotada la nación; cuando la ilusión del ícono popular Maradona se deterioró el 1 de julio de 1994 al ser alejado de las canchas futboleras por consumo de drogas; más tarde la esperanza envuelta en un Alfonsín que traía en su alforja democracia para todos, no pudo concluir su mandato; arribó Carlos Menem a la presidencia con la promesa de la estabilidad y al reelegirse, se desvaneció el discurso del exitismo y la realidad volvió a ser la misma de años anteriores; De la Rua, junto al Carlos «Chacho» Álvarez prometieron tranquilidad, seguridad y esperanza, las cuales el viento y la furia del pueblo la desnudó, porque tras de ella había una carga inmensa de mentiras; hoy el corralito, el patacón ( 10) en diferentes modalidades son resortes que empujan a los desgajados a que salgan a la calle con cacerolas, sartenes, espumaderas y tapas, es un fenómeno que se ha verificado en Belgrano, Caballito, Palermo, Parque Chacabuco, Villa Crespo y Almagro.

No todos los que protestan en Argentina son desgajados, hay un amplio sector que se encuentra en tránsito de desgajado a insumiso, el cual tiene características distintas en su comportamiento y la brújula de su accionar está funcionando.

Desgajados en tránsito a Insumisos

Los insumisos son actores en proceso de estructuración, tienen un comportamiento distinto a los desgajados, tiene una voluntad de cambio y un interés marcado por reapropiarse de la sociedad, su grado de conciencia es mayor y esta le da sentido a las acciones que desarrolla; además, tiene claro que su enemigo es de carácter social y la producción de acciones está dirigida a construir una sociedad distinta a la que vive, no aspira a remendarla o asistirla para que siga igual, hay en ello un espíritu de cambio; también, el ejercicio de la violencia tiene un significado en su lucha política.

Una marcada diferencia es que no actúan espontáneamente, aunque así lo describen muchos autores, pero la espontaneidad es aceptada cuando no se conoce la capacidad acumulativa de experiencia y saberes que los sujetos en estructuración van creando y acrecentando en su acervo vivencial; casi siempre este capital de la memoria social se adquiere cuando se encuentran en una situación de latencia y la dan a conocer cuando actúan de forma manifiesta.

Los factores que tomamos para el análisis son la actuación súbita y la autonomía con respecto a las organizaciones políticas tradicionales. Aunque algunos analistas afirman que lo impredecible de sus actos es el mayor factor que niega la existencia de una conciencia de lo que hace, esto corresponde a un viejo debate entre lo espontáneo y lo conciente.

Existen otras vertientes analíticas que nos aproximan a descubrir otras virtudes en este nuevo sujeto en transito a insumiso ( 11/ Lucita Eduardo, 2000 ) cuyas argumentaciones acerca de la espontaneidad la dirigen hacia un nuevo formato que adquiere la revuelta por el carácter autoconvocatorio, donde las consignas preelaboradas y las estructuras preexistentes no se encuentran en la base del movimiento, menos aún son reconocidos los liderazgos personales, tampoco son la expresión de una determinada clase social.

La espontaneidad, políticamente hablando, dentro de una acción colectiva, no es un hecho fortuito, sino que expresa una actuación eficaz en la coyuntura, porque en ella, la crisis política llega a manifestar su punto inflexible y de tensiones acumulados durante varios años o meses, y es justo ahí cuando actúa el sujeto que estamos describiendo.

Lo espontáneo es una expresión manifiesta cuando el sujeto ha permanecido largo tiempo en la latencia, por ello lleva en su seno los elemento embrionarios de lo consciente, en tanto que lo entendemos como la acumulación de experiencia social, de saberes, de desengaños, errores y fuerzas que le sirven para actuar en el momento en que el terreno político le es favorable.

La memoria social que posee es producto de su pasado, donde la mayoría de ellos han pertenecido y actuado en organizaciones sociales y políticas, pero con el desdibujamiento de los partidos políticos y las otras expresiones de representación social, decidieron actuar por su cuenta, abriendo nuevos espacios públicos, impulsando el «continum deliberativo», asambleas callejeras e interbarriales , con el interés de ir abriendo cauces para encontrar eco de sus propuestas, entrelazando y traslapando protestas, socializando las experiencias y el conjunto de ideas, que si bien no se plasman en un programa armonioso de acción, si hay en ellas una decisión de actuar y romper los candados impuestos por el Estado.

Su actuación no es pacífica, porque sabe que por ese medio han intentado en innumerables ocasiones y no han obtenido nada; ahora muestran la decisión de medir fuerzas con el Estado, no en una confrontación de cara a cara con las fuerzas represivas, porque están concientes que no avanzarían en nada, pero en las coyunturas favorables actúa con resistencia, rompe esquemas, toma las calles, confronta a las fuerzas represivas y deja algunos muertos en su ejército y del adversario también. Han hecho suya la proclama del dirigente Zapatista Marcos,»en cualquier tiempo, en cualquier lugar, un hombre o una mujer se rebela y termina por romper con la ropa que el conformismo le ha tejido y que el cinismo le ha coloreado de gris».

La protesta es parte del arsenal de experiencias políticas renovadas, pero cuando se hacen visibles en los medios de comunicación, logran una entidad tal que, a todos y cada uno de los espectadores, se nos presenta como una tarea pendiente a realizar (12/Lenguita. P.2001 ), por esa razón tiene dos connotaciones, una es como ejercicio de un modo de acción política, la otra, la necesidad de que impacte en los medio porque a través de ellos vincula a otros sectores, convoca a los movimientos aislados a que se unan a la protesta y a la vez da pie para ir fraguando un cemento convergente.

Una definición que aporta a nuestra intención es la construida por Farinelli, quien define la protesta pública como una manifestación colectiva de carácter público, directo y discontinuo, que expresa desacuerdos y reclama soluciones frente a cierto orden de cosas (13 / Farinetti, 2000 )

Lo interesante es el papel que juega el espacio público como ámbito abierto donde todos podemos acceder y debemos llevar a cabo la protesta, porque muchas veces protestamos en lo privado, dentro de la empresa, en los recintos universitarios y al interior de las oficinas. El espacio público estaba perdiendo significancia, sin embargo, la acción política de los sujetos insumisos lleva el acto de denuncia y de reclamo a lo público y justo ahí se está constituyendo la identidad colectiva de diversos grupos que se suman a la protesta. En espacio público es foro convocante y espacio estructurante donde se resuelve la identidad colectiva de los nuevos movimientos.

La protesta asume diversas modalidades, corte de rutas, toma de calles, bloqueos de acceso a oficinas de gobierno, manifestaciones y movilizaciones, suspensión de pagos de servicios públicos, mítines, toma de parlamento, pintas, etc. La mayoría de ellas se realizan en espacios públicos, como una expresión de recuperar lo público para todos y a la vez mostrar el grado de osadía y decisión de tienen para realizar actos de este tipo.

La osadía y decisión es una acción política que convoca a otros sectores sociales (barriales, sindicales, estudiantiles, de género, gay, indígenas, desocupados, buhoneros, pensionados y populares) para que se sumen y salgan de su inactivismo o sumisión, provocando cierto grado de integración entre las organizaciones que adoptan la protesta como acción política. Aquí se denota un movimiento con dos dimensiones, por una parte el amplio abanico de generalidad que incorpora todo el espectro social excluido o expoliado, por otra, el grado de integración que está provocando alrededor del instrumento de la protesta pública. Naturalmente, se han integrado por la eficacia que han tenido los movimientos para protestar y para construir alternativas tales como autoempleo, recuperación del trabajo, comedores populares, ollas vecinales, trueque, escuelas comunitarias, vigilancia popular, entre otros.

Muchas veces la protesta, en las modalidades que reseñamos en párrafos anteriores, se viene dando fuera o al margen de los partidos políticos y de toda estructura orgánica tradicional, lo que lo convierte en un interlocutor nuevo que se sitúa frente al gobierno de manera distinta, en la medida que exige y busca el diálogo abierto, público y de cara a la sociedad que representan. Esta actuación le ha abonado a los actores que se vehiculizan a través de la protesta (Piquetero, Sin Tierra, Sin Techo, desempleados, indígenas, minorías sociales, desplazados de guerra, etc.) dos ingredientes nuevos: La legitimidad que adquiere la protesta como acción política y de representación simbólica, dando a entender que es la forma de lucha de los nuevos actores insumisos y que cada día que pasa integra a más sectores en ese tipo de acción. La protesta es símbolo por crea discurso público y acción porque materializa su contenido político dentro de un escenario abierto de representaciones sociales (14/ Naishtat F, 1999 ), es pensamiento rebelde donde se inscribe un sujeto colectivo (el nosotros del mensaje) y es el reclamo en la medida que se presenta como una estrategia de acción común (15/Lenguita. P, op, cit) que demanda soluciones.

La protesta no transita sólo por la vía pacífica, en gran parte le ha tocado hacerlo por las veredas de la violencia, en San Salvador Atenco, en el Chapare, Bolivia, en los campos de Brasil, en las calles de Caracas y en las localidades de General San Martín, Tartagal y Cruz del Eje en Argentina han encontrado en el gobierno el referente o ente político a quien reclamarle y enfrentar, porque él representa a la Constitución y a su vez es el garante de sus derechos ciudadanos y si son violentados, pues hay que reclamarle a quien los garantiza.. El gobierno y sus asesores, temerosos de que la protesta fertilice las tierras del descontento y amplíe su radio de acción en manos de los millones de excluidos, ha decidido criminalizar los actos y acciones de los insumisos a fin de negarles sus derechos porque se actúan al margen de la ley; además, un criminal no puede tener vigente sus derechos, por ello al encajonarlo como delincuente le sigue negando lo que reivindica el actor movilizado y le imputa otros cargos adicionales.

El sujeto en transición (de Desgajado a Insumiso) tiene rostro y actúa en varios países de América Latina, la muestra empírica son los Piqueteros y los Motoqueros , quienes se han convertido desde entonces en un símbolo novedoso de la revuelta popular Argentina..

Los motoqueros han puesto sus medios y su experiencia callejera ciudadana a disposición de la protesta, cumpliendo un rol de informadores a los grupos que habían ganado las calles pero que se encontraban separados por las barreras y barricadas de contención policial; su oficio y experiencia en transitar las calles, conocer atajos, burlar transito, etc., les permitió recurrir a su acervo vivencial para intercomunicar a los grupos en marchas, pasando comunicaciones entre unos y otros de los contingentes movilizados espontáneamente pero dispersos en la gran metrópoli; también trasladaron heridos y en algunos casos, incluso, cargando contra las mismas fuerzas policiales para romper cordones de uniformados y permitir a la gente entrar o salir de la Plaza desbordando los numerosos y violentos cercos represivos ( 16/ Motos «conscientes, 2002 )

La actuación violenta del sujeto en cuestión, es la respuesta violenta de los oprimidos como una reacción a la violencia de los opresores. No es su naturaleza comportamental, porque el récord histórico nos muestra que siempre o casi siempre, los oprimidos han optado por métodos «no violentos» de lucha, y cuando se han agotado todas las perspectivas de solución pacífica al problema de la opresión, han optado por la violencia.

La violencia no es deseada por el sujeto en camino a la insumisión, pero tampoco es negada como recurso de actuación política. Si aceptamos que la violencia es una manifestación de confrontación sin cuartel, entonces nace de la hostilidad pública y cuando ésta se lleva a sus extremos, surge la posibilidad de que la violencia lleve un significado, agredir al enemigo.

Agredir no es exterminarlo, sino doblegarlo a través de una acción beligerante que busca ante todo alterar las reglas del juego y el juego mismo, pero no acabar con el contrario.

La violencia de la que hace uso el sujeto en mención no va dirigida al sujeto contrario, sino al orden de cosas que el sujeto represivo representa, en tal caso, la acción violenta del insumiso va orientado a romper el eje normativo vigente ( 17/ Salazar R. 1998 ).

Desde esta perspectiva, la violencia es el arma efectiva de la que hacen uso los dos sujetos, el opresor y el oprimido, uno que defiende a ultranzas el modelo neoliberal y sus consecuencias nefastas para la población, y el otro que se resiste a vivir en la precariedad absoluta y se rebela ante el orden impuesto. La violencia insumisa se convierte así en el motor de la acción colectiva de los pobres, porque en medio de ella también se nutren nuevos valores, intereses compartidos y referentes simbólicos que van juntando o sumando a los insumisos dispersos hasta convertirse en un nuevo sujeto en la escena política latinoamericana.

La organicidad del sujeto en transición, Caso Paraguay

La volatilidad comportamental aunada a la singularidad orgánica del sujeto desgajado que está en tránsito hacia la insumisión, es el principal obstáculo que tenemos los investigadores sociales para dar seguimiento, no obstante, las manifestaciones que ellos muestran en los eventos políticos coyunturales, nos dejan sobre la mesa reflexiva una serie de datos y registros que nos conducen a descubrir nuevas aristas de este fenómeno actoral.

La explosividad de los sujetos mencionados en Paraguay (julio del 2002), nos llevó a refrendar la teoría en construcción con la realidad, arrojando aspectos significativos.

La explosión social no fue un acto espontáneo, mucho menos manipulado por las huestes del General Lino Oviedo, sino la culminación parcial de un proceso que decidió obrar cuando se dio cuenta que sus fuerzas orgánico-políticas se encontraban listas para contener otro abuso de la oficialidad neoliberal en el poder.

La fuente de donde proceden los actores que intervinieron en la movilización está alimentada por muchos afluentes, fábricas cerradas, desencantados de la política y la militancia corrupta, campesinos expulsados del campo, pequeños comerciantes que fueron quebrados por el modelo económico, madres solteras, en fin, está ligado a lo que Garretón denomina expansión y estrechamiento de la ciudadanía ( 18/ Garretón M.A. 2000) . Son personas que quieren ser ciudadanos para tener acceso a la justicia, al trabajo a una vivienda digna y a tener derechos políticos. Para lograr todo ello, han inaugurado nuevos espacios y campos de ciudadanía, los cuales no se los reconoce la autoridad por lo que han decidido, por su cuenta, a construir su organicidad y resolver sus problemas al momento que decidieron unir la palabra con el acto, esto es, transitar del discurso a la práctica cotidiana.

Así fue articulándose el Movimiento Sin Techo (MST), con desempleados, campesinos sin tierra, trabajadores informales sobrevivientes que fueron desalojados de su terruño y se quedaron con las manos vacías. La oquedad que dejaba el despojo no alcanzó a eliminar la resistencia de los sujetos, quienes decidieron construir la urdimbre de la pobreza y transformarla en la red asociativa de invasores de terrenos, bajo el lema «De aquí no nos moveremos».

Las primeras incursiones asumieron el riesgo de la represión, pero ganaron capacidad de movilización en la medida que ampliaron la red hasta incorporar a más de 150 mil personas que se agrupan en 78 asentamientos que rodean a la capital del país.

La experimentación orgánica y manejo logístico del movimiento lo ha construido el asentamiento Marquetalia, tomado el nombre en honor al poblado que fundó Manuel Marulanda en Tolima, Colombia y que más tarde dio origen a las FARC, en 1964.

Dentro del asentamiento viven 1.600 familias que dan cuerpo a un grupo de 10.370 personas, que si bien se pueden contar de manera numérica, su organicidad nos da a entender que son más de los que a simple vista se observan.

Esta acción política les ha permito reapropiarse de un espacio estratégico de la vida social, donde circulan trabajadores, mercancías, ideas, diálogos, mujeres, y niños, posesionándose en un territorio que han hecho suyo.

Los hechos más significativos son su perseverancia, no negocian lo creado por ellos, lo defienden y lo sustentan en su trabajo cotidiano, su historicidad y visión que tienen de lo que ellos arman y crean. El nombre Marquetalia fue impugnado por las autoridades, sin embargo lo defendieron e impusieron hasta que el gobierno lo aceptó. Marquetalia no es un simple recordatorio de algo que aconteció en Colombia, es una aspiración que en Colombia se le impidió su crecimiento pero que en Paraguay, con inéditas formas de trabajo nació y se extendió.

Es el ejemplo para más de 400 mil personas que no poseen terreno ni vivienda, en un país de 5 millones de habitantes; es el modelo orgánico de una sociedad embrionaria, antineoliberal, que desde abajo ha constituido los Tribunales Populares, mediante el cual, los asentamientos que se encuentran formados como anillo alrededor de Asunción, actúan bajo las normas y reglas que dentro de las comunidades se han definido, incluso, existe un patrón disciplinario para aquellos que atenten contra los residentes comunitarios.

Los Tribunales se apoyan en la Asamblea Popular, instancia donde se ventilan las necesidades, los conflictos, las diferencias y se construyen los consensos, bajo una acolchonada estela de tolerancia supervisada que evita los privilegios e incrementa la solidaridad como principio político, fundamentalmente orientada al trabajo.

Se asoma el ejercicio de un poder local, interesado en proporcionar seguridad a sus habitantes. Marquetalia está dividido, como cualquier delegación o distrito, en 16 bases, cada una posee su dirigente político, un representante y su cuerpo de seguridad, comandada por un jefe que cuanta con un grupo de diez personas que se encargan de custodiar entre 100 a 200 familias, coordinada de tal manera que no hay invasión de funciones ni duplicidad de roles.

Los asomos de violencia que se le asignan a los actores Sin Techo son por su situación estratégica, puesto que se encuentran enclavados alrededor de la capital, la cual pueden paralizar con cortes de acceso, con movilizaciones y saqueos, pero ello está sujeto a las agresiones que sufran los colonos y no por actividad delictiva de ellos.

La violencia no es de naturaleza social en los actores desgajados en tránsito a la insumisión, pero si es una opción política cuando se le cierran los caminos y le niegan sus derechos. Lo que potencia el uso de la violencia es la situación del país y la actuación de sus gobernantes, quienes al verse impedidos de obtener dinero a consecuencia de la crisis en Argentina, la reducción de los intercambios comerciales con ese país, la disminución en un 50% de las exportaciones, asociada a la corrupción, el descrédito del gobierno y las presiones del FMI por privatizar los servicios públicos, provocaron a los actores del MST para que aparecieran.

No toda la insumisión está en los Sin Techo, la represión desatada en Ciudad del Este, Caaguazú, Itá, Piribebuy y Asunción, como medida de fuerza para imponer la privatización del agua potable, la ley antiterrorista, el impuesto al valor agregado (IVA) a los productos agrícolas, la Ley de Reforma de la Banca Pública y Concesión de Rutas, fue el factor para que las organizaciones campesinas, populares y políticas fusionadas temporalmente en el Congreso Democrático del Pueblo, actuaran en plena desobediencia civil, cortando calles, bloqueando acceso, tomando oficinas y desbordando el marco legal impuesto desde las esferas del gobierno.

El Congreso Democrático del Pueblo es la instancia convergente que tiene la particularidad de asociar otras organizaciones para la acción conjunta, respetando la autonomía de los cuerpos sociales que en ella abrevan y esta abierta permanentemente, es una especie de domo político que da cobijo a diferentes organizaciones como la denominada Plenaria Popular y el Frente contra la Enajenación de los Bienes Públicos, sumándose también la Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas y la Federación Nacional Campesina, dejando al margen la organización oviedista Unión Nacional de Ciudadanos Éticos (UNACE).

¿Qué es lo significativo del movimiento insumiso en Paraguay?

Que usa la violencia cuando sus recursos son opacados y sus derechos son vejados.

Que es un sujeto distinto a los de ayer, dado que une su aspiración individual con las comunitarias, combinando la participación instrumental con la apelación a determinadas orientaciones culturales, personales o colectivas, a una lengua, a una memoria, siempre inseparables de una comunidad ( 19/Touraine, 2002 ).

Las actuaciones del MST en la comunidad de Marquetalia nos da a entender que la democracia no va sola, sino de la mano de la seguridad pública, la educación, la solidaridad en el trabajo colectivo y el respeto a los demás, por tanto la política no es el centro de toda las atenciones de los actores, sino la ética como recurso de respeto, tolerancia y equidad.

Que el nuevo sujeto es el que combina la cura de la enfermedad con el cuidado del enfermo ( 20/Touraine, Op. Cit .), por tanto no es sólo obtener un terreno para fincar una casa o techo, sino crear una comunidad, educarla, convivir y fomentar nuevas virtudes cívicas que fortalezcan la convivencia.

Y por último, que la política no es la única invitada en los espacios públicos, sino también la economía, las experiencias de vida, los intercambios y trasvasamientos de experiencias y saberes, la afirmación de sus derechos, los anhelos, la ética y las exigencias morales que coadyuven a formar una red asociativa que de base a la comunidad de actores.

Que la violencia no es un instrumento o vehículo para la actuación política, pero es la mejor opción cuando los agentes de gobierno o del poder «legal» tratan de desconocer a los sujetos desgajados e insumisos, arrancándoles sus derechos y negándoles un espacio en la sociedad contemporánea latinoamericana.

Violencia del campesinado Insumiso

Las autodefiniciones de los sujetos, hoy día, no están en función de su actividad principal, el trabajo, sino en relación a sus derechos y dignidad personal, por ello se autoproclaman como ciudadanos y más específicamente, defensores de sus derechos, identidades, ya sea de género, étnica, lengua, creencias, edad, etc.

Esto da como resultado una multidiversidad de sujetos, borrando la idea del sujeto único, remplazándolo por los sujeto específicos.

El sujeto campesino y étnico guardan una relación identitaria a través de la tierra, debido a que a través de ella obtienen el fruto de su trabajo. Tierra y trabajo es unidad dialéctica en estos dos segmentos sociales, puesto que ese espacio de producción es el patrimonio que han conservado durante siglos y sobre él se han construido diversas formas asociativas de convivencia, lazos afectivos, pertenencia e identidad. La tierra es punto de encuentro y reencuentro de los hombres y mujeres del campo pero con un sello propio que la distingue de la vida urbana. La tierra como espacio de trabajo y de reproducción, es parte de la familia, de la comunidad y del mismo hombre, porque a través de ella ha girado toda su vida., por ello, todo intento que vaya en dirección del despojo de ese patrimonio, es un atentado contra la vida del hombre del campo y aunque en el modelo neoliberal imperante se le señala como un rezago de la vieja sociedad, el campesino y el indio son los sujetos que han puesto los mayores obstáculos de resistencia a la depredación del modelo imperante.

Tierra y dignidad es unidad inseparable, porque a través de ella se obtiene una forma de vivir y la vida que ellos han escogido en el campo tiene patrones morales y éticos que dan cuerpo al cuadro axiológico de este sujeto. Dignidad que se sustenta en el trabajo, trabajo que le proporciona alimento para reproducirse en comunidad, por ello la visión del mundo de los campesinos no embona con la percepción que los tecnócratas tienen sobre la sociedad. Un ejemplo de ello es el significado de protección y robo. Para los indios y campesinos, robo es obtener algún beneficio de manera ilícita, dañando a otro al sustraerle parte de su patrimonio; proteger es cuidar al desprotegido o a quien me proporciona beneficios de manera funcional.

En la visión de los tecnócratas, la protección se debe entregar al que genera riquezas, en este caso los inversores, dado que ellos son los dinamizan la economía. Robo o fraude no es algo atentatorio contra la sociedad, antes por el contrario, es parte del capitalismo, por tanto lo mejor que pueden hacer los gobiernos es contener el daño y los inversionistas esquivar el peligro.

Esquivar el peligro, es evadir impuestos, quebrar una empresa, trasladar los capitales a otros nichos favorables, llevar doble contabilidad y hasta negar los derechos a los trabajadores; contener el daño es obtener recursos del sector público para subsanar las deudas del sector privado, rescatar carreteras, bancos, etc.

Por ningún motivo, en la visión de los tecnócratas, un gobierno puede garantizar que el pequeño productor tenga los mismos beneficios del gran inversionista, el sistema no está armado para que la equidad exista ( 21/Thurow Lester, 2002)

Por lo anterior, despojar a los indios y a los campesinos de su patrimonio no es visto como un acto violento e ilícito, sino como algo que debe suceder para que las cosas funcionen, el capitalismo siga su curso y las inversiones lleguen, pero no todos tienen esa forma de pensar, menos el que es timado, robado y violentado de sus derechos. Por actuar bajo la consigna de que todo se puede y que los pobres no tienen el derecho de contener el desarrollo del capitalismo, han desatado una ola de despojos y desconocimientos de derechos que han activado la violencia a lo largo y ancho de América Latina.

Otro aspecto de desencuentro entre los campesinos e indios con los gobernantes e inversores, es la forma como conciben el espacio público.

El espacio público en los campesinos e indios es el ámbito donde se discuten, deliberan y construyen consensos de aspectos locales, comunitarios, incluso de algunos aspectos de la vida privada como son los matrimonios, valoraciones morales que tienen que ver con la familia, la sexualidad y el trabajo. En cambio, para la parte del gobierno, la vida pública está vaciada de estos aspectos que contiene el espacio público de los campesinos e indios.

La economía se orienta y decide en espacios privados, las políticas de despojo y arrebato de derechos se cocina en lo privado, los diálogos de concertación se hacen de espalda a la sociedad y aún las rondas de negociaciones con los actores conflictuados se hacen privadas.

Como podemos ver, campesinos e indios frente a gobierno e inversionistas, se encuentran en coordenadas distintas, lo cual imposibilita un acuerdo entre ellos; mientras que el despojo se haga de manera violenta, la violencia será el recurso de los campesinos e indios, dado que el diálogo está cerrado por encontrarse en avenidas distintas para acordar o negociar.

Los casos más significativos son los campesinos de San Salvador Atenco, México, y los cocaleros en Bolivia, organizados alrededor del Movimiento al Socialismo -MAS-.

El MAS emerge como una construcción política con raigambre indígena y nucleador de diversas experiencias ética-colectivista que reivindica la dignidad del indígena, levanta la voz de los sujetos sin derechos y reclama un espacio dentro de la nación boliviana.

Su experiencia política se fue nutriendo de las movilizaciones dentro de la Coordinadora por el Agua y la Vida, la defensa del cultivo de la coca y el consumo ancestral ligado a sus tradiciones y costumbres, la resistencia al Plan Dignidad que impulsó los EE. UU con el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. En el plano externo, han tenido como lección los aprendizajes de lucha de los indígenas de Ecuador a través de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador -CONAIE- en el célebre 21 de enero del 2000 cuando se conformó el parlamento Popular y de las movilizaciones zapatistas en México.

Su postura política es la de un rechazo rotundo a los partidos políticos tradicionales, apelando a las virtudes cívicas del honor de ser candidato, el sacrificio de la actividad pública para crear bienes colectivos y el ejercicio de un buen gobierno.

Si bien su inicio fue en la zona del Chapare, su accionar político fue ampliándose hasta tocar las puertas de otras instancias orgánicas de indios y campesinos hasta conformar el MAS.

Su orientación política es netamente nacionalista, sin perder los lazos con otras organizaciones latinoamericanas, pero su fuerza política la canalizan para defender los recursos del gas y el petróleo de Bolivia, impulsar la renacionalización de las empresas que en el ayer fueron estatales y rechazar el Plan Dignidad y el Plan Colombia que están militarizando los puntos estratégicos de los países que componen el eje andino.

Este sujeto se alió al sector de campesinos pauperizado para incrementar su potencial combativo y puso sobre la mesa un tema olvidado, la reforma agraria, aunque muchos políticos afirmen que es un tema archivado, puesto que pertenece a las exigencias de la sociedad tradicional, son estos sujetos, los que devienen del campo los que se encuentran trabando el paso acelerado del modelo neoliberal excluyente.

La multidiversidad de formas orgánicas le ha permitido ser un sujeto impredecible en su actuación política, lo podemos observar en parlamentos callejeros o comunitarios, también se asume como coordinadora con otras asociaciones políticas, más tarde se asoma en asambleas populares para dirimir y tomar decisiones, se atreve asumir la desobediencia cívica para anular iniciativas de reforma política o de nuevos impuestos, se moviliza, cierra calles, oficinas y bloquea acceso para contener la ola de privatizaciones de los servicios públicos, arma comité de luchas de huelga en fabricas donde los obreros son despedidos, participa en las elecciones como una opción distinta a las practicadas por los partidos políticos tradicionales, en fin, posee un abanico de opciones que lo hace aparecer como un sujeto altamente experimentado, aunque su trayectoria sea corta, su aprendizaje es altamente calificado.

Otra expresión de este sujeto son los campesinos de San Salvador Atenco en México, quienes se agrupan para actuar en el espacio público a partir del decreto expropiatorio que el gobierno de México instrumentaliza para utilizar sus tierras en la modernización del aeropuerto de la capital del país.

Los resortes que activan a este sujeto insumiso son dos, uno es el carácter unilateral y ciego de las autoridades mexicanas para proceder a la expropiación, sin contar con la anuencia de los afectados; dos, la cantidad irrisoria que el gobierno estableció como tope para indemnizar a los expropiados, entre 080 ctvs y 2.50 de dólar el pago por metro cuadrado.

En la actuación gubernamental no se tuvo en cuenta la ruptura que generaba el decreto expropiatorio en las tradiciones de los pobladores, el carácter simbólico y material que tiene la tierra para el campesino, la permanencia de más de dos generaciones viviendo en el lugar y labrando la tierra, el no llamar a conciliar a los campesinos y desatender las marchas y reclamos que los originarios del lugar realizaron en varias ocasiones.

Los encargados de orientar e imponer el modelo neoliberal en México no les importaron las demandas de los campesinos, sino que basaron su actuación en dos criterios instrumentales: Uno era el de ofertar unas tierras a inversionistas para que obtuvieran un plusvalor en menos de dos años; Dos, que los campesinos son unos sujetos en extinción y que su actuación no tendría eco en el seno de la sociedad mexicana.

El día 11 de julio vieron la oportunidad de actuar y decidieron exigir el diálogo pero con un pie de fuerza, esto es, bloquearon calles, avenidas, cerraron accesos y sufrieron la represión de las fuerzas públicas, lo cual desató la medición de fuerzas entre los guardianes del orden estatal y lo expropiados.

Solo así el gobierno abrió sus oídos y prestó sus ojos a la dimensión del conflicto, cuando el sujeto desconocido por la oficialidad gubernamental decidió romper los cauces normales y actuó con decisión, haciendo uso de la violencia como respuesta a la represión que sufría.

Nuevamente, el sujeto insumiso convocó a un dialogo abierto y de cara a la sociedad y el gobierno respondió con un dialogo cerrado, a espalda de la opinión pública, como está acostumbrado a actuar desde 1982, momento en que se inició la construcción del estado neoliberal excluyente.

En este caso, la violencia se asoma nuevamente, la utiliza quien se tiene que defenderse y quien vive en un modelo de estado y economía que no reconoce a todos como parte de la nación, sino a unos pocos, los demás son objetos que deben someterse a los dictados del gran capital, vivir bajo el paraguas de los partidos políticos inutilizados por las decisiones que toman y lesionan los intereses de los excluidos.

Su actuación está divorciada de los sindicatos y partidos políticos y de toda estructura tradicional, por ello se asoma el rostro de un nuevo ejercicio de la política que apunta hacia la construcción de un poder local, autónomo y justo. Este poder local no está fincando su esperanza en que el gobierno lo reconozca, puesto que son personas excluidas, fragmentadas por el modelo que funciona en cada país y se encuentran fuera, al margen de la sociedad, de la política y de la economía. No son explotados directamente, porque no cuentan con trabajo, pero son producto de la indiscriminada expoliación, de ahí que se hallen dispersas sus acciones colectivas pero con una densidad que suple la extensión.

En cada experimento de autonomía no se configura un nuevo modelo arquitectónico de sociedad, pero si resuelven necesidades que van moldeando la sociedad particular que construyen día tras día, sin dejar de ver a corto y mediano plazo que el proceso sigue vivo y falta mucho por resolver.

Investigador en la Universidad Autónoma de Sinaloa y Asociado al CIDHEM/México
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Citas

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