El Dr. Martin Luther King hijo escribió en 1964 un célebre libro titulado Why We Can’t Wait? [Por qué no podemos esperar] en el que además de abordar el crimen de la esclavitud y de las humillaciones diarias que padecen las personas afroestadounidenses, también dedicaba varias páginas a examinar lo que se puede denominar el «choque de civilizaciones» de los siglos XVI al XIX entre los emigrantes europeos y los 70 millones de personas originarias que vivían en el continente de América del Norte y del Sur. Colón no «descubrió» las Américas, había otras personas que vivían aquí desde hacía decenas de miles de años. Lo que se iba a conocer como «América» no era una «terra nullius», sino que pertenecía a cientos de pueblos originarios diferentes, que tenían sus propias culturas y lenguas, las «primeras naciones» del continente de América del Norte.
En el territorio que ocupan ahora Estados Unidos y Canadá vivían unos diez millones de algonquins, apaches, cayugas, cherokees, cheyennes, chippewas, comanches, coyotes, crees, dakotas, delawares, hopis, iowas, iroquois, lakotas, micosukees, mi’kmaqs, mohawks, mohegans, mojaves, muscogees, narragansetts, omahas, oneidas, pawnees, pequots, pueblos, quechans, saginows, seminoles, senecas, shawnee, shoshones, sioux, spokanes, squamish, tlingits, unangans, utes, wichitas, yuroks, zunis, etc.
El Dr. King escribió: «Nuestra nación nació de un genocidio cuando aceptó la doctrina de que las personas originarias americanas, las y los indios, eran una raza inferior. Incluso antes de que en nuestras tierras hubiera gran cantidad de personas negras, la cicatriz del odio racial ya había desfigurado a la sociedad colonial. La sangre fluyó desde el siglo XVII en adelante en las batallas de supremacía racial. Quizá somos la única nación que, como política nacional, trató de eliminar a su población originaria. Es más, elevamos esa trágica experiencia a la condición de noble cruzada. De hecho, ni siquiera hoy nos hemos permitido rechazar este bochornoso episodio o sentir remordimiento por él. Nuestra literatura, nuestro cine, nuestro teatro y nuestro folclore lo exaltan» (1).
En efecto, durante mi infancia en Chicago en la década de 1960 tenía muy claro que en la lucha entre los cowboys y los indios, los cowboys eran los buenos y los indios los malos. Me costó muchos años darme cuenta de quién era el opresor y quién el oprimido, de quién era el ladrón y quién la víctima del asesinato, la expoliación y la humillación.
¿Ha cambiado nuestra mentalidad?¿Estamos dispuestos a rechazar la filosofía del «destino manifiesto»?¿Hemos desarrollado nuestra facultad de autocrítica y empezado a darnos cuenta de la enormidad del crimen cometido contra las personas originarias de América del Norte y del Sur? ¿Somos capaces de practicar el cristianismo y mantener un mínimo de humanidad hacia otros pueblos? ¿Qué significa «Primero Estados Unidos»? ¿Significa la opresión del resto del mundo? ¿Qué quiere decir Trump con su consigna «Hacer que Estados Unidos sea grande otra vez»?¿No sería mejor hacer que Estados Unidos sea querido y respetado?¿No sería mejor para Estados Unidos y para el resto del mundo que las órdenes ejecutivas provenientes del Despacho Oval estuvieran en consonancia con las tradiciones cristianas de Estados Unidos? ¿No sería mejor revivir el legado de Eleanor Roosevelt y redescubrir la espiritualidad de la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Por desgracia, si observamos cómo actúa el presidente Donald Trump, dudo que el resto del mundo nos considere «grandes». La mayoría de las personas civilizadas del mundo podrían tener motivos para temernos e incluso para odiarnos. Trump parece poner en práctica la máxima de Calígula oderint dum metuant: «siempre y cuando me teman, que me odien» (2). ¿Por qué cambiar el nombre de Monte Denali en Alaska por Monte McKinley (3)? ¿Por qué apoyar la limpieza étnica y el genocidio del pueblo de Gaza (4) y de Palestina (5) que está llevando a cabo ahora Israel? ¿Por qué negar al pueblo palestino su derecho a la autodeterminación, su derecho a su patria (6), en la que sus antepasados han vivido durante miles de años? También en este caso se han invertido los papeles, está claro que Israel es el ocupante y el opresor, y está claro que el pueblo palestino es la víctima y lo ha sido desde la Nakba de 1947-1948. La guerra genocida en Gaza no empezó el 7 de octubre de 2023, sino 76 años antes. Pero en vez de tratar de hacer justicia al pueblo de Palestina que sufre desde hace tanto tiempo, el presidente Trump pretende robarle sus tierras, «trasferir» a la población palestina fuera de sus hogares y hacer una «Riviera» mediterránea (7) para los oligarcas de Israel y Estados Unidos. ¿Tenemos tan metido en nuestro ADN el genocidio de las Primeras Naciones de Estados Unidos que podemos apoyar entusiasmados la limpieza étnica y el genocidio en Palestina?
El «descubrimiento» de América»
Cada 12 de octubre muchas personas celebran en Estados Unidos las aventuras de Cristóbal Colón. ¿Qué aprendemos en los libros de historia acerca de la colonización de América del Norte y del Sur?¿Qué entendemos bajo el término «historia»? Como señaló Herodoto, escribir historia significa «investigar», una vocación que Tuicídides desarrolló y aplicó mucho más.
Ahora bien, ¿los europeos llegaron a un continente vacío en el que después se asentaron y que desarrollaron, o más bien nuestros antepasados fueron «emigrantes» a nuevas fronteras? Examinemos Europa durante la «era del descubrimiento». Nuestros antepasados europeos eran bastante pobres, nuestras ciudades eran míseras, estaban superpobladas y en ellas reinaban el paro, las enfermedades y la violencia. Los emigrantes de los siglos XVI, XVII, XVIII (españoles, portugueses, británicos, franceses, holandeses, alemanes, polacos, irlandeses y otros «colonizadores) eran aventureros, inconformistas dispuestos a enriquecerse rápidamente, y a ellos les siguieron personas sencillas que tenían la esperanza de empezar de cero. El hecho histórico es que lo que hoy conocemos como América del Norte (el hemisferio occidental al norte del Río Grande) era una tierra rica, equilibrada desde el punto de vista ecológico, habitada por unos 10 millones de seres humanos que se ocupaban de sus propios asuntos y no suponían amenaza alguna para los europeos, cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en Guanahani, una isla de las Bahamas, creyendo haber encontrado una ruta occidental hacia la India. Colón continuó a Cuba y las Antillas, y emprendió cuatro viajes a las Américas, pensando aún que sus habitantes eran «indios».
A diferencia de los españoles, que «cristianizaron» a las poblaciones indígenas y las utilizaron como mano de obra barata, nuestros antepasados anglosajones tenían poca estima por las personas originarias, a las que calificaban de «demonios» y «lobos», y consideraban que no valía la pena asimilarlas a nuestra sociedad superior. Los puritanos de Massachusetts, que también quemaban a las brujas, acabaron prácticamente con los «indios» originarios que les habían enseñado a sobrevivir, mientras que el reverendo John Cotton, de la primera Iglesia de Boston, y el reverendo Cotton Mather, de la segunda Iglesia de Boston, justificaban la empresa como voluntad del mismo Dios. Deus vult.
En tres siglos el 98% de la población originaria norteamericana no solo fue desplazada debido a la política oficial del «destino manifiesto», sino que fue exterminada deliberadamente. Los padres fundadores de la «tierra de los libres y el hogar de los valientes», Benjamin Franklin («el designio de la Providencia de extirpar a estos salvajes»), George Washington («bestias de presa»), John Adams («sabuesos de sangre»), Thomas Jefferson («despiadados indios salvajes»), James Madison, James Monroe, Andrew Jackson («hay que atacar al lobo en su guarida»), pidieron todos ellos la extinción del «indio» americano. Hay pruebas contundentes de que Lord Jeffrey Amherst emprendió una guerra bacteriológica contra la población indígena distribuyendo deliberadamente mantas contaminadas de viruela (8). Esos hechos históricos atroces duermen en los archivos, si alguien se toma la molestia de consultarlos, pero la mayoría de los historiadores y de los medios de comunicación dominantes prefieren recordar únicamente el «Día de Acción de Gracias» y la historia de Pocahontas.
Lo que conocemos como Mesoamérica y Sudamérica también era una tierra rica, densamente poblada con unos 60 millones de seres humanos, con ciudades magníficas como la capital del reino azteca, Tenochtitlan (hoy Ciudad de México); con pueblos y aldeas, una arquitectura, acueductos, instalaciones deportivas, ciencia, astronomía y arte impresionantes, y vastas tierras agrícolas que producían de alimentos tan maravillosos como el aguacate (aoacatl en azteca, originario del valle de Tehuacán, cerca de Oaxaca), judías, arándanos, cacao, anacardos, mandioca, cayena, chiles, arándanos (originarios de la región de Edmonton, Alberta, en Canadá), calabazas, jalapeños, maíz (mahiz en lengua arawak), azúcar de arce y sirope de arce (producidos por los pueblos ojibwe y algonquin del noreste de Canadá), fruta de la pasión, cacahuetes, pacanas, piña, quinina (¡agua tónica! ), girasoles (helianthus), pimientos dulces, patatas (papa o patata en lengua inca), calabaza, calabacín, tapioca, tomates (tomatl en lengua náhuatl), topinanbour, vainilla, «arroz salvaje» (anishinaabe manoomin, recolectado a mano por los pueblos anishinaabe del centro-norte de América), etc, por no hablar de ese producto importado tan nocivo para Europa, el tabaco (de la palabra arawakana o taína a la que se refiere el fraile dominico, más tarde obispo, Bartolomé de Las Casas), que hasta entonces era desconocido en Europa (hasta que Francisco Fernández lo introdujo en España en 1558).
Como podemos leer en los escritos Bartolomé de Las Casas, nuestros antepasados españoles agredieron brutalmente a la población indígena, asesinaron y esclavizaron a millones de hombres, violaron a sus mujeres y finalmente se mezclaron con los supervivientes para crear la sociedad «mestiza» que hoy conocemos en América Latina. Si se viaja a México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, se verá a los descendientes de los aztecas, los mayas y los incas. Los expresidentes Toledo de Perú, Chávez de Venezuela y Evo Morales de Bolivia tienen apellidos españoles, pero sin duda tienen también muchos otros antepasados indígenas. Adiós a la idea del «descubrimiento» de las Américas y a la ficción jurídica de la «terra nullius».
Vale la pena recordar que, lejos de ser xenófobas, las “primeras naciones” de las Américas recibieron a Cristóbal Colón con notable hospitalidad, como el propio Colón reconoció en sus escritos. Sin embargo, los recién llegados europeos eran emigrantes armados de espadas. Puede que lo único bueno que se puede decir de la colonización española es que las actividades en favor de los derechos humanos de Fray Antonio de Montesinos («¿acaso estos no son también hombres?») y Bartolomé de las Casas ante el emperador Carlos V hicieron que se adoptaran las «Leyes Nuevas» de 1542 (9), que reconocían la naturaleza humana de la población indígena, y prohibían maltratarla y esclavizarla.
Las grandes discusiones en la ciudad de Valladolid en 1550 y 1551 (10) [lo que se conoce como la «Controversia de Valladolid»] han pasado a la historia como un hito en el desarrollo del concepto de derechos humanos. Hay que reconocer que las leyes de Carlos V se violaron impunemente, lo que no hace sino ilustrar la evidencia de que no es lo mismo las normas y su aplicación. Con todo, si no tuviéramos normas, estaríamos sometidos totalmente a la ley de la selva, también conocida como «el poder del más fuerte».
No puedo dejar de preguntarme cómo sería nuestro mundo si en vez de que los europeos «hubieran descubierto» América, los iroqueses, los cree, los dakotas, los aztecas, los incas, etc., hubieran cruzado el océano para «descubrir» Europa. ¿Habrían masacrado a los europeos, como nuestros antepasados los masacraron a ellos?
Lo que nos dicen los nombres originarios en América
Ahora que se ha vuelto «políticamente correcto» condenar la discriminación y la humillación que sufren las personas afroestadounidenses, ¿abordarán por fin los historiadores y los medios de comunicación la discriminación, la exclusión y las agresiones sufridas por las Primeras Naciones de las Américas? ¿Cuándo reconocerán los principales medios de comunicación los crímenes cometidos contra las personas originarias, los cientos de tratados incumplidos, incluido el tratado de Laramie de 1864 que había reconocido las Colinas Negras de Dakota del Sur como propiedad sioux a perpetuidad y que se dejó de lado en cuanto se encontró oro allí? También ahí se produjo la masacre de Wounded Knee y se esculpieron en las montañas sagradas de Monte Rushmore las cuatro cabezas de los presidentes estadounidenses blancos, dos de los cuales fueron propietarios de esclavos y los cuatro odiaban a las personas «indias» (11).
Todos estamos de acuerdo en que el racismo endémico contra las personas afroestadounidenses es criminal, [y también] el hecho de reducirlos a la esclavitud y a la condición de pueblos segregados, los linchamientos de negros por parte del Ku Klux Klan y otros. Sin embargo, cuatro siglos de masacres y explotación de las Primeras Naciones de Norteamérica no han provocado la indignación general, ni siquiera el interés general. No hay disculpas o remordimientos por la continua discriminación de Alas, continúa el choque de civilizaciones de los siglos XVI al XX, cuando los emigrantes europeos destruyeron los medios de vida de 70 millones de personas originarias de América del Norte y del Sur. Y, sin embargo, el genocidio físico y cultural que se perpetró contra esas personas sigue siendo un tema tabú.
Si se están derribando monumentos dedicados a altos cargos confederados estadounidenses, ¿se derribarán también las estatuas de los asesinos de las personas originarias americanas, incluidos el presidente Andrew Jackson y el general William Sherman, y el general Philip Sheridan, autor de la frase «el único indio bueno es un indio muerto»?
Detengámonos a pensar qué nos dicen los topónimos indígenas: Adirondack, Alabama, Alaska, Algonquin, Allegheny, Apache, Apalachee, Appalachia, Appomattox, Arkansas, Biloxi, Calumet, Calusa, Canada, Caribou, Cayuga, Chatanooga, Chautauqua, Chepanoc, Cherokee, Chesapeake, Cheyenne, Chicago, Chickasaw, Chilliwak, Chinook, Chipola, Chippewa, Chiwawa, Choctaw, Clatsop, Coloma, Colusa, Comanche, Commack, Connecticut, Coquitlam, Cree, Curyung, Cuyahoga, Dakota, Delaware, Denali, Detroit, Erie, Hackensack, Hawaii, Hialeah, Hiawatha, Hopi, Huron, Idaho, Illinois, Inola, Inyo, Iowa, Iroquois, Kalamazoo, Kanab, Kansas, Kelowna, Kenosha, Kentucky, Keweenaw, Klondike, Kuskokwim, Lillooet, Mackinac, Mackinaw, Malibu, Maliseet, Manatee, Manhattan, Manitoba, Mantou, Mattawa, Massachusetts, Meramec, Merrick, Merrimac, Metoac, Miami, Miccosukee, Michigan, Michipicuten, Micmac, Milwaukee, Minnesota, Minnewanka, Mississippi, Missouri, Moab, Moccasin, Modoc, Mohawk, Mohegan, Mohican, Mojave, Monache, Montauk, Muscogee, Muskegan, Muskimgun, Muskoka, Muskwa, Nakota, Nanaimo, Nantucket, Napa, Narragansett, Natchez, Naugatuck, Navajo, Nebraska, Niagara, Norwalk, Ocala, Ohio, Okanagan, Okeechobee, Oklahoma, Omaha, Omak, Oneida, Onondaga, Ontario, Oregon, Orono, Osage, Oswego, Ottawa, Palouse, Pamlico,Panola, Pataha, Pawnee, Pennacook, Pennamaquan, Pensacola, Penticton, Peoga, Peoria, Peotone, Pequot, Pocahontas, Poconos, Pontiac, Potomac, Potosi, Poughkeepsie, Quebec, Rappahannock, Roanoke, Sarasota, Saratoga, Saskatchewan, Saskatoon, Savannah, Sawhatchee, Scituate, Seattle, Sebago, Seneca, Sequoia, Seminole, Sewanee, Shannock, Shawnee, Shenandoah, Shetucket, Shiboygan, Shoshone, Sicamous, Sioux, Siska, Sonoma, Sowanee, Spokane, Squamish, Squaw, Stawamus, Sunapee, Susquehanna, Swannanoa, Tacoma, Taconic, Tahoe, Takoma, Tallahassee, Tampa, Tecumseh, Tennessee, Texarcana, Texas, Tichigan, Ticonderoga, Tippecanoe, Tomahawk, Topawingo, Topeka, Toronto, Tucson, Tulsa, Tunica, Tuscaloosa, Tuscarora, Tuskegee, Tuya, Utah, Ute, Wabamun, Wabasca, Wabash, Waco, Wadena Walla Walla, Wallowa, Wanakit, Wanchese, Wannock, Wapota, Wasco, Watauga, Watonga, Waupaca, Wausau, Wenatchee, Wenonah, Wichita, Willamette, Winnebago, Winnimac, Winnipeg, Winona, Wisconsin, Wyoming, Yakutat, Yazoo, Yosemite, Yuba, Yukon, Yuma …
¿Qué lenguaje hablan estos sonoros nombres?¿Qué mensaje nos transmiten? Los nombres indígenas son vestigios de las Primeras Naciones que vivieron y prosperaron en las ricas tierras de las Américas. Los antropólogos calculan que en América del Norte vivían unos diez millones de seres humanos cuando los europeos los «descubrieron». Les pertenecía este vasto continente, lleno de aldeas, wigwams, tipis, de risas y de vida. ¿Dónde están ahora estas personas? ¿Adónde han ido todas ellas? Están desaparecidas y olvidadas, arrastradas por el viento y las nubes.
¿Qué nos dicen las palabras Chapultepec, Chichen Itza, Cuba, Machu Picchu, Tikal y Ushuaia? Que al sur del Río Grande el continente estaba habitado por millones de seres humanos, quizá hasta unos 60 millones. Su tierra no era una terra nullius. En las poblaciones de América Central y del Sur todavía podemos reconocer a los aztecas, a los mayas, a los incas y a los quechuas. Gracias a los escritos de los frailes dominicanos Bartolomé de las Casas y Antonio de Montesinos sabemos que se masacró y se convirtió en esclavos a los arawacs, siboneyes y tainos. ¿Con cuántas vidas indígenas acabaron deliberadamente los colonizadores europeos?¿Cuántos murieron debido a las enfermedades y privaciones? ¿Diez millones? ¿Veinte?
La «cristianización» de América Latina y la política anglosajona del «destino manifiesto» probablemente fueron la mayor catástrofe demográfica de la larga historia de la humanidad, quizá el siglo XXI recupere a estos dignos pueblos y los milenios que tienen a sus espadas de comprender y cuidar la naturaleza.
Alaska significa «la tierra grande» en la lengua aleutia
Allegheny significa «el hermoso arroyo» en la lengua lenape
Apalachee significa «al otro lado del río» en muskogeano
Chesapeake significa «la gran bahía de marisco» en algonquino
Chicago significa «el lugar de la cebolla silvestre» en algonquino
Cuba significa «la tierra fértil» en la lengua taína arawakan
Illinois significa «el hablante ordinario» en algonquino
Iowa significa «los dormilones» en algonquino
Kansas significa «el viento del sur» en la lengua sioux
Kentucky significa «la pradera» en shawnee
Manhattan significa «la isla» en la lengua lenape
Massachusetts significa «el lugar de vastas colinas» en algonquino
Mississippi significa «el gran río» en algonquino
Missouri significa «el pueblo de las grandes canoas» en algonquino
Nebraska significa «el río tranquilo» en lengua sioux
Niágara significa «el agua atronadora» en iroqués
Ohio significa «el buen río» en iroqués
Ontario significa «el hermoso lago» en iroqués
Ottawa significa «el centro de intercambios» en algonquino
Pensacola significa «las personas con pelo» en muskogeano
Potomac significa «algo que se trae» en algonquino
Quebec significa «estrecho» en micmac
Toronto significa «el lugar de encuentro» en hurón
Ushuaia significa «la bahía profunda» en yagán
Wallowa significa «el agua cantarina» en la lengua sahaptin
Winnipeg significa «el agua sucia» en algonquino
Wyoming significa «en las grandes llanuras» en algonquino.
Quizá la nueva conciencia del horror de la esclavitud y de la opresión de las personas afroestadounidenses nos abra los ojos ante el genocidio contra las personas originarias americanas, a las que equivocadamente llamamos «indios», nos motive para abordar al saqueo que se está cometiendo de los recursos naturales de las personas originarias de América del Norte y del Sur, se reconozcan las tremendas injusticias cometidas contra ellas y nos lleve a considerar cómo garantizar una reparación adecuada y una rehabilitación duradera.
Lo esencial es que la colonización europea de las Américas no acabó nunca, no hubo un proceso de descolonización como en África o Asia. A día de hoy los pueblos originarios de América del Norte siguen viviendo bajo una forma de sometimiento colonial y, a diferencia de los pueblos de África y Asia, las naciones originarias de Estados Unidos, Canadá, Mesoamérica y Sudamérica nunca recuperaron la independencia y la prosperidad, en parte porque las naciones originarias fueron víctimas de genocidio físico y en parte porque los colonos europeos (que en realidad eran emigrantes no invitados) llegaron a ser tan numerosos que los pueblos originarios se convirtieron en minorías en sus propias tierras, y solo permanecen los nombres originarios de los ríos, montañas, lagos, ciudades y pueblos como testimonio de su existencia.
Martin Luther King trató de llamar la atención sobre la tragedia de las personas originarias americanas y lo calificó de genocidio sin tratar de suavizarlo. Las palabras del Dr. King son duras de escuchar, pero desgraciadamente no es una hipérbole. Quizá sea esa la razón por la que los medios de comunicación ignoran sistemáticamente este aspecto del legado del Dr King y por la que no se enseña en los institutos y universidades. Espero sinceramente que un día la historia reconozca al Dr King por haber defendido la causa de las personas originarias.
Sesenta años después de que el Dr. King escribiera su acusación persiste el racismo sistémico hacia las personas originarias estadounidenses, y muchos no olvidan los carteles expuestos en las tiendas de Dakota del Sur, en Arizona, cerca de la «Reserva» Navajo, y en muchos otros lugares del Oeste estadounidense: «No se admiten perros ni indios» (12). Este tipo de humillación es difícil de olvidar.
Esperemos que los políticos escuchen, reconozcan la inmensidad del crimen cometido contra los pueblos originarios de América del Norte y del Sur y hagan un esfuerzo por rehabilitar a los supervivientes otorgándoles como mínimo los derechos enunciados en la Declaración de la ONU sobre los Derechos de los Pueblos Originarios (13).
La población «india» americana y la palestina
El genocidio de las Primeras Naciones de las Américas no es un hecho aislado, después hubo muchos otros genocidios. Hoy estamos siendo testigos de un genocidio en Gaza y nos sentimos asqueados por la vergonzosa propuesta del presidente Trump de echar a la población palestina y convertir Gaza en un paraíso inmobiliario para superricos y sus flamantes propiedades frente al mar. El cinismo no tiene parangón.
La Corte Internacional de Justicia ha dictado dos opiniones consultivas referentes a Israel y Palestina, la Opinión Consultiva del 9 de julio de 2004 sobre el Muro (14) y la Opinión Consultiva del 19 de julio de 2024 sobre las Consecuencias Jurídicas derivadas de las Políticas y Prácticas de Israel en el Territorio Palestino Ocupado, incluida Jerusalén Oriental (15), en las que la Corte sostuvo:
«que es ilegal la continua presencia del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la obligación de poner fin lo antes posible a su presencia ilegal en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la obligación de cesar inmediatamente todas las nuevas actividades de asentamiento y de evacuar a todos los colonos del Territorio Palestino Ocupado»,
«que el Estado de Israel tiene la obligación de reparar los daños causados a todas las personas físicas o jurídicas afectadas en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que todos los Estados tienen la obligación de no reconocer como legal la situación creada por la presencia ilegal del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado y de no prestar ayuda o asistencia para mantener la situación creada por la continua presencia del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que las organizaciones internacionales, incluida la ONU, tienen la obligación de no reconocer como legal la situación creada por la presencia ilegal del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado»,
«que la ONU, y especialmente la Asamblea General, que solicitó esta opinión [consultiva], y el Consejo de Seguridad, deben considerar las modalidades precisas y las próximas medidas que se requieren para poner fin lo antes posible a la presencia ilegal del Estado de Israel en el Territorio Palestino Ocupado».
Como ciudadano estadounidense, espero del presidente de Estados Unidos que acate esta opinión consultiva y deje de proporcionar ayuda militar, política, económica, diplomática y propagandística a un Estado genocida. Como estadounidenses, debemos alzarnos todos y afirmar «¡no en nuestro nombre!». Si no protestamos, somos cómplices del genocidio.
Es probable que el caso pendiente ante la CIJ Sudáfrica contra Israel [16], al que se han unido Belice, Bolivia, Chile, Colombia, España, Irlanda, Libia, Maldivas, México, Nicaragua, Palestina y Turquía, sea el caso más importante que ha tratado la CIJ. O bien somos civilizados o no lo somos. Están en peligro la autoridad y la credibilidad de la CIJ, y de la propia ONU.
Cualquier persona que haya leído los alegatos de Sudáfrica y los haya comparado con las respuestas dadas por Israel constata que el crimen de genocidio ha quedado demostrado más allá de cualquier sombra de duda. La CIJ no tiene más opción que emitir una sentencia que confirme que Israel ha perpetrado un genocidio y que se ha demostrado la cuestión de la «intención». Se trata de una continuación de la Nakba (17), una continuación del sueño sionista de apoderarse de todo el territorio para la población israelí y expulsar a la población palestina originaria, como si no fueran seres humanos, como si no importaran, como si no tuvieran derechos. ¿Les suena familiar? Así se trató a las personas originarias de América: fueron expulsadas, exterminadas, expoliadas y olvidadas.
La Corte Penal Internacional emitió el 21 de noviembre de 2024 órdenes de detención contra Benjamin Netanyahu (18) y su exministro de Defensa Yoav Gallant por su responsabilidad en crímenes contra la humanidad en virtud del Artículo 7 del Estatuto de Roma. ¿Qué ha hecho el presidente Trump? Imponer sanciones a la Corte Penal Internacional (19) y recibir con todo boato a Netanyahu en la Casa Blanca (20). Estamos ante una rebelión abierta contra el derecho y la moralidad internacionales. Tanto Trump como Netanyahu son culpables del crimen, en el mundo civilizado se debería aislar a ambos, aunque para ello necesitamos un relato mediático diferente, debemos alejarnos de las noticias falsas, de la historia falsa, de la ley falsa y de la diplomacia falsa que recibimos a diario de los principales medios de comunicación. Debemos exigir ética en el gobierno.
Como hemos señalado y escribió el Dr. King en su libro Why We Can’t Wait?, nuestros antepasados cometieron genocidio contra las Primeras Naciones de Estados Unidos. Hoy Estados Unidos es cómplice del genocidio israelí contra la población palestina. Lo es no solo Donald Trump, sino que también lo fueron ya Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama y Joe Biden. ¿Realmente tenemos en nuestro ADN el virus del genocidio?
Bibliografía selecta:
Bartolomé de las Casas, Brief History of the Devastation of the Indies, Johns Hopkins University Press, 1992; Castro, Daniel. “Another Face of Empire: Bartolomé de Las Casas, Indigenous Rights, and Ecclesiastical Imperialism.” Durham, North Carolina: Duke University Press, 2007; David Stannard, American Holocaust, Oxford University Press, 1992; Richard Drinnon, Facing West, University of Oklahoma Press, 1997; Frederick Hoxie (ed.) Encyclopedia of North American Indians, en particular la entrada “Population: Precontact to Present”, pp. 500-502 de Russell Thornton: Carl Waldman’s Atlas of the North American Indian , New York, 1985: Francis Jennings, The Invasion of America, Chappel Hill, 1975; Nicholas Guyatt, Providence and the Invention of the United States, Cambridge 2007; R. W. van Alstyne, The Rising American Empire, Oxford 2010; Reginald Horsman, Expansion and American Indian Policy 1983-1812, Michigan State University Press, 1967; Noam Chomsky, Hopes and Prospects, Penguin 2010, pp. 16-24; Ward Churchill, Struggle for the Land: Native North American Resistance to Genocide, Ecocide and Colonization, San Francisco, City Lights Books, 2002; Tamara Starblanket, Suffer Little Children, Clarity Press, Atlanta 2019; Martin Luther King, Why we can’t wait (1964), New York: New American Library (Harper & Row). ISBN 0451527534, pp. 118-9; Ilan Pappe, La Propagande d’Israel, Investig’Action, 2016; Ilan Pappe, The Ethnic Cleansing of Palestine, One World Publications, 2006.
Notas:
(1) Why we can’t wait, p. 141, véase también una edición anterior (New American Library, Signet Book, Nueva York, p.120)https://www.peoplesworld.org/article/dr-king-spoke-out-against-the-genocide-of-native-americans/
(2) Suetonius, https://www.poetryintranslation.com/PITBR/Latin/Suetonius4.php
(3) https://apnews.com/article/trump-denali-mount-mckinley-alaska-2fbff88e1845e066a65cbabfa17284ae
(4) Norman Finkelstein, Gaza, University of California Press, Oakland, 2018.
US Airman Aaron Bushnell’s Self-Immolation Outside the Israeli Embassy In Washington D.C.
(6) https://www.alfreddezayas.com/Articles/crimlawforum.shtml “The Right to the Homeland, Ethnic Cleansing, and the International Criminal Tribunal for the Former Yugoslavia”, Criminal Law Forum, vol 6, (1995) pp 257-314. Alfred de Zayas, “Forced Population Transfer” en Wolfrum (ed.) Max Planck Encyclopedia of Public International Law, Vol. IV, 2012.
(7) https://edition.cnn.com/2025/02/05/politics/trump-gaza-takeover-analysis/index.html
https://www.msn.com/en-us/politics/government/t
(8) https://www.nativeweb.org/pages/legal/amherst/lord_jeff.html
(10) https://www.historytoday.com/archive/months-past/valladolid-debate-rights-indigenous-people
(11) https://blog.nativehope.org/six-grandfathers-before-it-was-known-as-mount-rushmore. https://indiancountrytoday.com/archive/theodore-roosevelt-the-only-good-indians-are-the-dead-indians-oN1cdfuEW02KzOVVyrp7ig. Le Courrier de Genève, “Sacré mont Rushmore”, 2 de agosto de 2012.https://www.startribune.com/the-real-history-of-mount-rushmore/388715411/
(12) https://www.hcn.org/issues/49.17/opinion-racism-against-native-americans-persists. https://www.columbiagorgenews.com/archive/the-story-has-another-chapter-first-indigenous-peoples-day-observed/article_ef115dbe-b3b4-596e-9e35-7b9b95f5f112.html
https://www.latimes.com/archives/la-xpm-2004-nov-02-na-trailmix2-story.html
(14) https://www.icj-cij.org/case/131
(15) https://www.icj-cij.org/case/186
(16) https://www.icj-cij.org/case/192
(17) https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/13675494241310778
https://press.un.org/en/2024/gapal1467.doc.htm
https://apnews.com/article/gaza-trump-nakba-isra
(18) https://www.icc-cpi.int/defendant/netanyahu
(20) https://www.washingtonpost.com/world/2025/02/03/netanyahu-trump-white-house-gaza/
Alfred de Zayas es profesor de derecho en la Geneva School of Diplomacy y desempeñó el cargo de Experto Independiente de la ONU para la Promoción de un Orden Internacional Democrático y Equitativo 2012-2018. Ha escrito doce libros, entre los que se incluyenBuilding a Just World Order (2021), Countering Mainstream Narratives (2022) y The Human Rights Industry (Clarity Press, 2021).
Texto original: https://www.counterpunch.org/2025/02/13/genocide-files/
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.