Entender la dimensión de las pandillas juveniles de América Central y México es difícil. Algunos estudios sostienen que se exagera su poderío y que es estrecho su vínculo con la pobreza, otros que esa situación no determina su existencia y están quienes dicen que son peligrosas bandas transnacionales. No obstante evaluarlas de manera opuesta, la […]
Entender la dimensión de las pandillas juveniles de América Central y México es difícil. Algunos estudios sostienen que se exagera su poderío y que es estrecho su vínculo con la pobreza, otros que esa situación no determina su existencia y están quienes dicen que son peligrosas bandas transnacionales.
No obstante evaluarlas de manera opuesta, la mayoría de las investigaciones coinciden en que aplicar una estrategia represiva contra las pandillas o maras, como se las conoce en América Central, no soluciona el problema y que, además, cuesta demasiado dinero al Estado.
Según Nils Kastberg, director para América Latina y el Caribe del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), la ausencia de estudios concluyentes y la difusión de informaciones erróneas, tergiversadas, parciales o no comprobadas sobre estas pandillas, perjudica a todos los jóvenes.
«Se ve a los adolescentes como culpables de este problema y se los ataca con represión», cuando son los adultos los «verdaderos responsables», pues están detrás del crimen y la violencia y son los que además manejan los hilos del poder del Estado, respondió vía telefónica a IPS este experto desde Panamá, donde está la oficina regional de Unicef.
No hay consenso sobre cuántas personas integran las pandillas juveniles. Los cálculos oscilan entre 82.000 y más de 300.000 sólo en América Central y México. En tanto, en Estados Unidos se presume que hay unos 10.000 de estos pandilleros.
«Yo no sé la metodología de otros investigadores, pero nosotros, que entrevistamos entre febrero y noviembre de 2006 a 134 pandilleros presos en México, la mayoría centroamericanos, descubrimos que la mara crece y tiene vínculos transnacionales y complejos mecanismos de comunicación», señaló a IPS el psicólogo Héctor Sánchez, investigador de la Universidad de Guadalajara, en el centro de este país.
Sánchez es coordinador del estudio «Razgos de personalidad de los miembros de la Banda Mara Salvatrucha», un proyecto financiado por el Consorcio Universitario de Centroamérica, donde participan universidades de México, Honduras y Nicaragua.
La investigación aún no se ha publicado, pero su coordinador adelantó que con las entrevistas y otras evidencias recogidas descubrió que las maras están ya en gran parte de México y que muchos de sus miembros abandonaron los tatuajes y la vestimenta que los identifica. «Lo hacen para infiltrarse en todos lados», explicó.
«Su negocio principal en México es el tráfico de inmigrantes centroamericanos hacia Estados Unidos, pero también hacen trabajos para el narcotráfico o son contratados como sicarios. Se trata de gente que conforma una de las mafias más coordinadas del mundo y en las que no encontré nada de humanidad», sostuvo Sánchez.
Tales conclusiones difieren de las que arroja la investigación titulada «Pandillas trasnacionales de jóvenes en América Central, México y Estados Unidos», realizada por el Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM) con la colaboración de centros académicos centroamericanos y un estadounidense.
En ese estudio, realizado y presentado el año pasado en América Central y vuelto a divulgar este mes en Washington, se sostiene que se exagera el poderío y presencia de las maras en la región. Aunque reconoce que el problema es grave en algunos países centroamericanos, más no en México, señala que la naturaleza criminal y transnacional de estos grupos es bastante limitada.
En vez de experimentados delincuentes internacionales, los mareros tienden a ser jóvenes de familias desesperadamente pobres, agrega la investigación.
De manera opuesta, el estudio «Maras, Pandillas, Pobreza y Autocontrol», auspiciado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), y difundido en 2006, asegura que no existe mayor correlación entre la aparición de estos grupos de jóvenes y la pobreza.
Además, hay en las maras muchos jóvenes de clases pudientes, pero éstos no son considerados en las investigaciones y casi nunca terminan en la cárcel, dice el estudio. También en ese trabajo se denuncia que hay un sesgo en muchas investigaciones sobre el tema.
El informe «Pandillas trasnacionales de jóvenes en América Central, México y Estados Unidos» también difiere con documentos de inteligencia militar de México y de otros organismos del gobierno de este país, conocidos en 2005.
En esos documentos se afirma que los pandilleros representan un problema de seguridad nacional y que sus integrantes, muchos de ellos centroamericanos, están en 24 de los 32 estados de México.
Sánchez, investigador de la Universidad de Guadalajara, puso en tela de juicio el informe del ITAM. «Quizá tienen interés en minimizar el problema, no lo sé, pero sus conclusiones son dudosas», opinó.
El origen de las maras data de los años 80 y su semilla fueron inmigrantes salvadoreños radicados en la sudoccidental ciudad estadounidense de Los Ángeles. Su tránsito siguió a América Central, cuando muchos de sus integrantes fueron deportados, y de ahí continuaron hacia México.
La presencia de estas pandillas motiva periódicas reuniones entre autoridades policiales y de gobierno de Mesoamérica, la región histórico-cultural que abarca a América Central y gran parte de México, además de encuentros con personeros de autoridades de Estados Unidos.
En todos estas citas se afirma que el problema es grave y se afinan esfuerzos dirigidos a perseguir a los mareros y a castigarlos con severidad.
En opinión del director de Unicef para América Latina y el Caribe, «las reuniones entre gobiernos y autoridades de policías sólo han contribuido a agrandar el problema».
«No es necesaria la mano duro, cualquiera sabe que eso está empeorando el problema. Lo que hay que hacer es ganarse a los jóvenes y atacar la violencia que sufren en la familia, las escuelas y las instituciones, que es donde se origina gran parte del problema, pues permanece impune», expresó Kastberg.
Aunque las investigaciones patrocinadas por ITAM, el BID y la del Consorcio Universitario de Centroamérica difieren en dimensionar a las pandillas, todas sostienen que el enfoque punitivo es equivocado y coinciden en recomendar a los gobiernos trabajar mucho más en prevención y dar atención a las familias de zonas que sufren violencia.
El estudio del BID afirma que por cada dólar invertido en medidas de prevención se ahorran para el futuro siete dólares en medidas de represión y control.
El costo total de atender la violencia se estima que es de entre cinco y 25 por ciento del producto interno bruto de los países, calcula este organismo multilateral de la región.
Pero en América Central y México, lo que prevalece no es la prevención sino el enfoque punitivo. Mientras, muchos medios de comunicación se afanan en cubrir tal estrategia reportando con énfasis los supuestos crímenes de los pandilleros.
Unicef advirtió que «el mal manejo mediático y político que se hace del tema» de las maras creó un clima de opinión «que responsabiliza a los jóvenes, y en particular a los pobres, del aumento de la inseguridad y violencia».
Los jóvenes no son los que más delinquen. En Honduras, El Salvador, Panamá y México, los porcentajes de delitos cometidos por ellos oscilan entre un cinco y 10 por ciento del total y se trata en general de faltas menores.