Occidente no cuenta con una postura común frente a la supuesta amenaza del programa nuclear iraní. La propuesta de la mediación turca desconcierta a Estados Unidos por el reciente alejamiento otomano de la zona de influencia europea. De «moscas latosas» calificó el presidente persa, Mahmoud Ahmadinejad, las últimas sanciones económicas y financieras contra la República […]
Occidente no cuenta con una postura común frente a la supuesta amenaza del programa nuclear iraní. La propuesta de la mediación turca desconcierta a Estados Unidos por el reciente alejamiento otomano de la zona de influencia europea.
De «moscas latosas» calificó el presidente persa, Mahmoud Ahmadinejad, las últimas sanciones económicas y financieras contra la República Islámica de Irán, aprobadas esta semana por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
¿Moscas latosas? La verdad es que la nueva tanda de sanciones -la cuarta desde 2006, fecha en la que la ONU abordó por vez primera la cuestión del controvertido programa nuclear iraní- es fruto de un arduo regateo entre los países occidentales, liderados por los Estados Unidos, y las dos potencias «amigas» de Irán: Rusia y China. De hecho, los norteamericanos tenían intención de añadir a las medidas de retorsión una cláusula relativa al control de las exportaciones de crudo, propuesta que tropezó con la negativa de Moscú y de Pekín, partidarios de mantener el statu quo en la materia. No hay que olvidar que ambos países tienen intereses específicos en Irán.
Los rusos suministran tecnología a la industria petrolífera, mientras que los chinos ocupan un destacado lugar en la lista de importadores de «oro negro» procedente de los yacimientos persas. Ambos gobiernos asumen, pues, la preocupación de los iraníes y procuran defender, en la medida de lo posible, los intereses económicos de Teherán. Ambos países estiman, asimismo, que el cerco al programa atómico iraní es exagerado. Sin embargo, tanto los rusos como los chinos parecen poco propensos a sumarse esta vez a los defensores del régimen de los ayatollahs, encarnados por Brasil y Turquía, cuyas autoridades optaron por la difícil, aunque necesaria, política de concertación. El Líbano, que se abstuvo en la votación del Consejo de Seguridad, se sumó tímida y simbólicamente a la lista de amigos del enemigo público número uno de Occidente, del Irán que preserva y defiende el programa de gobierno del ayatollah Khomeini, que propugna el enfrentamiento ideológico con el mundo industrializado.
Los partidarios de la vía diplomática apuestan por soluciones de compromiso, por una salida airosa del conflicto. Sin embargo, la posibilidad de trasladar el proceso de enriquecimiento del uranio a Turquía, solución propuesta por Lula y Erdogan, no cuenta con el beneplácito de Washington. De ahí el innegable nerviosismo de los políticos estadounidenses, incapaces de comprender las múltiples y variadas maniobras geoestratégicas del gobierno de Ankara. Por si fuera poco, algunos miembros del establishment norteamericano acusan a Europa y, muy concretamente, a la Unión Europea, de haber propiciado el alejamiento de Turquía del campo occidental. Es cierto que la ambigüedad de Bruselas, la negativa de muchos gobiernos comunitarios de acelerar las consultas sobre la ingreso del país otomano en el «club cristiano» del Viejo Continente, han reducido la euforia europeísta de los turcos.
Mas el problema que nos ocupa hoy en día no es Turquía, sino Irán. Las medidas adoptadas por el Consejo de Seguridad de la ONU contemplan la vigilancia de las transacciones bancarias, empezando por las operaciones del Banco Central, el embargo a la venta de armamento, la inclusión en la lista negra de empresas persas de una cuarentena de empresas pertenecientes o gestionadas por miembros de la Guardia Revolucionaria, el control del transporte marítimo, etc. Afirman los analistas occidentales que del éxito o el fracaso de dichas medidas depende una posible (y cada vez menos hipotética) intervención militar contra el régimen iraní, último y, para algunos, único recurso de Occidente frente a la «prepotencia» de Ahmadinejad.
Conviene recordar que en el caso del programa nuclear persa, Occidente no ha logrado adoptar una postura unitaria. Sirva como ejemplo la opinión del politólogo suizo Albert A. Stahel, profesor del Instituto de Estudios Estratégicos de la Universidad de Zurich, quien afirma rotundamente: «En primer lugar, Irán no es una potencia nuclear. En segundo lugar, los iraníes sólo pretenden obtener uranio enriquecido. Lo demás son meras suposiciones».
Cabe suponer que para la Administración Obama, el profesor Stahel es una… «mosca latosa». O, ¿tal vez no?
Adrián Mac Liman es analista político internacional. Su artículo se publica por gentileza del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS).