Recomiendo:
0

Una crítica del eurocentrismo

Las identidades colectivas en las luchas revolucionarias

Fuentes: La Haine

1. La tesis que aquí se defiende es que carece de sentido el debate sobre si la «conciencia nacional» existe única y exclusivamente en el capitalismo. Es un debate entrampado en los límites del eurocentrismo, y por tanto, es un debate que favorece a los intereses de las fuerzas sociales que generaron esta ideología o […]

1. La tesis que aquí se defiende es que carece de sentido el debate sobre si la «conciencia nacional» existe única y exclusivamente en el capitalismo. Es un debate entrampado en los límites del eurocentrismo, y por tanto, es un debate que favorece a los intereses de las fuerzas sociales que generaron esta ideología o la aceptaron, la burguesía occidental a finales del siglo XX; la socialdemocracia europea en el inicio del imperialismo; la burocracia stalinista desde comienzos de los años ’30; y actualmente al imperialismo de EEUU pero también al de la UE, y en general a la «civilización occidental». El eurocentrismo es una construcción ideológica con una ontología, una epistemología y una axiología que impiden conocer la historia de la humanidad.

2. Aquí se defiende, básicamente, que todo «pueblo» tiene autoconciencia que responde a su contexto objetivo y subjetivo, con sus contradicciones; que el encuadre objetivo del contexto es el modo de producción dominante aunque existen componentes de modos de producción anteriores; que la primera escisión social en esa autoconciencia se produce con la opresión de la mujer, y que luego le siguen la opresión nacional externa y la opresión social interna; que éstas se agudizan con la supeditación del valor de uso al valor de cambio, extinguiéndose la unidad colectiva que gira alrededor del primero e imponiéndose la escisión social objetiva que gira alrededor del segundo, apareciendo entonces ideologías varias que pretenden superar esa rotura objetiva con interpretaciones subjetivas, metafísicas e idealistas; y, que sólo con la superación histórica del valor de cambio, y de todos sus efectos y causas, en especial la propiedad privada de las fuerzas productivas, sólo durante este largo proceso se avanzará en otras autoconciencias cualitativamente diferentes a las actuales.

3. Aquí se defiende que es un error de método de pensamiento científico-crítico, y por tanto político, usar conceptos descontextualizados, eternizados y vaciados de toda concreción sociohistórica. El eurocentrismo se caracteriza por estos errores, vicios, trucos y trampas en el empleo de términos como «grupo», «tribu», «etnia», «pueblo», «nación», «Estado-nación», etc., presentados como peldaños obligados e inevitables en un ascenso de lo «primitivo» y «salvaje» a lo «moderno» y «civilizado». Hay dos métodos: el dialéctico, que insiste en que los conceptos son relativos a su época y contexto, de modo que lo que vale en unos siglos no vale en otros y viceversa, porque todo cambia por el impulso de sus contradicciones internas; y el método mecanicista eurocéntrico que sostiene que sólo en lo que define como «edad moderna» pueden darse lo que el mismo eurocentrismo define como «nación» que lucha conscientemente por su destino, no pudiendo existir tal cosa en otras épocas anteriores.

4. Aunque el eurocentrismo ha fracasado en el análisis de las tendencias revolucionarias mundiales, sin embargo ha triunfado en lo político al imponer a muchas izquierdas del planeta una serie de postulados y alternativas que han beneficiado a las burguesías y al Capital en su conjunto. Ha fracasado porque los procesos revolucionarios habidos han demostrado tener una muy estrecha conexión intrínseca con las aspiraciones de sus pueblos, conexión innegable en las revoluciones triunfantes y muy estrecha incluso en las revoluciones habidas dentro de las metrópolis capitalistas. Ha fracasado porque las luchas de liberación son una realidad aplastante y porque, además, viejos pueblos que parecían ya desintegrados están (re)construyéndose en una misma lucha mediante la recuperación creativa y crítica de su pasado.

5. El triunfo político del eurocentrismo ha sido arrollador en las metrópolis, al imponer una concepción lineal, fría e interclasista de la política, sin conexión con las memorias populares y dejando este complejo universo en manos del nacionalismo burgués que lo ha manipulado a sus anchas. El eurocentrismo ha liquidado las luchas por una creatividad cultural arraigada en las tradiciones progresistas de la memoria de las masas, y se ha negado a desarrollar el concepto de nación no burguesa que late en las contradicciones sociales, lo que ha fortalecido sobremanera a la capacidad de desmovilización e integración de la clase dominante, sobre todo a su efectividad contrarrevolucionaria interna e imperialista externa.

6. Pero ha sido devastador y terrible su triunfo político en casi todas las izquierdas no europeas formadas –deformadas– en el eurocentrismo socialdemócrata y stalinista, más tarde eurocomunista y, actualmente, sopa ecléctica e insípida de reformismos blandos y acomodados. Estas izquierdas han creído que debían limitarse a copiarlo en sus países y naciones, o lo que ha sido peor, imponerlo por cualquier medio a quienes pensaban que la lucha revolucionaria debe realizarse en lo concreto a partir de lo general. La base concreta, la historia de las propias luchas y contradicciones, fue despreciada por el eurocentrismo que idolatraba la teoría pura, negando la dialéctica de la historia.

7. El método dialéctico nos lleva a valorar la importancia clave de dos bloques de conceptos en interacción como son, por un lado, la relación entre la capacidad humana de trabajo abstracto y concreto con el excedente social colectivo o con el sobreproducto social y, por otro lado, la relación entre modos de producción y formaciones sociales. La dialéctica entre la capacidad de trabajo y el excedente social colectivo forma la base sobre la que se asienta la vida colectiva, su autoorganización cultural, es decir, la producción y administración colectiva de los valores de uso. La relación entre los modos de producción y las formaciones sociales concretas es la que explica cómo se materializa en los largos períodos históricos y en las sociedades y pueblos concretos, particulares, esa autoorganización productora de cultura, de valores de uso, y también nos explica además del avance histórico, su estancamiento y sus retrocesos, la extinción y desaparición de grupos humanos, etc.

8. El conjunto de creencias, culturas, lenguas, tradiciones, simbologías, etc., que de un modo u otro forman el amplio universo de los «subjetivo en la historia», este conjunto decisivo en la formación, mantenimiento y adaptación de las mentalidades colectivas, también de su (re)construcción en situaciones nueva, tiene una capacidad de adaptación y de supervivencia dentro de los sucesivos modos de producción superior a lo creído desde el eurocentrismo. Tal capacidad exige para darse, sin embargo, de unos determinados sistemas de autogobierno del colectivo del que se trate. El autogobierno o el poder propio es un requisito imprescindible para la pervivencia y adecuación históricas de las culturas y lenguas.

9. Un período especialmente importante por cuanto crítico, por cuanto momento de bifurcación, es el de la transición de un modo de producción a otro, porque en ese tiempo muere un mundo y nace otro, con los problemas viejos que se aferran a la existencia en el plano de las tradiciones y normas, y con los problemas nuevos que se van desarrollando impulsados por nuevas prácticas y circunstancias. Pero la importancia de las transiciones de un modo de producción a otro es aún mayor cuando están forzadas desde el exterior, que no responden a la evolución normal y endógena del grupo, sino que llegan desde fuera, por invasiones militares o económicas, o ambas a la vez. Entonces se producen verdaderas convulsiones sociales en las que las identidades de los pueblos son sometidas a brutales presiones de todo tipo.

10. Generalmente, aunque no siempre, es en estos períodos de transición impuesta por presiones externas, por invasiones bruscas u oleadas imparables de otros pueblos, dentro siempre de la totalidad más amplia, cuando las colectividades, los pueblos tienen mayores riesgos de desaparecer, extinguirse, o lo que es más frecuente y definitivamente trágico: ser exterminados y destruidos por los pueblos que tienen la ventaja de poseer un modo de producción superior en alguna cuestión cualitativa: ventaja militar, económica, cultural, numérica, defensas biológicas a determinadas enfermedades contagiosas, etc.

11. El excedente social colectivo es la base de la identidad colectiva, de la acumulación de experiencias materiales y simbólicas, porque los valores de uso son también simbólicos y espirituales, que no sólo materiales. El valor de uso que sintetiza esencialmente los componentes materiales y simbólicos de la colectividad es la lengua, más concretamente el complejo lingüístico-cultural. Por esto, las conciencias colectivas de las primeras colectividades humanas, las que no tienen aún problemas de territorialidad porque son reducidas, giran alrededor del complejo lingüístico-cultural elaborado a lo largo de generaciones enteras del grupo colectivo, de la gens, de la tribu.

12. En el modo de producción basado en el parentesco, en la gens, en la asociación voluntaria y asamblearia de familias todavía no existe la propiedad privada de la tierra, ni de los bosques ni del agua, tampoco de la caza, etc. Puede existir una forma de «propiedad privada» de algunos rebaños, pieles, ornamentos, armas y utensilios de trabajo que muy frecuentemente vienen a ser lo mismo, etc., pero nunca jamás en el sentido burgués de propiedad privada, sino en el de algo que perteneciendo a la colectividad sin embargo se emplea en forma de usufructo por unidades familiares que tampoco tienen nada que ver con las familias existentes en la actual sociedad capitalista y menos aún con la institución familiar.

13. En estas sociedades no existe opresión masculina ni patriarcal en el sentido del desarrollado hace pocos miles de años, y si bien tampoco existe el denominado «matriarcado», sí existen las familias matrilineales y matrilocales, con sus múltiples variantes, y aunque la división sexual del trabajo está establecida y permite a los hombres acaparar algunas cosas, no por ello existe opresión de la mujer. Las extensiones ignotas e inexploradas de las tierras permiten que los colectivos cambien las zonas de vida y regulen su explotación muchas veces mediante convenios elaborados con otros grupos con los que establecen relaciones de parentesco más amplias, llegando a la solidaridad tribal y comunal.

14. La identidad colectiva de estos grupos empieza en ellos mismos y en sus alianzas, acabando allí donde esas alianzas terminan, pero pudiendo extenderse más allá mediante negociaciones y pactos, matrimonios, etc. La individualidad no se disuelve en el grupo sino que existe una dialéctica entre individuo y colectivo totalmente diferente a la que existe en el capitalismo porque aún no se ha desarrollado ese cáncer mortal que es la mercancía y el valor de cambio. Por esto mismo, no existen guerras entre ellos, sino violencias reguladas por convenciones y acuerdos experimentados generacionalmente con una racionalidad de optimización de recursos que nos sorprende y supera aún hoy. Por último, estos grupos gentilicios y tribales llegan a ofrecer una resistencia feroz a las invasiones externas, dando muestras de una solidaridad interna heroica, desinteresada e incomprensible para muchos occidentales capitalistas.

15. Después del modo de producción basado en el parentesco se desarrolló el modo de producción tributario que se caracteriza, antes que nada, porque tampoco se ha impuesto definitivamente el valor de cambio y la mercancía sino que, aun existiendo a determinada escala, incluso grande, pese a ello no es la fuerza cohesionadora y dominante de la vida social. Esta fuerza sigue siendo todavía el valor de uso, por lo que toda el sistema de regulación social se centra en el sistema del tributo que recogen los poderes –el Estado, que ya ha surgido– para garantizar la reproducción de las condiciones de producción, y el beneficio de la casta dominante.

16. Los Estados tributarios se diferencian en muchas cuestiones particulares pero tienen constantes comunes necesarias, por ejemplo, que tienen una efectiva burocracia destinada a recoger el tributo, usarlo en tareas de regadíos, canales, obras, templos, etc; que controlan los sistemas de reparto periódico de las tierras comunales o de las tierras del rey, que garantiza que se reparta al pueblo una parte del excedente o sobreproducto; que se mantengan y se mejoren el saber necesario para mantener la producción agrarias y ganadera pese a los cambios climáticos; que no se desarrolle demasiado el dinero, el valor de cambio y la mercancía, es decir, que no surja una clase social poseedora de una riqueza privada que pueda desplazar del poder a la clase tributaria, etc.

17. En este modo de producción tienden a coexistir durante largo tiempo las formas sociales del modo de producción basado en el parentesco y en la interrelaciones entre los sistemas matrilineales y patrilineales, con formas sociales ya más complejas como las que existen entre el paso de las confederaciones de tribus a las etnias, proceso largo y reversible que durarán muchos siglos. Estas últimas se van asentando allí en donde la vida socioeconómica y las amenazas militares lo exigen, porque de lo contrario desaparecen, e incluso se da el paso a naciones- tributarias, con sus respectivos Estados, que han existido pese al dogmatismo mecanicista del eurocentrismo.

18. Muy en síntesis, es durante este largo proceso cuando se impone el patriarcado, y desde ese momento muestra una enorme capacidad de adaptación a los sucesivos modos de producción, debido a que todas las clases dominantes comprenden lo beneficioso que les resulta la explotación sexo-económica de las mujeres. Es por esto que en lo relativo a las conciencias e identidades colectivas debemos tener siempre presente el efecto tergiversador del patriarcado sobre esas identidades.

19. En estas sociedades tributarias ya existe la opresión de la mujer que llega a estructurarse en la explotación, opresión y dominación patriarcal, y algunas formas de esclavitud, aunque ésta todavía no ha llegado a un alto desarrollo en algunas de ellas mientras que otras será brutal, todo depende de las formas concretas en las que se materialice la tendencia general. También existen relaciones de comercio desigual –transferencia de valor– de un pueblo a otro, con lo que surge ya cierta explotación tribal y étnica basada en lo económico, aunque también y más frecuentemente de lo que se piensa, existe la directa explotación socioeconómica y sexo-económica impuesta mediante la invasión militar.

20. Es en este período histórico cuando se asienta definitivamente una característica que reaparecerá una y otra vez: el que las castas y las clases dominantes tienden a negociar con el invasor para no perder todas sus propiedades, sacrificando a su propio pueblo. También tiende a utilizar a las mujeres como objetos de aplacamiento del invasor, como tributo o como mercancía de intercambio. Sólo en determinadas circunstancias frecuentemente excepcionales, algunas clases dominantes o sobre todo algunas de sus fracciones internas, deciden resistir a los invasores. También ocurre que en determinados casos son las clases dominadas las que apoyan invasiones externas porque les suponen mejoras en sus condiciones de vida. Si bien cada caso hay que analizarlo en su contexto y coyuntura, siempre hay que tener en cuenta el problema crucial: el de la propiedad privada o pública de las fuerzas productivas y el de la forma de apropiación individual o colectiva del sobreproducto social.

21. Independientemente de las diferencias en lo concerniente a las identidades colectivas, simbólicas e ideológicas entre las formaciones concretas tributarias, hay sin embargo una identidad común que recorre a todas ellas: una interpretación metafísica de la existencia basada en las grandes religiones estatalizadas, sean sapienciales o rebeladas, y una ideología social basada en el lealismo, en la mutua aunque desigual alianza entre la casta o clase dominante, según los casos, y los diversos estratos de las castas o clases productoras materiales y entregan el tributo al Estado. Las identidades colectivas de y en las naciones-tributarias se mueven dentro de estos límites.

22. Pero lo decisivo es que esas identidades, y sobre todo su metafísica y lealismo, se basan en algo totalmente material y socioeconómico, con sus innegables efectos simbólicos y lingüístico-culturales –que también revierten directamente sobre lo material– como es la estrecha relación existente entre el patriarcado, la opresión nacional-tributaria u opresión étnica y tribal allí donde esté menos desarrollado este proceso, y la opresión creciente de la masa campesina a la que se le exige cada ve más tributo.

23. La pervivencia histórica de este complejo simbólico-material de identidades que giran, en definitiva, alrededor del valor de uso y a lo máximo de una usura vigilada desde el Estado-tributario que interviene para mantener los precios de la alimentación básica, durará muchos siglos, tanto como, por ejemplo en Europa, hasta los siglos XVII-XVIII. Incluso perviven mal que bien y bajo las sucesivas formas externas e innovaciones internas capitalistas, perviven restos de conciencia colectiva pretributaria y sobre todo tributaria, más apreciables en aquellos complejos lingüístico-culturales con algunas herencias aún latentes del paleolítico y en especial del neolítico.

24. Una variante del modo tributario muy difícil de darse y rara en la historia de la humanidad, es la del esclavismo, que fue elevado por el dogmatismo stalinista al pedestal de modo de producción «obligatorio» para todas las sociedades humanas, pero que sólo ha sido una variante muy concreta en la zona mediterránea y bajo condiciones muy precisas. La Grecia preclásica era tributaria y sólo cuando se desarrolló una mezcla de alta autonomía mercantil, crisis de la propiedad aristocrático-tributaria, democratización social y democratización de las armas de hierro, democratización de la escritura, etc.; sólo en estas condiciones excepcionales se desarrolló el esclavismo como forma directa de adquisición de fuerza de trabajo mediante el mercantilismo militar imperialista de y en las orillas del Mediterráneo.

25. La Grecia clásica y en especial todo el período helenístico y alejandrino, con sus diferencias pero con su poder de penetración incluso en la Roma republicana en crisis, se caracterizó por desarrollar una sorprendente identidad panhelenística que no cuadra con el mecanismo eurocéntrico actual, y que sólo se comprende desde la rareza excepcional e irrepetible a la que nos hemos referido arriba. Fue una identidad colectiva con los componentes metafísicos e idealistas del modo tributario pero con contenidos nuevos desarrollados por la explosión racionalista de la filosofía presocrática y por la mezcla entre restos del colectivismo y de la democracia-esclavista posterior.

26. El submodo esclavista se desarrolló masivamente en Roma sobre todo a partir del final de la República, y hasta su extinción pervivió sólo gracias a una implacable opresión socioeconómica y explotación biológica de los pueblos circundantes que se resistieron a la desesperada dando múltiples muestras prácticas de poseer identidades y sentimientos étnicos y hasta nacional-tributarios enfrentados a la invasión romana. Roma, por su parte, era muy consciente de la necesidad de reforzar su compleja identidad colectiva explotadora con la acción estatal, tomando medidas intervensionistas para rehacer y readecuar su identidad colectiva tras cada gran crisis.

27. Naturalmente, el submodo esclavista mediterráneo seguía basando su identidad colectiva en las escisiones internas causadas por el patriarcado, la explotación nacional-tributaria y étnica y hasta tribal, según las zonas, y en la explotación interna de las clases campesinas, artesanales, etc. Pero las revueltas sociales y las sublevaciones esclavas, que llegaron a estrechar lazos con los campesinos libres empobrecidos y otros sectores sociales explotados, no pudieron sobrepasar los límites objetivos de la metafísica y de las cosmogonías religiosas que, como tales, tenían componentes animistas, mitológicos, místicos y politeístas. Es por esto que las identidades colectivas de esta fase histórica no podían ser conscientes de sus contradicciones internas, avance decisivo que se logrará con la crisis del nacionalismo burgués y la aparición del independentismo socialista.

28. Mientras tanto, el submodo esclavista, rama lateral del modo tributario de producción, implosionó sobre sí mismo por sus contradicciones internas abriendo un período transicional que permitió a algunos pueblos volver y recuperar sus viejas formas pretributarias, a otros volver a un modo tributario con ciertas transformaciones, como Bizancio; y a otros, por último, desarrollar otra rama del modo tributario como es el submodo feudal europeo. Esta complejidad fue inseparable de la compleja (re)construcción de identidades colectivas sumergidas bajo la dominación romana, y de la aparición de otras nuevas formadas por la síntesis de restos de viejas incapaces de sobrevivir al ser destruidas sus bases materiales de reproducción por la ocupación romana.

29. Este período transicional adelantó algunas características comunes a las que luego se repetirían en la transición del submodo feudal europeo al modo capitalista, y en la fase de estancamiento e implosión de las sociedades poscapitalistas y protosocialistas en actual retroceso histórico al capitalismo realmente existente, e insisto en lo de «retroceso histórico». Características que parcialmente reaparecerían de otra forma en la transición japonesa de sistemas pretributarios al feudalismo japonés, y, a otra escala, en las transiciones a varias formas de capitalismo realmente existente en las sociedades y pueblos que no sufrieron el feudalismo en muchas zonas del planeta.

30. El submodo feudal europeo se formó, básicamente, por el impacto del llamado «modo germánico de producción», del que no podemos hablar aquí, sobre las crisis múltiples de la implosión romana, entre las que destacaban las luchas de muchos pueblos y de las masas trabajadoras. Muchos pueblos, como el britanno, el vasco y el berber, entre otros, resistieron a los nuevos invasores, pero otras sociedades les aceptaron como liberadores, surgiendo a partir una confusa y enrevesada mezcla de tradiciones y costumbres colectivas entre los siglos V-XI de la que fueron emergiendo protoestados feudales que en un proceso de concentración y centralización global, fueron construyendo desde los siglos XII-XIII lo que se puede definir correctamente como nacionalismo-feudal, correspondiente a las necesidades de reproducción de este submodo de producción.

31. Desde el mecanicismo eurocéntrico esta larga fase de los llamados «siglos oscuros» –¿desde que qué definición de lo que es la «luz»?– fue incapaz de tener «conciencia nacional»; el eurocentrismo, invención burguesa de la segunda mitad del siglo XIX y admitida por la socialdemocracia y el stalinismo, afirma que no existe lo que no entra en su iluminado racismo, incapaz de comprender las formas particulares mediante las que se expresaban las conciencias colectivas de los pueblos en ebullición en esta larga época de transición. Época repleta de luchas entre colectivos humanos, con sus contradicciones sociales internasen ascenso, que tenían clara conciencia de su identidad y de las diferencias que les separaban de los restantes.

32. De nuevo hay que decir que para conocer cómo se plasmaban las señas de identidad en aquellos siglos hay que desarrollar primero y sobre todo una teoría de las fases transicionales entre los modos de producción, en las que tienen especial importancia cohesionadora los factores llamados «subjetivos», en especial los potenciados por los poderes existentes, porque son los que mejor pueden racionalizar parcialmente una vida cotidiana acuciada por la angustia ante el vacío creado por un mundo que muerte y otro que nade. Hablamos de períodos o fases de transición, que no de modos de producción, matiz que es vital para entender por qué pueden condicionar tanto los factores «subjetivos», siempre en dialéctica conexión con los «objetivos».

33. En esta dialéctica de factores siempre inmersos en una totalidad, en un sistema sinérgico, lo «subjetivo» es (re)creado por los poderes y, en la época que tratamos, los protoestados empezaron a intervenir en la dialéctica de la (re)construcción de las nuevas identidades colectivas básicamente con cuatro medidas: escisión social interna con la aparición de una nueva clase dominante que absorbió a buena parte de la clase romana rica; fijación del territorio; escrituración de una nueva épica sobre las bases tradicionales pero en función de los nuevos poderes, y aceptación del cristianismo. Un poco más tarde se le añadiría una quinta y decisiva a medio y largo plazo como la potenciación de los primeros mercados.

34. Se sabe que la dominación carolingia generó un estallido de resistencia de otros pueblos, que la expansión otónida al este eslavo encontró una feroz resistencia autóctona y que, por no extendernos, una de las bazas del papado romano en su lucha con este mismo imperio era el público rechazo de los «italianos» de entonces a los germanos. Sobre estas resistencias se fueron desarrollando desde los siglos XII-XIII las característica definitorias del submodo feudal, rama europea del modo tributario dominante en casi todo el Mediterráneo aunque con diferentes matices, como los que podían existir entre Bizancio y su «patriotismo griego» antes de los poderes árabe-musulmanes expansivos, por no hablar de la India, Persia, China, el Inca y Mesoamérica, así como zonas africanas.

35. El desarrollo del valor de cambio y del dinero a partir de esos siglos no podía por menos que someter a fuertes presiones a las formas sociales basadas en el valor de uso, en el autoconsumo y en un muy pequeño intercambio mercantil. Las conciencias colectivas de esos siglos se vieron forzadas a reeditar en sus nuevas circunstancias una situación similar a la vivida por los ciudadanos griegos en el tránsito del modo aristocrático-tributario con restos comunales al modo esclavista. Pero en la pequeña Europa occidental triunfó el submodo feudal.

36. Triunfo debido a la extrema debilidad del poder estatal centralizado, lo que le impidió disciplinar a los campesinos y artesanos, a los burgueses en ascenso y a los señores feudales protegidos en sus castillos. Y todos estos poderes regionales disponían también de sus culturas, lenguas y tradiciones populares, que se fueron reordenando o desaparecieron, y que permitieron, pese a todo, justificar la tenaz oposición a todo proyecto hipercentralista. Luego, ya bajo la presión política de los nacientes Estados de «nacionalismo monárquico centralizador», estos complejos lingüístico-culturales estatalmente controlados pudieron «nacionalizar» sin grandes problemas la religión cristiana, adaptándola a cada gran área estatal de la baja Edad Media.

37. En los propios ejércitos se empezó a extender la necesidad de superar las ataduras comerciales y del mercenariado, así como de los excesivos privilegios de los señores feudales, e introducir más tropas propias a la vez que se disciplinaban y se recortaban severamente las indisciplinas señoriales. Todo ello fue unido al desarrollo de la nueva identidad territorial, de la definición dentro/fuera, propio/ajeno, conocido/extraño, tranquilidad/peligro, etc., con los primeros brotes de xenofobia que se sumaron a un chauvinismo ya existente entre los germanos y romanos; sobre estas bases, y generalmente bajo la presión de los poderes, surgiría el protoracismo en forma religiosa contra los judíos y otras minorías sociales o étnicas.

38. Para cuando los occidentales empezaron sus invasiones de otros continentes, estaba ya elaborado el corazón de lo que sería el eurocentrismo al cabo de unos pocos siglos, pero en forma religiosa, en forma de «cristianismo viejo» en el caso español, de las dudas y rechazos prácticos sobre su los aborígenes de los países invadidos tenían o no tenían alma, etc; creencias religiosas que luego darían cuerpo a la afirmaciones de los Ilustrados europeos sobre el «mal olor de los salvajes», etc. Sólo hizo falta la revolución industrial y el maquinismo para que al poco surgiera la sociobilogía y, a la vez, el explícito y orgulloso desprecio eurocéntrico de otras culturas.

39. Pero el submodo feudal sufría una inestabilidad intrínseca motivada por la lucha a tres bandas entre campesinado y artesanos pobres, señores feudales y burguesía en ascenso. Estos tres bloque pensaban todavía en que la monarquía podía arbitrar entre sus conflictos, pero vigilando que no asumiera mucho poder. No fue así por razones socioeconómicas y políticas de acumulación centralizada del tributo, pero también por la invención de la artillería y la masificación de la ballesta y de la pica larga, y a menor escala del arco largo. Además, los burgueses vieron el peligro de las revueltas campesinas y sintieron la morosidad de las crecientes deudas feudales, así como la mayor seguridad de sus tratos con las monarquía tendentes al absolutismo.

40. El progresivo abandono de la condena de la usura por la teología cristiana, negando un principio fundamental en la esencia misma de las religiones hasta ese momento, esta aceptación de la dictadura de la forma-mercancía simboliza el lento triunfo de la mentalidad mercantil-capitalista y el declive imparable de las conciencias e identidades colectivas aún basadas en el valor de uso. Pero el dinero conllevaba la racionalización socioeconómica con una valoración nueva del tiempo, la mejora de la aritmética y de la matemática, lo que exigía la creciente innovación técnica, sobre todo en armas de fuego y en barcos de largas travesías. El utilitarismo mercantilista iba unido al empirismo, y sólo los Estados absolutistas tenían recursos para impulsar esa dinámica.

41. Sin embargo, llegaron tarde y en vez de producirse un fortalecimiento del absolutismo como única garantía de salvaguardar el orden ante las crisis que se amontonaban reinstaurando una forma europeo occidental del modo tributario ampliamente extendido por el planeta, ocurrió que las contradicciones habían avanzado tanto que una parte relativamente pequeña pero decidida de la burguesía se atrevió a cabalgar el tigre del malestar campesino, artesanal y popular enfrentándose a los grandes poderes absolutistas en dos fases: las revoluciones holandesa e inglesa de los siglos XVI-XVII, y las revoluciones norteamericana y francesa de finales del siglo XVIII.

42. Hasta estos momentos el «nacionalismo feudal» había tenido las misma limitaciones internas que el del modo tributario: su metafísica y su lealismo, ambas patentes en la historia de las versiones del cristianismo y de la evolución de los ejércitos. Se produjo una transferencia de lealtades del señor feudal al rey absolutista pero dentro de la mente metafísica que seguía dominando la cultura desde las masas que esperaban las curas milagrosas por la imposición de manos de los reyes, creencia propiciada en su tiempo por la Compañía de Jesús, hasta el deísmo de la inmensa mayoría de la «revolución científica» del siglo XVII, por no hablar de las creencias esotéricas y mistéricas de un Newton. Sin olvidar sus componentes patriarcales y opresores.

43. La transición del submodo feudal al capitalismo fue larga en todos los aspectos porque la burguesía se paró en seco en varias ocasiones, para volver a empezar al cabo del tiempo cuando no tenía más remedio. El «nacionalismo burgués» tomó sus primeros contenidos plenos en las luchas holandesas e inglesas, para esperar luego a las norteamericana y francesa. Es mentira que ésta última inventase eso que llaman «la nación ciudadana», pues de ella fueron excluidos por las armas y por la guillotina los esclavos, las mujeres y los trabajadores, como lo habían sido también en las revoluciones burguesas anteriores. Era el «nacionalismo del censo» capaz de utilizar en beneficio propio partes de los instrumentos de manipulación y control social legados por el absolutismo.

44. La característica esencial del nacionalismo burgués en cuanto unidad esencial a todas las formas concretas de nacionalismos burgueses en sus sucesivas fases evolutivas, viene impuesta por la forma en que la burguesía padece e intenta controlar la dialéctica expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital. Por un lado, el capital necesita crecer, acumular y expandirse ya que de lo contrario se estanca y muere. Por otro lado, necesita asegurar un espacio propio en el que realizar su centralización y concentración de poder propio para racionalizar su existencia en un mundo capitalista estructuralmente irracional. El nacionalismo burgués es y debe ser por ello mismo agresivo hacia el exterior y defensivo hacia el interior. El Estado burgués cumple, entre otras, esta doble función que va cambiando de forma por la sucesivas necesidades de la acumulación.

45. Además, ya en esta fase inicial están dadas otras determinadas características obligadas al nacionalismo burgués en cuanto tal, como el hecho de su ambigüedad en base a las diversas fracciones internas a la burguesía, que definen el patriotismo desde sus perspectivas parciales y que, por ello, necesitan de la intervención estatal como unificador estratégico de los diferentes sectores, tanto frente a las clases explotadas como frente a otros Estados burgueses competidores. La agresividad estatal exterior une a las fracciones burguesas y clase trabajadora alienada alrededor de la «expansión nacional», y la defensa interior les une alrededor de la «defensa nacional», siempre de la nación burguesa.

46. En la primera fase del nacionalismo burgués no se había generalizado aún del todo la dictadura del salario, la mercantilización plena de la vida y de los sentimientos. Por tanto, subsistían formas preburguesas de conciencia e identidad colectiva susceptibles de resistir desesperadamente al «progreso liberal» o, también, de dejarse manipular por éste según los casos concretos, dando paso a variables que no se pueden exponer aquí. Quiere esto decir que esta primera fase del nacionalismo burgués estaba aún lastrada por formas de conciencia precapitalista, lo que explica entre otras cosas la importancia estratégica para la burguesía de tres instituciones como fueron: la fábrica, la escuela y el ejército, además de los sistemas carcelario y sanitario.

47. Pero el tránsito del primer nacionalismo burgués aún no pleno del todo, al segundo estaba condicionado por el pleno desarrollo de la contradicción antagónica entre el Capital y el Trabajo, contradicción que tardó un tiempo en asentarse en el plano de las identidades nacionales porque todavía existían fuertes restos de campesinado con tradiciones precapitalistas. Incluso en 1848 la clase obrera fabril era una parte pequeña dentro del Trabajo, pero ya era la decisiva en los centros vitales del capitalismo en 1871. Es entonces cuando surge la segunda fase del nacionalismo burgués, la que llegará a su máxima expresión en las guerras imperialistas del siglo XX y en su obsesión para acabar con la URSS, y una de cuyas formas más puras y perfectas es el nazifascismo.

48. Aquí aparecen ya de forma inocultable, además de los límites estructurales de este nacionalismo del Capital, aunque aún tenga que evolucionar, también la contradicción interna al Trabajo en cuanto a su capacidad de elaboración del internacionalismo proletario, cuya forma más plena es el apoyo incondicional al independentismo socialista. El comportamiento del proletariado inglés contra el irlandés es un ejemplo premonitor, reforzado por su comportamiento en apoyo al imperialismo británico del que obtenía su pequeña porción de beneficio material y simbólico.

49. La capacidad de integración del movimiento obrero que tiene el nacionalismo burgués responde a dos causas: una que nos remite a su manipulación de los componentes de la memoria colectiva aún influenciados por el recuerdo del valor de uso en la conciencia e identidad colectiva, que puede remontarse a mucho tiempo; y otra que surge de la capacidad de absorción y alienación capitalista inherente al fetichismo de la mercancía, capacidad inexistente en modos de producción precapitalistas.

50. No existe contradicción real entre ambas, porque la primera se mueve en el plano del recuerdo borroso y manipulado de la «unidad colectiva» inicial, mientras que la segunda se mueve en el plano inmediato y presente de la ficción del individuo abstracto dotado supuestamente de los mismos «derechos nacionales» que el burgués concreto, mientras que sólo es una cosa mercantilizable, un objeto en manos del Capital. Los engarces entre ambas son agilizados por el intervensionismo estatal y de las fuerzas reformistas, intervención sistemáticamente desconocida o negada por las autodenominadas «ciencias sociales» burguesas.

51. Es fundamental insistir en que en ambas está presente el substrato patriarcal como cohesionador de la unidad masculina en la definición de la «madre patria», substrato que tiene una tétrica adaptabilidad a los cambios en los modos de la explotación. Desde el triunfo del patriarcado, la mujer ha sido explotada como fuerza de trabajo sexo-económica, empleada como valor de uso sexo-afectivo y vendida como valor de cambio doméstico-familiar, y todo ello conlleva su respectivo beneficio simbólico, sexual, afectivo, psicológico, etc., que no sólo groseramente material. El patriarcado construye una simbología maternal acorde a este universo y estas necesidades, lo que explica que el concepto de «madre patria» sea compatible con regímenes tan sexistas como el fascismo o demócrata-burgueses como el suizo.

52. La capacidad de integración del movimiento obrero por el nacionalismo burgués es común a sus diferentes fases si bien puede descender en la medida en que el movimiento obrero desarrolle su propia concepción nacional revolucionaria y antiburguesa que está latente tanto en la «otra cara» de la tradición colectiva, en la del recuerdo difuso de las generaciones de trabajadores que han producido el excedente colectivo a lo largo de los siglos, como en la cara más visible del presente, de las luchas de clase actuales por el reparto del sobreproducto y en especial por la socialización de las fuerzas productivas. En ambos juega un papel central la emancipación de la mujer trabajadora.

53. Esta concepción nacional no es ya «nacionalista» porque empieza a moverse embrionariamente en otra lógica cualitativamente irreconciliable con la burguesa, que gira alrededor de las contradicciones de la definición simple de capital. La proletaria se orienta conscientemente hacia la desmercantilización, es decir, hacia la extinción del capital y de sus contradicciones, lo que lleva a la extinción histórica de la irracional dialéctica expansivo-constrictiva y de su Estado correspondiente, el burgués.

54. Tampoco es «nacionalista» porque la paulatina extinción del valor de cambio supone el desarrollo de formas de intercambio cada vez menos regidas por la ley del valor-trabajo, lo que va haciendo que surjan relaciones de intercambio cada vez más igualitario que niega la explotación nacional inserta en la transferencia de valor y en el intercambio desigual. La política obrera va orientada a recortar los espacios en los que opera la ley del valor-trabajo mundializada, hasta extinguirla, lo que multiplica el intercambio solidario esencial al internacionalismo proletario y a la ayuda estratégica a los procesos de liberación nacional.

55. En una nación oprimida la capacidad de manipulación de su burguesía depende todavía más de la lucha entre dos proyectos diferentes: el burgués que se limita a negociar un mejor reparto del beneficio con el Estado ocupante, y el trabajador que debe fusionar la independencia con el socialismo. Ambos contendientes deben desarrollar dos modelos diferentes, pero uno sólo es verdaderamente nacional, el proletario, porque su proyecto nacional niega directamente la propiedad burguesa de las fuerzas productivas, propiedad primero en manos del Estado ocupante y después, de la burguesía autóctona de la nación ocupada.

56. Lo dicho hasta aquí cobra mayor importancia por la situación de tránsito hacia la tercera fase del nacionalismo burgués en la que nos encontramos. En contra de lo que se dice, en esta fase se está reforzando el papel del Estado burgués así como el aumento de la irracionalidad del mercado capitalista mundial por las dificultades de la realización del beneficio. El Estado burgués refuerza su papel «racionalizador» dentro de una irracionalidad creciente para favorecer a su burguesía. Pero es una racionalización más represora y autoritaria que antes, y en la que el neofascismo mejora y adecua a las necesidades capitalistas actuales las virtudes del fascismo de la fase anterior.

57. Esta tendencia es nítida en el capitalismo que sabe que sus beneficios dependen del incremento de la explotación interna pero también externa, del imperialismo en su forma más descarnada, la de EEUU que es el ejemplo y guía del resto, pero sobre todo su jefe. La explotación interna es necesaria para el beneficio privado y también para impedir que la clase trabajadora desarrolle su opuesta concepción nacional. La explotación externa es necesaria también por el mismo motivo del beneficio, pero además para impedir que los pueblos explotados avancen en un modelo internacional opuesto al imperialista.

58. El endurecimiento autoritario, represor y neofascista del nacionalismo burgués además es fortalecido por la predominancia del capital financiero sobre el industrial, por la importancia del complejo industrial-militar y por la necesidad ciega e imperiosa de garantizar el recurso lo más barato posible del centro capitalista a las reservas energéticas, materiales y biológicas del planeta. La política del expolio salvaje necesita de una justificación que sólo puede darla el nacionalismo burgués actual.

59. Sin embargo, la concepción proletaria de nación no puede tener aún la seguridad plena que surge del desarrollo del poder político revolucionario. Se mueve insegura en sus primeros pasos porque carece de la solidez estructural del nacionalismo burgués. Esta clase dispone de un modo de producción dominante que le garantiza parcialmente su continuidad en el poder estatal, mientras que el proletariado no sólo carece de todo poder propio sino que encima sufre en su contra el de la burguesía. Y si algo ha quedado demostrado por la historia de las autoconciencias de los pueblos es que el poder es vital en uno u otro sentido.

60. Mientras que el nacionalismo burgués corresponde a la necesidad de esta clase de solventar mal que bien una contradicción dentro mismo del capitalismo, según hemos visto, pero jugando con la ventaja de que se trata de su propio modo de producción, mientas es así, el proletariado por el contrario tiene la doble desventaja de que lucha bajo y contra un modo de producción que le oprime y que, además, debe asumir que la destrucción del modo capitalista exige e implica la desaparición simultánea del propio proletariado, y de la burguesía. Es decir, su ideal nacional es transitorio por cuanto debe realizarse en una fase de transición revolucionaria del capitalismo al socialismo.

61. De la misma forma en que los marxistas asumimos prácticamente y justificamos teóricamente que el Estado obrero ha de ser un Estado en proceso de autoextinción consciente, por la misma razón asumimos que nuestra concepción nacional también lo es. Y precisamente porque se realizará en un período transicional entre dos modos de producción, por eso tiene importancia crucial todo lo relacionado con el «factor subjetivo», con la conciencia política, con las medidas de mejora cualitativa de la vida cotidiana, con la democracia socialista, con la reducción drástica del tiempo de trabajo asalariado y el drástico aumento del tiempo libre y propio, etc.

62. También son estas condiciones transitorias las que explican la necesidad de que el ideal nacional de los trabajadores recupere y (re)construya los mejores componentes progresistas insertos en el contradictorio contenido de la cultura popular, de sus tradiciones y referentes profundos anclados en la memoria colectiva. Desde la primera escisión social, toda cultura lleva en su interior el choque entre la justicia y la injusticia, choque (re)creado en formas idealistas, metafísicas, utópicas con predominancia reaccionaria o de protesta según contextos y circunstancias, pero choque latente y perceptible a lo largo de la historia del pensamiento humano, de las religiones, de las luchas esclavas, indígenas y autóctonas, campesinas y de los gremios artesanales.

63. En la obra viva y palpitante de los marxistas está muy presente esta digna herencia de las luchas desesperadas precapitalistas en todo el planeta, pero el eurocentrismo las ha intentado hundir en el desprestigio. Actualizar esta coherencia marxista es tanto más urgente cuanto que el carácter transitorio del ideal nacional de la clase trabajadora debe profundizar sus raíces por debajo del modo capitalista hasta llegar al origen mismo de las primeras opresiones humanas, al momento de la victoria de la propiedad privada en cualquiera de sus formas de plasmación.

64. Hay dos razones que exigen esta recuperación de la historia de la sangre humana por el movimiento obrero: avanzar en la integración praxística de todos los componentes actuales del Trabajo, es decir, de todos los pueblos, clases y personas explotadas por el Capital, para desarrollar conjuntamente otro modelo nacional y, preparar las condiciones para que según se desarrolle el socialismo y se agote en sí mismo el choque mortal entre el nacionalismo burgués y el ideal nacional de las masas, en este proceso ascendente se sienten las bases para el estallido de múltiples nuevas formas de conciencia colectiva, de identidades populares, de maneras de sentir y ser individual y colectiva liberadas ya hasta de los horrorosos recuerdos de la pasada dictadura asalariada.

65. Quiere decir esto que el socialismo no supone la extinción de los sentimientos nacionales, sino la aparición de otros sentimientos que se vivencian y gozan en un universo futuro del que apenas tenemos indicios actuales para definirlo. Al contrario, de la misma forma en que el socialismo desarrollará la individualidad omnilateral y pluridimensional en la que la libertad de cada cual sea la base de la libertad de todos, en esta medida y por ello mismo también se asistirá al surgimiento de otras identidades nacionales, culturas y lenguas inconcebibles desde la uniformizada pobreza teórica burguesa y alienación capitalista.

66. La importancia del ideario nacional transitorio de las clases trabajadoras radica en que es consciente de que debe preparar esa explosión de libertades y de creatividades; en que debe autoextinguirse para, con la extinción simultánea del capitalismo, abrir los infinitos espacios de la creatividad humana no acogotada por el cepo de la propiedad privada.

67. Es una constante humana que en condiciones suficientes de bienestar relativo y de relativa satisfacción de las necesidades, en estos contextos, se refuerza y acelera la tendencia a la diversificación cultural creativa, al aumento de las líneas evolutivas específicas en una multiplicación de aportaciones lingüístico-culturales, estéticas y artísticas, además de productivas. Solamente cuando la dictadura del valor de cambio empieza a imponer de forma caótica, violenta e irracional la uniformidad necesaria para que funcione la ley del valor-trabajo, sólo entonces se empieza a imponer generalmente por la fuerza la contratendencia a la desertización y extinción de la enriquecedora diversidad lingüístico-cultural.

68. Precisamente, está siendo en el período transicional entre el capitalismo y el socialismo, en el que ahora vivimos y luchamos, en el que adquiere toda su extrema importancia la práctica presente por asumir, primero, la transitoriedad del ideario nacional obrero dentro del capitalismo; segundo, su importancia como período de engarce con la historia entera de las opresiones; tercero, de alianza y reunificación con todas las luchas de los pueblos oprimidos, con los más pequeños y remotos, para sentar las bases de otro ideario nacional posterior que, y cuarto, empezará a tomar forma en el socialismo como fase de avance al comunismo.

69. Debemos insistir en que todo período transicional es de suyo inestable e incierto, abierto a la victoria pero también a la derrota, dependiendo el futuro, antes que nada, de la correcta dialéctica entre lo subjetivo y lo objetivo. Una de nuestras garantías es la de multiplicar las fuerzas subjetivas mediante el enriquecimiento de las conciencias revolucionarias que surgen de lo más profundo de las aspiraciones humanas y ello pasa por demostrar la necesidad objetiva de los pueblos de hacerse dueños de sí mismos.

70. Vemos que esto es todo lo contrario de la práctica eurocéntrica, lanzada fanáticamente a imponer por cualquier medio la uniformidad muerta y gélida del dinero en cualquiera de sus formas, sea en dólares, euros o yenes, sea en forma de capital financiero o de «ayuda del FMI», o de «intervención humanitaria» del imperialismo. Las falsas y aparentes contradicciones que algunos reformistas quieren ver entre el euroimperialismo y el imperialismo yanqui sólo sirven para engañar a los pueblos, para ocultar la realidad brutal de que el eurocentrismo sólo piensa en la lógica del máximo beneficio capitalista.

Euskal Herria 16/V/2005