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Ensayo sobre la batalla en torno a la memoria del Obispo

Las muertes de Monseñor Juan Gerardi

Fuentes: Rebelión

Olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron -sin derrotar a esas fuerzas. Las heridas que se curan con el tiempo son también las heridas que contienen el veneno. Contra la rendición al tiempo, la restauración de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación, es una de las más […]

Olvidar el sufrimiento pasado es olvidar las fuerzas que lo provocaron -sin derrotar a esas fuerzas. Las heridas que se curan con el tiempo son también las heridas que contienen el veneno. Contra la rendición al tiempo, la restauración de los derechos de la memoria es un vehículo de liberación, es una de las más nobles tareas del pensamiento. Herbert Marcuse.

…la importancia del estudio de la memoria y del olvido sociales reside en su carácter de procesos que contribuyen, definiendo y articulando, el orden social. Vivir en sociedad implica hacer memoria y hacer olvido. Félix Vásquez.

La lucha contra el olvido es actualización no conmemoración. Sergio Tischler.

Introducción

Monseñor Juan José Gerardi Conedera, obispo auxiliar de la arquidiócesis de Guatemala, fue asesinado el 26 de abril de 1998 en el garage de la casa parroquial de la Iglesia de San Sebastián. Apenas dos días antes, presentó el informe del proyecto interdiocesano de Recuperación de la Memoria Histórica -REMHI-, Guatemala Nunca Más, que documenta y demuestra las atrocidades cometidas durante el conflicto armado interno que duró 36 años y que significó la muerte y desaparición de 200,000 guatemaltecos y guatemaltecas, especialmente civiles, indígenas y pobres.

Han transcurrido 10 años desde que se cometiera este crimen. Y aunque el juicio a los implicados ha dado una sentencia firme y ha ido revelando intimidades del caso, logros que se han realizado a costa de mucha paciencia y mucho esfuerzo, no es menos importante indicar que también se han elaborado distintas versiones sobre este asesinato que han contribuido a crear diversos sentidos e interpretaciones de esta tragedia, una de las más visibles entre tantas otras registradas en la historia guatemalteca. Además del proceso legal para mostrar lo que pasó en el crimen (las circunstancias específicas, los autores, las instituciones implicadas), ha existido otro proceso paralelo y que tiene que ver con el sentido de la muerte de Gerardi dentro del contexto histórico y social guatemalteco. Este otro fenómeno ha sido el asedio, la batalla permanente en torno a la figura de Monseñor Juan Gerardi.

Para decirlo de forma concisa, inmediatamente después de ser asesinado el obispo Juan José Gerardi Conedera, su figura ha padecido otras tantas muertes, superpuestas a su muerte física. Distintas explicaciones sobre su muerte, distintas versiones sobre su muerte que expresan/ representan a grupos involucrados en el caso y sentidos ético-políticos contrapuestos.

Se puede proponer como tesis que en torno a esta muerte emblemática, se discute en Guatemala no sólo sobre un crimen particular, sino también sobre el sentido de su historia reciente y sobre aspectos relativos a la justicia y las posibilidades de convivencia. Las versiones que se han elaborado, pueden sugerir sentidos que terminan por ser una defensa del statu quo injusto, heredero del conflicto armado interno, o que contribuyen al proceso de reivindicación de la memoria y de transformación del presente. Lo que se pretende aquí es esbozar los sentidos que tienen estas otras tantas muertes del obispo y que apoyan uno u otro de estos proyectos diferenciados de nación y convivencia.

Anotaciones sobre el pasado

Una perspectiva escolar considera que la historia tiene que ver únicamente con determinados criterios científicos de verdad y de apego a los hechos. En realidad, la memoria y la historia [2] , como formas diferenciadas pero entrelazadas de la aproximación al pasado, a esa «…presencia actual de lo ausente percibido, sentido, aprendido anteriormente» (Ricoeur, P. 2003: 47, cursivas nuestras). Ambos son campos de batalla que no se reducen al pasado sino que encuentran su sentido en la actualidad. Una perspectiva sobre la historia «neutral y objetiva» es muestra de una actitud positivista que más que darle un estatuto científico al estudio de la historia, la reduce a una narración de los hechos que, en el mejor de los casos, resulta insignificante y en el peor, legitima proyectos de dominación y se hace aliada de las injusticias pasadas y presentes.

Cualquier aspecto del pasado, en tanto que para ser conocido significa una operación en ese pasado, una reducción, un recorte de aspectos interesantes del pasado, no solo informa, sino expresa y convoca interesadamente. Hace un llamado a la vez que deja en penumbra y recubre ciertos aspectos del pasado. La historia no sólo tiene que ver con las presencias que documenta, aspecto muy reducido frente al vasto panorama humano. También habla sobre las ausencias que operan y permanecen en el presente, haciéndolo herencia de los vencedores de ayer y negando los deseos de felicidad frustrados de las víctimas del pasado. Estas presencias y estas ausencias, dotan de sentido al presente desde determinadas posiciones [3] . Historia y memoria son parte del juego de posiciones y proyectos políticos que se negocian y se enfrentan en el presente.

Hay que reconocer que en la recuperación/ reconstrucción del pasado, que es una práctica social, influyen elementos que van más allá del interés «científico»:

«las diferentes memorias que se generan y los olvidos que incorporan son distintos según las pretensiones, los grupos sociales que emprendan su reconstrucción, las expectativas depositadas y los intereses a los que sirven. Su recuperación entraña diferentes procesos que son específicos de los diversos ámbitos históricos, culturales y políticos…» (y añade posteriormente) «…lo que parece evidente es que a través de la memoria y el olvido se dirimen procesos de profundo calado social» (Vásquez, F. 2001: 52).

Con esto no se pretende plantear que la historia se reduce a las versiones que se producen de ella o que la verdad no importa en la construcción histórica. Lo que se plantea se puede considerar a la luz de al menos dos consideraciones:

· En un nivel epistémico, significa que dar cuenta de la verdad y de la historia más que un hecho positivo, es una propuesta y un anhelo. Una acción que se intenta con mayor o menor acierto al hacer memoria o escribir historia, pero que no puede considerarse completa. Hay cosas que suceden (no todo es discurso y perspectiva como en las versiones más radicales del constructivismo), pero dar cuenta de esas cosas que suceden, más allá de un nivel muy básico, supone también una perspectiva teórica particular o una forma de articular e interpretar lo que sucede. Este no es un llamado al relativismo, sino a la mesura y la responsabilidad. Hay criterios sobre coherencia, rigurosidad, etc., que deben ser llenados en la construcción histórica, pero esto no termina de garantizar que la historia y la verdad sean contadas de forma absoluta. Como se anotaba, la misma operación sobre el pasado, la selección de un evento, período o proceso histórico, es algo activo y no una operación de menor importancia para los efectos del conocimiento de ese pasado.

· En un nivel pragmático, se produce la constatación que lo que se ha transmitido por la historia usualmente es la historia de los vencedores. Que lo que se nos ha dicho que es la Historia y la Verdad (con mayúsculas) es en realidad, una versión que legitima a los que están en el poder, dejando de lado y excluyendo la visión de las víctimas y de los vencidos. En otras palabras, que lo que se ha presentado como historia, verdad y universalidad han sido perspectivas situadas que no se reconocen como tales y que, además, tienen una funcionalidad política importante para la constitución social actual que favorece a los sectores hegemónicos. Son narraciones del poder, que tienden a legitimar al poder y dar consistencia a la función de la ideología. Esta es una afirmación factual muy importante para el debate que se suscita en Guatemala en torno a diversos eventos y períodos históricos, donde se han producido diversas disputas en torno al sentido de los hechos del pasado.

La memoria sobre la vida y la muerte del Obispo Juan Gerardi se encuentra inserta dentro de la memoria e identidad de ese proyecto inconcluso que es la nación guatemalteca. Su vida y su muerte son parte de una historia más grande, que es la historia del país, y más allá, la historia incesante de aquellos que no han experimentado el mundo como hogar.

Las muertes de Gerardi

Existen diversas versiones sobre la muerte de Gerardi que han circulado a través de diversos medios como discusiones, periódicos, libros y videos relativos a este asesinato. Haciendo abstracción de la pretensión de verdad que anima a cada una de estas versiones, se puede encontrar que representan y expresan proyectos políticos y éticos distintos.

La proliferación de versiones está ligada a la búsqueda u ocultamiento de los autores materiales e intelectuales del execrable delito. En el contexto guatemalteco, esto significa una lucha dura y complicada contra la impunidad de los militares y de los llamados «poderes ocultos» o un intento de mantener el poder del que gozan dichos actores. Pero además, articulándose a este espacio de pelea que transcurre a nivel legal y político, se puede considerar que también existen otros procesos de significación para la sociedad guatemalteca que se entretejen en cada una de las muertes de Gerardi y que atañen al significado de la historia reciente.

A través de esta figura, siguen luchando dos visiones contrapuestas del país. Una que representa a una visión conservadora y su proyecto de que persista el olvido, la injusticia y la impunidad y otra que, desde los sectores comprometidos con la lucha por los derechos humanos, busca la memoria, la justicia y la dignidad, que significa una opción por los pobres y los excluidos.

De forma esquemática, las distintas muertes que se han producido se pueden colocar en dos grupos que representan estas dos visiones contrapuestas.

Las muertes infames

Existen versiones sobre el asesinato del obispo que se pueden considerar como las muertes infames de Gerardi. Lo que les articula es que encuentran móviles que desprestigian la figura de Gerardi y que intentan dañar, esconder o escatimar su memoria de obispo comprometido con la causa de los más pobres y de su compromiso con la defensa de los derechos humanos. Lo más importante es que desvinculan su muerte de su vida y de su obra, especialmente del informe Guatemala Nunca Más, proponiendo manipulaciones o engaños ejercidos sobre el obispo para la elaboración de ese trabajo.

Se tejen trasfondos oscuros en la vida del obispo o de personas cercanas, trapos sucios de la Iglesia o de la ODHAG fueron los que provocaron el asesinato o promovieron la manipulación posterior del caso. Aquí se encuentra la idea propuesta inmediatamente al día siguiente del asesinato de que el crimen fue un crimen pasional entre homosexuales [4] .

Sin embargo, una segunda muerte infame, mucho más importante por la penetración que ha tenido gracias a un texto y su difusión, ha sido la presentada por Maite Rico y Bernard de la Grange en ¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político. En este libro se propone una versión particular de la muerte de Gerardi que, contrario a lo que anuncia el subtítulo, no fue político puesto que está relacionada con el accionar de una banda de delincuentes conocida como Banda Valle del Sol (aunque en el texto se proponga que hay un manejo político del esclarecimiento del caso y del proceso judicial que se llevó a cabo). Un breve examen del texto revela algunas cuestiones interesantes.

En la primera página afirman: «Los hechos narrados en esta investigación periodística están rigurosamente documentados. Sin embargo, para reconstruir algunas situaciones hemos recurrido necesariamente a su recreación literaria» (Rico, M. & de la Grange, B. 2003: 5). Pero no se sabe cuándo están haciendo la «investigación rigurosa» y cuando la «recreación literaria». A excepción del capítulo 7 titulado «El juicio», la presentación de citas y de fuentes es muy escasa, mientras que el uso de adjetivos que reparten generosamente es fuertemente utilizado, lo que parece más conveniente para un texto literario.

De hecho, el texto de ¿Quién mató al obispo? es un texto híbrido. Participa en las condiciones de una novela policíaca por la forma en que está redactado, puesto que, para aumentar la reacción afectiva del lector, se redactó el texto como una novela, en la que la voz narrativa no la llevan los autores empíricos, con los distintos mecanismos textuales que esto implica, incluyendo citas y la impersonalidad del lenguaje académico, sino lo relata un autor omnisciente, como ocurre en buena parte de la literatura. Pero también pretende participar como una investigación académica habida cuenta de su subtítulo, la introducción, la lista de iniciales, el epílogo a dos voces y las notas de texto utilizadas (los soportes del texto de los que habla Ochando, C. en La memoria en el espejo).

El término autopsia del subtítulo es significativo. Una autopsia es un procedimiento médico para determinar las causas de la muerte de una persona siguiendo determinados procedimientos precisos. Que se haya usado en el subtítulo la palabra autopsia remite a un procedimiento exacto, científico, que revela la causa (verdadera) sobre la muerte de alguien. ¿Quién mató al obispo? Autopsia de un crimen político pretende desde el título, mostrar que efectivamente, revela la causa de la muerte de Gerardi. Este soporte del texto es determinante para el código de recepción que se busca crear al leer el libro. La intención es dotarlo de un «efecto de verdad» para el lector. Los soportes textuales (internos y externos) inducen un código de recepción veredictivo (Ochando, C. 1998: 171), que busca que el lector encuentre la «verdad» y también emita un «veredicto» después de leer el libro.

Este veredicto se propone crear una versión de la muerte de Gerardi, que no tuvo nada que ver con su trabajo a cargo del REMHI, al mismo tiempo que afirma que el ejército y los militares no tuvieron ninguna participación en el mismo y la Iglesia y la ODHAG con todo su poder y capacidad de intrigas orientaron el juicio en un sentido acorde a su conveniencia, saldando cuentas con el coronel y el capitán Lima que, según Rico y de la Grange, no tuvieron ninguna participación en el hecho.

Además, también presentan que el gobierno de Álvaro Arzú prestó toda la ayuda posible al esclarecimiento del caso, mientras que hubo manejos oscuros y toda una «estrategia diseñada» en la cual la Iglesia y la ODHAG participaron, para desprestigiar al gobierno de Arzú y debilitarlo políticamente. La actuación de estas dos instancias llevaba una intencionalidad clara:

«A Gerardi no lo mataron por las denuncias del Remhi, sino porque se había convertido en un «blanco de oportunidad» en el contexto de la guerra a muerte entre el gobierno de Arzú y la mafia de la red Moreno en alianza con el FRG (Rico, M. & de la Grange, B. 2003: 261).

El principal efecto negativo de la versión expuesta en el libro de marras es restarle valor al trabajo de Gerardi, es decir, la recuperación de la memoria de las miles de víctimas del conflicto armado interno. Aquí es donde encuentra sentido esta muerte infame, como un intento de desprestigiar la figura de Gerardi y de mantener en el olvido la importancia de ese trabajo que rompe con el silencio al que se había querido someter a las víctimas y a los sobrevivientes del conflicto armado interno.

Como se había advertido, en el capitulo 7 titulado «El juicio», en la primera mitad se hacen dos afirmaciones muy importantes para el tema que se está tratando. La primera es que Gerardi en realidad no tuvo mucho que ver con el contenido del informe Guatemala Nunca Más. Proponen que el obispo se dejó manipular o fue engañado respecto al contenido. Y segundo, afirman que dicho informe es parcial e inconsistente metodológicamente. En el fondo, lo que cuestionan es que el trabajo que presidió el obispo descubre y denuncia buena parte de las atrocidades que comete el ejército contra los guatemaltecos indígenas más pobres. La versión de Maite Rico y Bernard de la Grange coincide con los intereses de mantener en el silencio y la impunidad la memoria de las víctimas del conflicto armado interno en Guatemala: su sufrimiento y también sus anhelos de felicidad frustrados, su esperanza por un mundo menos injusto y mejor.

La muerte que culmina en memoria, justicia y vida

El obispo Juan Gerardi presidió el grupo de trabajo que rescató la historia reciente del terror en Guatemala. Miles de voces, testimonios recogidos en todo el país, fueron juntando los pedacitos de cuarenta años de memoria del dolor: 150 mil guatemaltecos muertos, cincuenta mil desaparecidos, un millón de exiliados y refugiados, doscientos mil huérfanos, cuarenta mil viudas. Nueve de cada diez víctimas eran civiles desarmados, en su mayoría indígenas; y en nueve de cada diez casos, la responsabilidad era del ejército o de sus bandas paramilitares. La Iglesia hizo público el informe un jueves de abril del 98. Dos días después, el obispo Gerardi apareció muerto, con el cráneo partido a golpes de piedra. Eduardo Galeano [5] .

La palabra mártir, del latín martyr y del griego martyros, que significa testigo, posee indudables ecos bíblicos y religiosos. Esta opción no es casual para referirse a la muerte de Gerardi como la muerte de un mártir. Puesto que este trágico asesinato ha sido la continuación de la violencia que ejerció el Estado guatemalteco para reprimir cualquier disidencia política y continuar con un proyecto de nación excluyente para la mayoría empobrecida del país.

La muerte de Gerardi es una de las expresiones que el conflicto armado interno no desapareció definitivamente después de la firma de la paz en 1996. La presencia de los militares en la sociedad guatemalteca es considerable, aún cuando hayan perdido parte de su poder. Además, deben considerarse los efectos que el conflicto armado interno dejó en el tejido social guatemalteco, pues siguen manteniendo vigencia. El peor, quizás, es el uso de la violencia como recurso instrumental, sancionado simbólicamente y que permanece operando después que el gobierno y el ejército lo instalaran como parte de la «normalidad» de las relaciones sociales. A esto se debe sumar la impunidad que se mantiene y que, aquellos factores que originaron el conflicto, como la pobreza y la exclusión, no han sido eliminados y continúan produciendo dolor y sufrimiento.

Se puede considerar que la muerte de Gerardi adquiere sentido al verla en relación a su vida: un religioso profundamente comprometido con la suerte de los pobres y, en su última etapa, comprometido con la reparación de las injusticias de las víctimas del conflicto armado interno. El esfuerzo personal que hizo para la realización del REMHI estaba dirigido precisamente, a sacar del olvido a las víctimas y que Nunca Más ocurriera algo así. Este es un movimiento ético primario que impulsa los últimos años y la obra del Obispo. Hay un esfuerzo por dar voz a las personas que sufrieron el conflicto y perdieron familiares, dándole rostro a esas víctimas olvidadas. Esto es lo que se ataca de fondo en el libro de Maite Rico y Bertrand de la Grange, además de proponer su particular versión sobre el asesinato y el juicio. Se deja a un lado el esfuerzo del REMHI, como elemento constitutivo y significativo de la muerte del Obispo.

Para que esta muerte encuentre sentido, hay que leer de nuevo el REMHI y encontrar en sus páginas de dolor, también un tributo a la esperanza. Esa esperanza que tiene que ver con que ese pueblo empobrecido viva de una forma digna y justa.

Hay que afirmar que la muerte de Gerardi es resultado de su vida. De una vida conscientemente dirigida al compromiso con los pobres y con las víctimas. El REMHI es resultado de esta intención. Es aquí donde el libro En la mirilla del jaguar de Margarita Carrera recupera la memoria del obispo. Es el sentido que se encuentra globalmente en el texto [6] y que encuentra una de sus mejores expresiones en la siguiente cita:

«Al entrar al garaje, monseñor Gerardi fue asesinado y de la manera más siniestra. Había sido agredido brutalmente con un objeto contundente que le había destruido la cara y el cerebro. La última cita bíblica que hiciera en su discurso [7] se hacía cruel realidad en su persona:

Mirad a mi siervo -dice Isaías-, muchos se espantaron de él, desfigurado no parecía hombre, no tenía aspecto humano. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso y herido de Dios…» (Carrera, M. 2005; 152, cursiva de la autora).

Con esto, logra presentar una muerte profética y de intenso valor simbólico, que da sentido a la vida de Gerardi, como defensor de los derechos humanos y persona comprometida con la suerte de los más desfavorecidos.

Al proponer esta muerte, ligada a la vida y obra de Gerardi, también se propone que la memoria del obispo no debe quedar en la conmemoración ritual que se puede llevar a cabo año tras año. El significado político y ético de su muerte, así como la muerte de las víctimas del conflicto armado interno y las resistencias de los sobrevivientes, deben animar con sus promesas insatisfechas de felicidad, las luchas actuales. Deben permitir animar y dar aliento a los que hoy en día también se niegan a aceptar el mundo como dado y reconocen la reivindicación del pasado y la transformación del presente como tareas pendientes.

A 10 años de la trágica muerte de Gerardi, es necesario, para retomar su legado, revisar una construcción histórica que tome en cuenta la visión de los vencidos y las víctimas. Este puede ser el proyecto que articuló los esfuerzos ulteriores del obispo Gerardi, que se materializaron en un proyecto de denuncia de las atrocidades pasadas pero también de reconocimiento de la vida que sobrevive, pese a los innegables esfuerzos por sofocarla.

BIBLIOGRAFIA

Carrera, M. (2005) En la mirilla del Jaguar. Biografía novelada de Monseñor Gerardi. FCE, 2ª. edición, Guatemala.

de la Garza, Ma. Teresa (2002) Política de la memoria. Una mirada sobre Occidente desde el margen. Anthropos Editorial, Barcelona.

Mate, R. (2006) Medianoche en la historia. Comentarios a las Tesis de Filosofía de la Historia de W. Benjamin. Trotta, Barcelona.

Morales, M, coord. (2001) Stoll-Menchú: La invención de la memoria. Consucultura, Guatemala.

Ochando, C. (1998) La memoria en el espejo. Aproximación a la escritura testimonial. Anthropos Editorial, Barcelona.

Rico, M. & de la Grange, B. (2003) ¿Quién mató al Obispo? Autopsia de un crimen político. Editorial Planeta Mexicana, México, D.F.

Ricoeur, P. (2003) La memoria, la historia, el olvido. Trad. Agustín Neira. Editorial Trotta, Barcelona.

Ruiz-Vargas, J. (2002) Memoria y olvido. Perspectivas evolucionista, cognitiva y neurocognitiva. Editorial Trotta, Barcelona.

Tischler, S. (2005) Memoria, tiempo y sujeto. F&G Editores, Guatemala.

Vásquez, F. (2001) La memoria como acción social. Relaciones significados e imaginario. Paidos, Barcelona.

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Mariano González, psicólogo, guatemalteco. Docente de la Escuela de Ciencias Psicológicas de la Universidad de San Carlos de Guatemala e investigador de la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala -ODHAG.



[1] Este artículo es una versión resumida de una investigación más extensa que se encuentra en preparación.

[2] En el estado de este trabajo, se debe considerar postergada la discusión y diferenciación sobre memoria e historia. Provisionalmente se podría pensar que la historia es conocimiento del pasado, mientras que la memoria es actualización del pasado (ver Mate, R. 2006). Para una discusión amplia y compleja sobre el tema, se puede ver el estudio de P. Ricoeur que lleva por título La memoria, la historia, el olvido.

[3] Se asume que la posición del científico social está exenta de condicionamientos o que puede colocarse en un lugar privilegiado, sobre los intereses particulares. Me parece que esto es, cuando menos, discutible, lo que no exime de responsabilidad por articular un proceso riguroso de investigación.

[4] Apenas un día antes del décimo aniversario de su asesinato, el periódico guatemalteco Siglo XXI publicaba en portada, concediéndole bastante espacio en su interior, la versión de un investigador del Congreso de EEUU, Leonel Gómez, que plantea que la muerte de Gerardi se debe al narcotráfico. Pese a ser un desatino manifiesto, lo importante es ver la difusión que se le da y que permite seguir confundiendo a la opinión pública.

[5] El escrito de Galeano contiene dos inexactitudes. La primera se refiere a las fechas: fue viernes la presentación del REMHI y el domingo 26 fue cometido el asesinato. La otra es que el objeto homicida no fue una piedra, sino otro tipo de objeto, probablemente un objeto metálico pesado. Pero la vinculación de vida, obra y muerte es tremendamente significativa.

[6] Desde el subtítulo, En la mirilla del jaguar se reconoce como una «biografía novelada de Monseñor Gerardi». Además, el texto trata principalmente de la vida y obra de Gerardi y es, hasta el último capítulo, donde se plantea el asesinato ocurrido. Es decir, aquí la importancia que se le da al legado de monseñor es mucho más extenso. Su muerte sería el resultado de una vida comprometida y de una obra significativa para aportar en torno a la memoria y la justicia.

[7] Hace referencia al último discurso de Gerardi, cuando en la catedral metropolitana, ante una iglesia abarrotada, presenta la obra que culmina el trabajo de su vida, el informe Guatemala Nunca Más.