Es normal que el lenguaje vaya cambiando, incluso que a ciertos procesos se los vuelva a nominar, según la hegemonía o el interés de cada momento.
De hecho, la disciplina científica, surgió como Economía Política para luego mutar con la eliminación del apellido, más cercana a definir una técnica de negocios que una ciencia social.
Allá por los 50/70 del siglo pasado se instaló un debate en torno a la categoría asignada a los países que no definían el rumbo del orden económico.
Se discutía el “desarrollo”, más precisamente el “desarrollo capitalista”, en confrontación con las nuevas expectativas inspiradas en la revolución rusa y el surgimiento del bloque socialista luego de 1945.
En el fondo, luego de la segunda guerra y hacia mitad del siglo, instalada la bipolaridad del sistema mundial, aparecerá una caracterización que situaba a los países dentro de un mundo o de otro, incluso en una tercera posición, que se orientaba hacia el primero o el segundo mundo. Hoy perdió sentido la nominación por el “tercer mundo”.
América Latina y el Caribe fue territorio de privilegio de esas discusiones, especialmente con la emergencia de la revolución cubana desde 1959. Es un proceso que también aparecerá en Asia con la revolución china de 1949 y en África, especialmente bajo el fenómeno de la descolonización.
El debate se concentraba en si eran países “atrasados”, “subdesarrollados”, “en vías de desarrollo”, “en desarrollo” o “dependientes”. Detrás de esas nominaciones se desplegaban concepciones teóricas.
No era lo mismo en la teoría del desarrollo, superar la situación siguiendo las recetas de los países “desarrollados”, sustentadas por Rostow y su “modelo de crecimiento”; que encarar otra estrategia para satisfacer las necesidades históricas de los pueblos.
Es más, parte del debate se centrará en que crecimiento no es lo mismo que desarrollo y se habilitarán nuevas categorías, como la del “desarrollo integrado”, que además del crecimiento suponía satisfacción de necesidades sociales integrales para el conjunto de la población.
Se trataba de una propuesta convergente con una lógica keynesiana de resolver la demanda de inversoras/es (ganancias) y de trabajadoras/es (salarios), propuesta favorecida por el Estado del bienestar (seguridad social y gratuidad en salud, educación y otros derechos).
Rostow promoverá su modelo de crecimiento, inspirador de la lógica desarrollista del capitalismo atrasado, siguiendo el ejemplo superador de etapas históricas por las que había transcurrido la historia económica de los países capitalistas avanzados.
La crítica no se hizo esperar y desde diferentes corrientes de pensamiento confrontaron la tesis sustentada.
Por un lado, se destaca la tesis del estructuralismo, desde la CEPAL, liderada por Raúl Prebisch y la concepción de Centro y Periferia, en el sentido que unos existen por la razón de la forma de existencia de los otros.
Desde otro lugar, los teóricos de la dependencia, que en sus variantes y en polémica sostenían que aún con dependencia podía existir desarrollo capitalista (Fernando Henrique Cardoso, Enzo Faletto) y quienes fundamentaban desde el marxismo que el capitalismo perpetuaba la condición de la dependencia (Theotonio dos Santos, Vania Bambirra, Rui Mauro Marini, Orlando Caputo, entre otros).
Las distintas caracterizaciones suponían estrategias sobre el devenir, en el marco del capitalismo o en contra y más allá del régimen del capital. Eran los debates de los 60/70 con cierto trasfondo de conflicto social y lucha relativa al orden social en cada país, en la región y en el mundo.
Neoliberales y emergentes
Aquel tiempo trocó en la ofensiva capitalista inaugurada con las dictaduras genocidas de los setenta. Con ellas se inauguró la época del neoliberalismo y el aliento a la libre circulación y al movimiento de capitales internacionales. La transnacionalización es la nota del momento histórico contemporáneo.
El lenguaje cambió y ya no se discutirá en la clave de los 50/70, sino que aparecerá la categoría de “países emergentes”.
Se trata de una denominación, por lo menos confusa, definida por grandes inversores internacionales. Para ellos, estos países emergen como destino de las inversiones internacionales. La ganancia del inversor está en el centro de la preocupación.
Así, entre los principales emergentes figuraran China, India, Brasil; países con numerosa población empobrecida y salarios bajos; baratos para la radicación de inversiones productivas.
Las estadísticas señalan que con las “modernizaciones” del último medio siglo, la orientación de las inversiones directas privilegiaron aquellos países (mercados) que emergían.
Por eso creció mucho y se industrializo China, hasta ser recientemente calificada como primera productora fabril mundial; disputando hegemonía a EEUU, quien sigue siendo potencia hegemónica en el sistema mundial por el peso del dólar, el poder militar e ideológico, vía Hollywood o de las nuevas plataformas del entretenimiento, entre ellas, Netflix.
Antes se decía país atrasado, subdesarrollado, en desarrollo, o dependiente; todo un debate entre los 50 y los 70; con consecuencias más que interesantes relativas a estrategias subordinadas al imperialismo, o alternativas, incluso insurgentes.
Lo que definía las estrategias políticas eran la continuidad bajo el desarrollo capitalista o la posibilidad de la independencia y un desarrollo alternativo al capitalismo.
En el presente, bajo la denominación de “emergentes”, todo se reduce a la captación de inversores externos, lo que requiere ofrecer ventajas a esos inversores. Los inversores buscan reducir el costo de producción, especialmente el laboral. Por ello la presión en curso por reformas laborales o previsionales.
Definir como emergentes a los países, supone reducirlos a captores de capitales en busca de rentabilidad. Es un endulzante, no solo del lenguaje; sino una licuación de una caracterización histórica para superar la dependencia y el capitalismo, que aleja cualquier perspectiva de emancipación.
Julio C. Gambina. Presidente de la Fundación de Investigaciones Sociales y Políticas, FISYP.