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Crisis de gobernabilidad

López Obrador ya es presidente de México

Fuentes: Rebelión

La imponente, abrumadora, majestuosa y monumental marcha ciudadana del silencio, del pasado domingo, en México, demostró que Andrés Manuel López Obrador dispone de un inmenso caudal de popularidad que la torpeza del desgobierno de Vicente Fox ha contribuido a aumentar considerablemente. La historia demuestra que no hay acicate mayor para ganar prosélitos que la represión, […]

La imponente, abrumadora, majestuosa y monumental marcha ciudadana del silencio, del pasado domingo, en México, demostró que Andrés Manuel López Obrador dispone de un inmenso caudal de popularidad que la torpeza del desgobierno de Vicente Fox ha contribuido a aumentar considerablemente.

La historia demuestra que no hay acicate mayor para ganar prosélitos que la represión, las coacciones y la fuerza impositiva usada con fines políticos. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán provocó en Colombia, en 1948, una insurrección popular de incontrolables proporciones que causó decenas de miles de muertos y casi destruyó Bogotá. Al exterminar a la mayor parte de los atacantes del Moncada, Batista dio nacimiento, con ese baño de sangre, a un Movimiento 26 de julio que alcanzó el poder en Cuba acompañado de un fervor nacional unánime. La emboscada contra Zapata en Chinameca le garantizó una larga vida al agrarismo mexicano.

Hay asesinatos físicos y asesinatos políticos. Lo que se intentó hacer con el desafuero de López Obrador es un homicidio legal: intentar con argucias formalistas la eliminación del posible candidato de mayor fuerza. Es una manera alevosa y ventajista de procurar el poder en 2006 por vías sesgadas, ajenas a la limpia competencia de las urnas.

La reacción ante la infamia ha sido de indignación, de irritación ciudadana lindante con el frenesí. Esas situaciones pueden desbocarse y conducir a una desestabilización de magnas proporciones. Para algunos analistas ese es el caldo de cultivo donde se incuban las guerras civiles. La furia acumulada conduce a explosiones sociales. De ahí a la devaluación del peso, la inhibición de inversiones, el colapso del mercado interno, no hay más que un paso. Esas son las posibles consecuencias del aventurerismo.

Afortunadamente López Obrador ha reaccionado con una ecuanimidad, una mesura y una prudencia que demuestran lo mucho que ha aprendido y su estatura de estadista. Le hubiera sido fácil ordenar una marcha desde el Zócalo a Los Pinos que habría degenerado en una masacre. No lo hizo. Ha desalentado las vías de la violencia y los ímpetus efusivos. Con ello se ha ganado el respeto de la clase media e incluso de las altas finanzas que sabe que las desestabilizaciones suelen costar muy caras en la Bolsa de Valores.

López Obrador ha realizado, por añadidura, una apreciable obra de gobierno como muy pocos alcaldes de la capital hayan acometido nunca antes. Eso lo define con claras perfiles como el próximo Presidente de México.

En la agenda de posibles conflictos no debemos olvidar que muy hondo en la conciencia nacional se encuentra la expropiación de Texas en 1845, la anexión de la mitad del territorio mexicano en 1848, el ataque a Ciudad México en 1847, el sacrificio de los Niños Héroes, el papel del embajador norteamericano Henry Lane Wilson en el asesinato de Madero, la invasión a Veracruz en 1914, la expedición punitiva de Pershing en 1916. Son cuentas que están por saldar y antiguos rencores antiyanquis que cada mexicano expulsa de lo hondo de su espíritu con el estruendoso grito de ¡Viva México! que conmueve el Zócalo cada 16 de septiembre.

México es un polvorín. Sus legiones de depauperados, sus hervideros de miserables que viven por debajo del umbral de la indigencia son un material combustible de alta intensidad. El estallido del EZLN pudiera propagarse, esta vez, como las brasas en una pradera agostada. En un santiamén México pudiera verse envuelto en un conflicto de tales proporciones que obligaría a Estados Unidos a intervenir porque considera que la cercanía de México es un asunto de su seguridad interna y ya sabemos que la pandilla petrolera de la Casa Blanca tiene puestos sus ojos codiciosos en PEMEX. También sabemos lo propensos que son a tirar del gatillo.

Desde luego, tal intervención encendería otro conflicto de mayores proporciones aún; la insurrección de América Latina que no toleraría en silencio y la inercia la humillación de sus hermanos mexicanos. No es un escenario de ficción política, es una especulación, llevada a su extremo, de una realidad posible.

Es interés de la seguridad nacional de Estados Unidos no permitir un México oscilante, desestabilizado por sus contradicciones internas, desequilibrado por las explosiones sociales de los descontentos, pero es interés de México no sucumbir ante el apetito voraz de las transnacionales.

Torpe en sus maniobras políticas, inepto para los altos deberes de conducir el Estado, sumiso a las órdenes de Bush, incapaz de poner orden en su traspatio doméstico, Fox ha simbolizando una etapa negra en la historia mexicana. López Obrador ya se advierte, en un futuro cercano, como la esperanza posible.

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