Pareciera un fake más, pero no: el pasado 29 de septiembre, en la página oficial de la Casa Blanca, se publicó el siguiente mensaje presidencial:
Hoy saludo a los millones de creyentes cristianos en los Estados Unidos y en todo el mundo que celebran la Fiesta de San Miguel Arcángel.
Según las Sagradas Escrituras, cuando el Diablo se rebeló contra Dios en el Cielo, San Miguel y su legión de ángeles arrojaron a Satanás a la Tierra, reafirmando triunfalmente la soberanía de Dios sobre toda la creación. Durante 2000 años, los cristianos han acudido a San Miguel Arcángel en busca de protección, fortaleza y valor en tiempos de conflicto, angustia y duda.
En 1886, hace casi 140 años, el Papa León XIII, líder de la Iglesia Católica Romana, temiendo por el futuro del mundo occidental, introdujo la legendaria Oración a San Miguel, que aún se reza hoy en día en iglesias y hogares en toda nuestra Nación y en todo el mundo:
San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios lo reprenda, te lo suplicamos humildemente; y tú, Príncipe de la milicia celestial, arroja al infierno con el poder de Dios a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén.
Ocho días antes, en el homenaje a Charlie Kirk celebrado en el State Farm Stadium de Glensdale, el Secretario de Guerra, Pete Hegseth, calificó el momento actual “no como una guerra política” ni tampoco como “una guerra cultural”, sino más bien como una “guerra espiritual” (sic). En efecto, ese evento, que llevaba como título “Construyendo un legado”, establece un nuevo marco político, un “Turning point”, un punto de inflexión que no cabe desatender, pues en él discurrirá no sólo el resto del segundo mandato de Trump, sino muy probablemente también la próxima presidencia de EE.UU, a menos que se produzca –Signore, salvaci– un milagro en las filas del Partido Demócrata. La plana mayor del gobierno Trump tomó parte en el evento. Hubo algo en común en todas las intervenciones: el sincretismo de política y religión. ¿Era un mitin o un acto litúrgico? ¿Eran discursos o eran sermones? Ambos, aunque el del Secretario de Estado, Marco Rubio, tuvo más de lo segundo. El Vicepresidente J.D. Vance esclareció la naturaleza del acontecimiento: “El malvado asesino que nos arrebató a Charlie esperaba que hoy tuviéramos un funeral, pero en su lugar, amigos míos, hemos tenido un avivamiento [“revival”, término frecuente en el evangelismo] y una celebración de Charlie Kirk y de su Señor, Jesucristo.” La viuda Kirk reiteró la idea: “Después del asesinato de Charlie, no vimos violencia. No vimos disturbios. No vimos una revolución. En cambio, vimos lo que mi esposo siempre oró por ver en este país. Vimos un avivamiento.” En Estados Unidos se escucha hablar de un “Tercer Gran Despertar”. En Estados Unidos ha estallado, sí, una “guerra espiritual”, y ha estallado justo bajo el papado de León XIV, el primer papa estadounidense.
La policrisis (ecología, desigualdad, xenofobia, armamentismo, multilateralismo etc.) que ya aquejaba al mundo bajo Francisco se ha agravado en este corto pero interminable segundo gobierno de Trump. La Tercera Guerra Mundial a pedazos que profetizó Bergoglio ha cobrado más y más cuerpo: Israel atacó a Irán, el genocidio palestino se ha sublimado, cazas y drones rusos juegan a las escaramuzas en los cielos de Europa, y Estados Unidos ataca lanchas de supuestos narcos venezolanos. El 17 de julio Israel atacó la parroquia de la Sagrada Familia de Gaza: murieron 3 personas y resultaron heridas otras 10. León XIV lo ha denunciado todo; ha torcido el gesto con el presidente de Israel, ha hecho constantes llamamientos a la paz, pero avisa humilde en su primera entrevista larga que su papel principal no es ser “solucionador de los problemas del mundo”. Bien por él: ya no cabe tanto mesías en la Tierra.
La pregunta es si la calma, mesura, imperturbabilidad, ecuanimidad y diligencia, el freno a la impulsividad, el rechazo del dramatismo que se ensalzan en Prevost son las mejores armas para afrontar a un trumpismo ávido de religión que se mueve para colocar hombres suyos al frente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. León XIV intenta mantenerse al margen de una guerra cultural religiosa que se libra ya en terreno europeo: “No tengo planeado involucrarme en la política partidista. La Iglesia no se trata de eso”.
Otra pregunta sucesiva es cuánto tiempo resistirá León XIV esgrimiendo esa diplomacia de equilibrio. Y, sobre todo, ¿por qué León XIV no acude hoy que hace más falta que nunca a aquello de Francisco: “¡Que lo sagrado no sea apoyo del poder y el poder no se apoye en la sacralidad!”?
En el escudo papal, con su lema exhortando a la unidad (In Illo uno unum), se halla la respuesta a la primera pregunta. A León XIV lo eligieron como toma de tierra después del papado “eléctrico” de Bergoglio, que atraía a progresistas y provocaba repulsa en los conservadores. Prevost, al que le ha caído la pesada cruz de ser un líder mundial, mide con sumo tiento sus pasos.
Ahora bien, ¿acierta León XIV al no combatir de cara el trumpismo para evitar males mayores? El tiempo dirá si la diplomacia de equilibrio de Prevost, o sea, el evitar trincheras ideológicas confiando en que sean la sociedad civil, los obispos locales y las conferencias episcopales quienes ejerzan el papel de opositores frontales frena o alienta el nacionalcristianismo global.
Conviene hacer memoria siempre. No es la primera vez que para evitar males mayores la Iglesia se pone de perfil. Recordemos los concordatos que firmó la Iglesia con la Italia de Mussolini, la Alemania de Hitler o la España de Franco. Aquella sacralización del vínculo patrio, aquella deificación de los líderes y aquella renuncia a la tradición democrática liberal han vuelto con fuerza. Toda aquella corriente intransigentista que apostó por una recristianización global tienta a ciertos católicos exactamente igual que los tentó en los años 30 y 40 del siglo pasado. Hay una iglesia católica convencida de que pactar con el nacionalcristianismo global le salió a cuenta entonces y le sale a cuenta ahora. Al fanático Kirk, el obispo Barron lo llamó “apóstol del discurso civil”; el cardenal Dolan lo denominó “un moderno san Pablo”.
La unidad de la Iglesia no es un tema menor, ni siquiera para los más anticlericales de los anticlericales. Pero ante un problema tan mayúsculo, como es el trumpismo, que todo lo ha agravado, resulta mucho menor. León XIV se halla ante una difícil encrucijada estratégica. Si bien parece muy cabal no polarizar aún más un mundo ya totalmente polarizado, no lo parece tanto conceder terreno a quienes más polarizan y otorgar callando. Cuánto tendrán que ver su medido silencio y su buscada prudencia con el apoyo financiero que llega de fundaciones estadounidenses a las deficitarias arcas vaticanas no lo sabemos. De los “cuatro principios relacionados con tensiones bipolares propias de toda realidad social” (EG, 221) que estableció Francisco, el segundo, “la unidad prevalece sobre el conflicto” (EG 226-231) es el que menos convence a un republicano. La manera más adecuada de situarse ante un conflicto como el trumpismo no parece que sea “aceptar, sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Se puede y se debe luchar. No cabe imparcialidad ante un mal que agrava los problemas ya existentes, es decir, un mal mayor.
Y si todo ello fuera poco, añadamos un último motivo de preocupación para este pontificado que apenas ha arrancado: la religión se ha convertido en objeto de consumo. El trumpismo constituye un culto verdaderamente atractivo para los consumidores frustrados y aislados. ¿Quién puede resistirse al embrujo de la jaculatoria final de la viuda Kirk en Glensdale: “Elige la oración. Elige el valor. Elige la belleza. Elige la aventura. Elige la familia. Elige una vida de fe. Y lo más importante, elige a Cristo.” Cómo luchar contra ello desde un catolicismo que impone, en cambio, deberes, obligaciones y brinda una comunidad cada vez más anciana y escasa. El catolicismo trumpiano, aún minoritario en Europa, brinda una síntesis cómoda al consumidor religioso que le permite escoger o desechar los principios y los valores incómodos, como si fueran meros ingredientes en una receta de cocina: quita samaritanos, mete más espadas. Valor, belleza y aventura. El primer papa estadounidense deberá ocuparse del trumpismo como ya está haciendo y como ya hizo antes de ser papa. Es su competencia y, hoy por hoy, el mayor problema del mundo en cuanto que agrava, como decíamos, todos los problemas (ecología, desigualdad, xenofobia, armamentismo etc.) que ya aquejaban al mundo. No se trata, no, de comparar a Prevost incesantemente con el más batallero Bergoglio; tampoco de delegar cómodamente en él la oposición más aguerrida al trumpismo; se trata de que el nacionalcristianismo global, esa alianza de credos religiosos judeocristianos que han hallado en la vuelta al Dios del Antiguo Testamento un aglutinante político poderosísimo, está arrasando los cimientos de las democracias liberales. Karl Polanyi alertaba en 1935 de que “el fascismo victorioso no entraña solo la ruina del Movimiento Socialista, sino que es el fin del Cristianismo salvo en sus formas más degradadas”. La tesitura histórica actual se asemeja muchísimo a ese trance, por lo que cada cual, nadie excluido, ha de arrimar el hombro como mejor pueda. Nadie va a sobrar en esta nueva “guerra espiritual” que nos han declarado, como nadie sobró en la lucha antifascista. Tampoco el papa.
Gorka Larrabeiti es profesor de español residente en Roma.
Fuente: https://www.infolibre.es/opinion/plaza-publica/leon-xiv-guerra-espiritual_129_2072807.html
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