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Cronopiando

Las caretas del presidente dominicano

Fuentes: Rebelión

Y el presidente Leonel Fernández, siempre comedido, que esboza una sonrisa y toma las dos caretas que le regala el niño a nombre de los otros 29.999 beneficiados por el campamento de verano «Progresando en valores».El presidente, que a esa misma hora pudo estar haciendo un recorrido por los hospitales donde se multiplican los enfermos […]

Y el presidente Leonel Fernández, siempre comedido, que esboza una sonrisa y toma las dos caretas que le regala el niño a nombre de los otros 29.999 beneficiados por el campamento de verano «Progresando en valores».
El presidente, que a esa misma hora pudo estar haciendo un recorrido por los hospitales donde se multiplican los enfermos de dengue, no quiso dejar sola a la Primera Dama, organizadora del campamento, y en el salón La Fiesta del hotel Jaragua (al que se llega luego de cruzar todo el casino) se congregaron miles de niños y funcionarios, algunos de los cuales llegaron tarde y con menos efectivo en sus bolsillos,  para cerrar su «progresión en valores» en compañía del presidente y de la mascota del campamento, el Ratón Miguelito, alias Mickey Mouse.
Y el presidente, con las dos caretas en la mano y sin decidir cual de las dos se pone, que inaugura el primer tramo de otra sonrisa  y hace ademán de acariciar al niño.
El presidente de la República, porque «no es bueno cambiar de caballo a mitad del río»  sigue sumergido en la corriente que se llevó a Mejía y se llevará a él también, cada vez más consciente de que no hay otra orilla para ese río, pero absolutamente negado a rescatar la voz y el compromiso del profesor Bosch, su mentor y guía,  de «liberar», no liquidar, la patria dominicana.
A esa misma hora bien pudo haber estado en la calle, confirmando la oscuridad de su gobierno, las vidas apagadas,  las alzas de los precios, los atropellos, la impunidad y la violencia, las yolas que no esperan, las esperanzas camino del infierno… pero tal y como la Primera Dama, doctora Cedeño de Fernández explica, su marido valora mucho la infancia porque «la infancia es el futuro del país» (no aclaró a qué país se refería ni quién le escribe los discursos).
Y el presidente, que tiene delante al niño y su tierna esperanza de verlo ponerse las regaladas caretas, que no sabe qué hacer, qué careta va delante y qué careta va detrás.
Mientras el presidente despeja sus dudas, la doctora Cedeño subraya la necesidad del campamento como una forma de contribuir a una educación basada en valores, para que los niños aprendan a vivir en familia (tampoco aclaró a qué familias se refería o porqué responsabilizaba a los niños de la ignorancia que les achacaba).
Y el presidente, comedido en los gestos y ademanes, que se acomoda el labio superior y, ya que no la sonrisa, ante una gracia del ratón Miguelito, levanta al menos una mano en señal de regocijo.
La Primera Dama retoma la palabra para destacar las actividades desarrolladas por los niños y niñas en el campamento, relacionadas con la recreación, las manualidades y… los diez mandamientos.
Y el presidente que, mueca sobre mueca recompone una sonrisa, con las dos caretas en la mano, a la espera de un funcionario amigo que se haga cargo de las pruebas del delito.
Sí, es verdad que el presidente pudo haber estado a esas horas en otros cometidos, pero
tenía un mes en su oficina, rodeado de libros, consultando hemerotecas, revisando archivos, recabando datos hasta poder, finalmente, descubrir, redactar y leer la pasada glosa a Balaguer y, extenuado, no quiso más agobios, más problemas.
De hecho, el ratón Miguelito hubiera sido el contrapunto adecuado, la terapia perfecta…de no haber estado por el medio el niño.
Y el presidente, sobrio, como siempre, con sus dos caretas en la mano, sin saber cual de las dos ponerse, cual quitarse primero, cual ponerse después, porqué si son dos, las caretas son tres.
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