Detrás de cada persona que se suicida, existen suficientes pesquisas por las que se decide poner fin a una vida angustiosa y de consternación, pero deja en su silencio unos datos esenciales que llevan nombre y apellidos de los autores de ese crimen organizado. Porque cuando una persona decide acabar con su vida mediante el […]
Detrás de cada persona que se suicida, existen suficientes pesquisas por las que se decide poner fin a una vida angustiosa y de consternación, pero deja en su silencio unos datos esenciales que llevan nombre y apellidos de los autores de ese crimen organizado. Porque cuando una persona decide acabar con su vida mediante el acto de suicidarse, también lo hacen quienes en su silencio saben que son los legítimos responsables de su cobardía y complicidad grupal.
Una última carta antes de despedirse, es quizás el último acto antes de que una persona ponga fin a su vida mediante el suicidio. Unas cuantas palabras que ocupan no más de una carilla de un folio, es suficiente para decir adiós a su vida, a sus seres queridos y a los que no lo son, porque éstos últimos son los verdaderos autores de esa tragedia humana; y no se le pueda llamar acto voluntario porque quienes hacen que se produzca ese hecho social, son sus provocadores, los culpables. Los autores del crimen que más tarde se convertirán en cómplices de un silencio que pueden esconder públicamente para siempre, pero en su soledad nunca olvidaran (o no deberían) las hostiles palabras e insultos que le propinaron a la débil víctima y a sus familiares.
Ayer fue Alan, pero hoy seguramente habrá un/a joven encerrado en su habitación dándole vueltas a la cabeza sin dar con la tecla para hacer frente a sus canallas. Mientras su entorno familiar, académico o socio-laboral, no es consciente de que algo grave está ocurriendo, y lo que nunca imaginaran, es que lo peor puede estar por llegar. Pues estos mecanismos de detección por parte de su círculo más íntimo, están tardando en darse cuenta de las consecuencias psíquicas que está viviendo esa persona: hijo/a, sobrino/a, o cualquier otro familiar.
Y todo esto ocurre en muchos países porque el tema del suicidio es un tabú. Es una palabra o un hecho social del que no se habla por miedo a que se «familiarice» ese hecho en forma de comportamiento y se produzca en un «efecto secuencial o provocativo». Pero muchos padres y familiares de las que fueron víctimas de esa tragedia humana, piensan desde una perspectiva más conciliadora. Al fin y al cabo, el acto de suicidarse forma parte de una conducta humana ante ciertas patologías psíquicas que se producen en ambientes sociales, donde es la propia sociedad la que debe tomar consciencia, y conocer las consecuencias despectivas por las que puede llevar a una persona a acabar con su vida, y afectar directamente a sus familias, amigos, educadores escolares, etc.
En muchas ocasiones, las personas no son realmente conscientes de las consecuencias que victimizan a otra persona, pero no por hecho del desconocimiento, pueden quedar exentas de una responsabilidad criminal. Quizás también esto se deba, a que existe poca información de la fragilidad del conjunto de facultades cognitivas de los seres humanos, y de su plena adaptación al entorno social y/o cultural. Lo que en ciertas situaciones o fases de depresión, ansiedad, estrés, etc., lleva a una persona a bloquearse psíquicamente a consecuencia de una presión social que no es capaz de afrontar la víctima, y hace que se produzca en su mente el efecto túnel, el último viaje de la vida donde no hay retorno. Mientras, el mundo seguirá y sus malhechores también lo harán. Pero quizás el día que sean conscientes del grado de participación que ocuparon cuando vejaban, humillaban, y se reían de su propio compañero (víctima de un silencio), ese día morirán lentamente en su intento por convencerse de exculparse. Nunca más serán hombres libres aunque no estén entre rejas, y aunque no lleven visible la etiqueta de canalla, sabrán que cada vez que aspiren aire profundamente para inflar sus pulmones, se acordaran de lo que sintió su víctima en sus últimos minutos cuando se dispuso a ponerle lentamente fin a su vida.
Porque cuando una persona se suicida a consecuencia de la presión social, e incluso familiar, por ejemplo, también lo hace parte de la sociedad. Porque un suicidio de estas características es un suicidio colectivo y/o un crimen social. Se trata de un asunto que requiere mucho análisis y reflexión social para evitar que hechos como estos se vuelvan a repetir. Por ello, se insta a la colectividad social a concienciarse de que detrás de este tipo de maltrato, una persona víctima de su debilidad y soledad, trama algo que solo unas pocas personas pueden imaginar el trágico resultado. Pero cuando en las raras ocasiones que se detecta el inicio del viaje hacia el último adiós es demasiado tarde, el círculo afectivo más cercano a la víctima, asume también parte de ese suicidio; «amamos tanto a la sociedad, que seríamos capaces de quitarnos nuestra vida por ellos».
Los comportamientos sociales, la desesperación del efecto que provoca en algunos seres humanos su capacidad de comunicarse y relatar unos hechos humillantes, debería ser un asunto en materia de educación. Incluso porqué no, debería formar parte de la formación que reciba un adulto dentro de su centro de trabajo, sea cual fuere su ejercicio profesional.
Porque como dijo el sociólogo francés, Emilie Durkheim, «una mente que se cuestiona todo, al no ser lo suficientemente fuerte para soportar el peso de su ignorancia, corre el riesgo de cuestionarse sí mismo y de ser envuelto en la duda».
Andrés López, es antropólogo.
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